Autor: arbolfest

  • 2020

    Quién iba a pensar. Es triste la enfermedad porque no parece tan gacha, pero luego sí lo es. Te agarra de sorpresita. Me cuidé y me sigo cuidando: poca gente, cero reuniones, sana distancia, cubrebocas, ejercicio y alimentación. Creo no tenerla o haberla tenido pero es tan rara, que igual pude haberla cachado y no me enteré. Es un matón sigiloso.

    Yo me despido de dos personas con las que crucé caminos. Ignoro si hubo más muertos. Por salud, presto atención al flujo menos de lo habitual. Creo que todos deberíamos hacer lo mismo: menos flujo.

    Espero que en el 2021, aquellos que disfrutaron de las desgracias cual si fuera porno se arrastren en el fango (véase Marimar). Mis buenos deseos. Algunos pensarán que merecen más castigo.

    2 años sin cáncer. Vamos bien, como trenecito chu-chú.

    Escribo diarios para no dejar de escribir. Pero no pude leer más libros desde que López-Gatell empezó a salir en la tele. Espero leer unos pocos el siguiente año. Jugué muchos videojuegos, eso sí.

    Creo que ya se vendieron todos mis libros de Panteón. Maldición. Tengo qué publicar en algún lado para parecer escritor serio (nah). Todo lo que me gusta se puede adquirir en Amazon. Cómprense un Kindle.

    Después de dos años, puedo decir que mi cabeza está más o menos en su lugar después de todo mi desmadre. (Entonces empieza una pandemia, pero, si les soy sincero, no se compara al estrés del cáncer y de la quimioterapia).

    Estoy aprendiendo a leer el tarot porque creo que es un lindo método para contar historias y acercarse a otros. No crean que recibo mensajes del universo, o de mi señor Baal, o del Búho Cósmico. Al rato les digo la carta del día. La última carta del 2020, uy uy uy.

    Di clases de guionismo este año. Es asombroso lo mucho que te curan los chavitos cuando permites que ellos te choreen y te cuenten cosas. Hazles creer que no sabes nada y sí, te muestran caminos extraños.

    En tiempos pandémicos, no creo que todo haya sido tan terrible como quieren hacérnoslo ver. Mucha gente está despidiendo este año como “un año horrible”, “el año terrible”. También piensen con cuánta gente hablaron y cuánta gente se relacionaron, cuántas clases tomaron y a cuántos les echaron una mano. Piensen en todas sus clases de zoom, todas las charlas que presenciaron. Piensen en todos los cambios que hicieron a sus rutinas o sus casas para tener un entorno bonito, estable. Sí, quizás se dieron cuenta de sus privilegios (ugh), pero caer en cuenta de los privilegios no es lo mismo que usarlos y extender una mano para ayudar a los otros (a todo mundo le cae el veinte, pero, ¿y la repartición?) ¿Consumieron local? ¿dejaron sus pesos en una app? ¿le dieron un extra a su repartidor de confianza? ¿De verdad, todo este año es tan horrible que deberíamos dejarlo atrás? No lo sé. Yo encontré situaciones maravillosas. También las conservo, somos lo bueno y lo horrible.

    Feliz 2021.

  • Satoshi Kon me hizo llorar mientras mordía mi taco

    Hoy en la tarde, mientras comía, puse en YouTube un documental sobre Satoshi Kon. Es uno de mis directores preferidos. Y aunque disfruto mucho sus películas (Perfect Blue, Paprika) siempre tengo presente la (¿única?) serie que hizo: Paranoia Agent. Muchas veces regreso a la escena del detective que atraviesa una especie de infierno, o de purgatorio, y que en ese lugar se encuentra con el fantasma de su esposa. Hablan, se dicen cosas, comparten su código de pareja. Luego de unos años, he aprendido lo importante que es el código de pareja, ese lenguaje que solo puede hablarse entre dos personas, que esconde un contexto y una historia, no solo de amor, o de algún entramado erótico o la complejidad de esos sentimientos que maduran, envejecen y se pudren juntos, pero también es un lenguaje de dolor, frustración y tristeza. Hablamos entre dos porque la historia es inexorable y nuestro tiempo ya está alterado, trastocado definitivamente (otra vez tú).

    El detective recibe una especie de perdón, o de aliento, un último empujón para cumplir su deber. Me cuesta trabajo entender por qué regreso obsesivamente (subrayado) a esa imagen. Caigo en cuenta que no entiendo, al menos, la mitad de mis obsesiones. La humanidad, supongo, dentro de sus múltiples aspiraciones, siempre colocará en un lugar especial el reencuentro con los suyos (una vez atravesado el río, o el Mictlán, o el cielo particular de cada quién) y recibir un perdón, el que sea.

    Más tarde, mientras en la comida mordía mi taco, el narrador del video leyó la carta de Satoshi Kon para despedirse. La carta (es una entrada de blog, pero algunos dicen que es una carta) la escribió para pedir perdón por los trabajos que no pudo completar y por los trabajos que acabaron mal, una carta muy sincera a sus colegas, sus colaboradores, sus empleados y sus amigos; pero no podía hacer más, ya el cáncer le estaba comiendo el páncreas. En algún momento, Satoshi escribe que su madre viaja para verlo y le pide perdón porque no pudo darle un cuerpo más fuerte. Dejé de comer para ponerme a berrear. Entre más viejo se hace uno, se hace más mazapán, o más malvavisco, o más mamahuevo. La carta la leí en los principios del internet, por ahí del siglo pasado, y en su momento no tuvo el mismo efecto que tuvo el día de hoy. Sí, claro, era de esperarse.

    (Me pregunto si esto algún día terminará, si podré cerrar esas puertas o si quedarán abiertas, también me pregunto si mutarán lo que soy de una manera irremediable.)

    Pero luego, para sanar el encuentro inesperado con aquel monstruo extraño de tristeza (supongamos que la vida es un RPG), me puse a trabajar en la tarde y en un giro inusual, acabé más temprano de lo esperado. Salí a correr unos cinco kilómetros y caminar unos dos más. Exploración del mundo abierto, misiones diarias para mantener al cuerpo estable y la percepción afilada. Cuando llegué a casa, me dediqué a dibujar algunos bocetos de rostros y perfiles (los hago desde que soy joven, siento que son una manera de ganar tiempo y de percibir la naturaleza de algunos personajes), luego abrí garageband para colocar algunos loops musicales y tratar de armar melodías extrañas (¿pueden llamarse así?); hoy por fin conseguí hacer algo medianamente decente, un sonido de fondo que cuenta la historia de una nave espacial y sus habitantes misteriosos y malignos. Lo admito: no sé nada de música, mi imaginación puede más. Apenas recuerdo mis clases de piano y de guitarra. Quizás debería empezar por ahí.

    Cuando no veo videos de criminales, programas de PC MASTER RACE o documentales de directores a los que admiro (ja, no, la verdad prefiero los videos de crímenes), agrego a mi lista de ver más tarde algunos que son sobre escultura digital y de creación de videojuegos, e imagino que estoy ahí, utilizando esas herramientas, especialmente las de escultura (uy, denme dos horas de bender y ya verán, haré mi propio mundo, váyanse todos al cuerno) y a través de mirar, imagino que finalmente adquiero la suficiente paciencia para aprender algunas herramientas. En el 2020 le tuve menos paciencia a la lectura y a la escritura, empecé a creer que los libros son una prisión (pero eso es una falacia, porque los libros también me hicieron libre), entonces ando como un vagabundo, aprovecho el encierro para hacer como que puedo aprender otras cosas, aún cuando tenga poco tiempo, aún cuando prefiera, por ejemplo, seguir pagándole a prostitutas del GTA para apreciar un tanto pasmado, pero también un poco sorprendido y azorado, lo buena que puede ser una simulación del sexo. En fin, no es todo lo que hago en Liberty City, también juego boliche con Román y mato a gandules que pertenecen a la mafia rusa.

    Se vive tan bien así.

  • La memoria es una cinta arruinada

    En Twitch existe un canal de ediciones en VHS. Un amable extraño prepara mixtapes de VHS cada martes, jueves y domingo para su audiencia. Dice que tiene una serie de cintas y que los hace al vuelo, con máquinas de VHS reales. Una de las primeras cosas que aprendí en el casting fue a editar en VHS. Era un perro asco y fue precisamente por eso que a mis 19 años (2001, quizás 2002, si son duchos con las computadoras, quizás entiendan lo problemático y mi urgencia, además de la angustia de sentirme atrapado en viejos formatos), sentí un ardor de cohetes en la cola por modernizar el negocio y hacer todo lo posible para cambiarnos a computadoras.

    No dormía días enteros por esas ediciones asquerosas en tiempo real que eran sumamente frágiles y laboriosas. Hubo errores que me costaron regresar toda la cinta para volver a empezar, así como hubo errores que me costaron ambas cintas y me metieron en tales problemas, que debía ver cómo recuperar o rehacer los castings. Tengo algo de síndrome de Estocolmo. También siento nostalgia por mi torturador: el viejo formato, los colores deslavados, las cintas estropeadas, el temblor de las imágenes. Creo que cuando veo estos videos ridículos y fascinantes regreso a esa parte ridícula de mi pasado. El canal se llama Forgotten VCR. Pueden suscribirse en Twitch para que les avise de nuevos mixtapes. Hice promoción en Twitter y un amable extraño me regaló una suscripción de un mes. Me siento obligado a regresar el favor. Quizás lo haga si algún turista accidental me lo pide.

    Si tuviera un canal de Twitch, creo que editaría porno con filtros hasta hacerlo irreconocible. Más allá de una cinta vhs, de un archivo estropeado, hasta dejarlo corrompido más allá de cualquier reconocimiento. Pero el trabajo creo que sería laborioso: descargar los videos, buscar las aplicaciones o hacer el glitching manual (corrupción de datos, yay, mi preferido). Después de agarrarle el gusto (porque por eso el porno, agarrar el gusto de estos procesos repetitivos y laboriosos debe empezar en algún lado), terminaría por hacer lo mismo con otros videos: paseos 4k en Tokio, largos recorridos de tren o en parques, videos lo-fi con más animación que de la acostumbrada. Combinaría videos, haría monstruos, una especie de bestiario de sonido e imagen. Creo que algunas obsesiones nunca mueren. Es una niñería pero no me molesta abundar en esos experimentos últimamente.

    Como siempre, la imaginación es más poderosa que el acto. En estos tiempos de encierro y de pandemia, en estos tiempos de sobrevivir al cáncer y explorar oficios nuevos, este tiempo de tener una extraña estabilidad a pesar de un círculo de desgracias, estoy contento con mi existencia. No puedo hacer más con ella, creo que la he sobrellevado bastante bien. He trabajado, sin prisas, en recuperar el placer de escribir ficción y planear proyectos literarios. Esas otras cosas, las divagaciones del vagabundo: los videojuegos y el streaming, los videos rotos y los sueños de construir historias extrañas son un placer sosegado para alguien que puede morirse el día de mañana por una gripita absurda. He dejado de leer libros, pero no tengo prisa. He leído más de lo que imaginé jamás podría leer y eso ya nadie puede arrebatármelo.

  • El umbral catódico

    Pienso en toda la información que tengo en mi cerebro acerca de mi trabajo y lamento, cuando algún día termine (nada es infinito), lo mucho que tardará en borrarse de mi cabeza. Tengo un registro de jugadores obsesivos, mañas, cuánto gastan, con quienes tienen alianzas “secretas” y con quienes “hacen chanchullo”. Otras cosas solamente son especulaciones, redes de relaciones que hago en mi cabeza: a dónde va el dinero, quién está cobrando porque los otros ganen, cuánto de su mensualidad tienen planeado gastar para ayudar a sus alianzas. Es un juego muy complicado. Aunque la información, en primera instancia, podría parecer fascinante también es inútil. Los ludópatas son fascinantes cuando son descubiertos, después son una carga, información inútil, humanidad que se ha perdido en el vicio del juego. En Death Stranding hablan del Homo Ludens, después me enteré que esto es un libro, una teoría más o menos sería. Estamos hechos para jugar. Si somos la imagen y semejanza de dios simulación, entonces debería dejar de lamentarme y aceptar, quizás, que somos puro juego.

    En la mañana prendí la bomba de agua. La pausa para que empezara a sonar me pareció, aunque breve, un milisegundo más larga que lo habitual. Inmediatamente pensé que había muerto, que había atravesado el umbral (pienso en esto muy a menudo, desde el cáncer creo que todos son umbrales de consciencia, aprendizaje y aceptación. Uno camina para recibir el mundo y sus consecuencias). Quizás ya soy un fantasma que atraviesa las paredes, pura consciencia que se engaña con que todavía tiene un cuerpo, rutinas y obligaciones. También pensé, por qué no, que había atravesado este mundo para entrar a otro. La realidad es que hubo un choque eléctrico y mis órganos se licuaron por dentro, pero mi consciencia se transportó a otra versión del mundo para darme una oportunidad (¿de qué?). Mi esposa aún me habla, el perro aún me sigue a todas partes, engañarse uno mismo es un deporte para darle variedad a la vida. La verdad son umbrales de razón y de locura.

    Un alumno me pidió matrimonio en su tarea. (Exagero). En realidad, la tarea tenía una página extra con el siguiente mensaje: “NOS VAMOS A CASAR”. Me dio risa, dejé una pequeña nota: “¿Nos vamos a qué?” y, al momento de devolverla, rechacé sutilmente la propuesta de matrimonio. Al día siguiente, el alumno me envió un mensaje: “JAJAJA, profesor, lo siento mucho, es que hacía la tarea con mi novia”. Esas mayúsculas en el jajaja es algo que solamente me permito con mis amigos (notas de etiqueta virtual). Sopesé la idea de sacar el rango, la casta y el cobre. He preferido guardar un pequeño silencio. Muy probablemente, el novio pidió a la novia que le hiciera la tarea (algo que sospechaba desde el mero inicio, estos tiempos pandémicos se prestan para todo tipo de trampas y juegos inusuales). Pobre muchacha. El muchacho es medio huevón y tramposo, no le conviene mucho, pero qué decir. Uno le agarra cariño a sus monstruos. Espero, de cualquier modo, que la muchacha disfrute las lecturas y el material que le estoy dejando a su muchacho.

    He sobrepuesto un efecto de monitor CRT a mis videos y transmisiones usando OBS. Suelo grabar todo lo que juego, aunque no lo transmita. Grabo el material para tenerlo de referencia, desde niño me gustaba preparar cintas con mis intentos en los videojuegos (creo que mi VHS más valioso, antes de que se perdiera en la vorágine de las mudanzas, fue mi récord personal en Ninja Gaiden III. Ahora solo es uno de esos objetos míticos de mi memoria). En GTA: San Andreas el efecto se ve interesante, hasta parece que era necesario. Quizás los monitores de cátodos nos ayudaban a darle textura a los polígonos perfectos y los colores lisos. Unas horas más tarde, grabé una sesión de Overwatch y al día siguiente, cuando me puse a analizar el resultado, mi efecto retro e improvisado no me convenció del todo (quizás hay mejores maneras de implementarlo, pero me fui por la más sencilla de todas: transparencias y capas). Los juegos de hoy están hechos para sumergirse en una perfección y detalle imposibles. La distorsión de los colores además del dinamismo del juego impiden que el detalle se vea claramente y el efecto solo amplifica la distorsión. Grabaré unas cuantas sesiones más así. Probablemente acabaré por enamorarme de los colores y las líneas, de los cátodos falsos, así como uno adopta recuerdos para continuar con el placer de vivir.

  • El dios de la memoria

    Un alumno me compartió un videojuego que se llama The Longing. Eres un espíritu negro que espera la resurrección del señor del mal en una cueva. Son 400 días de espera, mientras tanto, puedes vivir algunas aventuras en la cueva, o puedes leer libros (Moby Dick, por ejemplo, la descripción dice que, por el momento, solo libros en inglés. Uno de sus logros es el libro infinito. Qué ambicioso, pero también qué dulce). La premisa es interesante, un juego que te compromete durante más de un año a vivir su aventura prometida. Si abandonas al espíritu negro, te advierten los desarrolladores con que se sentirá solo. ¿Se volverá loquito? ¿Se comerá a sí mismo? ¿Se morderá los brazos, los muslos? ¿Se cortará el sexo (¿tendrá?) para cocinarlo en un taco y tragárselo? Igual que se escribe una novela, imagino que puedo jugarlo durante 400 días. Probablemente con eso tengo. O no.

    Mientras jugaba San Andreas, recordé una peculiaridad de ese juego. Cada vez que guardas, adelantas el tiempo unas horas y hay un registro que cuenta la cantidad de días adentro del juego (recuerdo un cielo de anoche, llovía y estaba rojo; tiene los cielos más extraños y más melancólicos). Me pasaba lo mismo en Final Fantasy Tactics; avanzas una casilla y el tiempo aumenta en un día (o un mes, no recuerdo con exactitud) y todos envejecen. En la biografía continuamente puedes revisar la edad de tus personajes. Una de mis angustias con estos juegos y su calendario, es que suelo pensar que el tiempo avanza más rápido adentro y que eventualmente mi personaje morirá de viejo, o se romperá las dos piernas porque se le acabó el líquido de las rodillas, o le dará un cáncer. Sí, me era especialmente doloroso jugar The Sims.

    En uno de los paseos de Nico, pensé que la memoria es un capricho (la perra me vigila silenciosamente, aumenta su presencia y pide una caricia). Tenemos reuniones con los amigos para transformar la memoria en un consenso. Últimamente, me he convencido que he logrado distorsionar mi memoria de más maneras de las que me gustaría admitir. Hay que proteger al sistema de creencias, lo que hace al individuo despertarse cada mañana. Quizás la memoria no es tan importante como nos han hecho creer. Que no me escuche el dios de la memoria, quién sabe como él expresa su furia.

  • La última novela

    Habrá días mejores, Bob Ross. Tengo una vaga memoria de verlo en Canal Once mientras pintaba tormentas. Entonces hablaba de los días negros, de las nubes tumultuosas, del niño que piensa sobre su futuro atormentado. Pero todo acabará, todo quedará contenido en el cuadro o en una caja de madera. Nada es para siempre, la misma finitud nos espera.

    No estoy triste o cansado, solo de vez en cuando recuerdo cuando los días eran otros; podía ver a Bob Ross y no pensar en él, sino esperar al día de mañana, al cuadro de los arbolitos felices y las ardillas de ficción. Quizás una familia de ardillas vive ahí y sacan los juegos de mesa todos los domingos, y se pelean mucho porque creen que las respuestas son tramposas, pero también ríen mientras parten las nueces y se las comparten como el pan y el vino. Este tren de pensamiento no es enteramente mi culpa; Simon & Garfunkel suenan en el radio, obviamente la música vieja recuerda días familiares, días de paz y la vie en rose.

    El otro día me levanté pensando que debía comprar un radio de transistores. Extraño las perillas, los números impresos, los focos amarillos sobre un cartón que parece inmortal y las antenas que recogen el ruido que hacen los fantasmas del mundo. Quizás simplemente quiero jugar Fallout. Un juego de pasados falsos, de pasados que no existen y exacerbadas imágenes sobre la década de los 40-50. Quizás quiero caminar por un paraje desolado, pero fantástico, con algunos retos y animales mutantes, salvajes. Death Stranding era precioso para la soledad y el terror de caminar, pero me faltaba aventura y recolección.

    (Recoger los paquetes perdidos en Death Stranding es lo mismo que abandonarlos, no puedes quedarte con ellos, no sirven de nada, tienes qué dejarlos ir. Por otro lado, tu equipo eventualmente se destruye: las botas, las armaduras, las armas. Un poco de Kojima y su filosofía, supongo.)

    Investigaba si debía hacer algún cambio en mi configuración de rutina. Posiblemente no, creo que podré escribir una novela y transmitirlo. Quizás el secreto, como siempre, desde que inicié mi viaje de creador, es dejar de pensar en la distribución correcta del contenido: si mandarlo a un concurso, si publicarlo en una editorial, si subirlo al blog o autopublicación digital (la cual, espero me perdonen el comentario, pero creo que es mucho más digna que publicarse en una editorial independiente [sí, tal vez depende de la editorial y del contexto]). La escritura es independiente de los medios y los métodos. Si algo me daban los blogs al inicio, es una escritura primitiva y salvaje, el trabajo sin filtros. Me da flojera todo lo demás: ponerle baba en el copete para que algún maestro lo acepte. Habrá días mejores o días benditos, por lo pronto, solo quiero imaginar o, mejor dicho, jugar a que puedo escribir una última novela.

    Después me pregunté por qué los estudiantes tendrán miedo a sentirse tristes.

  • Los ritos de un supuesto Apocalipsis

    Qué tan mal estará el mundo allá afuera. Domingo, 7 de la noche, unos vecinos tienen el sonido a todo lo que da. La mezcla está buena, el DJ sabe lo que hace. Gritan, silban y me los imagino alzando los brazos, bailando, alzándose la falda, tocándose el pecho. Cuerpos bonitos y cuerpos gordos, sudorosos, ridículos, apretando los labios como una caricatura que procura olvidarse de la enfermedad, el hastío, las muertes, el mal gobierno. Una misa especial para olvidarse del virus. Yo no estoy mejor. Esta tarde me hicieron falta unas plumas e hice una desviación a MINISO. No estaba atiborrado pero había mucha gente. Que me dé la última gripa nomás porque quería unas tintas. No salí corriendo porque todos traían cubrebocas y conservaban su distancia. El ridículo. Salí a correr. Ojalá pudiera correr como antes, a veces pienso, pero creo que es lo mismo. Hace unas noches ardía en deseos de comenzar a escribir una novela.

    Quiero escribir todas las noches. No todas las noches. Pero todas las noches y cuantas noches sea posible. El otro día tuve el pensamiento persistente de que debería iniciar la escritura de mi última novela. Así, la última, igual que un vaquero inicia su último viaje o un espía hace un último trabajito. Una novela gorda y ambiciosa, sin rumbo fijo, un viaje extraño para responder y hacerse preguntas. Pensé que así debía hacerlo porque luego planearla, estructurarla o mapearla, solo detiene el impulso de escribirla. Creo que es hora de hacerlo porque, pienso, si me da el virus y me asesina, me habrá agarrado vencido, sin deseos y medio patético.

    Nah, quiero que le cueste trabajo llevarme. Quizás escribir es construir el mundo a donde llegarás cuando todo esto termine.

    También pensé que debía transmitirlo, así como muchos transmiten su hora de trabajo: escritura nocturna de una hora, alrededor de las 8 o 9 de la noche y luego cierro el documento, empiezo a jugar, y me olvido de todo lo que escribí para hacerlo el siguiente día. Últimamente me desvelo felizmente porque no quiero ceder todo mi tiempo a la neurosis, al trabajo, a la televisión. También me gustaría acabar los otros dos proyectos que empecé: una novela y un libro sobre Mortal Kombat. Creo que como práctica terminaré estos dos libros antes de iniciar mi locura, la última novela. Es gracioso porque se me ocurre que esta última novela podría seguirse escribiendo hasta mis noventa años, hasta que sea un viejo y olvide la mitad de mi lenguaje, una ambición muy similar a la de Proust o la de Joyce. Es lindo soñar con ellos, pero no hay manera de simular o entender su genialidad a no ser que uno se siente a intentarlo. Así que quiero hacerlo, y quiero fracasar mientras lo hago, quiero darme una tarea de toda una vida.

    (Es lunes y he perdido un poco de entusiasmo. Como dije, estos son párrafos que se escriben cada tanto, a veces día a día y el sentimiento puede cambiar. Mantener un diario asincrónico puede ser una tarea extraña. Pero no todo está perdido: releerme me recupera un poco de paz. Quizás lo haga. Quizás lo intente esta noche, o la siguiente, o una anterior, porque también la publicación es asincrónica. Quién sabe cuando publicaré esto).