Autor: arbolfest

  • Cínicus Máximus y la búsqueda del placer

    No sé cuántos días he pensado en las palabras que no dijo, pero sí dijo, algún político cualquiera. Y luego una discusión exagerada: que si el diario macheteó el discurso para sacarse unos pesos, o que si el político cuestiona en voz mustia cómo habrán de disculparse ahora los intelectuales si les robaron la dignidad por la premura de sus críticas. Todo político merece ser criticado y cuestionado por el simple hecho de ser un servidor público y si alguno de nosotros merece dormir menos que los demás, son los burócratas de medias y altas esferas. Está bien que los políticos se expliquen, se defiendan, y salgan a dar la cara aunque sea para hacer el ridículo. Baila payasito, baila, ponga aquí un ademán del chofer que avienta los diez pesos al miserable que se le adelantó. Mínimo les debería dar una apendicitis del coraje cuando se les señala que son incompetentes, o sea. No voy a negar que siento un poco de paz cuando imagino a algún político, cigarrillo a medio consumir, ojeras tan profundas como la pesadumbre de servir al pueblo, sosteniendo el teléfono que ilumina la oscuridad de su habitación, y sin poder dormir sigue manoseando los tuits que se dicen de él, o los tik toks, y así le dan las cuatro, cinco o seis de la mañana.

    Trece páginas de discurso chafón después, lo único que se me ocurre es porque habríamos de cuestionar el goce de la lectura que debe ser dedicada para la enseñanza. Tampoco digo que educar sea la pura felicidad, o que nos vayamos a convertir en una película inspiradora de Hallmark después de quemarnos las pestañas con unos libritos y dar una master class de la vida, insert logo de ted talk, pero como diría mi abuela, o una tía, la tía de todas las tías, ya la vida se encarga de brindarnos tantísimos sufrimientos (mijito) como para que educar a otro también sea una maldita tarea, un deber, una manera de adoctrinar a los buenos hombres que debe producir el Estado.

    Creo en el placer de aprender, de tomar las cosas y deshacerlas en hebritas para tratar de recomponerlas, y también creo que enseñar es una manera de aprender o reaprender y estoy dispuesto a defender este acto como uno de los últimos cinco misterios divinos (y yo que no defiendo muchas cosas porque normalmente aprecio mi apatía, mi tranquilidad y mi indiferencia), de esos que no se explican pero dan sentido a la vida y son un componente esencial de la simulación alienígena en la que vivimos. Los otros cuatro, si mal no recuerdo, los guardó un monje pagano en alguna cueva del Pico de Orizaba y falta que algún valiente los descubra, o quizás ese explorador, héroe estoico de abundante cabellera (quizás no debería suponer su género), debería quemar los papeles de una vez por todas para que nosotros imaginemos lo que sea.

    Yo pondría la lectura y los videojuegos o, quizás, en vez de limitarlo a unos medios de expresión porque también existe la pintura, la música, el cine y los tuits, la experiencia del goce artística como la número dos, la cual probablemente es más hedonista que reformadora y conformadora, más viciosa que habitable y amable, pero ahí está: nos hace felices y nos hace creer que podemos ser mejores, podemos ser otros y que somos dueños de nuestro destino cuando escogemos leer antes que trabajar, y escogemos escuchar la música que nos hará felices en vez de nomás trapear y barrer porque la desgracia de los trabajos desperdiciados y triviales es mejor cuando mentalmente también se baila un ritmo bien sabroso. En esa gozadera por la expresión ajena, también incluiría la escucha de discursos aburridos, y el obligado y necesario pitorreo que viene por las sandeces que se dicen en los podios para tener contentos a los jefes supremos, un hato de cínicus máximus muy ocurrentes que todos los días nos dan algo de qué hablar.

    Pero qué feo cerrar esta nota con políticos. Me regreso a la búsqueda del placer porque incluso encerrados, y enfermos, y temerosos y hambrientos, buscamos las pequeñas oportunidades que nos dan un respiro, que nos ayudan aflojar la correa de los trabajos y las deudas. Sí, pues, tía de tías, antes de que empiece con el discurso de los privilegios pues me gusta imaginar que también podemos tender una mano para ayudar a los más desesperados y, por qué no, también en esa búsqueda del placer podremos contar alguna historia, enseñar un viejo truco. Ayudarnos mutuamente es lo único que nos permitirá sobrevivir al cinismo, al absurdo y las doctrinas chistosas que se le ocurren a los tontos. Como decía mi abuelo: es más divertido perseguir moscas que llevárselas a la boca.

  • La solución está en las bifurcaciones

    En algún lado leí un título que decía que también es importante el salario emocional. Nomás lo escribí y me dio una risita, pero no he dejado de pensar en ello. Salario emocional. La gente que se la vive escuchando a Martha Debayle o algún otro de esos podcasters son los condenados del infierno que inventan esos términos para torturar a los demás, como cenobitas de Hellraiser pero de la autoayuda. Algún jefe pensará que es una habilidad necesaria manipular a los empleados para que no pidan más dinero que les ayude a vivir, y así se lanzan a una búsqueda aventurera de esos momentos esenciales, donde el empleado está tratando de resolver el inicio de una crisis interna, para darle una palmadita en la espalda, unas palabras de aliento, un trofeo de aire en el momento preciso y eso, si el manual funciona, se convertirá en alimento (para el alma, como el caldito de los libros), y mañana estará listo, entusiasmo renovado, para subirse a los camiones llenos de covid y enfrentar la vida. Sé que muchos no estamos en condiciones de pedir algo mejor, que si era difícil luchar por “condiciones-dignas” en este momento de la vida (viva-méxico) todavía lo es más, pero creo que tampoco es necesario disfrazar esas carencias humanas, ese odio por el prójimo, con algo llamado salario emocional. Imagino a cientos de tik tokers o instagrameros replicando el término para dar esas disertaciones babosas, hiperbreves, que luego escupen sobre la vida como ensayo brevísimo sobre lo que es verdadero, lo que es bueno, lo que debe-ser; los nuevos gurús tecnocráticos que pueden ser igual de enfadosos como lo fueron un puñado de bloggers en su tiempo. Algo sabré yo de eso. Toma dos besos para tu camión, Gutierritos.

    Mi madre habló anoche, mientras revisaba el trabajo de una alumna, para pedirme dinero. Empezó con un sabrosísimo chantaje de que se cayó en el camión y no podía mover un brazo. Reviré con la mención del paracetamol e ibuprofeno, dioses de nuestros tiempos, y pues uno-se-cae-a-veces-mami, qué se le va a hacer. Y ya después, como por arte de magia, empezó la letanía que progresó a un final maestro: “me espera la indigencia si no me ayudas”. Coetzee se queda pendejo. La única solución es que proporcione mensualmente una renta, no hay de otra, no se diga más. Me visualicé como el Coyote, mucho tiempo me salvé de la bomba Acme. Abandoné lo que estaba haciendo para escucharla, y preparar cuidadosamente los siguientes gritos y reproches. Tengo esta lucha desde los 20 años, no es novedosa. Los hijos siempre tendremos estas guerras secretas con nuestros padres. Hoy no es tan secreta porque ya me enfadé. Mi madre es un costal y, si fuera un poquito más melodramático, también diría que es un tumor.

    Quizás esto también debería anotarlo en algún lugar para que me ayude a olvidar: mientras me inyectaban la quimioterapia, me pidió dinero para comprarse una compu y el internet. Hizo las cuentas y todo, mientras yo miraba mi coctel de muerte roja (así se llama, busquen en la wikipedia, no se arrepentirán) deslizarse por mis venas. En aquella ocasión me reí, porque estaba muy valemadres, afectado por los químicos, y sabía que dentro de todos mis pronósticos, también había un porcentaje de muerte y enojarse nomás es todavía más miserable en una circunstancia ya de por sí culera. A ella le gusta decirme que eso nunca ocurrió para que no deje de quererla, supongo, pero no la he dejado de querer, nomás no entiende que no le quiero dar dinero. Hay como diez mil artículos y tiktokers que hablan de cómo identificar a un gaslighter pero ninguno brinda la solución definitiva para lidiar con esas piltrafas: “nomás ten un poquito de humor”. Tantos años Televisa me convenció con el discurso de los ochenta, en los comerciales, donde decía: “esta navidad regale afecto no lo compre” y ya me lavaron el cerebro, pero cuesta trabajo explicárselo. Por más que quiero hacer bromitas de complicidad en la miseria, mi mamá no se deja. Cada que llamaba, me daba el momento para recordarle su chascarrillo y no se le ocurriera pedir dinero, pero esta vez presionó.

    Entiendo que las circunstancias han cambiado porque hay una pandemia y parece que todos estamos encerrados en cajas, y que tenemos una soga en el cuello, y que nos cierran los alrededores y nos ahorcan por cosas que antes nos parecían muy seguras, muy estables, pero todos estamos igual. Lo único que puede ayudarnos es, precisamente, reírnos y ser cómplices en esa miseria, sinceramente en eso creo. La otra vez también leí un artículo sobre el cerebro pandémico que me dio un poco de risa: “nada confirmado, pero creemos, no, casi que estamos segurísimos de que usted se está arruinando por estar encerrado. Regale afecto, no lo compre”. Tal vez tienen razón. Mi salario emocional está en números rojos y mis ganas de resolver cosas están agotadas con las circunstancias actuales. Tengo un alma pandémica, ya me voy a poner a escribir un poemario.

    La redención de la gente está en los animales. Anoté eso por ahí para usarlo en algo. ¿Dónde estarán las bifurcaciones?

  • El embrujo de los malos días

    Durante nuestra siesta de las 3:30 de la tarde, abracé a la Nico y le dije: “vamos a dormir cien años”. Y ella me respondió: “De acuerdo, cien años”. No es un número arbitrario. Link y la bella durmiente cerraron los ojitos un siglo antes de regresar a sus múltiples responsabilidades: uno se fue a resolver templos misteriosos en Hyrule y la otra, eh, se casó con un príncipe para tener muchos hijos y seguir imponiendo el mandato de su linaje en algún país europeo. En mi mundo onírico particular, es la Nico la que resuelve templos y tiene aventuras mientras que yo soy el vagabundo que engatusó a la princesa y ahora mira las formaciones de nubes, y piensa en sus próximos libros, piensa en ese laberinto de los años restantes y el propósito de la vida. No es casualidad, pero en este instante, la Nico y sus cansados huesos están acostados a mi lado, y miran hacia la puerta. Es paciente e intensa. A veces creo que sí mira espíritus o fantasmas.

    En mi lista de obligaciones, anoté el día de hoy que quería escribir en el blog. Sentarme a escribir (la vida diaria) me ayuda a pensar y me ayuda a recuperar un mínimo afán intelectual por resolver acertijos e inventarme misterios. Aún cuando hablo de mi propia vida siento que estoy resolviendo cosas. Ficción del documentalista. Estoy recuperando esa parte que el cáncer dejó dañada. Todo lo que significaba resolver y pensar, crear misterios y acertijos, todo eso se fue cuando mi vida se enfocó a sobrevivirla a toda costa, y luego a sobrevivir la euforia. Es difícil explicarle a otros el proceso que significa sobrevivir cuando la seguridad y la información es escasa. Sí, quizás soy un disco rayado con el tema pero me gustaría suponer que la repetición ayuda. Otro misterio: un rondín de buenos deseos para continuar aquí. Voy a rayar el “never forget” en mi reloj de vida. Pero me distraje, desde el principio quería decir que revivieron la app que usaba para anotarme mis tareas a corto y mediano plazo, Epic Win, en la Apple Store. La actualizaron y ya no se ve toda chueca. Extrañaba usarla porque me parece muy versátil, divertida. Jueguificar la vida (eso lo dije el otro día). En Epic Win comencé un nuevo personaje, es un ent, uno de esos hombres árboles. Recuerdo que en la versión anterior de la app tenía a un no-muerto nivel 17 o 18 y se llamaba Festuerto, igual que mi personaje en el World of Warcraft.

    Se acerca la temporada de los chiles en nogada y es una de las diez cosas que me encantan de Puebla. Supongo que esa es una de las cinco cosas que agradeceré el día de hoy, siguiendo los consejos de mi psicóloga inexistente: los chiles en nogada. También agradezco los juegos de terror japoneses, el libro de Homo Ludens de Johann Huizinga, la existencia de Wario porque es el antimario y juro que es una de las resurrecciones de Nietzsche (o su avatar). Agradezco que todavía tengo piernas fuertes para salir a correr. Agradezco la infección que me aqueja, porque supongo eso quiere decir que todavía estoy vivo. Creo que ya me pasé de las cinco cosas pero el día de hoy quiero agachar la cabeza y recibir la mirada de algún dios, el que sea. Doy gracias por mi cabeza que está en las nubes, esta noche, y ya tengo mucho sueño. Supongo que estoy cansado de tanto trabajar y tanto cambiar mis planes, pero no hay fijón, asimismo doy gracias por el cansancio de suspender todos los deseos porque esto solo es una prueba de la resiliencia del espíritu que ya me conocía, y que voy a ser sincero, ya me daba mucha hueva ver en el espejo, ese Agustín siempre trabajador y chíngale acá y allá, pero uno se aguanta, o se mata porque qué otra tenemos.

  • Breves desde afuera del umbral

    Después de tres años, he regresado al peso que tenía cuando supe que estaba enfermo de cáncer (remisión dos años, sí señor). Si esto sigue, tendré que comprar calzones nuevos, o romper los pequeñitos que tengo. Giro los ojos, esta cosa de ponerme a dieta me da roña, después de todo he vivido estos últimos años con la excusa de una vida breve y he tragado más postres de los que debería. Económicamente tampoco es viable; tendré que despedirme de los chocolates y los panes lujosos una temporada (pero seguiré haciendo pan campesino, y una cucharada de mermelada no lastima a nadie), en lo que regreso a una panza más saludable (no estoy tan gordo, pero…)

    Tengo una alumna de literatura en quinto o séptimo semestre que escribió “tubó” en vez de “tuvo”. Tuvo un amor o tubó un amor, que es lo mismo que matarlo a tubazos, tubazos de tilde enfática. He pensado en ello durante estos últimos tres días, lo he sopesado y analizado como se piensan algunos discursos políticos, un ensayo viejo o una broma cósmica. Es de esos casos que me hacen pensar: “llámame loco, Marcelino Champagnat, pero debe haber límites”. También me molesta que ni siquiera le hizo caso al corrector ortográfico que pone una rayita roja y muy elegante debajo de la palabra. No hay lugar en el mundo donde un tubó pueda existir, a no ser que uno se lo invente como una criatura mítica, pero igual es un nombre muy feo. Supongo que algunos días debemos tener la paciencia del mundo, ningún grammar nazi es reconocido como un bastión de la cultura y no es un traje que me guste usar a menudo. Durante años he matado al mío a tubazos.

    Quiero acabar Cyberpunk 2077 este fin de semana. Me faltan algunas misiones extras (hay un ente que no me ha llamado para iniciar la suya, y no sé cómo forzar el evento. Quizás está bugeado). Me gusta cómo se ha construido la relación entre Johnny Silverhand y V, nuestro personaje principal. El juego maneja bien la narrativa para que tú decidas la presencia de tu Silverhand: ¿es un aspecto extraño de tu personalidad, un constructo imaginario, un ídolo? ¿O es un parásito, una identidad de la que debes deshacerte? Cyberpunk no solo se basa en la vieja narrativa cyberpunk, pero también aprovecha la nueva, una que explora los sentimientos y la violencia de un mundo tecnocrático (ja) de maneras más sutiles. Me refiero a la nueva de Blade Runner y Cowboy Bebop. Además de que Night City es una poderosa presencia estética, la construcción narrativa del juego vale la pena. El reto es superar los problemitas técnicos, ignorar los comentarios y las reseñas para poder jugarlo con paciencia y amplitud. He sentido una súbita nostalgia por Night City (algo que no consiguió el mundo ghibli de Breath of the Wild) porque estoy a punto de abandonarlo.

    Mi psicóloga me dijo que debería dar gracias a cinco cosas cuando me despierto. Está bien, aquí haré el ejercicio: doy gracias a que estoy vivo y puedo seguir tragando marranamente; doy gracias por mis 105 kilos; doy gracias porque me doy tiempo para jugar como nunca antes lo había hecho, quizás solo en la infancia; doy gracias por las morras que hacen carita de ahegao en el instagram y también doy gracias porque no tengo ninguna psicóloga, y me la puedo inventar para tener largas pláticas sobre quién existe más que el otro.

  • Pensamiento saturnino

    Wish.com me convenció de comprar unas estampas hentai y ahora no sé qué tanto hacer con ellas. 30 pesos de papel y pegamento llanamente vulgares que deposité en un cajón para no verlos más. Mañana enloqueceré y quizás empiece a colocarlas en todas las superficies de mi oficina, luego de la casa y finalmente Cholula. Quizás lo más peligroso de la pandemia, es que uno se encierra y dos cuartos de la vida tratan de ignorar anuncios. Mi tarjeta de crédito ya está pidiendo paz por este cúmulo de malas decisiones, pero también están las otras, las lúdicas, las que me traen un poco de tranquilidad, a veces melancolía. Cuando veo mi colección de controles, no puedo menos que sentirme feliz por haber logrado una colección decente de plástico, circuitos, de esa conexión entre el hombre y el juego, ese cable que transporta las decisiones táctiles a estos mundos rendereados y de imaginación, trampas, mapas y monstruos. Quisiera sentirme culpable, a veces, pero también me dan paz.

    Pensé, en un futuro, comprar algún control sencillo para mis streamings y escribir una microficción usándolo como papel. Supongo que debería usar un sharpie. Escribiría uno o dos epitafios y después lo rifaría entre la audiencia. Ser escritor, supongo, hoy significa muchas cosas. Navega el tobogán de la creación de contenido y déjate caer.

    Escribo esta tarde en el blog porque no quiero usar la computadora para otro proceso muy complicado (mi curso de Godot, por ejemplo). Puse a copiar los videos donde he documentado mis videojuegos desde el 2017. Son alrededor de 2 teras de video, del 2017 al 2020. He jugado mucho estos últimos años, pero más en el 2020 y 2021 porque me convencí de que hacían falta juegos en mi vida. He leído suficientes libros para quemarme el coco y apreciar algunos tipos de locura. Creo en los videojuegos como un futuro, una especie de futuro, y por ello he depositado un poco de fe en ellos. Curiosamente (y quizás errónea, falsa o ilusoriamente), siento que he ganado el derecho de medirle la brevedad a la vida y así justifico mi búsqueda del homo ludens, realizarme como un digno espécimen del tipo, e insistir que esto es lo único que vale la pena. Uno se la vive arrojando estas botellas al mar y esperando algún mensaje de regreso, supongo.

    Empecé a documentar mis juegos poco antes de enterarme que tenía cáncer. Los videojuegos me mantuvieron lúcido y si tomé mejores decisiones, fue porque estos me ayudaron a mantener la cabeza enfocada. Mi deuda pixélica es enorme.

    Hoy hablé con mi cacto. Me dijo que no está bien verle los calzones a los muchachos y después cerró los ojitos hundidos que tiene entre las espinas y se durmió. Lo miré de regreso, no sé bien de qué habla o si me estaba criticando a mí, o al Agustín de algún otro sueño, pero su sabiduría vegetal, siempre breve, es bienvenida. Más tarde jugaré Zelda para matar a Gannon y acabarlo finalmente. Hay muchas cosas que me gustaron de este Zelda, pero no está en mi top de juegos de mundo abierto. Me acuerdo fácil de todo lo malo: escalar con las lluvias, la falta de calabozos, la historia floja y estúpida. Faltó el taco de suadero en este juego. Todo lo demás está muy bien: la exploración, el mundo, los hechizos, la cantidad de armas (contrario a lo que se piensa, terminé disfrutando mucho la mecánica de que pudieran romperse) y cocinar comida extraña y sabrosa.

    Legend of Zelda: Breath of the Wild: 7/10. Lo peor: no hay muchachos a quienes verle los calzones en este juego (y el personaje principal no cuenta porque es un chamaquito, bad for you), aunque sobran las waifus.

    Viva la diversidad.

  • Paseo de perro

    Como si no tuviera suficiente con las redes sociales, algunas veces me pongo a investigar sobre la Cansino y la variante delta del COVID (leo sobre ella, así como en su momento leí sobre el linfoma de Hodgkin porque eso alimenta algunas preocupaciones y alivios, y es gasolina para mi alma aventurera), no he hecho el trabajo mental para discernir lo que es verdad de lo que es mentira y probablemente nunca lo voy a hacer. Creo que ha ganado mi Señor Supremo, dejaré de preocuparme y voy a depositar mi fe en un par de estampas. Estoy muy cansado, igual que todos; decir que sobreviví al cáncer ya parece piedra de Pípila como para también preocuparme de(la) COVID. Quiero viajar, irme a algún lugar retirado para escribir unas páginas de algo, hacerme de desayunar y un café bien cargado (y una cuchara de miel), estar mayormente solo, salir a correr a horas extrañas y extrañar a mi mujer y a mi perra, y dejar de resolver dudas, y problemas, y preguntas extrañas de madrugada.

    Alguna noche de marzo, un desconocido me escribió en Twitter para preguntarme si podía encontrarle casa a su perra porque había leído de lo mucho que yo quería a la mía y él estaba en muchos problemas: lo corrieron de un departamento que rentaba, envenenaron a su otro perro, un hilo de desgracias que no me dejaron dormir bien esa noche. Me conmoví, respondí con la verdad: no garantizaba nada, no sabía si podría resolver su problema. Muchas noches leí el mensaje y traté de resolver mentalmente esa situación extraña. Pregunté por aquí y por allá para ver si podía hacerse algo, pero no tuve grandes resultados, al menos no esos que garantizaban un final perpetuamente feliz. De acuerdo a las instrucciones del hombre, no quería ofrecer públicamente a su perra porque sabía que mucha gente alzaría la mano y estaba buscando un lugar bien, un lugar con amor. Pensé en esa especie de lealtad que conocemos algunas personas con nuestros perros. El perro se convierte en una extensión de nuestro corazón, nuestros deseos, ese hilo invisible, metafísico, que puede revelarnos el regreso a casa cuando nos perdamos (¿por qué crees que los perros siempre están oliendo el camino que hemos labrado, Sancho?).

    No sé dónde estaría yo si no me hubieran tendido la mano. Sería un perro herido, uno perdido y fantasmagórico que no sabe se encuentra vagando por la eternidad. Comida de Shamalayan y Netflix.

    Pero no todo está perdido. He descubierto este placer de dar clases: obligar a un grupo de chamacos universitarios que escuchen mis historias y mis obsesiones, mientras amablemente los invito a leer o releer la Odisea, y el Quijote, y cualquier otra obra de la humanidad. A veces quisiera incluir a Onetti, pero ese les cuesta mucho trabajo y aún cuando creen que sí, todavía no han comprendido los límites extraordinarios de la tristeza y lo miserable. A veces el horizonte parece un cúmulo de porquería, pero ahí estamos, buscando vidrios e imágenes que nos hacen felices. Y eso que están encerrados, que también están esperando continuar una vida que está suspendida, o incompleta, porque no todos están afuera, porque hay gente que falta, porque todas nuestras experiencias están sutilmente marcadas con este tufo de lo inexorable. A veces detecto ese quiebre de voz que habla de alguna inseguridad, como si se encontraran sobre una alta torre que está tambaleando, y me regreso unos minutos y empiezo a contar historias, historias ajenas de héroes, de laberintos y de monstruos. Sin que nadie me vea, cruzo los dedos y espero que estén aprendiendo algo.

    Quiero escribir sobre un paseo al bosque. Una novela donde uno se pierde en un camino bordeado de árboles y se enfrenta a capítulos muy pequeños. Algo como esto.

  • La espera del sueño

    He intentado una especie de microescritura porque estoy demasiado ocupado con los trabajos, las deudas, la casa y la salud como para sentarme a escribir y tener los horarios de cuando era muy joven, y nunca estaba cansado. A lo largo de la semana, abro alguno de mis documentos, proyectos literarios o libros oníricos, y me pongo a escribir uno o dos párrafos hasta que debo obligadamente despertar, y regreso a la vida, a lo inevitable. Ahora que he jugado Mario Maker pienso que las responsabilidades son como un thwomp, la piedra con cara enojada, esa que se despierta a medida que te acercas y te cae encima a los pocos metros. Los días que soy constante con la microescritura acabo muy cansado, como si Dio Brando hubiera pasado la aplanadora en mi cerebro (hoy no escatimo en las referencias nerdas). Pero otros días desisto de mi idea, y pueden pasar semanas antes de que abra alguno de esos proyectos y todo se queda en un desarrollo mental, mal planeado, igual como si la escritura o la imaginación fueran un refugio con el cual debo ser celoso. Otros días, la escritura ocurre mientras corro, un pie detrás del otro y abro un cuadernillo mental donde anoto ideas, y párrafos, y termino algunos cuentos y novelas, y todas esas estructuras invisibles, edificios de papel, se incendian con el anochecer y caen como estela sobre el concreto, papel quemado que alimentará los árboles escuálidos de Cholula.

    Mientras cocino, pongo uno que otro video de YouTube. Pico cebolla y escucho cosas; video ensayos sobre películas y videojuegos, jugadas de ajedrez y maneras de romper una computadora, anécdotas sobre lo macabro y lo extraño, la dark web y otras porquerías. Algunas veces, los mismos narradores de los videos hacen una pausa para comentar sobre la escritura, el tiempo que les tomó la construcción de su video. Entonces recuerdo a mis estudiantes de diseño de narrativa para videojuegos, también a los pequeños guionistas, y este proceso dual que tuvimos durante el semestre (clase de teoría, clase de práctica, sube el piano, baja el piano) donde los empujé a terminar sus proyectos, inventar algo, lo que fuera. La enseñanza es que la juventud tiene una finalidad. También yo así he aprendido, de un modo sorprendente y muy práctico, que hay muchos modos de escribir algo. Ayer, mientras corría, se me ocurrió que la escritura de libros es obsoleta y debería abandonarla. No sé si lo haga, no es la primera vez que tengo el pensamiento, esto igual pasa como caen las hojas de otoño: una tristeza de temporada. Te sientas sobre una piedra para contemplar caminos. Los modos de vivir una vida son infinitos.

    Por otro lado, el resultado de abandonar la lectura de libros este año, es que me he puesto a jugar videojuegos y navegar en los lugares extraños que luego me platican los videos. Además de que empecé a coleccionar gamepads y chucherías de videojuegos, me he puesto a investigar sobre gamers PC y la minería de criptomoneda. Bastian busca el rostro de su madre en una bitcoin. Hice una inversión muy básica de ethereum para ver qué pasaba y estoy francamente desilusionado, y sorprendido. La desilusión no es por la ganancia, pero por las pérdidas del pasado. Hace unos años, quizás, entrar más obsesivamente a estos lugares me hubiera ahorrado muchos corajes y tedios. También hice la prueba de escribir la reseña de un gamepad para crear un video y subirlo a YouTube, fue un proceso de pequeños descansos y fines de semana, pero finalmente ocurrió y quedé satisfecho con el resultado. El profe de guionismo aprendió de sus propias clases, quién diría. Hace tiempo que no editaba video de una manera tan dedicada. Entonces empecé a pensar que me gustaría escribir una reseña de Cyberpunk 2077, y luego escribir mil reseñas más, y luego ponerme a platicar de espacios liminales y agujeros de gusano que te llevan al otro lado, y en vez de leerlas como un podcast, editarlas en videos brevísimos donde haga recuentos pero también invenciones breves, y he pensado en ello como si fuera un libro (de videos, de ilustraciones, de grabaciones de voz). Y luego, incitando a la imaginación, entrevistándome a mí mismo, concluí que lo empecé a trabajar de súbito durante el encierro, durante el ejercicio, en esos momentos que uno sueña despierto muchas tonterías y se cree que nunca vas a concretar nada, pero un día empiezas y despiertas y has construido el inicio de una vida muy distinta a la tuya que te descubrió ese laberinto que has recorrido durante años.