Autor: arbolfest

  • Una fábula sobre el dolor

    El miércoles dormí muy mal. Ese soy yo suponiendo cosas de mi propia vida por que cuando uno duerme, la verdad, no es fácil saber qué sucede allá afuera, suponiendo que el mundo onírico es exclusivamente interior; se intenta calcular la calidad de ese mundo cuando se abren los ojos y se vive despierto. Y sí, cuando desperté, sentía que me había torcido algo por dentro, en la espalda. Duele algo y entonces trabaja el coco (o dr. Google): ¿será mi colchón? ¿Soñé con La Quebradora? ¿Mi peor enemigo contrató a un equipo de mamones como los de Inception? ¿Los jugadores de los juegos que administro habrán descubierto mi identidad y me cayó toda su mala vibra de sopetón? Mi espalda se siente como si hubiera capturado a una lagartija entre mis tendones (claro, un pokémon, el pinche charmander [uno sabe si es sujeto de riesgo dependiendo de la generación de pokemones que se use de referencia]) y no pudiera desenredarse, pero de repente se mueve, rebelde y encabronada, con ganas de romper las capas de piel y los huesos. Ya me tomé una dosis completa de ibuprofeno y la inflamación está disminuyendo, pero a veces pienso en el dolor y me quedo ahí un rato, y me pregunto si no será una ilusión, si sigo navegando desde el dolor que empezó en el 2018 y seguirá ahí, como una sombra a perpetuidad, pa’ chingar y recordarme que estoy vivo. Ashes to ashes, major Tom is… Desde el cáncer (sí, esta es una anécdota de cáncer) no hago otra cosa que quejarme de los dolores, y no es porque quiera, pero creo que mi cuerpo cambió sus niveles de resistencia y se volvió más fácil quejarse por todo. No sé qué tipo de parche es esto, actualización de software, upgrade / downgrade, el chamaquito que corre la simulación se fijó en mí y está cambiando mis atributos. Soy una bestia en un planeta cualquiera de No Man’s Sky.

    Cuando siento dolor, siempre me acuerdo de aquel hombre que se sentó a mi lado, Q-day, o día de quimioterapia para los cuates. Al hombre le faltaba una pierna, pero parecía muy cómodo con ello: lo primero que hizo fue presumirme su prótesis. Y estaba muy chingona. Parecía un transhumano de Cyberpunk 2077. “Es un pinche ferrari”, dijo, con uno de esos acentos presta pronto y sabadaba, como canción de Botellita de Jérez. Me cayó a toda madre. Tomaba agua de limón con víbora (o era escorpión, sabe) en polvo. “A estas alturas, manito, lo que sea que nos cure”, eso decía y repetía, y me ofrecía uno que otro traguito y yo me negaba, me hacía bien pendejo. Así sabe uno qué tan mal está en la fe, en el dolor y en la ciencia, cuando te sientes cómodo para aceptarle al otro de su agua con chingaderas.

    Hablamos durante las cuatro horas de inyección. Si acaso recuerdo poco de la conversación, lo que sí recuerdo es cómo hablaba del dolor, la historia de su cuerpo y cómo se le desfiguraba el rostro (apretaba mucho los ojos, como si le costara trabajo hacer cuentas y yo no podía sentirme más identificado) cuando trataba de ponerlo en perspectiva: números, sentimientos, sensaciones, cantidades, ¿cómo puede una persona definir el dolor? ¿Cómo puedes analizar el dolor para entregarle una descripción adecuada al otro? Yo trataba de no decirle nada acerca del mío, porque me dolía menos, podía jurar que me dolía menos, pero sabe qué pasa en estos procesos humanos que cuando un doliente se encuentra con otro, pues los dos arman un grupo de coros y plañideras para hacer una de esas armonías tristes, como pinches gatos de azotea que se encontraron para compartir un pescado podrido.

    Pero el dolor tiene sus ventajas. Sé, por ejemplo, tres años después de lo peor, que nada me dolerá como las inyecciones y el estrago de las mismas en el cuerpo. O nada me dolerá igual. Creo que ni siquiera los insultos, o las malas caras y los malos modos. Si alguien detuviera todo lo que está haciendo para decirme que soy un escritor incompetente, o que soy un amante terrible, o que soy un profesor ignorante, o que juego muy mal en el Overwatch, tendría que obligadamente hacer esa comparativa y decirle: “no duele tanto como el cáncer, fíjate”. Y sacar la lengua como un niño, y sí, suspirar porque es lo correcto: nada duele igual. Eso también ha servido para perdonarme a mí mismo: cuando se asoma alguno de esos monstruos internos, que son fugaces pero tienen las garras bien afiladas, puedo mirarlo a los ojos, darle un sorbo a mi agua de limón y de escorpiones, para finalmente señalar el letrero y responderle: “No dueles tanto, amigo”. Quién diría, también toda esta humanidad quebrada me pertenece.

  • Cuando se rompió el metro

    Cuando era un chamaquito chilango, uno de mis lugares preferidos era el metro. No solo era el lugar donde uno podía comprar pilas, espejitos y lápices a precios de risa (muchas veces pensé que en el metro podría surtir mi papelería de todos los años, nunca tuve el valor de intentarlo), pero también me fascinaba porque parecía el nexo: punto de encuentro para gente muy rara: alienígenas, quimeras, amas de casa, contadores, vendedores ambulantes, gentes sin brazos o sin piernas o ambos, gente muy escandalosa que alcanzaba prodigiosas notas con su voz y también gente que no dejaba de manosearse y de besarse amarrados a los pinches tubos metálicos, estériles y muy probablemente insalubres de los vagones.

    Mi abuela y yo nos acompañábamos en el vaivén de los que están hartos, los cuerpos que se bambolean al ritmo de la respiración, la inercia y la física. Cuando alcanzábamos asiento, hombro con hombro reverberando los cuerpos gracias al movimiento lento, mirábamos a nuestro alrededor en silencio para absorber nuestra cárcel subterránea y tecnocrática. Yo miraba la gente. Toda la gente.

    Me la vivía en dos líneas: la rosa (que es la uno) y la verde (que también debe tener un número, pero francamente ya lo olvidé). Durante unos siete años, más o menos, la línea uno era de cajón y casi tenía que recorrérmela completa, no solo era la que me sacaba a la civilización, de Moctezuma al mundo, pero también fue mi método principal de transporte cuando nos mudamos bien lejos, pueden imaginar qué tan lejos cuando les digo que la colonia se llamaba Alta Tensión (una colonia de alto octanaje, digo eso porque enfrente de dónde vivía había una gasolinera y los cables de alta tensión, enormísimos y estridentes, con ese bzzzz perpetuo que a uno le recuerda las avispas y los locos del cine). Así pues nos subíamos al metro una hora en las mañanas y una hora en las noches. Mi abuela lo odiaba por una cuestión meramente higiénica, pero recargaba y embarraba mi cabeza por la ventana cuando ya estaba muy enfadado y trataba de imaginar la ciudad, lo que había allá afuera, el atardecer o las nubes; tuve mis primeros dislates filosóficos sobre la relatividad y el tiempo: si yo fuera un hombre topo, ¿cómo sabría lo que son las nubes? ¿Lo que es el amanecer y la lluvia? Sí, quizás vería a la gente empapada entrar a estos vagones, ¿pero si yo hubiera nacido en este vagón y estuviera condenado a recorrerlo, cómo sabría del mundo allá afuera? Descubrí unos años más tarde que había líneas de metro maravillosas, unas que cargan a la bestia salvaje sobre estos puentes de concreto que, normalmente, en condiciones humanas y sensatas, desafían la gravedad. Son portentosas. Y en una ciudad como la del chilango, uno podría pensar que son un milagro, uno mal hecho, pero es un milagro porque puede percibirse la existencia de dios.

    Regresé a la insana costumbre de viajar en metro cuando me inscribí a la educación superior. En la UNAM me iba relejos, hasta Copilco, y ahora que recuerdo, también un par de años recorrí la línea roja naranja, la de Tacubaya, San Antonio, para ir a una universidad que está escondida por ahí, en un parquecillo de Polanco, a estudiar mi carrera de Sistemas. Esos viajes eran más breves, pero llenísimos de gente. La línea naranja la odiaba mi abuela, por sus escaleras que te tragaban a los infiernos: “si esto se cae, Agustín, nos quedamos aquí adentro para siempre, imagínate un temblor”. El joven Agustín escuchaba eso a sus 9, 10 años y pensaba: “mi abuela tiene razón porque es una persona muy sabia y ella no estaría generando traumas infantiles de una manera tan desvergonzada y absurda”. Y aunque he conseguido superar mi temor a las escaleras profundas del metro, o los elevadores infernales, como los llamarían en Terraria, gracias a esos miedos heredados aún no puedo sobrellevar una tormenta eléctrica sin temblar como perrito. Normalmente me acordaba de mi abuela, en un rito de melancolía respetuosa, cuando salía de la estación Auditorio y caminaba unos dos o tres kilómetros para llegar a la escuela que tenía enfrente un parque; era un lugar misterioso y agradable; en ese rincón de Polanco, por ahí de Eugenio Sué, conocí a los verdaderos cuervos.

    Creo que nunca he sido tan sinvergüenza, como cuando subía medio borracho, con los que fueron mis carnales de aquella época, al metro. Después de una tardeada y la borrachera de mediodía hasta al anochecer, podíamos recorrernos líneas enteras para que cada uno se bajara en la estación de su casa, igual que uno escoge a sus demonios guardianes (yo tenía dos, dependiendo de mi humor: Antonio, el santo, y este diablo del Observatorio). Algún cabrón, creo que se llamaba Aldo, había escondido una caguama en la mochila y sonreía como prospecto de alcohólico, y se llevaba un dedo a los labios como para decirme: “aquí calladitos”, y se chingaba el trago que algunos extraños empezarían a ver mal, o con sed. Otro cabrón, creo que se llamaba Sócrates, de repente sacaba a bailar a una muchacha, Pamela, tan borracha como nosotros, ella haciendo el largo trayecto a la estación Potrero y movían las caderas sin vergüenza, con el metro medio vacío, medio lleno. Los demás empezábamos a corear alguna canción estúpida de Panteón Rococó mientras algunos otros viajeros nos veían francamente ofendidos, cansados, pensando: “puta madre, una hora aquí y todavía tengo qué aguantar a otros borrachos”, pero otros también nos veían contentos, felices, porque habíamos logrado la pendejada del día, aquella anécdota que le podrían contar a la mamá, a la abuela, y que ellas pudieran decir “cada vez está peor”.

    El yo de ese entonces le apretaba unos muslos a una muchacha llamada Claudia, y ella me decía: “qué, a dónde vamos a seguirla”. Y yo me sentía navegando entre las estaciones como un muchacho perverso, bruto y feliz. No me habría molestado besarla. Quizás lo hice. Quizás lo hice muchas veces, en esos asientos verdes, feos, como de plástico pero familiares porque uno de niño se guarda esas sensaciones tácticles y se vuelven la mejor mostaza, sic Matthew Sweeney. Esos asientos que me han hecho pensar, cuando mis defensas están bajas y la nostalgia es reina, que debería de adquirir a como dé lugar para tenerlos como una curiosidad en mi casa, pero más allá de eso, como una última línea de defensa: aquel lugar donde uno puede dormir como una emergencia, porque dormir en el metro, a pesar de lo extraño, a pesar del calor y del sopor, del encierro y la cantidad insana de gente, podía ser engañosamente fácil. No sé por qué lo recuerdo así, pero creo que dormía mejor en el metro que en muchos otros años recientes de mi vida, que en una cama matrimonial o que en este sofá cama, o en este piso con cartones y un buen jorongo. Sabe. El recuerdo es una enfermedad curiosa y juega como quiere.

    Anoche que vi el metro partido en dos. Sí, se me rompió el corazón y toda la tarde he pensado en ello con una curiosa, pero ya muy básica mezcla de tristeza y de ira. Luego también pensé cómo puede haber gente que nos odia tanto, a nosotros, los que durante muchos años hemos soñado adentro de esa oscuridad enigmática y reconfortante.

  • El diablito seguía bailando

    Mi cabeza suspendió algunos pensamientos y planes, y está funcionando en modo básico estos días. No he salido a correr, estoy tragando de más, duermo más horas de las que debería y me desvelo. El poco humor que tengo lo uso para dar clases, o para jugar algún videojuego, o ver la televisión, cocinar. Lo básico para funcionar en apariencias en lo que tomo una decisión definitiva sobre cómo estoy y luego a dónde iré. Obviamente estoy cansado de pensar, de estudiar una pérdida que realmente no es mía (pero no puedo evitarlo, ojalá). Como se lo dije a la esposa, estoy aprendiendo a despedirme de un pensamiento, de una posibilidad. No es dolor o tristeza, tampoco es alivio, pero verse libre de una complicada cárcel que uno mismo construyó durante décadas, durante la infancia misma, los barrotes y los prisioneros estaban hechos de algunos referentes propios y familiares, pero otros se hicieron a través de la imaginación y la sociedad, lo que dijeron los otros, las ficciones agradables que uno adapta para sí mismo. Una construcción chistosa, inevitable y sí, probablemente laberíntica. Desandar el laberinto, salir de la estructura que yo mismo construí y alimenté. Durante más de veinte años pensé que lo vería y la diversión era pensar estrategias, conversaciones, la situación. Dos cafecitos americanos en el Sanborns con frases breves e incómodas. Me han arrebatado eso, y ni siquiera era mío. Así, de repente, tengo un montón de espacio libre en la cabeza porque esto fue como eliminar un proceso que siempre estuvo trabajando. Un spyware que me drenaba de recursos. Cómo decirlo de otro modo: me quitaron uno de los últimos misterios que realmente me interesaban de este mundo y si no quiero perder un poco de asombro, las pocas fuerzas que me quedan para aventurarme, necesito encontrar algún otro. Posiblemente debería tener deseos más convencionales, como viajar a Irlanda o a Japón. Esos, al menos, se cumplen con dinero.

    Esa es una manera de verlo.

    No creo que sea coincidencia que Cepillín también haya muerto.

    Tengo una historia con él. Creo que de niño me gustaba y era mi payaso preferido hasta que un día, una profesora de primaria (estaba en uno de los primeros tres grados, creo que segundo), nos pidió un vinilo (en ese entonces los llamábamos discos porque no había de otros) de él para un festival escolar. Creo que me lo pidieron a mí porque era de esos niños enfadosos: inteligente y cumplido, entonces creían que, forzosamente, mi familia debía ser igual. No contaban con que la mayoría son huraños y que ninguno es lamebotas de oficio, no lo tienen en los genes aunque, sabe, probablemente yo salí un poco más amable. Así que mi abuela, cuando escuchó pacientemente la petición de la maestra, se le petrificó el rostro y hogaño, unos treinta años después, puedo adivinar qué pensó además de la grosería: “Chingue a su madre, no solo cuidar al niño pero ahora esto”. La canción de Cepillín que estábamos buscando era El diablito loco, es una que dice en el estribillo: ? pero el diablito seguía bailando ?. Espero sepan apreciar que puse los emojis de unas notitas musicales que definitivamente no corresponden y también si escucharon la canción en su cabeza, ya puede insertar el emoji de “felicidades, es usted población de riesgo”, lo cual también es muy parecido a ver el espejo manchado con “felicidades al club del sida”, que a su vez también es indicador de cuántos años tiene, y a dónde va, maldito ok-boomer. Pero haciendo una investigación muy somera de la canción, acabo de descubrir que Cepillín tiene un cover de The Devil Went Down to Georgia, donde Cepillín juega, en su traducción, como el payaso retado por el Diablo para tocar el violín en vez de un prodigio musical del sur de los Estados Unidos, entre otras canciones diabólicas. Esto último me parece muy curioso, parece que Cepillín tenía una obsesión con las fuerzas malignas, o las fuerzas caóticas y que los suyos no solo eran unos cantos chuscos, pero también poblados de urgencias por recibir los favores del Maloso en persona. La portada, si no la está inventando ya mi memoria, era un Cepillín con cuernos de diablo, tridente y cola. Mi abuela y yo hicimos un viaje de Chihiro para buscar el disco, recuerdo que preguntamos en todas partes y estaba agotado, fuimos bajo la lluvia y a puestos que nunca habíamos buscado. Alguien le dijo a mi abuela que fuéramos al Chopo (yo qué, así le dijeron a ella, yo dudo que en el Chopo hubieran discos de Cepillín, o valiosísimos bootlegs) y ella dijo que no, absolutamente no, pues ya estábamos agotados de buscar y buscar. Fue tal el problema de buscarlo, que en el mercado terminó peleada con el muchacho que vendía discos y durante años se regresaron insultos hasta que se acabó la afrenta cuando uno de los dos se mudó y esto alimentó mi sentido paranoico, porque luego mi abuela me tocaba el hombro y me decía: “Mira como cuchichea ese güey, míralo muy a gusto, hablando de nosotros”, y eso creó esta idea del “nosotros” contra “ellos”, los que miran raro y feo, y se construye esta torre de Babel horizontal que lentamente nos separa y nos hace odiar a un extraño de poquito a poco, pero también es un odio familiar, que provoca nostalgia y risa, porque nunca pasó a mayores. Ahora que lo pienso, cómo podría el pobre hombre darnos a Cepillín, si le gustaba vestirse de muchacho e imitar el estilo de algún Ceratti a finales de los ochenta en su modo de vestir, de peinarse y de hablar. Qué iba él a vender a Cepillín, abuela, por favor.

    Cuando lo conseguimos, supimos que la maestra ya lo tenía por otra parte. Regalamos el disco.

    Supongo que la canción quedó tan arraigada en algún lado del subconsciente, que en mi libro de Panteón de plumas negras, tengo un capítulo donde Baal, el demonio, arranca todas las extremidades del último cuervo, Truhan, para hacerlo sufrir. Las arranca y las vuelve a colocar en su lugar, como en una especie de tortura perpetua. Es uno de los párrafos que más he disfrutado escribir porque, además de explícito y sangriento, sentía que cumplía con una deuda metafísica, de esos que uno tiene con la memoria, con los pasadizos ocultos, en fin, con muchas cosas.

    Anoche vi, por casualidad (sí, bueno, ayer se murió), una pequeña caricatura de Cepillín donde dice que le duele todo, que sintió sueño y se durmió. Me acordé cuando iba de la mano de mi abuela, y buscamos su disco. A partir de entonces pensé que era un payaso enfadoso con una canción muy pegajosa. Es verdad, cuando me doy cuenta que ando de obsesivo, me acuerdo específicamente de esa frase: “el diablito seguía bailando”. Después de reírme un rato, también le dediqué una o dos Lagrimitas. Oh, creo que he mencionado al nombre de la competencia. See what I did there?

  • La muerte del padre

    No estoy seguro si está muerto, pero un primo (o una prima, da lo mismo) me envió un mensaje de Facebook después de no sé cuántos años. Que si podíamos hablar por teléfono, dije que no, que me contara. Me dijo que su tío, o sea, mi padre, Agustín, había muerto. Marqué la fecha en el calendario: 3 de marzo de 2021. Pregunté si por COVID, me dijo que no, que fue algo de los pulmones. Fue COVID, corregí en mi mente, pero no tengo manera de confirmarlo porque no hablo con ellos, esa masa nebulosa de extraños. Y cómo saber si no fue eso (porque a mí no me gusta una vida sin detalles, luego por eso relleno huecos con la imaginación). Entonces seguí la conversación respondiendo en automático mientras pensaba muchas cosas y no terminaba de entender. La muerte del padre, aún cuando haya sido una figura ausente, o una sombra, es difícil de procesar. No es tristeza, tampoco es duelo, pero es el trabajo de cerrar una puerta, una de las grandes, es negar que algún día podré satisfacer una curiosidad, a mi detective interior se le ha escapado un criminal, uno de los chingones. Toda la vida, aun con el cáncer, aun curado de él, imaginaba que algún día nos reuniríamos, al menos una vez, para hablar y vernos como adultos (un espejismo más de esta figura ficticia). He tenido que ser pragmático y consecuente también: mientras estuve enfermo, muriéndome, vamos, no hizo el esfuerzo por buscarme, ¿por qué me gustaba pensar de vez en cuando que iba a suceder? No es como que esto me mantuviera vivo, o motivado para levantarme cada mañana para tomarme mi protein shake y hacer veinte abdominales y diecisiete lagartijas pero era un pensamiento pasajero, habitual, que me daba pequeños divertimentos… ¿quizá emocionales? ¿Sentimentales?

    Supongo que se salió con la suya (pero, ¿qué muerto cuando se ha fugado definitivamente de la vida no se ha salido con la suya?).

    Está muerto, pero si yo quisiera seguir una ficción compleja y personalísima, podría pretender que no. No conocí a mi padre. Cuando en algún libro, o una novela, una serie de televisión o una película, los hombres se detienen en largos monólogos aburridos, a veces internos, a veces llenos de acciones que los llevan por todo el mundo (recuerdo específicamente un capítulo de Lost), para hablar o ahondar en el conflicto que tienen con el hombre que los formó, y cuánto aspiran a escuchar de sus labios un “estoy orgulloso de ti”, suelo girar los ojos, rascarme las nalgas y armarme de paciencia. Unas veces lo abandono y pienso: chas, me equivoqué, me engañaron, no soy target; otras veces, tres horas de masculinidad exacerbada son toleradas porque tienen balazos, y muchachas que se encueran, y chistoretes, y digo está bien: el padre está perdonado. Para mí es clarísimo, los padres y los hijos son los bufones del mundo. Levantas una piedra y salen como opiliones. Pero si hablamos de lo personal, me conmueve más Parappa the Rapper, cuando canta con su voz nasal y robótica: “Thank you, dad. I’m proud of you too”.

    Secreto: todo hijo también tendría que aspirar a que su padre los enorgullezca. A veces detengo mi tren de pensamientos y escucho una voz sensata: ya soy un hombre de casi cuarenta años, por qué voy a tener estos pensamientos, y luego me río, y me digo: de todas maneras los estoy teniendo.

    Algunos hombres fueron construidos para ser padres pero, más que eso, muchos de ellos fueron construidos para ser los hijos del padre y difícilmente podrán reconocer otro papel hasta que tengan al propio hijo, y repliquen ese comportamiento hasta el infinito. Lo cual, creo, tiene la bendición (salvaje) de ser una elección como cualquier otra, una manera de sanar el tedio del mundo y jugar con estas amplias posibilidades para hacerlo un lugar mejor, también es lo convencional, lo que nos deja dormir por las noches porque su fórmula aparentemente es sencilla, fácil. Hay manual. De reojo: usar al hijo como escudo y como espada, usar al hijo como un motor de descubrimiento y de exploración del mundo, usar al hijo para desarrollar sentimientos de empatía y de fascinación por los otros, los que creíamos muy distintos. Cuando ofrecemos al chamaquito la posibilidad de convertirse en estas herramientas, una suerte de píldoras mágicas, pues por qué no querría codiciar o competir por estos lugares y sentirse parte de un jardín secreto, íntimo, una aventura personal diseñada para él con sus propios tesoros, secretos, jefes finales y búsquedas.

    “Ojalá algún día puedas perdonarlo”, dijo alguna prima, o algún primo. Me quedé pensando en ello. No creo que deba darle perdón alguno, pero la gente ama estos diálogos telenovelescos, el tren convencional para ver si provoca algunas lágrimas, la reacción, el desgarramiento de vestiduras. Alcé mi vidrio como la Itati Cantoral, jefaza de las reacciones sin filtro. Como dije allá arriba, los muertos son los que ya se fugaron y se salieron con la suya, no se va a regresar para que el mozalbete que lleva su nombre le dé la extrema unción. Además, para perdonarlo, tendría que tener una lista de incordios pero prefiero mi lista de bendiciones: mis tíos, mi madre, mi esposa y su familia, mi hermano, y mis colegas, mis jefes, mis amigos, los de aquí y los de allá, y los amantes que tuve, y los libros, sobre todo aquellos que no son aburridos y que no hablan del padre durante tomos y tomos y tomos, todas estas cosas, a lo largo de mi vida, me han cedido parte de su conocimiento para suplir estas faltas sentimentales (no voy a decir carencias porque guácala el lenguaje institucional, parece de monjas), las aventuras que construyen los padres de ficción, los padres románticos y presentes.

    Es decir, supongo que debo cerrar esto de una manera, aunque podría estarlo pensando durante semanas, meses, años. Tendré que quedarme con las palabras de mi madre: “lo que me dio es que existes tú, y aquí estás. Si quieres conocerlo, puedes verte en el espejo, a mí me sorprendía que tenías las mismas actitudes, algunos gestos, y ni siquiera lo conocías”. Lindas palabras. Eso también explica por qué algunos días me cacho en el espejo y no tengo idea de quién está ahí. (Lo cual, si me preguntan, no solo es un abismo extraño, de esos nihilistas que enamoran a los hombres serios muy serios pero qué serios son, pero también es una libertad deliciosa e inigualable).

  • Soy un vagabundo de mi propio palacio mental

    1 de enero, 2021

    • Distancia: 6.5 kilómetros. 
    • Ruta: Cholula. 
    • Velocidad más rápida: 7:48 min/Km
    • Total: 20.19 kilómetros. 
    • Tiempo: 1:05:09
    • Sudadera: Guinda. 

    Esta tarde di la doble vuelta (5.5 en total, más o menos). Lasol se quedó atrás en algún momento, pero luego me siguió el paso. No me suena lógico, creo que ella debería tener mejor condición que la mía. Pesa menos, su cuerpo ha pasado por menos desgracias, qué se yo. También creo que es un triunfo poder correr como lo hago. Quizás ella me da mi espacio para hacerme sentir mejor (diario del paranoico). Hice ejercicios de respiración mientras corría para también entrar en ese estado mental tan peculiar que parece meditación, el viaje en el tiempo, cerebro que se enfoca al presente. Solo de pensarlo he empezado a hacer ejercicios de respiración mientras escribo, me pregunto si servirán para lo mismo, también los intentaré mientras juego. Headspace del trotador. El mindfulness de las luces que se quedaron atrás. Pensé en Zeits, pensé que tendría un hijo después de ver su foto en el espejo y cuando lo imaginé siendo un padre, pensé que sería igual de incompetente que el mío. Eso me dio tristeza. Hoy en el camino nos encontramos a Dos Xolos; su bicicleta es como un trineo jalado por dos perros. Tres perros callejeros oscuros de lado derecho. Vimos al Alemán Alto, con su bolso de lino, dando su habitual paseo de caminata rápida. ¿Pensará que México es un paraíso por sus pocas restricciones respecto a la pandemia? ¿O extrañará Alemania? Recuerdo de Fortnite y su mundo abierto. Quiero decirle a Othello que me lo quiero coger, ¿debería mandarle un mensaje? No existe, es un producto de tu imaginación. Se me ocurrió que también debería de tener un post mortem después del trabajo. Escribir unos 5 o 10 minutos de cosas desagradables. No todos pueden ser pensamientos de paz cuando el espíritu está en guerra, quíhubo. Antes Nico me acompañaba a correr, eso parecía hacerle feliz. Hoy ha dormido casi todo el día. La subí al sillón para compartir el espacio juntos como solíamos hacerlo. No he comprado el periódico para enseñarle a orinar donde debe (he atravesado al mundo de lo real porque no oculté el nombre de mi perro, pero no estoy ocultando mucho los nombres, no se necesita un detective para saber quién es quién, quién es verdad y quién es mentira, quién sí existe y quién no). Casi olvido escribir esto, pero finalmente me serví otro vaso de agua y decidí hacerlo. La calle estaba muy solitaria: primero de enero. También creo que debería darme un día a la semana para releer mis piensos, creo que lo haré los domingos en la mañana. Pensaba publicarlos en mi blog, pero no sé si hacerlo. Como una manera de decir que existo, que todavía tengo una voz. Correr me entusiasma porque pienso qué voy a escribir cuando regrese; trato de memorizar mis caminos mentales y físicos, pero termino divagando. Soy un vagabundo de mi propio palacio mental. 

    3 de enero, 2021

    • Distancia: 3.8 km. 
    • Ruta: Cholula. 
    • Velocidad más rápida: 9:04 min/Km
    • Total: 23.99 kilómetros. 
    • Tiempo: 41:53
    • Sudadera: Spider-Man Costco. 

    Hoy vi a Golden Sosegado platicar con Viejo Negro. Viejo Negro no traía cubrebocas. Viejo Negro le dijo al otro: ojalá esto pase pronto. Di las buenas noches y seguí corriendo. En la caminata de la tarde tomé muchas fotos. Caminamos casi 5 kilómetros. Un muchacho joven y moreno casi me atropella con su bici. Fíjese, me dijo, ¿no ve que estamos en la ciclopista? Su argumento todo chafa porque la bicipista también es la banqueta, ahí camina la gente. Qué remedio, se veía asustado, casi disminuido. Parecía que había perdido un poder muy importante. Yo solo atiné a preguntarle si se encontraba bien un par de veces porque se veía sumamente asustado. No tenía por qué ir tan rápido. No traía cubrebocas. La corrida de la noche, esa que separé allá arriba, por otra parte, fue muy tranquila. Saleio traía una chamarra que hacía ruído y el ruído pensaba que venía de mis dientes. Un par de veces pensé que había enloquecido, que finalmente se me había zafado el tornillo. Risa que risa. El bar al final de la universidad sigue clausurado. La Bulldoga Francesa nos dio las buenas noches, esta vez no nos agregó el “guapos”. Supongo que ya no somos novedad para ella, o ya no está pensando que un día la vamos a invitar a vivir el trío de su vida. Lo dice con un tonito medio lujurioso, pero no pienso que sea en mala onda. Saleio nunca la escucha porque trae los audífonos puestos. A mí ya no me gusta escuchar música cuando corro porque creo que hay riqueza en las calles, en las palabras espontáneas, las conversaciones de las parejas y los extraños que se encuentran. Es parte de lo que llevo conmigo cuando agarro el ritmo, cuando me concentro y trabajo la respiración, la velocidad. Extraño que la Nico nos acompañe en las caminatas. Cuando era una cachorra, salía a correr conmigo unos veinte minutos, un kilómetro a lo mucho. Eso parecía hacerla feliz. Le gusta mucho correr cuando le aviento sus juguetes. Nico es sumamente activa, quitarle esa parte de su vida debe ser un poco frustrante para ella. ¿Me pregunto si se dará cuenta de que ya está vieja? ¿Si acaso lo piensa? Hoy le dolía un poco levantarse, la escuché chillar un par de veces pero fue nuestra culpa porque olvidamos una pastilla. Escribo más y trabajo la memoria porque yo también he estado olvidando más fácil. Desde el cáncer, mi cerebro tiene un desajuste muy peculiar. Al menos ya no estoy deprimido o eufórico. Lo que resta es componer algunos procesos: imaginación e inteligencia. Los diarios ayudan a ambas cosas. Solo quiero hablar de los pasos, de la corrida, de las caminatas. Este es un diario de movimiento y de caminos. Me gusta soñar, mientras corro, que Nico es joven y me guía por túneles maravillosos que nos llevarán a los reinos imaginados (he soñado al Killer abriendo la tierra para hacer estos caminos con sus patitas blancas, era un perrito blanco muy sabio y muy aventurero, menos cobarde y chillón que la Nico). Creo que eso es una historia que tiene mucho tiempo gestándose. 

    4 de enero, 2021

    • Distancia: 3.72 km. 
    • Ruta: Cholula. 
    • Velocidad más rápida: 8:14 min/Km
    • Total: 27.71 kilómetros. 
    • Tiempo: 39:19
    • Sudadera: Spider-Man Costco. 

    Hoy fue una noche tranquila para correr. Había poca gente, otros corredores sin cubrebocas, uno que otro policía, más gente paseando a sus perritos. Un hombre traía dos bicicletas y en la canastilla de una de ellas, había un Schnauzer que me ladró cuando pasé junto a él. Me dio un pequeño susto. En esta carrera, traté de iniciar más rápido y acabar despacio. Regresamos más temprano de lo normal a la casa. La nueva regla de tiempo es escoger un número al azar entre el 1 y el 15. De acuerdo a lo que escoja Siri, o los dados, o algún robot de internet, es el tiempo que me siento a escribir sobre mi salida a correr. Pero esta noche no tuvo eventualidades, fue demasiado tranquila. Quizás lo que me llamó la atención fue que el antro verde ya no tiene su estampa de clausurado y esta se movió, misteriosamente, a un puesto que está desocupado. ¿Los dueños habrán movido la estampa? Apuesto que sí. Nos topamos en el camino a Negro Viejo y nos saludamos como siempre. Bulldoga Frencha no apareció para decirnos “¡Adiós, guapos!”. Sentí un ligero cansancio inicial, pero es que soy grande, soy pesado. Envidio los cuerpos delgados y pequeños que pueden correr muy rápido. Me distraigo en vez de escribir, pero no tengo mucho qué decir esta noche. Fue una noche tranquila, fría. Extraño a los estudiantes, eran algo bonito qué ver mientras trotaba (ahora que recuerdo, había un grupo de cuatro personas. Uno de ellos hablaba inglés con una mexicana. En realidad todos parecían paisanos, pero no entiendo por qué hablaban otro idioma. Um. En fin, el muchacho [sin cubrebocas] trataba de convencer a la muchacha [con cubrebocas] de que había una fiesta buenísima. Quizás vi brevemente en acción al mismísimo flautista de Hamelin). También recuerdo que un ciclista me deseó las buenas noches porque pensó que lo estaba mirando intensamente. Hoy Solencio se cruzó la calle como chilango, anoto esto como un recordatorio; crecen muy rápido estos muchachos cuando uno deja de vigilarlos. Extraño salir con mi gorda, es un recuerdo persistente: cuando salíamos a correr, y los dos estábamos exhaustos, jadeando como animales felices, pensando que, contra todo pronóstico, correríamos para siempre. 

  • Corro, corro siempre para escapar de la muerte

    28 de diciembre, 2020

    • Distancia: 3.91 kilómetros. 
    • Ruta: Cholula. 
    • Velocidad más rápida: 08:09 min/Km.
    • Total: 3.91 kilómetros. 

    Nuevo diario de escritura, hoy se me ocurrió mientras estaba corriendo. Publicaré los domingos en mi blog todo lo que escriba. Quiero contar cosas, quiero rememorar algunas pero inventar otras. Quiero pensar mi pasado, modificarlo. Mientras corría pensaba en puertas o caminos nuevos, pensaba en otros pasillos. Algunas reglas: ningún nombre o género representa la realidad; quince minutos por sesión para ver hasta dónde llego, siempre se anota primero cuánto se corrió y algunas velocidades o datos, también se anota la ruta. Este es un diario donde reúno algunos números y después abro espacio a las memorias. No hay nombres verdaderos. El amor de mi vida se llama Lozano, mi hermana se llama Gertrudis, mi gato se llama Periférico. Pienso que debo eliminar las preocupaciones morales y tirar algunas cartas. También quiero escribir otros diarios: uno de videojuegos y otros de cartas, como las del tarot. Creo que la vida está para contarse, creo que uno tiene la responsabilidad de iluminar el presente y el destino. Correr para mirar alrededor y fijarse lo que se encuentra en el camino. Aunque la ruta es casi siempre la misma, Nico (no quiero cambiar su nombre) siempre encuentra algo maravilloso a través de la nariz y la paciencia: huesos, insectos enormes, hojas caídas y húmedas que huelen delicioso y quiere frotarse contra la espalda. El Mama Juanas (famoso restaurante italiano) siempre es el mismo pero sus trabajadores siempre están cambiando. No han dejado de abrir con todo y pandemia. El fin de semana pasado, algunos polis y la madre gobierno clausuraron un bar; me dio un poco de lástima pero no me gusta ese lugar, me recuerda a gente desesperada, señoras, señores o modelos que luego me invitaban a salir porque era joven y yo les gustaba. Es un verde desesperación muy peculiar, una de las dueñas del bar salía a bailar a la calle para simular que se estaba divirtiendo en plena pandemia. Ignoraba a su hija mientras movía las nalgas embarradas en su falda corta. Nadie está bien pero seguimos vivos. La cosa no es tan terrible, no lo creo así, puedo salir a correr todos los días. No es tan terrible como podría serlo. Corro muy despacio porque creo que lo mío es una carrera de resistencia, no de fuerza o velocidad. Me gusta imaginar mi futuro: seguiré corriendo lo mismo aún cuando tenga setenta años, un poco más o un poco menos, mi respiración habituada a la rutina y a la ceniza del volcán. Intenté escribir esto de corrido pero no pude, la Nico está enfermita y tengo que subirla y bajarla de las escaleras para siempre. Ya está vieja, la espalda siempre le está doliendo. La semana pasada fue muy difícil (y horrible), me costaba trabajo dormir pensando que era hora de ahorrarle el sufrimiento, una inyección como el Killer. Lozano está jugando solo, también Genaro y García. Debería darle nombres a los dragones también, escribir esto como el diario críptico de un loco. ¿Qué son los dragones? Nadie lo sabrá nunca pero, lo más básico, son reptiles con alas que escupen fuego por la boca (¿me acordé de Wilcock?). Hoy cuando salí a correr pensé: memoriza esto, memoriza todo el camino, fíjate en la gente que ves y que topas, búscales la mirada para que después hables de ellos. Hay mucho policía últimamente, pero no dan tanto miedo como la Guardia Nacional. Creo que vi a López-Gatell corriendo en Cholula, o era una persona muy parecida a él. Señores amarillo pikachu salen en su bicicleta todos los días para huir de todas las cuarentenas y pandemias. Corro, corro siempre para escapar de la muerte. Se me ocurre que debería cambiar el sonido de mi temporizador, la campana es aburrida, siempre la misma, siempre-siempre. 

    29 de diciembre, 2020

    • Distancia: 4.97 kilómetros. 
    • Ruta: Cholula. 
    • Velocidad más rápida: 09:14 min/Km.
    • Total: 8.88 kilómetros. 
    • Tiempo: 55:19

    El cielo es amarillo. Según hoy apliqué un recurso mnemotécnico para no olvidar todo lo que vi: un coche bonito y naranja que, por chaparro, tenía miedo de meterle pata en los topes; un coche blanco con el panda show a todo lo que da y cuyos ocupantes le gritaron a la Marisol de cosas; el cielo se puso amarillo; una mujer policía observaba inopinadamente las calles; un grupo de ciclistas voltearon a vernos y agradablemente todos traían cubrebocas. Luego empecé a olvidar las cosas, me enfoqué en la carrera. Marisol se detuvo a la mitad para tomar una foto y yo me enojé. No es el celular, es cuando lo saca. Probablemente exagero pero me choca la falta de respeto a mis pequeños rituales. Si lo que quiere es salir a pasear para tomar fotos, ¿por qué no lo hace? ¿Por qué hacerlo a la mitad de mi carrera? Ahora bajaré de buenas y ella estará de malas. Qué remedio. Estoy harto de estas pequeñas discusiones. Yo-qué-gano, me dijo cuando le propuse no sacar el celular mientras salíamos a correr. Pos lo que tú quieras, no somos niños, yo pensaría que cuarenta minutos de paz, sin pantallas, es algo que todo ser humano podría apreciar. Pero ella ya estaba punto de tomar la piedra y descalabrarme. Yo qué, ya no te digo nada, así le dije o lo pensé. Vi cómo el cielo oscureció. Hoy saqué un suéter de jerga, podría anotarlo en mis datos mamucos, pero no quiero. Nomás voy a tratar de acordarme de la sudadera que saqué para correr. Quién sabe, quizás en el futuro, si me he ganado la vejez y el demasiado ocio, podré sacar una sarta de datos interesantes y sumamente inútiles de todas mis pequeñas carreras. Sé que no corro muy rápido, sé que troto o que camino. Para mí eso está bien, pero a veces se me antoja correr muy rápido, como cuando era niño. Hoy subí así la última pendiente: rapidísimo, sentí que volaba, que mis pies eran muy sanos, que mi cuerpo jamás había tenido cáncer, que era invencible e inmortal, sin miedo a paros cardiacos o respiratorios. Luego me doy esos regalazos padres. Pensé también en que deseo a Otelo, es un muchacho muy guapo, sí me lo voy a echar. No todo lo escrito aquí debe ser verdad, los nombres no deben ser correctos y los sentimientos expresados no tienen por qué ser reales. Cuando corro invento muchas cosas. 

    30 de diciembre, 2020

    • Distancia: 4.81 kilómetros. 
    • Ruta: Cholula. 
    • Velocidad más rápida: 08:18  min/Km.
    • Total: 13.69 kilómetros. 
    • Tiempo: 49:05
    • Sudadera: Joker Thunder y gorro negro. 

    Ayer un auto se metió en sentido contrario, lo cual es comprensible, pues cambiaron el sentido de la calle hace un par de años así como también es comprensible que pudo matar a alguien. Iba rapidito, como esas gentes que nacen con prisa. Un rato lo vi luchar contracorriente contra los autos contrarios, estorbando neciamente, como si fuera uno de esos cabrones que tienen la razón en todo. Lo que más me sorprendió es que nadie le pitó, al contrario, la gente que iba en el sentido correcto parecía tenerle mucha paciencia al auto rojo. Se hacían a un lado o bajaban la velocidad para mantenerse con firmeza en el lado correcto de las cosas. Entonces pareció despertarse de su sueño, se metió a una rampa para darse la vuelta y arrancarse para el otro lado. No escribí de este detalle por mi pelea con Jacinto, la cual cambió todo el propósito y el ritmo de la corrida. Quizás escribir este diario me enseña lo importante que es mantener el flujo, cómo el ritmo permanece en el cerebro y las sensaciones, así como una percepción aguda de las cosas que se quedan. Hoy traté de memorizar algunos rostros pero no lo hice muy bien, estaba más ocupado pensando en las posibilidades: ¿qué se hace con el diario de un corredor? ¿Se escriben cuentos, novelas? ¿Puedo inventar que estoy corriendo en un planeta lejano de dos soles y dieciséis lunas? ¿Puedo hablar de la gravedad o inventarme la física de la tracción? (Eso último dudo que tenga sentido. La física no se inventa, ahí está, amigo, pero por eso reprobé física mil veces). También traté de contar cuanta gente no traía cubrebocas, o barbijos, quizás empezaré a llamarle barbijos, pero no fueron muchos. Conté quizás tres o cuatro, uno de ellos era un borracho en bicicleta, su perrito iba atrás de él y gritó algo así como: “¡Viva el América!” cuando pasó junto a nosotros. Recuerdo a una señora que tenía cejas como faraona, un microblading preciso, esas cejas a mí me parecen como de payaso erótico, una máscara para que las felatrices siempre tengan cara de sorpresa antes de metérselo a la boca y complacer al portador de los genitales, independientemente de su tamaño, textura, grosor o apertura. No lo critico, creo que los mundos del placer ya son muy variados y muy interesantes, un sinfín de fantasías que se nos presentan como opciones en el tinder, o en el twitter, o cualquier algoritmo de caprichos. La señora no era fea, tenía bonitos ojos y con el cubrebocas, oh la lá, fantasía completada. Hoy usé la sudadera del Joker Thunder, no lo voy a poner allá arriba, me niego a guardar un dato más, pero quizás lo haga la próxima vez. Puedo hacer la broma, y una vez hecha la broma, se abre la puerta y luego el huésped se queda. Pensamiento trillado: la vida es una broma. Hoy nos saludó Dos Labrador, un hombre que siempre usa un aparato auditivo y sale a pasear con su camada. Jamás he visto que les ponga correa, deja que sean libres y caminen a su lado. Sus perritos no son agresivos, han saludado a mi Nico más de una vez (ella es feliz cuando se los encuentra, mueve la cola, se da la vuelta y se echa a correr como diciendo: “¡vamos, vamos todos a una aventura!”). 

  • 2020

    Quién iba a pensar. Es triste la enfermedad porque no parece tan gacha, pero luego sí lo es. Te agarra de sorpresita. Me cuidé y me sigo cuidando: poca gente, cero reuniones, sana distancia, cubrebocas, ejercicio y alimentación. Creo no tenerla o haberla tenido pero es tan rara, que igual pude haberla cachado y no me enteré. Es un matón sigiloso.

    Yo me despido de dos personas con las que crucé caminos. Ignoro si hubo más muertos. Por salud, presto atención al flujo menos de lo habitual. Creo que todos deberíamos hacer lo mismo: menos flujo.

    Espero que en el 2021, aquellos que disfrutaron de las desgracias cual si fuera porno se arrastren en el fango (véase Marimar). Mis buenos deseos. Algunos pensarán que merecen más castigo.

    2 años sin cáncer. Vamos bien, como trenecito chu-chú.

    Escribo diarios para no dejar de escribir. Pero no pude leer más libros desde que López-Gatell empezó a salir en la tele. Espero leer unos pocos el siguiente año. Jugué muchos videojuegos, eso sí.

    Creo que ya se vendieron todos mis libros de Panteón. Maldición. Tengo qué publicar en algún lado para parecer escritor serio (nah). Todo lo que me gusta se puede adquirir en Amazon. Cómprense un Kindle.

    Después de dos años, puedo decir que mi cabeza está más o menos en su lugar después de todo mi desmadre. (Entonces empieza una pandemia, pero, si les soy sincero, no se compara al estrés del cáncer y de la quimioterapia).

    Estoy aprendiendo a leer el tarot porque creo que es un lindo método para contar historias y acercarse a otros. No crean que recibo mensajes del universo, o de mi señor Baal, o del Búho Cósmico. Al rato les digo la carta del día. La última carta del 2020, uy uy uy.

    Di clases de guionismo este año. Es asombroso lo mucho que te curan los chavitos cuando permites que ellos te choreen y te cuenten cosas. Hazles creer que no sabes nada y sí, te muestran caminos extraños.

    En tiempos pandémicos, no creo que todo haya sido tan terrible como quieren hacérnoslo ver. Mucha gente está despidiendo este año como “un año horrible”, “el año terrible”. También piensen con cuánta gente hablaron y cuánta gente se relacionaron, cuántas clases tomaron y a cuántos les echaron una mano. Piensen en todas sus clases de zoom, todas las charlas que presenciaron. Piensen en todos los cambios que hicieron a sus rutinas o sus casas para tener un entorno bonito, estable. Sí, quizás se dieron cuenta de sus privilegios (ugh), pero caer en cuenta de los privilegios no es lo mismo que usarlos y extender una mano para ayudar a los otros (a todo mundo le cae el veinte, pero, ¿y la repartición?) ¿Consumieron local? ¿dejaron sus pesos en una app? ¿le dieron un extra a su repartidor de confianza? ¿De verdad, todo este año es tan horrible que deberíamos dejarlo atrás? No lo sé. Yo encontré situaciones maravillosas. También las conservo, somos lo bueno y lo horrible.

    Feliz 2021.