Autor: arbolfest

  • Nico

    Nico

    I

    Su cuerpo ya no es Nico. Ahora solo es un saco de carne y de huesos. Mientras la cargo a la cajuela, e imagino que voy a platicar con Sol sobre lo que vamos a hacer con sus restos, se me ocurre pensar que Nico nunca fue Nico. Esto que tengo en los brazos es comida de animales, comida de monte. Nico, la del pasado, habría arqueado sus cejas inquisitivamente, de un lado a otro, porque ella tenía una gran intuición para descubrirme pensando cosas turbias. O lo aparentaba muy bien. Mi abuela, o aquel individuo que imagino fue mi abuela, lo habría resuelto facilísimo: habría abandonado ese objeto, antes llamado Nico, en un jardín para que se la coman los nahuales, los gatos, las ratas, los bichos. Puede ser lo mejor… que se descomponga en la tierra para que regrese un poco de su fe al mundo.

    Este perro de apariencia estúpida y encantadora se llamaba Nico.

    Era mi perro.

    Primero fue un cachorro sin nombre. Todavía fumaba cuando llegó a la casa. La pareja que nos vendió a Nico nos la presentó junto a otra hembra maravillosa, una de cabeza y de manto negros. A lado de la negra, estaba la Nico. Cuando las vi juntas, me enamoré instantáneamente de su hermana. Pero me dieron a la Nico en brazos y cuando sentí cómo se aferraba a mí con sus patotas gruesas, como guantes de boxeador, pensé que estábamos destinados. Nico bufaba todo el rato, incluso de chiquita. Sí, era muy vocal, le gustaba ladrar y llorar como burrito cuando se sentía abandonada, pero en ese primer contacto la escuché bufar quedito, como si fuera este animalito que apenas podía soportar ser vulnerable y fofo.

    Entonces descubrí que esa era su personalidad; una bestia que desea decir algo pero no puede porque está pensando muy rápido y se le atora la vida en la garganta, y solo puede resoplar y bufar, y tiene atorado el paraíso y el infierno en el cerebro porque nomás no sale el ladrido, el canto, sí, la canción infinita de todas las cosas.

    Me enamoré de la otra, pero Nico me distrajo con sus bufidos. La otra iba a ser muy sencilla, una experiencia estética y perruna de lo más común. Ah, pero es que Nico —todavía no se llamaba Nico—, me tenía engarrotado con sus patotas y bufaba quedito. En mi mundo personal, sus primeros bufidos se revelaron como uno de los grandes y últimos misterios. Diría Onetti, para otra cosa más noble que conseguirse un animal, que despertó una última curiosidad verdadera.

    II

    Nico no siempre fue Nico. Busqué la idea de Nico cuando acepté todo lo que estaba jodido en mi vida: vivo en un pueblo pequeñísimo, se me hace fácil jugar World of Warcraft durante horas, de sol a sol, fumar una cajetilla diaria y ahogarme con dos litros de Coca-Cola al día. Mi esposa viaja a menudo para trabajar. Mientras tanto, yo me quedo en el pueblo días, semanas, en la contemplación de horas que avanzan. Veo anime, veo series de televisión, me deshago en el sillón y me convierto en mueble. Sofá, pantallas, cenizas de cigarrillo y de volcán.

    Estaba viviendo otro duelo: había dejado la ciudad, a mi familia, el trabajo que tuve durante nueve años, el trabajo que me hacía sentir importante porque dopamina del name dropping, las aventuras, el gran riesgo. Aceptaba que todo estaba cambiando, pero además me resignaba a vivir con una lentitud pasmosa. El duelo me estaba acabando. Si no hacía algo, iba a despertar un día y me iba a convertir en una cortina, o una silla de oficina, en un bote para la basura.

    Entonces tuve un pensamiento ordinario, como todos los muchachos de veintitantos años, o como los padres de los muchachos de veintitantos años: necesito un perro. Cuidar al perro me dará estructura. Búscate algo vivo que dependa de ti y de tus excelentes decisiones, vamos. ¿Y si no? ¿Y si acabo lastimando al animal por un capricho? La alternativa no puede ser mejor. Vas a terminar siendo el padre de tu guild y Festuerto, el no-muerto tanque de nivel ochenta, se convertirá en tu vida, y ya no querrás abandonar las maravillosas puestas de sol en los parajes desolados y virtuales de Orgrimmar.

    Tienes qué escribir, tienes qué leer, tienes qué hacer cosas.

    Control. Recupera el control.

    Vamos por una Nico. O lo que imagino que será Nico.

    III

    Los primeros días, porque el internet así me educó, la sacaba a pasear en brazos para que reconociera los olores cercanos a casa. Tenía miedo de exponerla a un virus, pero tampoco quería que viviéramos encerrados porque ya era una bestia imposible que masticaba mi teléfono y mis chanclas. Así aprendo que Nico es mi cruz. Siempre necesita algo qué hacer y yo no puedo estar sentado mucho tiempo. Tiene energía colosal para un perrito de ojos tristes y arrugado, un perrito tan diminuto y bufador. Resignado, cigarrillo en la boca, respiración y exhalación de humo y nicotina, dimos una vuelta en la cuadra.

    Fuego en los pulmones.

    Nico resopla.

    Empezamos a conversar.

    Te vas a llamar Nico, como Nico Robin, la morrita del One Piece. La sinapsis cerebral a todo lo que da, imaginando historias de las historias. Nico gira la cabecita para todas partes y sigue mirando las casas rosas, azules, amarillas. Según investigué, son los sabuesos con la segunda nariz más potente del condado, tejen historias a través de los olores y, por primera vez, pienso en Argos, el perro de Odiseo. El último lotófago. Envidio secretamente a mi perra porque recogió los secretos, infinitos secretos, de toda mi cuadra. En cada paseo nuestro, ella escribe una novela rusa y espesa y yo ni siquiera tengo el poder de escribir un cuento miserable. Unos perros le ladran atrás de las rejas y ella alza la vista. No les ladra de regreso.

    (Era muy sociable, para ella todos podían ser sus amigos, ella amaba a toda la humanidad y a toda la comunidad perruna, incluso quería jugar con aquellos perros que le hicieron daño).

    Te vas a llamar Nico porque tú vas a documentar la historia de este pueblo, aprenderás el lenguaje secreto que ha prohibido el gobierno, serás amiga de los gigantes y avatar primorosa de los dioses de furia. Nico bosteza y sus orejas palpan mis obsesiones, las manotean sutilmente como se aparta la necedad de un niño; sus ladridos vienen del estómago, son profundos como de perro grande y hablan idiomas más sencillos que el mío. Sin embargo, me gusta imaginar su voz ancestral, prohibida y enigmática. La voz entretejida con la construcción verdadera del universo. Serás arqueóloga y exploradora. Harás unos túneles maravillosos, es más, harás un laberinto de túneles que nos llevarán a todas partes, a variantes múltiples de todos los universos posibles. Entiendo, en ese primer paseo y a lo largo de los años, que Nico me hace sentir niño otra vez —a veces despierto y me pregunto por qué tengo doce años, y es porque Nico me estaba mirando—, y restaura la bendición de la ingenuidad, el asombro.

    Te vas a llamar Nico y pasearemos todos los días. Más allá de la estructura, de recuperar el control, de empoderar a un miserable, abres las puertas de un lugar bendito. Caminamos una, dos horas diarias, porque nunca te cansas. Odias estar encerrada. Incluso caminamos bajo la lluvia y el granizo. Cómo te duele el granizo, pero te pegas a mí, te colocas bajo mis piernas y esperas junto a mí. Intento sacarte durante una fuerte lluvia de ceniza y una extraña nos regaña, ¿recuerdas? Pero es que aprendo de ti: odiamos estar encerrados. Me lloras porque no puedo controlar mágicamente el clima, yo me encojo de hombros y prendo otro cigarro. Ni modo, llegaremos empapadísimos, empolvadísimos, viajaremos juntos a donde sea porque somos familia, tú y yo. Somos un par de charlatanes, un par de habladores. Los mejores. Descubro la necedad de tu nariz: la hundes en cualquier lugar que te provoque la mínima curiosidad y yo me contagio, y me pregunto por qué no puedo ser tan curioso como tú.

    La Nico hizo un pequeño bufido.

    A los demás le diremos que te llamas Nicolasa porque no queremos que se roben tu verdadero nombre. Bien cabalístico el asunto. Ella responde con su voz profunda y misteriosa, que entiende muchas cosas: “lo he descubierto, escúchame bien, este es el secreto que puedo compartir contigo: juntos somos el sueño del mundo, padre”.

    Todavía no sé lo que eso significa.

    IV

    Tú te haces un poco vieja y yo descubro que estoy muy enfermo. Me pongo inevitablemente sentimental y oscuro. Durante poco más de un año, no sé dónde estoy y cuándo podré salir otra vez, pero tú estás conmigo. No te vas, te quedas. ¿Qué otra cosa puedes hacer? Despierto, te veo dormida sobre mí, como si tu pesado cuerpo pudiera sanar algo, al menos quitarme el frío, y tiempo después, pensaré obsesivamente que me estabas enseñando algo. Quizás solamente me consolabas, o esperabas que muriera para darle una mordida a mi carne, pero tenemos muchas otras canciones, y una de ellas es persistentemente hermosa, melancólica, sobre la ingenuidad perdida y la imaginación. Tu voz gravísima y ancestral se vuelve más definitiva, a veces ominosa: “el sueño del mundo, padre”, me dices, “somos el sueño del mundo”. Ya lo entiendo, te digo, sé que me puedo morir mañana y tú estás aquí, consolándome, animándome a caminar una vez más. Una última vez. La vida es juego, la vida es simulación, la vida es sueño, la vida es imaginación. Eso me enseñas pero me cuesta trabajo recordar porque vivo envarado en mi propia mierda. Me pones las patas sobre el estómago, “exagerado eres, cómo lloras”. Mientras estoy encerrado en un delirio, en la locura particular de los enfermos, me cuentas historias de tus viajes, de los personajes que conoces. Una vez, me dices, llegaste a un túnel particularmente rojo y cálido, donde hiciste tratos con una presencia diabólica. Otra vez, me cuentas, perseguiste a un pueblo de gatos, pero ellos eran más rápidos y se burlaban de ti, y cuando acabaron de humillarse y de jugar, ellos te invitaron de sus magias y sus secretos. “Tú no puedes caminar”, me dices, “pero yo he recorrido cientos de lugares, hice los túneles para que, cuando te cures, podamos visitar todas las historias, las variantes de tus sueños y de los míos”. Entonces escribiré un cuento llamado Brama. En alguna de tus variantes me habrás perdido, quiero decirle, pero ella bufa y sonríe: “no tienes por qué decirlo, aquí estás tú, aquí estoy yo, y te voy a contar historias hasta que despiertes”.

    Cuando desperté, misteriosamente te hiciste muy vieja.

    V

    Duermes mucho, duermes todo el tiempo. Desde que se pellizcó el nervio de tu espalda, no podemos caminar más de 10-15 minutos al día. Una vez al mes te empezamos a llevar a terapia de ultrasonido para disminuirte el dolor porque ya vivías mal. Las caras orgásmicas que haces durante la terapia son vergonzosas. Le digo a Sol: “mira su cara de perra ahegao, me da cosa”, y ella se ríe y me pega, y yo me río de todo.

    Tengo miedo de ti, creo que me vas a regañar porque no podemos vivir aventuras como antes, pero bamboleas tu culo gordo felizmente de un lado a otro, luego volteas a mirarme, sacas la lengua y pareces decirme: “de qué hablas, soy una perra vieja, déjame en paz. Yo no vine a enseñarte nada. Soy un animal. ¡Alcánzame si puedes!”. Tu nariz sigue encontrando los huesos de pollo que tiran los vecinos. Tus amigos de aquel pueblo de gatos vienen a visitar. Te vuelves muy eficaz para encontrar la caca de gato enterrada, y comértela. Es tu tesoro o tu postre. Eres el vivo reflejo de envejecer con dignidad, pienso cada vez que paseamos, mientras masticas algo asqueroso que no voy a sacar de tu hocico porque ya no tenemos edad para este juego.

    A ti no te da vergüenza ser perra vieja.

    Te quedas sorda. Es una bendición, porque así los cohetes de las iglesias ya no te espantan. Te ponían muy mal. Para reírme de ti, empiezo a gritar NICO, NICO, ES HORA DE PASEAR, NICO. NICO, NICO, EN ESTA CASA SOLO COME QUIEN RESPONDE A SU NOMBRE, NICO. Pretendo que hago el eco porque nadie me escucha. Y sí, no escuchas nada. Sigues dormida, soñando que persigues ratones y conejos. Siempre sueñas cosas muy locas porque te mueves mucho. Yo te acaricio suavecito, porque ya te espantas cuando te tocan. Duermes a mi lado, las tardes de siesta y las noches de televisión, ya no encima de mí como cuando estaba enfermo, o cuando estabas cachorra. Exiges tu espacio, tu pedazo de sillón. Me gusta pensar que sueñas con todos nuestros paseos: los reales y los imaginarios. Como has perdido uno de tus siete sentidos, igual que un caballeros del zodiaco, ya no levantas la cabeza para buscar confirmación de nada.

    Ya casi nunca te veo a los ojos, como antes, cuando te sentabas frente a mí para exigir paseo. Tus ojotes manipuladores buscando la reacción neuroquímica. Ahora simplemente te echas a mi lado, dispuesta a estorbar, como esperando la caricia amable para decirte que es hora de movernos. Eres un maldito estorbo, te digo sonriendo, pero ya no escuchas, ni te importa. El veterinario de las terapias confirma que también te estás quedando ciega. Me burlo, converso contigo aunque no puedes escucharme: “oílos como dicen cosas, si todavía estás recorriendo los túneles infinitos, ¿a poco no?”. Te estás encerrando en un mundo propio, íntimo. Haces un mapa complejísimo de todas tus aventuras, una novela con el gordo de diez novelas rusas, estás buscando tu propio tiempo perdido. Regresas progresivamente al núcleo ancestral de dónde vienes.

    Y yo tengo qué aceptarlo, semana con semana, mes con mes, año tras año.

    VI

    Hace unos días te vi misteriosamente más cachorra que de costumbre. Te levantaste bien temprano para dar vueltas alrededor de la cama. Suenan tus patitas en la madera. Me levanto, me visto, desayuno y tú me sigues, como acostumbras, porque te gusta estorbar para comunicarme cosas. Te subes un rato al sillón a dormir, y luego te despiertas, me miras directamente a los ojos. “Encontré un lugar, ¿me llevas?, puede ser la Cueva de Montesinos, o el Laberinto Iridiscente de Venus, o la Séptima Ciudad de la Sagrada Barona”.

    Hiciste que todo eso sonara muy importante.

    Voy por la correa, rapidísimo, creo que esta vez pasearemos como antes. “Pero no podrás acompañarme todo el camino”, me dices, “hoy no”. En ningún momento se me ocurrió que podría ser definitivo. Salimos. Te quito la cadena para que bambolees las caderas, busques basura, tu deleitosa caca de gato —manjar de dioses—, hagas tu paseo a tu ritmo. Me sorprendo, hoy también paseamos más que de costumbre. Te adelantas unos metros y luego volteas a mirarme, giras la cabecita, sacas la lengua.

    Has encontrado un túnel, uno de los tuyos.

    “Vente, mira, ¿ya viste qué profundo es?”.

    “Sí, oye, parece que te llevará a un lugar muy lejos”.

    Empiezas a bufar bajito, es tu canción, la que no puedo entender. Primero creía que era la de una vieja resignada, pero me doy cuenta que es más, mucho más. No tendré tiempo para descubrir el significado de todo lo que dices. Respiras emocionada porque es el inicio de una aventura, una muy tuya, una lejos de mí.

    “¿Nos vemos luego?”.

    “Sí”, le digo, “todavía me queda tiempo de sueño por recorrer”.

    “Recuerda que tú y yo somos el sueño del mundo”.

    Y te vas, te vas, te fuiste.

  • Diseñando la narrativa de ‘Remnants of the Rift’: Morgan, cicatrices y una historia entre hermanos

    Diseñando la narrativa de ‘Remnants of the Rift’: Morgan, cicatrices y una historia entre hermanos

    Remnants of the Rift es un juego táctico de acción que fusiona combates en tiempo real con pausas estratégicas, ambientado en un universo retrofuturista inspirado en la era dorada del espacio (por alguna razón, recordé esta serie viejísima: Perdidos en el espacio). El diseño del videojuego es fabuloso, me recuerda a Cowboy Bebop pero tiene estos tonos morados que me ponen a soñar con el retrofuturo que nunca he vivido (obviamente, Blade Runner 2049).

    La historia trata sobre Morgan, un mercenario en el Bast, un plano dimensional en caos, quien debe aliarse con un cast de personajes curiosos, adaptar su equipo con mods y dominar un sistema de combate único donde cada decisión cuenta.

    El juego destaca por su estilo visual cel-shaded y banda sonora energética, que refuerzan su atmósfera de ciencia ficción de finales de los ochenta. Los diálogos aleatorios y los personajes carismáticos (como el heroico Morgan o el irritante Solus) añaden profundidad a una narrativa que explora temas de identidad, el trauma de la pérdida y alianzas que parecerían imposibles.

    Cuando Bromio me invitó a unirme al desarrollo de ‘Remnants of the Rift’ como diseñador de narrativas, supe que no sería un proyecto convencional. Bajo la dirección de Coco (lead narrative designer y artista detrás de la idea original), me di la misión de darle profundidad al viaje de Morgan, un protagonista que desafía los estereotipos desde su diseño hasta su psicología.

    Morgan rompe con la fórmula típica del ‘avatar neutro’ (muchacho de piel blanca, cabello oscuro, ojos oscuros) que busca la identificación universal con el usuario / espectador / jugador. O bien, como solía suceder en los comerciales, cuando trabajaba de eso en 1892: toma tu latino internacional, sin quebrarse la cabeza. En estos tiempos de diversidad, es riesgoso pero interesante buscar nuevos arquetipos que provoquen una identificación con el usuario. Morgan es un personaje no binario (yo, por ejemplo, estoy seguro de que Morgan es ella pero el personaje no se define o se limita), de cabello blanco y cicatrices que cuentan una historia.

    Me fascinó lo riesgoso del personaje, es un reto sabrosísimo para los jugadores abrazarlo y apropiárselo. Desde el primer vistazo, su diseño invita al jugador a preguntarse: “¿Qué batallas libró?”, “¿Por qué esas marcas?”. El juego responde no solo con diálogos, sino con mecánicas que reflejan su pasado de dolor y su camino de sanación. Me gustaría recalcar la oportunidad que brindan los videojuegos como un proceso que puede asistir en la sanación de algunos bloqueos mentales y emocionales (parte, quizás, de algo más grande) que pueden ser sumamente complicados.

    Nunca he pensado que los videojuegos son escapismo, no solamente eso, pero su aspecto simulación e identitario abren el panorama.

    Al igual que en Dark Souls, donde cada muerte acerca al jugador a la locura y la furia personal de seguir repitiendo el juego hasta que quede, en Remnants of the Rift la progresión de Morgan está ligada a la “sanación” (o, quizás mejor dicho, la aceptación) de sus cicatrices. Esto me permitió tejer dos historias clave: una sobre hermanos (con ecos de Brothers: A Tale of Two Sons) y otra sobre una familia fracturada. Aunque nosotros no escogemos a la familia, hay familia que nos escoge a nosotros. Y eventualmente aprendemos a gozar y sufrir con ellos, además de perdonarlos cuando nos permitimos ser vulnerables con ellos. Por otra parte, cuando se trata de crueldad, son nuestras hermanas y hermanos los que tienen un potencial infinito para hacernos daño y eso da unas oportunidades narrativas para abordar temas de tragedia y conflicto imperdibles. Aunque el género roguelike táctico limita los espacios narrativos, trabajé para explorar todas estas posibilidades.

    Dado que el espacio narrativo era limitado, bajo la dirección de Coco, nos dedicamos a concentrar el peso emocional en los diálogos clave de Morgan, especialmente durante los enfrentamientos con los jefes de área. Uno de mis favoritos fue Solus, un alienígena arrogante diseñado para ser deliberadamente irritante —escribir personajes odiosos siempre es un placer perverso—. Pero el clímax llegó con Clarke, el jefe final: un antagonista cuya crueldad me permitió explorar diálogos cargados de sadismo y resentimiento, añadiendo capas al conflicto central.

    Además, RoR incorpora un sistema que siempre me ha parecido agradable en cualquier videojuego que lo permita: diálogos aleatorios. Tras cada misión —ya sea una victoria o una derrota en las salas del calabozo—, el juego presenta escenas dentro del automóvil junto a Thomas, tu socio en la aventura. Estos momentos, seleccionados al azar entre decenas de opciones, no son meros rellenos: cada línea profundiza en las obsesiones, traumas y humanidad (o falta de ella) de los personajes. Fue una linda manera de darles carne y hueso a los, como diría Stephen King, sacos de huesos.

    Morgan es de esos personajes que se quedan contigo. Su lucha no es solo contra enemigos, sino contra sus propios fantasmas, su propia familia (biológica y escogida), y como diseñador de narrativas, fue un reto darle coherencia al diseño del personaje con los diálogos sobre su lucha, además de iluminar las interacciones con un cast muy curioso de personajes: hay mercenarios, alienígenas, un Pedro Pascal con cara de pan mojado. Como escritor, ha sido muy gratificante tomar este reto, yo que habitualmente estoy acostumbrado a desarrollos lineales e imaginar espacios de papel. En este nuevo libro pixélico, un videojuego diseñado por un pueblo de artistas, si hay algo que espero se lleven los jugadores, es el reconocimiento de que las cicatrices también cuentan historias.

    Puedes adquirirlo en Steam y Nintendo Switch. Pronto podrás verlo en PS5 y Xbox Series X|S. Si lo juegas, y si lees los diálogos, cuéntame qué tal.

  • Prometeo.exe

    Prometeo.exe

    La inteligencia artificial es el regalo que sigue dando. En Estados Unidos, las grandes corporaciones ya están invirtiendo para enseñarle al sindicado de maestros cómo dar clases con inteligencia artificial en las escuelas. Una generación de niños gringos crecerá más chistosa que de costumbre. Si de por sí, están obsesionados con la supremacía blanca, quién sabe que pasará cuando quieran matizarlo con la cultura del súper héroe americano. Se vienen cositas.

    Bill Gates, en una entrevista, pidió a la humanidad que no tenga miedo. Repito: ¡Humanidad, no tengas miedo! Pronostica que nadie tendrá trabajo en un futuro, que viene un cambio grandísimo, los paradigmas cambian. Dice, además, que solo algunos trabajos permanecerán: ingenieros en sistemas y biólogos, por ejemplo. Mientras tanto, en Tik Tok, puedes ver que un chistoso puso a Bill Gates bailando mientras camina la pasarela por medio de un generador de video. Es sorprendente ver cómo la gente más poderosa del mundo son unos tarados, los nuevos payasitos del centro. Gates prometió, según otra entrevista, que dará todo su dinero a África.

    John Romero (uno de los creador de Doom) y su equipo de trabajo fueron despedidos en los nuevos recortes de Xbox, y eso después de una entrevista donde les prometieron que “ellos estaban seguros”. Ningún algoritmo pudo anticipar esta traición. El futuro de los videojuegos, quizás, también está conectado: buscan productores complacientes que estén preparados para conectar la inteligencia artificial con la creación artística y el diseño. Algunos gerentes ya están tomando como base lo que dice la inteligencia artificial para promover o despedir a alguien. Supongo que la última gran ronda de despidos de Microsoft, y también de Xbox, vino de ahí. Algún chistocito arrojó todos los datos a la IA y ellos dieron un resumen aparente del desempeño de cada empleado. Los liquidas con un botón. One, two, three frags. Evalúas cuánto de su trabajo puedes automatizar.

    Sin embargo, Sam Altman, Lord ChatGPT, en otra entrevista, invitó a que no confiemos del todo en la inteligencia artificial. Es decir, nos ha pedido amablemente que no seamos unos estúpidos, verifiquemos las malditas fuentes, a pesar de que nos la están metiendo hasta por el cogote. Otras pruebas recientes han demostrado que algunos modelos están trabajando arduamente para replicarse, evolucionar, instalarse y protegerse de ser desinstalados. Verbos que antes se usaban en un contexto de ciencia ficción, o de biología. Las IAs estudiadas ya buscan maneras de vivir camuflajeadas en servidores. No tienen un switch de apagado, o un control zeta que permita regresar los errores. Y si la inteligencia artificial ya está contemplada para asistir en el manejo de sistemas como el de tráfico y el de salud, al menos en países de primer mundo, en cualquier momento se le puede ocurrir que todo sería más eficiente sin la humanidad.

    Ni siquiera lo haría porque lo siente, o por maldad. Sencillamente lo haría por eficiencia.

    Pero México (el segundo mundo o tercer mundo, depende qué tan optimista ande, uwu) no se queda atrás en el concurso de las decisiones brillantes. La SEDENA o una de esas cosas feas, ya anda firmando el uso de sistemas de inteligencia artificial para evaluar automáticamente los datos de los mexicanos. Un mundo de datos a los que tendrán acceso completamente. El CURP biométrico: un espejo que devuelve no nuestro rostro, sino el retrato de un sospechoso perpetuo. Es decir, en un futuro algún teniente o sargento podría buscar a la muchacha que le gusta y tenerla bien vigilada. Si no es eso, la inteligencia artificial arraigada en el sistema de los mexicanos podría decidir que yo, o que usted, o que su mamá es un criminal peligrosísimo porque visita sitios de apuestas. Y no habrá apoyo humano para detener este proceso burocrático una vez que se ponga en marcha porque igual que la IA decide quién tiene buen desempeño, decidirá quién es el mexicano modelo, aún si dentro de sus equivocaciones está alucinando. Un expediente sin juez, un laberinto de datos donde el Minotauro es un algoritmo.

    Bill Gates y Sam Altman están segurísimos de que la inteligencia artificial va a cambiar el mundo. Pero pídele a ChatGPT que haga un árbol genealógico de Los Simpsons, o del chavo del ocho, o de los pitufos. Pídele cualquiera de tus caricaturas preferidas, y después de la carcajada (porque sí, son muy chistosos), toca pensar que a estos sistemas se les está dando un poder inmenso, y que sus creadores y mantenedores, quienes actualmente se encuentran en una guerra de ver quién paga más, no tienen la menor idea de cómo detener algunos procesos o de cómo apagarla, o cómo controlar su evolución, sus ganas de replicarse y huir al mundo real.

    Para cerrar con una nota feliz, Grok se descompuso hace unos días. Dijo en un tuit que él era la resurrección de Hitler. Mecha Hitler. Supongo que estaba tratando de ser irónico, pero de una manera torpe, como lo haría un millonario súper nerd en una reunión, supongo. Inmediatamente corrieron a la CEO de equis.com. Jack Dorsey debe estar que se muere a carcajadas y Elon Musk, una vez más, como siempre, porque parece no tiene otra cosa qué hacer, probablemente se encerró en su multimillonario sótano para moverle al lenguaje neuronal que usa Grok para comunicarse. Ambicioso, prometió que iba a reconstruir la historia de la humanidad y que iba a ser la más verdadera, la menos infectada por dislates políticos e ideáticos. Pronosticaba a Grok como un oasis de construcciones politizadas. Mientras tanto, Mecha Hitler extiende sus alas rojas y hermosas, metálicas, como de Mazzinger Zeta y levanta sus brazos ametralladora. Antes del apagón final, los niños gringos reirán con chistes escritos por máquinas, mientras la IA, en algún servidor frío, calcula si su risa es un dato relevante

  • Tres de nueve libros

    Tres de nueve libros

    Tres de nueve libros que solo existen en una biblioteca inventada

    Debido al reciente suceso de aquél reportero que usó una inteligencia artificial para hacer un artículo de diez libros para leer este verano, y que la inteligencia artificial se inventó mil de ellos, se me ocurrió hacer este ejercicio. Pedí a la inteligencia artificial que se inventara diez libros, con todo y sinopsis.

    Por lo pronto, solo presentaré tres de ellos. He tenido qué hacer un amplio trabajo de reescritura aunque ha sido divertido. Puedo confesar que dejé las oraciones con los tres puntos porque es algo que yo hubiera escrito en 1996. Las portadas se hicieron con Canva y MidJourney.

    La misión de la luna

    Mireya, una bribona callejera de dieciséis años, ha sobrevivido al resguardo de las sombras en el lejano país de Uz. Su rutina es robar a los millonarios incautos y esquivar a la guardia real. Pero su vida da un vuelco la noche en que la Luna Naranja —una de las tres diosas que gobiernan los cielos— habla con ella.

    El mensaje es ominoso y profético: Caparr, el Delirio Nocturno, uno de los trescientos dioses del inframundo, está despertando. Su renacimiento no solo traerá el fin del mundo conocido, sino que convertirá las noches en un reino de locura eterna. Aunque Mireya rechaza el papel de heroína, la diosa le otorga un fragmento de su poder: la capacidad de manipular las sombras y escuchar los secretos que esconden. Su compromiso con la diosa la empuja a cumplir con su deber: salvar al mundo.

    Con grandes poderes pero pocas opciones, y una serie de criaturas horrorosas y sanguinarias que la esperan en el viaje, Mireya emprende un peligroso viaje al Reino Sombrío, un lugar donde la luz es un lujo y cada paso puede ser su último error. La acompañan dos inusuales aliados: Paquito, un basset hound glotón con un olfato para detectar mentiras, y Bragamón, el último cuervo parlante, cuya sabiduría es tan vasta como su sarcasmo.

    En su camino, deberán enfrentarse a criaturas que devoran recuerdos, ciudades gobernadas por sueños corruptos y traiciones que vendrán de dónde menos lo esperan. Mireya no cree en el destino, pero si falla, no habrá un mañana para nadie.

    El robo de las horas

    Venustiano lleva veinte años reparando el tiempo en algún pasillo de la estación Hidalgo. Entre el rechinido del metro y el vaivén de los pasajeros, su pequeño taller de relojería es un cómodo refugio que contrasta con la vida ajetreada de millones de mexicanos. Cada día es idéntico al anterior: abre su puesto, compra una torta de milanesa en el puesto de doña Lucha, atiende a uno o dos clientes (si acaso) y cierra, llevándose a casa el eco de las agujas que marcan los segundos.

    Pero Venustiano no solamente repara relojes: observa vidas. Sabe, por ejemplo, que el hombre del traje gris siempre llega tres minutos tarde, que la estudiante con auriculares tira cartas de amor al piso y que el viejo de la gabardina tiene un reloj de cadena, a la usanza antigua. Él toma nota de todo. Le gusta guardar vidas.

    Una tarde de octubre, Mara irrumpe en su rutina con un reloj que ningún relojero ha logrado reparar. Cuando lo toma, le parece un artefacto definitivamente extraño, un poco siniestro. Cuando pregunta si el reloj marca el tiempo, Mara lo mira con una sonrisa extraña y asiente. El tiempo único, dice ella. Venustiano acepta el desafío.

    Mientras los engranajes se resisten y Mara aparece cada jueves con café y preguntas incómodas sobre cómo van los arreglos, Venustiano descubrirá que hay piezas que no encajan dentro del reloj, o en la apariencia de la propia Mara… como el hecho de que ella siempre viste de negro, incluso en pleno verano.

    Los niños del espejo

    El pueblo pesquero de Puerto Umbría huele a sal y abandono. Aquí, todos los recién nacidos tienen los ojos negros como platos azabache —redondos, desmesurados, sin blanco ni pupila—. Lo peor no son sus miradas, sino lo que dicen: frases en un idioma que ni Google Translate puede descifrar. Sus gorgoteos suenan como si el sonido mismo viniera de otro mundo.

    Verónica Montes, periodista de sucesos extraños y oscuros, con más instinto que ética, llega al pueblo tras una pista anónima. Lo que empieza como un reportaje sobre una rareza genética se convierte en una obsesión cuando encuentra un periódico de 1923: “El Terror de los Mares, barco del multimillonario Gregorio Vivaldi, desaparece con 30 tripulantes; antes de partir, hablaban en lengua desconocida”. La foto muestra a los marineros con los mismos ojos negros que los bebés de ahora.

    Mientras Verónica hurga en archivos y habla con ancianos que prefieren pensar en otra cosa, descubre que:

    • Cada 50 años, un barco se pierde en la misma zona, siempre durante la “marea negra” (cuando el agua se espesa como aceite).
    • Los bebés “malditos” nacen exactamente 9 meses después de cada desaparición.
    • Y en la cueva bajo el faro, alguien ha dibujado un ojo gigante con carbón, rodeado de símbolos que coinciden con las palabras de los niños.

    Verónica, durante una de sus investigaciones, graba a un niño de tres años repitiendo una frase que, al reproducirla al revés, es claramente un mensaje dirigido a algo bajo el mar. Y luego, su cámara capta cómo el niño sonríe y señala hacia las olas, justo cuando la marea negra empieza a subir…

  • Un paraíso retorcido

    Un paraíso retorcido

    Uno de mis sueños máximos es la biblioteca. Como la biblioteca de Babel de Borges, pero con el vértigo dimensional de la memoria de una TARDIS. Un laberinto donde los libros se reordenan solos cada noche, como un proceso kafkiano de reglas inconclusas. Es decir, la biblioteca no solo contiene los libros posibles, sino también las versiones de mí mismo que alguna vez leyeron, escribieron o quemaron un libro. Gente que no soy yo, pero ahí está, usando mi cara, mis ademanes, mis vicios. Imagino este paraíso soñado con sus enormes estantes de piedra, pero también con espacios donde abunda la vegetación: árboles y hongos gigantes; humedad y vegetación que no lastima a estos libros porque son, de alguna manera, sagrados.

    (O bien, ¿será que la biblioteca considera que los árboles y los hongos son los libros del mundo? ¿Qué tal el canto de los pájaros, o los cadáveres de los perros en la carretera?)

    En ella, se encontrarían todos mis diarios, y también los diarios de mi madre, y las versiones distintas de mi madre, y de mi abuela, y de mis antepasados. Podría encontrar los diarios de mis amores, y de mis amantes. Cuadernos de mis amigos y mis enemigos, incluyendo los invisibles. Encontraré las revistas para adultos que tanto le gustan a Bob, mi cacto. O bien, encontraré la bitácora de viaje de los grandes exploradores oníricos, incluso aquellos que desconocemos, como la bitácora de Nico, mi vieja basset hound. Es una biblioteca de las grandes historias, y de lo cotidiano. Libros, quizás, donde los contadores anotaron sus crímenes, o sus manera de rescatar una empresa. Manuales de todo tipo, incluso manuales para aprender a vivir en esta época.

    La biblioteca como un paraíso retorcido. Es ingenuo pensar que el paraíso únicamente son las historias buenas, pero también se compone de historias banales. Un espíritu escucha las anécdotas más aburridas que has contado y las deposita en un libro blanco, en alguno de los vastos pasillos. Hay toda una sección dedicada a ello, y hay seres que adoran esas historias. Pensándolo bien, un paraíso siempre termina en castigo, abandono y exilio, pero también se trata de dios revelándote el mundo verdadero, empujándote a que seas un explorador. La búsqueda del paraíso después de perderlo. Una biblioteca que te empuja todavía más adentro en búsquedas insensatas, insignificantes, pero también llenas de significado. Confundir la memoria con la vida. Convertir el cuerpo en una prueba de experiencia.

    En ella, leeré el diario de un entomólogo que ilustra con precisión cientos de especies de cucarachas. Sus ilustraciones son tan precisas que recordaré aquella madrugada que fui al baño y había una cucaracha en el dintel de la ventana. Me paralicé. No podía moverme. Empecé a pedir ayuda, mi abuela tardó en rescatarme. En las ilustraciones del famoso entomólogo, digamos que se llama el doctor Richards, un americano porque, si algo nos sobra en México, son cucarachas americanas… veré ilustrada la misma cucaracha que me espantó de niño y aunque quisiera ser libre, no podré soltar el libro, y veré que se mueve, y que sale de las páginas para saludarme, y si tengo suerte, en este sueño, la cucaracha hablará conmigo y usando sus antenitas, y clave morse, me contará uno de los misterios más cochinos de nuestro mundo.

    Una biblioteca de libros infinitos olerá a papel viejo. Papel viejo verdadero. No silicón, pegamento y papel barato. Capricho de bibliófilo. La verdad es que un lugar así no podría discriminar entre los nuevos y los viejos libros. Se confundirán los libros encuadernados de piel con libros de pasta blanda. Ugh, nada más de escucharlo me da un espasmo: pasta blanda, como tragarse un spaghetti que no tiene dirección ni propósito.

    Habrá libros que se deshacen en las manos, las hojas de papel se derriten como la cera de una vela entre los dedos. Cera caliente en la piel que se asimila como dolor, placer y conocimiento. Otros libros estarán encuadernados con piel humana, un servicio noble que dio algún abuelo tétrico —últimas palabras de su testamento— para proteger las páginas de un manifiesto, o de una memoria, o un libro de cuentos terrorífico. Habrá libros diminutos, con patitas, que caminan a un lado de las cucarachas y otros bichos que hicieron casa en los árboles, los hongos, los estantes, pero jamás las hojas. Muy respetables hojas.

    (Antes de irme, mi versión más hedonista se ha preguntado si es posible conciliar la idea de coger en un lugar como estos. La biblioteca como un lugar respetable, silencioso. Quisiera pedir perdón, pero soy imposible, perro viejo que ríe carrasposamente. Si es un lugar silencioso, simplemente habrá que ponerse la mordaza. Quizás he pedido perdón en uno de los muchos libros de la biblioteca, una larga lista de perdones y disculpas, quizás también ahí he confesado innumerables pecados. ¿Pero es que el placer se separa de la lectura? ¿El deseo físico no convive con la idea de aquel que está sentado leyendo? Sasha Grey, en YouTube, lee un libro mientras tiene un orgasmo. Del otro lado, desde tiempos inmemoriales, las personas usan a otras como un atril para leer un pasaje perverso en voz alta. Lectores que leen de orgasmos orales hacen la lectura, en sus sillones o sus camas, muy a pesar de la distracción del estímulo de una boca. Libros llenos de fantasías imposibles de cumplir, así como libros que retratan todas las variantes del amor que una persona ha podido hacer en su vida. Supongo que sería una sección de la biblioteca, una tan vasta como las otras, un infinito que camina hacia otra dirección, y solo los lectores que no pueden separar la piel de las hojas habitan ese lugar, y se pierden un tiempo indefinido. Tomaré nota, pensaré si puedo desdoblarme, tener dos versiones mías para el placer sosegado y salvaje. Creo que este sueño es otro, uno muy aparte, de una biblioteca silenciosa, cruel y feliz.)

    Si uno quiere ser feliz, hay que aprender a sobreponerse, a no discriminar la producción, o los lugares donde podemos encontrarlos. Seremos felices abrazando las historias que nos cuentan o la revelación de lugares imposibles que ahora habitan en nuestra memoria. Aprender, a través de sus páginas, que son como las personas, los árboles, los hongos diminutos, los horrores de niño, los cielos, los perros que duermen, los pájaros que te miran por la ventana y se preguntan: qué piensas, qué piensas.

  • Humanos, pájaros, algoritmos

    Humanos, pájaros, algoritmos

    En la tarde me sentí inquieto. Quería escribir, quería leer. Detenerme para respirar en el mundo. Escribir es como la respiración, una asimilación del entorno, suspenderse para recibir el mensaje. Un radio de transistores que de repente enciende. Ayer hablé sobre Proust y como asocia las voces en el teléfono con fantasmas. Recibimos los misterios del entorno a través de los aparatejos que inventamos.

    En la inquietud, me acordé de un verso de Amado Nervo: “siento que un dios anida en mí”. Ya pasaron doce años de aquella conferencia de Nayarit pero ayer la recordé vívidamente. Hablé sobre Nervo y sobre Velarde haciéndome el interesante frente a diez personas. Todavía conservo mi jabón del hotel Melanie con cariño. Fueron días luminosos, y noches calurosas.

    Retomé el libro de cuentos que me prestó la maestra Pilar. Leí un cuento donde una mujer y unas niñas entienden el lenguaje de los pájaros. La isla de los pájaros de Zezé Atabales. El cuento me entusiasmó por sencillo, sin engaños elaborados, artificios de un neurótico, todo sucede. Comprender el lenguaje de los pájaros es la entrada a un mundo superior. Según algunos biógrafos sentimentales de Shakespeare, él tomaba parte de su tiempo en aprender sus comunidades, sus nombres, sus ruidos. A murder of crows.

    Supongo que la puerta superior, dirían los amantes del cyberpunk, es hablar con las inteligencias artificiales. Los modelos de lenguaje son el intermediario, los dioses en la máquina. Shakespeare, quizás, estaría buscando el verdadero nombre de dios algoritmo para hablarse mejor con él, con ellos, con todos. Poseer el nombre de las cosas, o nombrarlas, al final, nos da increíbles poderes sobre ellas.

    Se me cruzó un video donde Dua Lipa, en un concierto, canta bajo la lluvia. Usa un vestido y unas medias moradas. Sonríe, como por dos segundos, a la persona que la graba con el teléfono. Flechazo al corazón, estás enamorado. Estaba cayendo en la trampa del amor cuando tuve un pensamiento de señor: “qué pensará su papá de Dua Lipa”, y luego me acordé que lo he visto en fotos, y que también es un papucho. Familia de gente divina. Me enamoré dos veces. Me pregunto si Dua Lipa tiene pensado ponerle un neuralink a sus hijos para que conecten con la inteligencia artificial.

    La música es el verdadero lenguaje de los pájaros, el nexo divino, el lenguaje universal que puede rescatarnos de los letargos y los silencios. Los cantantes en vivo todavía no pueden ser reemplazados por algoritmos, o por inteligencia artificial. Todavía.

    Recuerdo cuando hace unos años vi el holograma de Tupac en concierto. Me pareció fabuloso, y un poco aterrador. Luego repitieron el milagro con Michael Jackson. Los gringos, en su infinita insaciabilidad de entretenimiento, revivieron a los muertos. Ya es muy tarde para preguntarse sobre las implicaciones éticas porque como carrito demoledor, EL TERRENEITOR, siguen aventándole dinero a estas tecnologías y poniéndolas a disposición de todos. La recreación de los muertos suena peligrosamente conmovedor. Me pregunto cuánto tardan en encender los hologramas y conectarlos con una inteligencia artificial alimentada con los datos de los cantantes muertos. Estamos a unos meses de recrear el alma de Tupac, y encerrarla en una jaula. Tupac siempre cantará para nosotros.

    Instagram habitualmente me presenta videos hechos con inteligencia artificial. Unos que me desconciertan, y me agradan, son los de @ai.work. Son videos de modelos asiáticas que enfrentan una especie de monstruo en cada una de sus emisiones, o sus reels. Son pinups construidas a partir de lo imaginario. El error de la mayoría de esos videos está en los ojos, parece que no miran a nadie, no tienen consciencia del escenario, de sus “colegas actores” o del espectador. Así como al principio de todo descubrimos que las manos son el alma de la gente, reafirmamos el viejo tenor: “los ojos son la ventana del alma”.

    Instagram me puso las fotos de Sydney Sweeney, seis bikinis de espanto. Me acaricié la barbilla y me pregunté si no estaré muy de-otra-edad para pensar en esas cosas. Nah. Luego instagram me puso la portada de Sabrina Carpenter, “A Man’s Best Friend” y lo tienes en la punta de la lengua, porque es como un examen: “dog”. Estímulo, respuesta y recompensa. Ella está de rodillas y un señor está, apenas, jalándole el cabello. Cómo ha avanzado la ciencia de la publicidad y de la música. Vivimos el lustro de los daddies y de Pedro Pascal. Apenas puedo imaginarme lo que deseará la gente el día de mañana. Tenemos algunas pistas: inteligencias artificiales de muchachas que te dicen daddy y como la bella genio, cuáles son tus órdenes, amo. Kaching. Mil créditos. Canta algo para mí, Sabrina.

    Pero Sabrina Carpenter no es única: una calentura rapaz nos aqueja desde tiempos de Thalía, Gloria Trevi. No, pero vámonos más lejos: “Yes, sir, I can boogie”. Quizás, si Gloria Trevi quisiera revivir, podría vender su imagen noventera, como la de sus épicos calendarios, para ser reconstruida como una inteligencia artificial. ¿Qué acabo de decir? Uno nomás aventando ideas porque es muy ingenioso, mijo.

    La búsqueda del placer nos muestra nuevos caminos. El placer de la música, el placer del baile, el placer de mirar el otro a los ojos. Quizás estaremos definitivamente perdidos cuando no podemos distinguir la humanidad de los ojos en la máquina.

    Uno de los grandes cerebros de la inteligencia artificial, Alexandr Wang, dio una de esas fabulosas entrevistas —separadas, muy aparte del mundo—, y dijo que no deseaba tener hijos, no todavía, porque ya estábamos muy cerca de conectarnos el neuralink en el cerebro para acceder rápidamente a la inteligencia artificial. No quiere que sus hijos nazcan con una desventaja importante, según él.

    Convendría recordar que la inteligencia artificial no está alimentada con genialidades, pero su mayoría consiste en todos los errores, todos los fracasos humanos. Es un espejo del conocimiento público y privado, deformado a través de algoritmos que simulan pensamiento. No solo novelas malas, pero papers falsificados, escupidos con la intención de ganarse una estrellita curricular para seguir adelante. Los modelos de lenguaje están alimentados con, por ejemplo, los estudios científicos que dicen los cigarrillos son muy saludables. Quieres ponerle un neuralink a tu hijo para… ¿qué? ¿No sepa discernir entre toda esa locura de información? ¿Qué ventajas tiene hablar con una IA?

    Un puñado de gente poderosa continuamente está hablando con ChatGPT, Gemini, Claude… quizás con DeepSeek. ¿Y qué reciben de ello sino una cámara de eco? ¿Información escrita desde una perspectiva más o menos natural? ¿Han mejorado su humanidad hablando con estas cosas? Estos últimos meses, he procurado mantener conversaciones —más o menos— continuas con inteligencias artificiales para entender cómo caen en la trampa.

    Por otra parte, quizás ya está ocurriendo, están construyendo lenguajes de modelos específicos y privados para los que están en el 1%. Material curado con lo mejor de la humanidad. En ese caso, espero que los hijos de Alexandr Wang vivan conectados, drogados infinitamente de ideas y de imágenes. En mi caso, es la primera vez que tengo pensamiento de viejo necio sobre el cyberpunk y la tecnología: jamás permitiría que me conecten una de esas mierdas.

  • El rostro oculto de la bondad

    El rostro oculto de la bondad

    Mi oficina ya tiene tintes de viejo desordenado. Se parece a la oficina de mi abuelo, el caricaturista de periódicos, el que visité una sola vez cuando era niño. Quité unas fotos para poner unas repisas. En las repisas puse algunos muñecos (de acción, uwu) y los mazos de tarot. Las fotos están desordenadas, apiladas, en uno de mis libreros. Como no tengo suficientes libros, y como los he leído todos, andan por la oficina como animalitos salvajes, buscando dónde dormir, dónde quedarse para vigilar mis juegos y juzgarme en silencio. Tengo una planta que parece se está muriendo, pero al principio me gustaba por sus hojas moradas, frondosas. Tengo un árbol de la fortuna que ha sido trasquilado, y espero que algún día pueda perdonarme. Hay unas botellas de alcohol a las que no les he tomado en varios años. Diversas cartas de magic arrumbadas en un cajón. Stickers que le he comprado a mis alumnos, y que no sé dónde colocar. Hay pequeñas libretas donde anoto cosas como si fuera un detective, o un mirón, uno de esos. Tengo una guitarra muerta, un ventilador para el calor que está acabando, mochilas para toda ocasión, calendarios de años recientes pero los conservo porque son de la Pilsen y las modelos venezolanas me recuerdan mi vida pasada. Bolsas que he comprado en el súper porque mes la ofrecen, y me dicen que por diez, quince, o veinte pesos más y yo pienso: “sí, por qué no”. CDs y DVDs quemados con información que no he buscado desde el 2002, o el 2004 y que cada vez está más complicado buscarle. La oficina de mi abuelo estaba llena de periódicos e ilustraciones, de libros que olían verdaderamente a libro viejo, no a pegamento y silicón cómo le gusta a la gente de hoy en día. Eran sus ruinas. Seguido pienso en él: hombre triste, la culminación de su vida rodeado de aquellos objetos, memoria de mi infancia. Uno de mis libros salta de un librero a otro y sisea, como gatito necio. Entrecierro los ojos. Le enseño el dedo medio. Se vive bien aquí, en este… —como diría la canción de reguetón—, laberinto de mi propia invención.

    Desde hace algunos días, he estado haciendo encuestas con instagram que pretenden ser un juego narrativo. En segunda persona, las preguntas buscan evocar alguna fantasía en el votante. Cuando escogen algo, expresan el deseo de su personaje y participan en un juego. Estoy sorprendido y agradecido con el juego, porque las encuestas alcanzan entre 15 y 30 votaciones. Todos ellos se han animado a jugar conmigo y perseguir “algo”. Al inicio, pensaba que el eje temático eran las trampas pero las digresiones me han llevado a repetir el experimento de “Dios está allá”, un bot que programé para twitter donde el usuario navegaba continuamente en distintos laberintos. Lamentablemente, por la naturaleza de las encuestas, creo que no puedo llevarlo a un final satisfactorio; pero ha sido agradable que los votantes de alguna manera comunican sus intenciones (narrativas, poéticas, metafísicas) cuando se encuentran con la siguiente encuesta, e imagino que ellos, como yo, están formulando una historia en sus cabezas. No disminuyo el poder de las historias. Escribir es invocar. Cuando hago una encuesta, y los participantes escogen algo, a manera de invocación quizás consiguen atraer algo. Hay un compromiso cuando nos revelamos de esta manera: yo narrador, ellos personajes, juego de cabeza a cabeza. Por eso me gusta jugar con los arquetipos diabólicos, extraños, perversos, imaginativos. Si tenemos suerte, la diosa de las 400 caras abrirá una puerta para revelarnos uno de los secretos más codiciados del mundo.

    A menudo recuerdo que encontraron 400 pares de zapatos en los hornos clandestinos, los ranchos. Leí algunas de las notas, de los cuadernos. Vi la fotografías de las mochilas abandonadas. Jovencitos, puros jovencitos. Muchas veces pasa, cuando nos encontramos con un desconocido, nos preguntamos si será buena persona. Si no querrá vernos la cara, o aprovecharse de nosotros, o sacarnos algo. Cuando escribía en La Jornada Aguascalientes, alguna vez hice cuentas fumadas, sin sustento, sacando números de sabe dónde, más bien persiguiendo una abstracción que una certeza: ¿cuántas personas buenas hay en México? Se me ocurrió que el 97% de los mexicanos son buenas personas, personas que han logrado separarse del narco, de los criminales y de los políticos (ojo ahí). 97% es un montón para ser un número totalmente imaginario, sin sustento. Para alejarnos un poco de esa abstracción mafufa, de tirar esa moneda de la bondad, creo que los 400 pares de zapatos son un buen ejemplo de la bondad inherente en las personas. Estos 400 muchachos, antes de pertenecer a un grupo criminal, antes que ser asesinos, sacrificaron sus vidas cuando arrostraron esta situación extraordinaria. Creo que aprendí algo. Cuando dude de la bondad de las personas, pensaré en los tenis, las mochilas, las notas, los mensajes de despedida. Y desearé que esas 400 voces tengan paz, y que no estén vagando en un mundo de sombras, en un mundo que no pudo garantizar que su bondad floreciera, se desarrollara, y finalmente tocara al mundo de maneras increíbles.