Autor: arbolfest

  • La felicidad de ser una botarga

    Hace algunos meses, una señora —más o menos popular— en twitter/equis expresó uno de esos hot takes que, si yo no fuera docente y estuviera atrapado en la vorágine de la juventud y sus malditas ocurrencias, me parecería muy sensato: ningún adulto funcional —específicamente varón—, o deseable siquiera, llena su computadora o su tablet de estampitas. 

    Podría estar de acuerdo con la señora pero me es imposible porque estoy tomando un curso sobre violencias, y ya estuvo bueno de los estereotipos de género —golpe enérgico a una mesa imaginaria—. 

    Me habría gustado ser uno de esos señores sombríos y elegantes que poseen algún auto gris cobalto y tienen acceso a una isla misteriosa donde algún político, con la máscara de un minotauro, te persigue desnudo entre los matorrales, pero le doy clase a unos muchachos que consumen caricaturas y videojuegos, y continuamente me regalan estampas, y ahora mis chunches están llenos de colores, y de caras, y diseños chidos. 

    Y no me molesta, desde chavito ya llenaba mis cuadernos de estampitas. 

    Tampoco me alcanza el presupuesto para ser un señor misterioso porque, si algo vale un dineral en el capitalismo rampante del 2020 y tantos, es la privacidad. 

    Pronto ya no serás ni dueño de tu cara, pues. Ya hay una inteligencia artificial que está planeando alimentarse con el juguito de tus lágrimas mientras algún ruso en MidJourney programa tu cara para salir en una de esas épicas pornográficas. 

    Regresando a las estampitas, en publicidad también era lo mismo; los productores y seconds tenían sus equipos y sus maletines forrados de estampitas. Pero las estampitas solían tener algún mensaje chabacano, relacionado a alguna película, quizás una de Tarantino o una de Lars von Trier. 

    Parece que buscamos un significado en estos adornos, como si pudiéramos trasladar algunos de nuestros amores y encontrar almas afines. Usamos la imagen para expresarnos y apostamos que los otros nos escuchan. 

    Me acuerdo cuando, por ejemplo, me detuvieron en la calle para decirme que estaba chida alguna de mis playeras. 

    Dos cuadras después, rumiando mi ingenio de la escalera, pensaba: quizás ese que acaba de pasar es el nuevo amor de mi vida, es un hermano que me hubiera gustado conocer. Sin vergüenza, me hice de algunas ideas: «es que si juntamos los creditos infonavit, pues ya, abrimos nuestro vecindario para la gente de playeras padres y empezamos nuestro culto». 

    Mi cuerpo es un bestiario: pero más allá de las historias, y de los animales, también soy un catálogo de productos. 

    Por otra parte, he oído en los pasillos a otro profe, creo que de Arquitectura, burlarse gentilmente de las playeras estampadas. Dice que la gente parece botargas (matando así mis expectativas de un culto). Probablemente tiene razón; escribo esto mientras uso una de mis playeras de cacodemon, mi bestia preferida de Doom. 

    Soy la botarga de un ente diabólico y capitalista. 

    Si estuviera en mis posibilidades ser uno de esos señores elegantes y misteriosos, uno que siempre está vistiendo de colores sobrios y planos, y cuyos dispositivos no revelan marcas o dan a entender algún estado socioeconómico imaginario, ¿qué historia estaría comunicando? 

    Quizás diría que tengo un sastre, y que mando a hacer mi propia ropa. O bien, si tengo esta carcasa que esconde la manzana de mi teléfono, que valúo mi discreción antes de cualquier idea de pertenecer a una tribu. 

    Mis cosas dirían que me alcanza el dinero para comunicar que no tengo mensaje qué comunicar. 

    Pero este es un pensamiento que ya se siente viejo, o se siente rancio, incluso si la idea no es comunicar nada o comunicar en exceso. Nuevamente, quizás, o eso nos quiere hacer creer el diablo: la humanidad ya está convertida en un producto, ¿por qué luchar contra eso? ¿O por qué renegar de la imaginación humana, que es capaz de objetificar y transformar a cualquier persona que deseemos en consumo?  

    Me sorprende mucho, por ejemplo, que últimamente Tik Tok me presenta personas que se hacen pasar por NPCs y, simulando los encuentros que tendría un jugador con alguno de estos entes digitales, cuando les regalas algo durante sus lives, ellos reaccionan de alguna manera. 

    Si les regalas una rosa, ellos reaccionan con un diálogo predeterminado, como agradecer la rosa o maldecirla. Otros maúllan. Maúllan siempre. Nyah~. 

    Son como estas «estatuas vivientes» que puedes encontrarte en las plazas: les echas una moneda y empiezan a moverse. Incluso podrías animarte a tomarte una foto con estas extrañezas porque es mágico darse cuenta que esta persona existe para tu placer, y tu dinero. 

    El NPC casi tiene el mismo encanto —y provoca la misma extrañeza— sino fuera porque el ritmo frenético de los espectadores los obliga a actuar continuamente. 

    Ahí viene otro tema un poco escabroso, pero también juguetón, que va sobre cómo esperamos romper al NPC (esa persona que no es persona, pero así queremos quebrarla). En un videojuego, quizás un GTA, es común que sigamos a uno de estos entes virtuales para activar su diálogo una y otra vez. 

    En una de esas, en el proceso de curar nuestro ocio, tal vez nuestra soledad, buscamos un glitch. 

    Los NPC probablemente son una variante de este otro creador de contenido: el glotón de YouTube; la interacción no es inmediata pero también es de consumo cumulativo. Miramos a una persona comer hasta que rompe su salud. Lo fomentamos a través de likes y de comentarios, mientras en un proceso aparte, el del documentador, guardamos nota de cuánto está tragando y cómo gradualmente su cuerpo puede romperse.

    Cuando salió Super Size Me, pensé que era uno de esos documentales morbosos, pero aislados, y que no habría de replicarse. No imaginaba entonces que YouTube se llenaría de alegres tragones dispuestos a engordar para sus audiencias. 

    Es encantador, pero también triste, cómo tenemos el poder para ser testigos de la ruina. Esa ruina, separada por una pantalla y la distancia, nos hace sentir seguros, lejanos. 

    Sabemos que eso que estamos viendo es una persona, pero es una persona generada, irreal. Si extendemos la mano, no nos preocupamos por tocarla. Convertimos al otro en una ficción, así como las celebridades cuentan su propia historia y crean sus propios mitos (son maestros en eso), el espectador se da rienda suelta para crear la vida de los extraños. 

    Pero creo que ya puedo cerrar el fárrago de esta ocasión. Tres cosas que llamaron mi atención en estas semanas. 

    Un compositor español usa Chat GPT para componer una rola como la de Rammstein. No creo que sea una gran canción, pero hace un ejercicio entretenido y valioso. Creo que las inteligencias artificiales son ejercicios de imaginación y excelentes compañeros de prácticas cuando están bien aplicadas.  

    En una de mis clases de narrativas, trato de transmitir la complejidad de Dwarf Fortress aunque es un reto desarrollar un poco de literatura generativa en una sola clase. La idea, quizás, es inspirarlos a crear algoritmos que generen historias (y que se cuenten con ayuda del jugador).

    Acá hay un documental que habla del algoritmo de este juego complejísimo, donde manejas a un grupo de enanos que están dispuestos a crear un legado: 

    Y finalmente, hablando de NPCs e influencers, me encontré con la historia escabrosa de un chino que visitaba un edificio abandonado que parecía esconder unas muñecas en ácido: 

    No es la primera vez que escucho de chinos que cambian su discurso, o cambian su manera de comunicarse, después de contar alguna historia en línea que toca fibras sociales sensibles.

    Por eso les deseo una linda semana, y que el coco chino no los encuentre navegando en lugares escabrosos, y oscuros. 


    ANTES DE IRTE:

    Mi último libro publicado trata sobre el cáncer, y la ficción que escribí durante el cáncer.

    Se llama La feria del cerdo, versión negra.

    Puede adquirirse en:

    Google: https://play.google.com/store/books/details?id=DprKEAAAQBAJ
    Audiolibro de google: https://play.google.com/store/audiobooks/details?id=AQAAAEBiAjBCQM
    Apple: https://books.apple.com/mx/book/la-feria-del-cerdo/id6451119893
    Amazon: https://a.co/d/6Y6TTgf

    Y como lo prometí, una de mis primas está escribiendo unos cuentos eróticos de campeonato. Si tienen Kindle Unlimited, pueden leerlos de manera gratuita.

    Encuentro con el dios de los videojuegos: https://a.co/d/3ieKT0r
    Encuentro con el demonio: https://a.co/d/cCt3TN6

    Gracias por leer.

  • Solo los mensos caminan más de diez mil pasos al día

    Cuando empezó el rollo de la pandemia, y después de sobrevivir al cáncer, uno de mis objetivos necios era caminar o correr un mínimo de diez mil pasos al día.

    Bueno, era un objetivo necio desde mucho antes, creo que nació en esos tiempos que fumaba dos cajetillas diarias (circa 2008), empecé a tener sueños lúcidos con que iba a ejercitar mucho las piernas y formar un cuerpo de campeonato hecho nomás de caminar.

    Incluso compré podómetros, algunos todavía los conservo. Cuando me aburrí de ellos, fue porque algunos viejos juegos de la Nintendo DS me ayudaron a mantener un registro de esta cantidad de pasos.

    Pokémon Soulsilver no solamente fue uno de mis vicios más difíciles de dejar (fue cuando aprendí que los pokemones tenían valores ocultos: los iv y los ev), pero también lo utilicé como un diario de caminatas.

    En ese entonces, contar pasos era para loquitos de la salud y de los números. Es cada vez más fácil conseguir algún aparato que nos ayude a mantener un registro de pasos. La mayoría de los teléfonos nuevos guardan estos datos: si no incluyen un podómetro, al menos tienen un registro de los lugares, las distancias y los kilómetros recorridos.

    Si les interesa saber, para un señor calvo, barbón, con una panza respetable, de 1.80, unos diez mil pasos se traducen a alrededor de cinco kilómetros diarios. Todo depende de la zancada. La mía mide unos 0.60-0.70 centímetros.

    Ese número de pasos viene de una creencia de viejitas (y modelos de salud desactualizados, o rancios), que insisten es el número mínimo que debe caminarse para mantener una salud óptima.

    Quisiera subrayar eso de salud óptima porque suena a panfleto. No subrayo eso de la creencia de viejitas porque no quiero que aparezca una señora terrible como de serie de Mike Flanagan a regañarme.

    Aunque imagino perfectamente a mi abuela revisando su podómetro, y empujándonos a caminar por nuestras viejas calles, como ratoncitos que están escapando de la muerte y que exigen a su propia biología que sea más flexible con uno mismo por el amor de dios.

    A inicios de año, leí a un médico por ahí (quizás en Medium, o en una de esas apps para hacer ejercicio, perdón, no tengo la fuente), también corredor, que se animó a confrontar el número y dijo que unos 6000-7000 pasos, en sus pacientes de cincuenta para arriba, era una señal de excelente salud e invitaba gentilmente a bajarle al número para evitar las angustias por cumplir con metas que pudieran ser irreales, especialmente para vidas que son sedentarias.

    Por consecuencia de ese artículo, le bajé unos miles a mi meta y ahora procuro caminar, al menos, unos 7,500 pasos al día.

    Entonces, como caído del cielo, el newsletter de The Futurist me mandó a leer un artículo que da los datos de un estudio sobre la cantidad mínima de pasos que se necesitan para conservar la buena salud.

    Si estás empezando de cero, y no haces nada, con 2300-2500 ya hay algunos beneficios para tu salud, como que una reducción a enfermedades cardiovasculares. La cantidad de pasos chida está entre 7,500-13,000, pero unos 6,000-10,000 son más que suficiente para pasarla bien.

    Pero no me hagan caso, aquí pueden leerlo a detalle.

    Este inicio de curso estoy caminando entre 10,000 y 13,000 pasos al día.

    Como parte de mi compromiso para establecer, finalmente, mi identidad poblana y cholulteca, me estoy subiendo a los camiones que durante tanto tiempo me había negado a agarrar.

    Es momento de aceptar que nunca voy a regresar a la Ciudad de México y que hace algunos años dejé de ser chilango. También es momento de aceptar que la pandemia se convirtió en ese diablo del que nadie quiere hablar, un mal sueño que ya pasó y ver cómo si estuvieran locos a la gente que todavía usa cubrebocas.

    (Puede que yo sea uno de ellos, al menos en el transporte público).

    En la Ciudad de México, el transporte público era mucho más claro: tomas un camión que te lleva como animal de encierro hacia tu metro, ese agujero que tiene tu forma, pagas tu boleto infernal para contemplar las vías y tratar de no pensar en la oscuridad y el vacío, y luego que te despierta la estridencia sobrenatural de la orange limousine, te metes a un vagón para ver a dos adolescentes manosearse mientras una bocina de flashazos neón te despierta, y te vende unas plumas a diez pesos.

    La tinta de unas plumas chinas es el verdadero saborcito que nos hace pensar que todo saldrá bien y ya, te olvidas de matarte.

    El transporte público de Puebla es caótico. Aumenta la sensación de que te llevan como una vaca al matadero y las rutas son muy frustrantes porque cambian, o no siempre pasan, o sus horarios no son muy consistentes.

    Tan solo en estas dos semanas, sospecho que cerraron dos de las rutas que pensaba tomar para moverme de un lugar a otro. Eso o ya pasan nuevos camiones que me van a llevar al umbral místico del mediodía.

    Y, sin embargo, estoy dispuesto a experimentar, perderme un poco y caminar algunas de las distancias para ahorrarme unos pesos y estirar las piernas.

    Las caminatas han abierto la apreciación a los lugares, los espacios. Faltan banquetas, pero no falta gente y no faltan lugares donde uno perciba una especie de familiaridad, el inicio de un hogar. Podría haber más árboles, más adoquines, podría haber espacios más amigables con el peatón, los bicitecas y muchos menos autos. Pero esa es la lucha perpetua del peatón contra la insensatez.

    La caminata, como siempre, es la acción que nos revela nuestro hogar, y nuestro espacio en la comunidad. Caminando es el modo que descubrimos nuevas madrigueras, lugares de ocio o lugares de esperanza.

    Y, sin embargo, es lo que también me da tristeza. Estas semana he leído en redes sociales de los secuestros en Lagos de Moreno, el reclutamiento forzado de jóvenes al narco, entonces recuerdo y reafirmo que nuestro país puede ser muy cruel con los caminantes y los viajeros.

    No es exclusivo de esta década, de este sexenio siquiera; desde que era un morrito y vivía cerquita de la Moctezuma, en la ciudad de México, sabía que algunas calles estaban prohibidas porque eran los barrios de algunos narcos. O bien, que no podía caminar por todas las calles de La Viga, en Iztapalapa, porque pertenecían a algunas bandas.

    Roberto Bolaño escribió 2666 nomás de ver la cantidad de muertas en Juárez. El capítulo que más me impactó de su novela es una larga lista de nombres, todas las mujeres asesinadas y se leía como una letanía, como una carga. (Quizás, creo, es el único capítulo realmente valioso de su novela).

    Algunos de mis alumnos me cuentan que espacios aledaños a la universidad no deben caminarse sin cuidado porque es muy probable que lo asalten a uno.

    Como mexicano, aceptas y asimilas que toda esta belleza, el descubrimiento de tu espacio vital, también viene con algunos frutos podridos, frutos que nacen de algunos cadáveres.

    Pero como solía escribir en la columna de LJA, y como sigo creyendo hoy en día: pienso —ilusamente— que hay más gente buena que mala, y que por probabilidades, la mordida a la manzana será dulce antes que le arranques la cabeza al gusano.

    Y aún cuando sé que esta creencia es un tanto boba, espero que si todos creemos en esta bondad comunitaria, esta bondad interna que está a nuestro alcance (en todo momento), el sentimiento se distribuya y eso ayudará a disminuir —un poco— el dolor, y la muerte. No compondrá las cosas, lo sé, pero tampoco las empeora.

    Ya para cerrar el fárrago de esta semana, me gustaría compartir dos cosas:

    Hace algunos meses, como objetivo de pandemia, pensé que debía construir una computadora clásica para construir algunos juegos en su hábitat anquilosado, rústico, oxidado y natural, después se me ocurrió que la solución —como la furia de mr. Roboto— era configurar distintas máquinas virtuales, pero eventualmente Linus Tech Tips me enseñó la luz.

    Existe un emulador de código abierto de PC con distintos set ups. Prácticamente construyes una máquina virtual con algunos pocos clicks, y tiene una gran versatilidad para configurar el hardware. Mi cartera me lo acaba de agradecer.

    Pueden descargarlo en: https://pcem-emulator.co.uk/

    (Aunque sigo queriendo uno de esos monitores viejos por necio).

    Otra cosa chidísima es la casa invisible, afuera del parque de arbolitos de Josué. Si tienen lana para viajar y rentarse este AirBNB, tienen fotos garantizadas para que se vea algo chido.

    Supongo que es una casa específicamente construida para influencers y sus caprichitos digitales de presumir viajes y aventuras, aún cuando las nubes sean falsas y los filtros no permitan verlo todo bien.

    Bueno, si eres un influencer, tienes lana o se te deschavetó la cabeza y no pudiste evitarlo, pero tuviste que visitar esta casa, mándame una foto.

    Me gustan los videos que recorren casas caras porque me hace pensar en mi mundo de Minecraft y que quiero una mansión de Batman en cada isla.

    Cruzo los dedos, que se me haga la buena.


    ANTES DE IRTE:

    Mi último libro publicado trata sobre el cáncer, y la ficción que escribí durante el cáncer.

    Se llama La feria del cerdo, versión negra.

    Puede adquirirse en:

    Google: https://play.google.com/store/books/details?id=DprKEAAAQBAJ
    Audiolibro de google: https://play.google.com/store/audiobooks/details?id=AQAAAEBiAjBCQM
    Apple: https://books.apple.com/mx/book/la-feria-del-cerdo/id6451119893
    Amazon: https://a.co/d/6Y6TTgf

    También tengo un nuevo podcast donde cada dos o tres semanas, cuento cosas sobre lo que estoy haciendo en mi mundo de Minecraft.

    Aquí ingresas al capítulo más reciente: https://www.youtube.com/watch?v=9eXQLcrLQKQ&ab_channel=Ara%C3%B1asyarbolitos

    Gracias por leer.

  • Te llamarás equis

    He sopesado la idea de escribir un newsletter, pero siempre que llego a esa conclusión —un poco tarada—, recuerdo que ya tengo un blog y que estoy pagando un servidor y dominio, y tengo unas mil instalaciones de WordPress para probar cosas, escribir cosas, comunicar cosas.

    Lo bonito del newsletter es que es muy romántico (una carta que te envía tu servidor y amigo donde te cuenta cosas, qué padre), y también muy gringo: como que a ese mundo de hormigas les encanta recibir cosas por correo electrónico, y también aman responderlos. Muchos de sus fárragos de productividad, involucran complejísimos sistemas para catalogar el correo electrónico (en etiquetas y carpetas, como los archiveros del abuelo) y nunca te pierdas de una reunión, una promoción, una cita, la receta de la abuela o cómo construir un portal al inframundo.

    La productividad arregla la vida.

    Tampoco me gustaría abrir y luego mantener un servicio adicional para publicar un newsletter porque desde que Twitter se llama Equis, soy muy consciente de la mortalidad de nuestras identidades, especialmente las virtuales.

    (Toda identidad es frágil, solo se necesita la frecuencia correcta para romperla y distorsionarla. Lo anoté por ahí, quizás lo ponga en algún cuento porno. Beat setentero).

    Lo primero que hizo Elon Musk (sí, me lo tomo personal, hdp) fue matar uno de mis proyectos preferidos, el bot laberíntico y literario de @diosestalla, el cual a veces usaba en clases para dar una demostración de literatura generada. Ahora cargo con un código que no sé cómo implementar, o en dónde, para revivir el laberinto que me servía como un momento de inspiración.

    Y no es que sea difícil sino que me falta tiempo para guglear, o para preguntarle al chatgpt como adaptar el código para que sea un plugin de WordPress.

    Pero me gustaría escribir un newsletter.

    En la universidad donde trabajo me dieron una materia menos, y como soy una hormiga nerviosa que le tiemblan las manos si no tiene nada qué hacer, algún espíritu maligno leyó mi debilidad y se apareció un hada demoníaca en uno de mis hombros, quizás vestida de dominatrix dragster, y me dice: “todo el tiempo estás trabajando”, y yo le respondo: “tuve cáncer, tengo deudas”, y ella me dice: “te vas a morir pagando las deudas” y yo resoplo y le respondo: “probablemente sí”, y ella me dice: “tienes muchas cosas inútiles” y yo le digo: “si supieras de mortalidad, quizás entenderías por qué de repente sucedió todo esto” y ella asiente, y se ríe feliz y dicharachera, anticipando mi cierre, y yo le digo: “es que no puedo dejar de trabajar, nunca voy a dejar de trabajar, de todos modos esto nunca va a acabar”.

    Pero algún día voy a dejar de trabajar.

    Cuando me muera.

    Como el 90% de los mexicanos.

    Sin embargo, si algo imagino en mi futuro, sin importar los trabajos que tenga, es que voy a seguir escribiendo churros hasta mis noventa, o mis ciento cincuenta años (mi mamá, la loca, jura que llegaremos a esa edad este siglo). Quizás un newsletter, quizás cuentos porno con el seudónimo de Verona Fest.

    Tengo prohibido decir más sobre esto último.

    Y como un newsletter se trata de compartir conocimiento, vivencias o hallazgos que nos hacen felices (es una trampa, huyan), me gustaría compartirles esto el día de hoy:

    Como doy clase a una carrera que le da una importancia muy pesada y chingona a los videojuegos, he tratado de entender sus procesos, y sus maneras de hacer las cosas, además de pensar cómo puedo aplicar o transformar estas estructuras y procesos para enriquecer mi escritura, o incluso mis propios modos de pensamiento.

    La primera conversación es de Jeff Vogel, dueño de Spiderweb Software, y cómo ha logrado mantenerse a flote desde 1994 en la industria de los videojuegos, sin necesidad de vender grandes éxitos:

    Quizás una de las falacias más pesadas de cualquier industria creativa, es que si no consigues un éxito, te vas a morir de hambre, especialmente si hablamos de escritura.

    Aunque no he tenido todavía la consistencia de Vogel, lo que sí es cierto, es que he logrado mantener un vaivén en la ganancia de las regalías y puedo ver como un catálogo de juegos pasados (o libros, en mi caso), con un poco de mantenimiento, puede lograr grandes cosas (pero, en mi caso, todavía con números menores).

    Me gusta esta conversación porque es sensata, y a veces honesta: la única manera de seguir en el mundo es haciendo lo que sabes hacer, o sea, tener una persistencia de necios y obstinados. Siempre y cuando hagas eso, quizás también tengas suerte.

    Emperrado, mordiendo el pantaloncito del cartero, así mismo.

    La otra conversación que me pareció buenérrima, fue la de Grey Alien Games, de Jake Birkett, donde habla de su proceso individual para consolidarse como un programador indie de videojuegos:

    Es un camino paralelo y similar al de Jeff Vogel, pero este se enfoca más bien a los procesos y la búsqueda de oportunidades. Ambas conversaciones, como diría algún señor de Twitter, perdón, de equis, no tienen desperdicio.

    No son conversaciones inspiradoras, no necesariamente, porque carecen de enfoques optimistas e irreales (los cuales son muy bienvenidos en esa clase de pláticas), pero también van de la mano con esa vaga idea que tengo de Terry Pratchett, quien trataba de escribir y publicarse una novela al año.

    A mis cuarenta años, ya que estoy dispuesto a experimentar con los medios y los métodos (otra vez, maldición, creo que siempre he sido muy experimental en mis cosas), me interesa mucho investigar esta clase de procesos y ver a dónde los lleva la gente, y cómo puedo apropiarme de algunos de ellos.

    Después de todo, en mi caso es inevitable: creo en la escritura como una vida que no puede abandonarse y aún cuando la uso en videojuegos o pequeños guiones para compartir algo, o la transformo a través de medios, todo se reduce a este espacio básico de la pantalla en blanco y el cursor que parpadea, o cuando de arcaico, y muy dinosaurio, papel y lápiz.

    Claro, si quisiera vivir de escritura, debería soplarle besos a mi presidente. O debería darle de palazos. Imagínate el poder que le da a un creador de contenido (sic) ser mencionado en La mañanera. Pero la política me da mucha flojera, veo cómo ha transformado a algunos de mis amigos y conocidos en zombies, y como diría Skeletor, en uno de esos consejos que viene a dar corriendo y corriendo se va—: “Ningún político debería dormir mejor que tú, ningún político se preocupa por tu bienestar, ningún político sabe que lo estás defendiendo”.

    A no ser que estés cobrando un jugoso cheque, entonces sí, te tiene muy bien checadito.


    ANTES DE IRTE:

    Mi último libro publicado trata sobre el cáncer, y la ficción que escribí durante el cáncer. Se llama La feria del cerdo, versión negra.
    Puede adquirirse en:

    Google: https://play.google.com/store/books/details?id=DprKEAAAQBAJ
    Audiolibro de google: https://play.google.com/store/audiobooks/details?id=AQAAAEBiAjBCQM
    Apple: https://books.apple.com/mx/book/la-feria-del-cerdo/id6451119893
    Amazon: https://a.co/d/6Y6TTgf

    También tengo un nuevo podcast donde cada dos o tres semanas, cuento cosas sobre lo que estoy haciendo en mi mundo de Minecraft.

    Aquí ingresas al capítulo más reciente: https://youtu.be/YD–jfM3ltE

    Y probablemente tengo otras cosas qué presumir, pero nos vemos en la siguiente.

  • IV — Bajo la sombra

    El día de hoy, bajo la sombra de este árbol, no pensé cuál ofrenda podría dejar bajo el árbol esta tarde; espero eso no arruine mis expectativas espirituales. Ofrendo esta repetición, ofrendo este murmullo, y espero que el árbol pueda perdonarme.

    No pensé que la vida continuaría tan normal después de tanto.

    No pensé las consecuencias de mis actos, pero quién sí.

    No pensé que el sol picaría tanto en diciembre; imagino que los fríos de una montaña son espléndidos, pero es la imaginación del que piensa que otras vidas, otros espacios, son mejores.

    No pensé que extrañaría tantísimo a los árboles citadinos y los tacos de suadero.

    No pensé que una quimera podría salvar vidas con sus tres rugidos, sus tres bramidos, sus tres chillidos.

    No pensé lo entrañable de la música en aquellos ojos.

    No pensé. ¿Así nomás? Sí, solo eso.

    No pensé las caridades que venían incluidas con las almas recicladas en plástico; el conocimiento portátil puede ser infinito.

    No pensé todas las habitaciones de mi mundito de Minecraft. Surgen solas, como si fuera la construcción de un destructor de historias, los horrores de una vida sin planeaciones o esfuerzos.

    No pensé que Dios sería tan amable conmigo; no soy uno de sus mejores guerreros, pero, quizás, uno de sus panaderos más competentes.

    No pensé que la cocina del más allá tuviera un acuario tan hermoso; qué ejemplares más divinos e imposibles.

    No pensé que un día tendría qué buscar en internet el abecedario.

    No pensé que una camisa de cuadros pudiera verse tan bien en un molusco.

    No pensé que Vishnu podría ser tan compasivo conmigo.

    No pensé cuán fácil sería de resolver este rompecabezas, ahora me encuentro pensando qué hacer con los diez años de cárcel que todavía me quedan.

    No pensé. Ese es el problema: nunca piensas. Di esto con la voz de tu madre. Nunca piensas, canijo. Ahora dilo con la voz de tu abuela, como si lo escuchara tu madre. Ahora escúchalo con la voz de un cantante que admiras. Nunca, nunca piensas. Ahora imagina que se lo dijo Dios a Abraham, mientras este sostenía la piedra que iba a matar a su hijo.

  • III — Bajo la sombra

    El día de hoy, bajo la sombra de este árbol, me encontré con la gata de mi barrio.

    La gata de mi barrio caza fantasmas. Creo que así dice una canción. Sale por las noches y practica su kung fu contra seres invisibles. Siempre ha salido victoriosa aunque ya perdió tres de sus nueve vidas.

    La gata de mi barrio salta a los bordes altos de los edificios, mira por las ventanas y escudriña los libreros; quiere robarse algunas historias para contarlas como suyas.

    La gata de mi barrio es parda. Su pelaje la hace invisible cuando pasa por algunos muros.

    La gata de mi barrio todavía llora a su madre, la perdió en una guerra contra unos cuervos.

    La gata de mi barrio ha engendrado más de doscientos gatitos; se reúnen la misma escuela para tener clases y ser tan cool como la gata de mi barrio.

    La gata de mi barrio inventó a sus propios dioses.

    La gata de mi barrio solicita amablemente que no le hagan ruiditos de gato callejero. Entiéndase amablemente como que ha sacado las garras pero todavía no las está usando para darle un zarpazo al baboso que no lo haga caso.

    La gata de mi barrio conduce un A9 con luces neón barriendo el piso; va como a unos 130 kilómetros por hora.

    La gata de mi barrio estudia psicología social por las mañanas.

    La gata de mi barrio se alimenta de tus pensamientos dulces, su pelaje se hace más esponjoso y brillante cuando percibe tu sonrisa incontrolable, los espasmos por los placeres recordados.

    La gata de mi barrio lidera una jauría de ciento dieciocho perros callejeros. Para hacerlos sus amigos, les dio carne podrida. En algún lado vio que así se hacía.

    La gata de mi barrio sabe dónde encontrar todas las bibliotecas invisibles. Le he pedido que me lleve a una, pero ella siempre se niega, arguyendo que son bibliotecas muy peligrosas, lugares de donde uno rara vez vuelve. Y luego dice que soy joven, que todavía merezco una vida larga y feliz.

    La gata de mi barrio no se lleva muy bien conmigo. A veces peleamos y ella tiene qué usar sus técnicas de kung fu; ella sabe muy bien lo que soy.

    La gata de mi barrio cocina cadáveres de rata de manera artesanal.

    La gata de mi barrio es terapeuta de criminales.

    La gata de mi barrio tiene un podcast donde finge que es un hombre blanco, heterosexual, enojado con la cultura woke; es moderadamente exitosa.

    La gata de mi barrio sueña con cambios radicales en la cultura; jamás se vendería a ningún gobierno.

    La gata de mi barrio descansa, muy de vez en cuando, baja la sombra de este árbol y cuando le pido me cuente cosas, se queda muy callada, muy silenciosa, y ronronea, y hace como que está durmiendo porque no quiere contarme nada aunque ella lo ha soñado todo.

  • II — Bajo la sombra

    El día de hoy, bajo la sombra de este árbol, he dejado un panfleto de creencias.

    Creo que cuando el mundo supere a la humanidad, alguien todavía escuchará el ruido que hacen las hojas de un árbol cuando entre ellas corra el viento.

    Creo que nunca se morirá esa parte de mi espíritu que quiere romper cosas; lo escucho como un energúmeno royendo las paredes. Me da risa, pero también me da algo de miedo. Amarrarlo no es lo mejor, pero dejarlo salir para que alcance los tobillos de un cartero es muy beneficioso para su salud mental.

    Creo que no me gustaría saber esto: si soy el cúmulo de muchas personas, ¿todas necesitan salud mental?

    Creo que necesito desintoxicarme de vida. Recuerdo de esa línea; un villano, creo que lo era, dice al héroe que respiramos oxígeno, y que el oxígeno es un veneno, y que continua e inevitablemente envejecemos hasta que nos morimos por respirar.

    Creo que caminar es la única cura para muchos males.

    Creo que el juego (pero no el azar), es lo único que me da un placer puro. Aunque no tengan propósito, pienso mucho en mecánicas, resultados, caminos, divergencias. El juego es perderse.

    Creo que usaré suéter estos días. Hace frío.

    Creo que me gustaría descubrir un jardín secreto para jugar cosas extrañas, historias inconfesables e incomprensibles.

    Creo que mi abuela no está muerta, pero se está carcajeando en algún lugar. Descubrió la pócima de una vida eterna, está pintando las paredes de un laberinto fantástico con imágenes de caracoles y girasoles.

    Creo que siempre tengo la razón. No me arrobes.

    Creo que una papelería es un lugar de muchos misterios, y que también esconde muchos gemidos y murmullos, igual que las iglesias y los hoteles.

    Creo que los ciclistas son animales bien raros; quisiera envidiarlos pero se les ve primordialmente insatisfechos.

    Creo que una de mis pesadillas es despertar un día bien chaparro, y meterme a unos de esos baldíos muy crecidos, y creo que incluso con todo mi ingenio para construir mi primer reino, mis días finales seré el alimento de las víboras, las ratas y las arañas lobo, cuyos ojos brillan intensamente en las noches.

    Creo que nunca tendré el suficiente impulso económico para abrir mi primer glory hole town, sucursal Cholula. Tendré que subsistir con las míseras ganancias del que abrieron mis antepasados en Marruecos.

    Creo que tomarse fotos idiotas es menos indigno que pedirle arte a una inteligencia artificial. Pero esta es la opinión de alguien que piensa la dignidad está sobrevalorada y solo es para gente ociosa y limítrofe.

    Creo que usé mal limítrofe, pero me gusta aplicar siempre la de: se oye bien, así déjalo, no seas palitroche.

    Creo que si quiero escribir mi propio manifiesto, debo imponerme horarios.

    Creo que pienso muy seguido, más de lo que debería, en el último close up al rostro de Viggo Mortensen en The Road.

    Creo que mi presencia en el mundo no hace diferencia alguna; esto no me da tristeza, tampoco me preocupa (estoy casi seguro que este fue uno de los últimos pensamientos de mi padre: la preocupación por haber sido un mal hombre, un hombre incompleto o indiscreto), pero me da un alivio. ¿Recuerdas lo que dije del viento y los árboles? También la propia humanidad es algo superable.

  • I — Bajo la sombra

    El día de hoy, bajo la sombra de este árbol, agradezco que ningún dios primordial me ha capturado.

    Agradezco a mi esposa y mi perra.

    Agradezco la inteligencia y la paciencia para jugar varios juegos a la vez.

    Agradezco que se me olvidan las palabras porque pienso muchas de ellas a la vez.

    Agradezco ese libro de Onetti que todavía no he terminado.

    Agradezco esa mitad necia, ese interno que tengo me impulsa a seguir escribiendo.

    Agradezco el visaje de cosas increíbles, como aquel conejo de ocho piernas y tres ojos que se esconde en los recovecos de mis sueños.

    Agradezco los letreros de clausurado en los establecimientos que no cumplen las reglas.

    Agradezco la impureza de mi alma que es el origen de mis vicios que aún persisten.

    Agradezco la persecución de mis hermanos porque alguien debe detenerme y mostrarme el error de los caminos.

    Agradezco los santos recuerdos con mi abuela porque ninguno de sus hijos ha sido capaz de quebrarlos.

    Agradezco los recintos que abrieron sus puertas y, ahora en sus muros, guardan ecos de historias que he vivido y que he inventado.

    Agradezco el polvo en las camionetas blancas porque reflejan mal los soles de medio día.

    Agradezco los caminos de árboles; me prestan su sombra y aunque soy un intruso, nunca me han hecho sentir como uno.

    Agradezco los caminos de tierra que conducen a templos abandonados donde un dios espera consuelo.

    Agradezco los sillones abandonados en la hierba; he dormido en más de uno.

    Agradezco la tecnología; aunque se insiste en verla como maldición, han hecho todas mis vidas más largas y llevaderas.

    Agradezco la plasticidad neurológica porque se oye mal y chistoso.

    Agradezco el presente exceso de reglas; ya ninguna parece recalcitrante e inevitable. Somos un cúmulo de columnas agrietadas. El templo que será visitado por un espíritu tonto, curioso.

    Agradezco las posibles variables de mi existencia: inmoral y asesino.

    Agradezco la ruptura de mis aspiraciones inmortales. Un recuerdo rancio de una fantasía.