Autor: arbolfest

  • Luna

    Recuerdo: mientras preguntaba de símbolos, como de qué nos sirve la luna, uno de mis alumnos dijo que los chinos tienen el mito de una princesa que la mandan a vivir allá; inmediatamente después recordé un comic que apareció en Facebook que narra el mito del conejo lunar pero en un lenguaje muy coloquial. Quetzalcóatl, un caminante cansado y muy poco paciente, cuando recibe una respuesta desfavorable de este animal orejón, le dice: «a la luna por verguero». Me reí mucho.

    Efecto: he visto las lunas estos días, y me gustaría pensar que no tiene un gran efecto sobre mí [probablemente me equivoco y con la ingenuidad de un niño, o de un viejillo enigmático, pienso: “me la quiero comer”]. La luna no me convierte en un hombre lobo, por ejemplo. Tampoco siento que mi humor esté atado a sus fases. Hace unas noches vi el arco de su sonrisa blanca, asentí, y pensé muy ordinariamente: «hoy sonríes como el gato de Alicia» y traté de dejarla ir. Aunque costó, porque era una cosa muy hermosa, y no dejé de mirarla hasta que desapareció detrás de una nube.

    Prisión: una de mis cartas preferidas de Magic se llama «aprisionado en la luna» (aunque preferiría traducirlo como prisionero lunar). Primer flavor text: «solo una bóveda así podía aprisionar a Entrakul». Segundo flavor text: «una prisión improbable para un prisionero imposible». Quizás fue un episodio de Doctor Who donde vi que la luna era el huevo de una criatura gigante, pero antes de Doctor Who, quizás en algún lado leí que era una aventura, o un descubrimiento, de Gargantúa y Pantagruel. No he leído esa novelita terrible, tengo ganas de intentarlo pero me aguanto.

    Síntoma: a veces es triste leer libros viejos, o largos, o aparentemente complicados porque nadie los lee contigo. Eso también, supongo, es una prisión.

    Sigilo: mientras estaba pensando sabe qué cosa, una de mis alumnas me enseñó el curioso método para hacer sigilos. Mi cerebro dio la vuelta a una juventud enterrada. El sigilo es una curiosidad mágica para manifestar pequeñas cosas, proteger aquello que quieres. «Se quitan las vocales, profe, y con lo que resta puede crear un símbolo». El símbolo lo construyes utilizando las grafías restantes y de ahí nace una especie de laberinto simbólico, un laberinto que, supuestamente, si lo atraviesas con la mirada, supone un hechizo. «Ojalá fuera así de fácil», pensé, y me sentí conmovido, un poco derrotado.

    Traslado: la Nico de otro universo ha utilizado la luna para enterrar sus huesos más valiosos. También ha escondido libros viejos, cobijas muy calientitas y croquetas de dinosaurio en montecitos discretos que pueden verse con algún telescopio. En algún lado, también enterró esta frase: «Luna, te quiero, te quiero, Luna» mientras admiraba un sol lejano. Gracias a su poderosísima nariz, sabe que hay un camino laberíntico en los adentros del satélite blanco que puede conducirla a la prisión de los mil demonios. Otros entes primordiales, como el espíritu del conejo que vive pastando en uno de sus cráteres, piensan que ella es la guardiana oscura de ese lugar y sus secretos, pero la verdad es que no le importa mucho y siempre que siente una sensación de deber, le da mucho sueño, se enrosca y duerme hasta babear ríos, y ríos, en las riscos de una erosión lunar.

    Sombra: Nunca se me van a olvidar la luna, ni su conejo. «A la luna por verguero».

  • Escama

    El algoritmo me enseñó el otro día como te quitaste una escama. Creo que no debió, porque unos minutos después eliminaste el video y yo empecé a pensar en ello como una pesadilla, una alucinación de alguna inteligencia artificial que tomó prestados todos nuestros datos biométricos.

    Pero eras tú.

    Mirabas a la cámara, te pasaste las uñas por el rostro y arrancaste una escama verde de tu cachete. Creo que así fue. Parecía un poco circunstancial el video, como si hubieras cometido un error.

    Quizás tu intención era usar la cámara como un espejo y te confiaste, creíste que nadie te iba a cachar, pero muy segura de ti misma te grabaste y subiste un video en tu feed de instagram.

    Conozco esos errores, son muy molestos. El otro día, pasa que le digo a mi madre que deje de sobarse los huesos. Es que cuando se soba los huesos se escucha tremendamente molesto, como si alguien rascara el pizarrón con las uñas. Se lo mando por mensaje de voz, pero minutos después me doy cuenta que se lo he mandado por error a mi jefe.

    Entonces él viene corriendo a mi oficina. Aunque parece un poco exasperado y molesto, en realidad está excitado porque está a punto de hacer algo que jamás había hecho.

    Y luego de darme los buenos días, él se anima a preguntar—: ¿qué quiere decir con eso de que su madre se soba los huesos?

    Explico la tremenda corona de huesos en la cabeza, porque nunca dejaron de crecerle las protuberancias óseas, y que ella anda por el pueblo exhibiendo una cabeza muy grande y algunos de sus vecinos la adoran como una visión mística y ancestral.

    Enseño algunas fotos que le he tomado a lo largo de los años.

    La corona en 1960, en 1972, en 1991, en 2002, en 2028 (ella en su tumba de cristal, con una sonrisa plácida y generosa).

    —Eso explica sus cuernos bonitos, Martín —dice mi jefe y sonrío como un niño al que vieron por primera vez.

    Mi jefe acaricia mis pequeñas protuberancias, que no son tan grandes como los de mi jefa, la chingona, y lo hace como si acariciara una cáscara de plátano antes de abrirla, como si pudiera pelarme la cabeza para descubrir algunos secretos, y yo siento una felicidad impura pero genuina.

    Me dan muchas ganas de reír porque estamos así muchos minutos, tal vez una hora completita.

    Espera, no, no me vas a engañar. Tus ojos tienen estos poderes de distracción, de ocultamiento de la verdad. No sé si mi historia es genuina o verdadera. No entiendo nada. Te vi muy bien. Te sacaste una escama del rostro. Vi que lo hiciste. Trato de regresar para ver tu video pero dice que está eliminado, y luego entro a tu perfil para analizar tus caras, para entender por qué tus ojos se ven así: tienen la forma de una cruz y estos colores rojos que no le había visto a nadie.

    Escribo en mi diario para no olvidar, para no creer que todo esto fue mi imaginación.

    Sé que hay algo debajo de tu piel.

    Esto es lamentable: uno que es sincero, y lleva su primera corona de huesos a la vista de todos.

  • Amanecer

    Desde que estoy vivo —definitivamente vivo— me gusta pensar que la vida se compone de umbrales y que todos ellos son un componente clave de la felicidad.

    Un rompecabezas que puedo armar a mi modo.

    El atardecer y el amanecer son dos de mis umbrales preferidos.

    No tengo qué hacer nada especial para atravesarlos, solamente suspender la vida (unos minutos) y mirar cómo, por gracia de la atmósfera, una de esas cosas incontrolables, mi entorno cambia y el cambio me lleva consigo.

    No necesito valor, no necesito habilidad alguna, solamente necesito mis ojos y respirar.

    Como una rana que mira al cielo.

    [Pasé mucho tiempo aceptando que podía morir, porque ese es un componente aplastante de la realidad: empiezas a hacer cuentas, te pones a imaginar números muy complicados que delimitan tu existencia y que, además, según tú, son el valor definitivo de tu paso por este mundo. Hablarán de esto y aquello, casi puedes jurarlo.

    Sí, hay una voz que te está diciendo en la oreja que todo eso es pura caca, pero a ver, hazle caso.]

    También recuerdo con algo de cariño aquellos otros umbrales, los que atravesaba de joven. Horas y días de trabajo después, al tercer o cuarto desvelo, venía una muchacha [o un muchacho], y me decía «vámonos de rave, vámonos de party, vámonos», y acababa en alguno de esos lugares nocturnos, feos, bailando música electrónica como si hubiera probado diez ácidos diferentes y milagrosamente llegaba a mi casa, un cuartito de azotea o un colchón en el piso.

    En ese entonces, hacer cuentas con números angustiantes e inflados era, mal que bien, imposible.

    Me distraían las lucecitas, y el punchis punchis, y mis propios chinos esplendorosos porque no estaba calvo.

    Y me gustaba atravesar estos umbrales oscuros, recorrer la ciudad de noche, emborracharme y simular que un sentimiento de plenitud me desbordaba.

    Para eso sí se necesita algo de habilidad, aunque también mucha estupidez.

    Quizás esta mañana me he puesto a escribir de amaneceres porque el día de hoy inicia un nuevo semestre (puf, cursilón y fácil), y tengo que ponerme este traje de profesor que sabe muchas cosas.

    Pero he descubierto que cada grupo al que doy clase es una especie de umbral, algo que me cambia lo mismo que ver distintos amaneceres, sin que yo pueda controlarlo del todo; los muchachos me dejan enseñanzas nuevas, algunas inevitables (y otras desagradables), pero siempre hay una que otra cosilla interesante.

    Su desfachatez tiene el potencial de regresarme a un enfadoso estado de pureza, uno donde no contaba números, e imaginaba cosas y a la vez, me dan ternura porque toda juventud cree que su angustia es definitiva, verdadera, e ignoran que el horror puede ser más grande (como un dios primigenio cara de tentáculos).

    La bendición de la ignorancia.

    Espero que algún día, estos muchachos también puedan descubrir sus propios umbrales, los colores inesperados de la felicidad y, sobre todo, el amor, este animal de múltiples caras, la bestia primigenia, esa que es un perro desmadre y puede romper cosas, pero también hacerlas de la nada, estatuas que surgen del polvo.

    Sí, tal vez.

    Buenos días.

  • León

    León

    Infancia: cuando era niño, los leones parecían más reales, pero también más monstruosos. Prendía la televisión y los buscaba impaciente porque me parecían una bestia maravillosa. Artefactos de circo, un mago hacía su truco y veías a un pobre iluso meter la cabeza adentro de su hocico. Luego los escuchaba rugir y me emocionaba. En otro programa, un héroe de complexión delgada, normalmente blanco y valiente, lo rodeaba cuidadosamente antes de montarlo, o darle una patada, o tirarle una piedra que lo alejara. Mi madre me llevó a verlos al zoológico y los vi más falsos, más mentirosos, unos gatos huevones pero regios esperando pacientemente su hora de morir.

    Chiste: el león, rey de la selva (“la melena es su corona”, decía mi abuela, y después asentía con un poco de vergüenza pero siguiendo una tradición misteriosa), no sale muy bien parado en las historias morales o los chistes selváticos. Habrá un ratón, o un mono, incluso un elefante que sea más sabio, más listillo o, simplemente, más inteligente. El león depende de los demás, es un rey que debe morir para que otro (más sabio, o inesperado) ocupe su lugar o es el rey que debe asegurarse que los demás tengan una buena vida. En un festival de la escuela me escogieron para ser un león. Treinta y tantos años después, estoy seguro que me dieron al animal más estúpido, hubiera preferido ser otra cosa. Qué acaba de ocurrir. ¿Acaso el león me ha dado una lección?

    Ficción: pero lloré alguna vez por el león cuando leí una novela de Ende. Cuando Bastian atraviesa al mundo fantástico (isekai), su primer encuentro es con el Graograman, la muerte multicolor, el león de la selva de colores. Sumamente simbólico como Bastian derrota a ese león con el conocimiento y la compasión, mientras que en el pasado, Hércules (el psicópata) lo derrota quebrando su hocico con su monumental fuerza, lo desolla y se pone su piel encima; el león se convierte en una armadura que cuenta su historia.

    
Religión: Cristo es el León de Judá. La Biblia, convendría recordarlo, tiene sus momentos sangrientos. Sansón es Hércules —el que mata los leones— eximido de sus pecados. Los dientes del león divino ocultos en la biblia son uno de los tratados del body horror por excelencia. Um, ¿el león cree que todos son de su condición?

    Azar: uno de los mecanismos de Dungeons and Dragons, y cualquier juego de rol que usa un sistema con dados de 20. Tiras los dados y puedes crear un monstruo, un dios nuevo, un dragón cromático o un demonio. Si esta noche me encuentro hablando de leones, es porque el azar me llevó a construir un demonio con la cabeza de un león y una piel hecha de planta, y de infestaciones. Comencé con una ilustración muy estándar, y terminé convirtiéndolo en un muñeco de acción, como si fuera un amo del universo. El león es parte de la quimera, de la mentira e imagino que, dentro de todas las alucinaciones de una inteligencia artificial, es una de las bestias que menos duermen. Quizás solo falta una muchacha que lo tome de las garras y lo enseñe a ser menos cobarde.

    Sombra: uno de los demonios que más recuerdo de mi tarot oculto [faramalla, pero adorable] es Marbas. Tiene una carita de león canalla y fifiriche, pero creo que destruye vidas si lo invocas y no le das algo a cambio. Yo que sé. Hace algunos años que dejé de tenerle miedo a los dioses, a los ángeles y a los demonios, si de todos modos, cuando te miran, harán de ti lo que ellos quieran. Pero eso sí, hay muchachas que me dan mucho miedo, y muchachos también. Hay miradas que lo atan a uno como la cadena del lobo, y te dejan pensando cosas.

  • Atardecer

    Atardecer

    «Un día…», dice mi perra a un extraño, creo que es un muertito (ella lo sabe mejor que nadie), son los restos de una persona que están tirados en una de esas calles de ficción, postapocalípticas, «…escucharás la suave música del mundo, esa que solamente se oye cuando el cielo está sereno, suspendido en estos colores irreales, casi fantásticos, igual que el ruido blanco del mundo onírico, una frecuencia intensa al ocultarse uno de dos soles. Tus amigos misteriosamente se han quedado en silencio después de darle un trago a su cerveza; nadie tiene fuerza para decir mentiras, o inventarse excusas, o socializar porque una canción misteriosa une el latido de corazones diversos. El caballero que buscaba la espada sagrada ha sido engullido por un dragón y ahora es caca que alimenta a los árboles y los ríos. Un corazón hecho de cartón se ha desintegrado por completo en este río. Los perros como yo se callan los bigotes porque atisban una de las caras del amor y los otros, aquellos viejos dioses comprenden la verdad: una palabra más y la felicidad puede desaparecer». Entonces mi perra se acerca al cuerpo, lo huele y lo huele, se roba un hueso sin mucho esfuerzo y, tras roerlo una hora para sacarle la médula, se hace bolita, resopla y se queda dormida.

  • Diosa

    Diosa

    Primer aullido: supongamos que un basset hound, con su poderosísima nariz (la segunda mejor del mundo, dicen los fanáticos de la raza), puede encontrar el rastro de los dioses. No solo de aquellos que están vivos, como el olor a mirra del dios único, o el olor a jacinto del otro dios único, o las sandalias apestosas de otro dios único pero más alternativo, pero también de aquellos que desde hace mucho tiempo están dormidos porque ya nadie cree en ellos, o jóvenes diosas, artificialmente envejecidas, porque son invento de nuestros tiempos.

    [Algunas veces la Nico se desaparece de mi vista, y no dudo que se va a tierras extrañas, inhóspitas y aventureras. Tierras de realidades quebradas, inconciliables. Creo que ha dado el salto para intercambiar con alguna de sus hermanas, y lo que está en mi casa no es una perra, pero una multitud de perras que comparten su vida con las otras a través de los olores, de los bufidos, de las persecuciones oníricas.]

    (Una perra puede ser todos los perras.)

    Segundo aullido: la idea del caballero y la diosa; la espada de Excalibur; Lady of Shallot; Guinevere y Lancelot; Seiya y Atena, ¡Atena!

    La madre universal, o la madre cósmica, no solo es esa fumarola de protección, esta mirada femenina que se posa sobre nosotros como un manto estelar (beso dos dedos, los alzo para saludar a mi buena madre), pero también es esta percepción del deseo, esta lucha continua del caballero ideal por entender qué demonios le está pasando adentro y por qué desea sumergirse en la vida de su madre hasta absorberla entera.

    [Sospecho que la Nico ha visto coronados a cientos de caballeros, ungidos con la misión divina de restaurar la paz de su mundo. Caballeros poco lúcidos, asexuados, inofensivos. También me pregunto, porque así es ella, si habrá robado la espada para sí misma o si habrá dormido sobre ella para que no la encuentren los escuderos. Creo en la capacidad de mi saco de pulgas para sembrar el caos y restaurar no solamente un aspecto, pero la totalidad, a través del humor y la curiosidad, a través del juego y la persecución de sus enemigos invisibles, de sus pesadillas. Creo en la capacidad de mi perra para construir caminos de luz y de oscuridad en el universo silencioso.]

    (Dato curioso: leí por ahí que los perros creen que somos seres sin genitales, suponen que nuestros olores son un error de la simulación.)

    Por eso Dune me da un poco de asco: el muchacho Atreides, no satisfecho con robarse los poderes del padre, también debe humillar a su madre al mostrarle que él es dueño máximo del poder que ella tiene, y que ella le dio. En la virtud de los caballeros también reside su oscuridad. Nos hará felices escuchar al Hombre de la Mancha cantándole a Dulcinea porque tiene ese ritmo pegajoso de Broadway, pero la realidad es que Quijote despierta (despertar para morir) poco tiempo después, cuando se da cuenta de la realidad: Aldonsa es una mujer, no una concepción mitológica, masculina, abrasadora.

    [Oh. Lo mismo, quizás, le sucede a Spike Spiegel: cuando mira con su ojo del presente, el ojo de la realidad, a Julia.]

    Tercer aullido: pero esta es la historia de una perra que ha navegado todos los mundos, todos los cosmos, buscando a una diosa que regala espadas sagradas. Algunas veces ella me trae una de su país de sueños, yo tengo qué cavar un agujero y enterrarla junto con otras espadas virginales, coloridas y resplandecientes, con la esperanza de que se hagan polvo y sus caballeros místicos y predestinados se olviden de ellas. Otras veces solo me trae historias: «acompañé a un galante caballero, papi, papi, y matamos a todos los dragones, y los diablos, y la diosa nos dio muchos regalos, y nos dio comida sagrada y bendita, y nos arropó entre sus brazos y dormimos muy bien porque salvamos a la gente». Yo me siento orgulloso de ella, le doy un abrazo y le digo: «cómo te envidio, un día llévame contigo».

  • Cajas

    Cajas

    Escribes en tu diario: «mi corazón está hecho una caja» y unos segundos después, mientras estás en el baño, orinando, recuerdas que eso ya lo dijo Nirvana. Te preguntas si debes perseguir la idea, o si debes descartarla, y luego abres la caja, y miras un corazón adentro de la caja, y lo acaricias sin advertencia, sin dudas, y escuchas un lamento gemebundo.

    (No se puede negar el impacto de una frase anquilosada y ridícula como la de escuchar un lamento gemebundo.)

    —Por qué sufres tanto cuando te tocan el corazón [¿debes sufrir?, ¿es esto un instante poético?] —alcanzas a preguntarte, y tocas su rostro artificial, piensas en el personaje y buscas sus ojos (jirones de carne que se construyen en tiempo real): un constructo de melancolía, un gólem de órganos irreales, mal colocados, rompecabezas improvisado.

    Cuando se moja el corazón de cartón, el cuerpo del constructo comienza a fallar: camina más lento aun cuando, a pesar suyo, necesita [énfasis] llegar a su propósito (su destino).

    El propósito de un corazón quimérico debe ser, como el de cualquier ser vivo (o eso me gustaría creer porque…), amar.

    [En la nueva película de Hellraiser, un personaje tiene un dispositivo de metales y cuerdas en vez de un corazón. Gracias al dispositivo no ha envejecido, pero cuando éste se reinicia para seguir latiendo, es algo que se ve sumamente doloroso: como dice Pinhead, dolor es placer es dolor es placer.]

    (La otra vez, me descubrí pensando que mi generación asociaba fácilmente el sufrimiento con el cariño, con el amor. Pero este sufrimiento es algo meramente artificial, una trivialidad, el artificio del drama: los celos, las aspiraciones, la educación sentimental a partir de las telenovelas y los doramas.)

    [Pienso también que mi amor con Sol ha sido una construcción orgánica que ha tenido sus momentos de sufrimiento, de incertidumbre: el cáncer, la pandemia, la distancia, las pérdidas pero, luego de las pérdidas reales, inevitables, también la pérdida como ilusión, como imaginación, que es como decir que me iré, que no podremos estar juntos porque algo me va a matar, y parece que tenemos un corazón de cartón en temporada de lluvias: flota sobre un río, se deshace poco a poco, y cuesta trabajo reunirlo de nuevo; pero es que se quieren, —nos queremos— y por eso pegamos las piezas, las perseguimos en el raudal del río místico, no me voy a ir, amor, te lo juro que no, bien melodramática la cosa y nos besamos como cualquier otro día, uno de verano.]

    El corazón del constructo, después de un silencio extraño, bombea «como un hermoso tambor». Un maniquí con el corazón en una caja; parece humano. Y siguiendo la vieja instrucción del artesano que lo hizo, empieza una larga caminata en cualquier mundo de arena. Tiene qué llegar sabe a dónde, y llegará después de cientos de años.

    Su padre habrá muerto para entonces.

    Lo que resta del mundo es una ficción vieja.

    El constructo besará la fotografía de una muchacha.

    Eventualmente, estoy seguro, escuchará una vieja canción (la canción para el desvelo). Ocurrirá mientras un perro viejo y orejón mira a la lejanía a una mujer de vestido azul y recuerda que tuvo un padre humano, ese que fumaba un cigarrillo, ese que todavía está vagando en los límites del paraíso porque sigue divirtiéndose como un furioso idiota; pondrá el corazón a secar al sol y lo intentará de nuevo, lo intentará otra vez, lo intentará mejor, lo intentará y ya.