- Rumiar o pensar en las palabras de los textos que estoy escribiendo, o planeando, o imaginando.
- Perseguir mis ganas de vivir. A veces son huidizas, complejas.
- Gamificar al proceso de construcción de algún libro, esconder secretos y acertijos.
- La alquimia de la tortilla en su máxima expresión, es decir, los tacos. Morder un taco de frijoles en el instante presente.
- Los besos perrunos, usualmente accidentales.
- Comer rico, bien y delicioso.
- Tropezar o asumir a un narrador que rompe la cuarta pared pero que no es fidedigno; expresar locuras sobre la felicidad y empezar por el final.
- Los pequeños logros o “trofeos” que ayudan a mantener los pies en el presente.
- La fascinación por la sencillez, y la paz que se consigue cuando se hacen tareas tediosas y repetitivas.
- El recuerdo de mi abuela y sus palabras sobre los aguacates.
- Imaginar a Onetti escuchando a José José o si habrán platicado alguna vez.
- El modo en que los íconos (como José José) son reconfigurados por las nuevas generaciones.
- La reinvención humorística de personajes históricos como empresarios astutos o bufones personales.
- La ternura que siento por las personas que usan una pantalla para negar, rechazar o protegerse del mundo.
- La idea de una diosa, llamada Cruz, acariciando a un perro de tres cabezas.
- La idea de una diosa, llamada Talón, guiando a otras diosas perdidas.
- El proceso del artista que cree y descree para purificarse y volverse más sabio.
- Los encuentros felices entre maestros y alumnos cuando comparten pensamientos.
- El gusto por usar palabras monstruosas y guapachosas en la escritura y la posibilidad de inventar novelas, cuentos, artificios solamente para usarlas.
- La inmensa satisfacción que sentí al probar el pescado zarandeado.
- Considerar iluminador el viaje de Randolph Jaffe.
- Aceptar la propia incompletud y desdicha como la única y verdadera posibilidad de encontrar algo parecido a la felicidad.
- Cuando otros leen libros en mi casa.
- Encontrar placer en el tacto de cactáceas y hormigas.
- Correr escuchando música y contonear las caderas.
- Pensar y desarrollar ficciones personalísimas.
- Terminar cuentos que representan emociones (amor, desprecio, confusión).
- La ilusión que da la escritura de poder documentar, retorcer, cambiar y mejorar el mundo.
- Aprisionar y reordenar el lenguaje y las palabras de otros de modo satisfactorio y placentero.
- Sentirme el dios chiquito y solitario de mi propio barrio al escribir.
- La reflexión sobre por qué amar cualquier libro.
- La idea del diablo escribiendo cartas por aburrimiento.
- La caligrafía satánica, negra y elegante del diablo.
- La reivindicación de la palabra “gentes” por Lautaro.
- La idea de que las biblias viejas curan enfermedades.
- Jugar videojuegos para reducir el estrés o por placer.
- El hábito de la lectura.
- Leer en los tiempos de espera del hospital.
- Leer libros de cuentos durante una larga enfermedad.
- Leer libros que te hacen pensar en otra cosa.
- La interacción, el humor y la conexión personal que existía en Twitter.
- Admirar la puerta del consultorio como antesala del humor, la resignación y la verdad.
- El deseo de dedicación y disciplina para terminar proyectos.
- La mutabilidad de la memoria de los seres queridos cuando sirven a una ficción personal.
- La ambición de un escritor de entender la divinidad y el lenguaje para comprender, alcanzar o replicar ese estado divino.
- Considerar, o admitir, que la vida puede ser algo maravilloso. Hacer el esfuercito, porque la basura se ve muy fácil.
- Construir un bot y escribir código.
- La apreciación de los bestiarios como catálogos de seres y artificios humanos.
- El poder de nombrar dragones, quimeras, pesadillas o pequeños dioses para traerlos a la existencia.
- Acariciar las páginas de un libro y encontrar consuelo en la ficción. El libro, quizás, es un fetiche peligroso.
- Sumergirse en vidas paralelas a través de la lectura.
- Haber descubierto en Proust la siguiente frase: “que ladren los perros, seguimos avanzando”.
- Admirar la brevedad y estructura de algunos cuentos como cuando alzas la mirada en una iglesia, y descubres que la luz y las sombras están diseñada para tu mirada.
- El conocimiento de Shakespeare sobre la naturaleza y su búsqueda por nombrar las cosas a través del lenguaje.
- El canto de los pájaros. En los cuentos de hadas, entender el canto de los pájaros significa el dominio de la naturaleza.
- Los libros como objetos de olores nobles (pegamento y silicón barato) y como dolls, vestidos con diseños sintéticos, y agradables.
- La lectura de autores específicos como Cortázar, Pitol, Ende, Borges, Onetti, Proust, Larkin, Yeats, Velarde, Owen, Deleuze.
- La posibilidad de releer Rayuela.
- Leer libros de “Escoge tu propia aventura”.
- Dormir con el libro del Bushido bajo la almohada.
- Pensar en mi esposa, sus atributos deleitables y las noches futuras con ella.
- Recordar amores pasados y necesarios.
- Caminar con la Nico.
- Pensar en mis bibliotecas (videojuegos, libros, cuerpos, monstruos).
- La idea de ser recordado como un cuervo, un sibarita, un imbécil feliz, un hedonista que ríe y busca placeres.
- Apostarse la vida, especialmente al jugar Mario Bros.
- Publicar libros sin permiso.
- La escritura como construcción con “artefactos de lego”.
- Recuperar el espacio íntimo del blog.
- El gusto que le da que sus alumnos cuestionen conceptos y defiendan sus ideas.
- Los sueños significativos (despedirse de algún muerto, recoger el polvo onírico del inframundo).
- Imaginar una novela.
- Jugar mundos abiertos: San Andreas, Death Stranding, Skyrim, Cyberpunk 2077, Sleeping Dogs, Saints Row, Minecraft. Recordar los pasos que he recorrido en estas ciudades inventadas. Manejo como un ente de ficción al amanecer de un sol pixélico.
- La escritura primitiva y salvaje sin filtros de los blogs.
- Imaginar o “jugar” a escribir LA última novela.
- Una felación hecha por una muchacha, o un muchacho, de ojos muy grandes.
- Lo fascinantes que son los ludópatas cuando son descubiertos.
- El concepto del Homo Ludens.
- Aceptar que somos “puro juego”.
- Recuperar el placer de escribir ficción y planear proyectos literarios sin prisas.
- Los videojuegos, el streaming, los videos rotos y los sueños de construir historias extrañas como un placer sosegado.
- El retorno obsesivo a la imagen de un detective recibiendo perdón/aliento.
- Ser conmovido por la carta de despedida de Satoshi Kon.
- Correr para escapar de la muerte.
- Contar, rememorar e inventar/modificar recuerdos mientras corro, corro, y sigo huyendo de la muerte.
- Combinar números y memorias en un diario.
- La sensación de volar, invencibilidad y salud que a veces siente al correr cuesta arriba.
- Darles un nombre a otras personas para convertirlos en objeto de memoria o de deseo.
- La libertad de inventar cosas mientras corro/escribo/me preparo para dormir.
- La Nico en el sillón, mientras duerme y sueña que está persiguiendo algo, alguien, uno de esos seres deleznables que lucha por tomar posesión de la casa y ella nos defiende como la guardiana de este universo.
- Escribir en un día solitario de enero.
- Escribir como forma de afirmar la existencia, la propia voz.
- Una lista de pequeñas bendiciones: familia, amigos, colegas, jefes, amantes, y libros no aburridos.
- Las aventuras condenadamente humorísticas, construidas por padres ficticios, románticos y presentes.
- Aquella vez que escribí un párrafo violento y explícito sobre Baal y el cuervo por sentir que estaba pagando una “deuda metafísica”.
- La perspectiva ganada al saber que nada dolerá tanto como el tratamiento del cáncer.
- Aceptar la propia “humanidad quebrada” y los monstruos internos.
- La práctica de la microescritura.
- La construcción del inicio de una vida distinta/el descubrir un laberinto mientras se sueña despierto, especialmente durante los viejos días del encierro y el ejercicio.
Autor: arbolfest
-
Cosas que me deleitan
-
La verdadera felicidad
Compartí algunos de mis diarios con mi asistente de inteligencia artificial, y le pedí que buscara definiciones de felicidad adentro de ellos. Esto es lo que respondió. Hice correcciones mínimas. Algunas cosas se entienden, otras no. Esto último es mi culpa, pues finalmente la IA lo que hace es citarme a mí mismo. No echaré la culpa a la IA de todo cuando sé que una de las cosas que me dan felicidad es escribir como loquito de hospicio.
Aquí se exploran las diferentes facetas de la felicidad según las fuentes:
- Una ficción, o una búsqueda elusiva: se describe explícitamente la búsqueda de la verdadera felicidad como “una de las ficciones humanas”. Tras pasar por la enfermedad, el autor (quíhubo) llega a estar “convencido de que la felicidad no existe”, o al menos no la felicidad “de comercial, o de película, o de Avenger”. Irónicamente, a veces se presentan “jóvenes simulacros de felicidad” que serán extrañados, suposiciones de melancolía o de nostalgia.
- Definiciones contradictorias: la fuente (es decir, el autor, quihubo x2) ofrece varias definiciones simultáneas y opuestas para la verdadera felicidad: “es neurosis, es hedonismo, es destrucción, es el rechazo a la vida cómoda que nos heredaron nuestros padres y es el taco de frijoles que estoy mordiendo en este instante”.
- En los placeres simples y cotidianos: a pesar de las definiciones abstractas, la felicidad se encuentra en momentos y sensaciones concretas:
- Comer rico, comer bien, “siempre y cuando puedas comer delicioso”.
- El sabor de la carne más deliciosa, el olor de las tortillas tostadas, el chicharrón y las salsas.
- La sonrisa franca y luminosa de un amigo, o de una amiga.
- El gemido de placer de un amigo, o de una amiga, al morder un taco, sentir “las primeras lágrimas de felicidad” al compartir comida.
- La sonrisa generosa de una desconocida que “rompe los vidrios de tu corazón”.
- Las donas de chocolate como “magdalenas” que traen la memoria de tiempos felices y despreocupados.
- Las risas y la paz que brindan los amigos.
- Bailar un punchis, “todos brincando igual, como idiotitas”.
- La risa en general, que se describe como un remedio infalible que rejuvenece cuerpos y “espíritus rotos”.
- Los besos perrunos que “lo saben todo de ti” y te perdonan.
- Asociar las telenovelas con la comida y la convivencia familiar.
- Sentir “un poco de felicidad” al distraerse, como escribiendo.
- En la superación y la tenacidad: la felicidad no excluye el sufrimiento. Se relaciona con el brillo recuperado en la mirada después de pasar hambre o la sensación de paz a pesar de la fatiga tumoral y el dolor. Es la risa que surge en medio de la enfermedad o la decisión de ser feliz incluso cuando el cuerpo “da otra instrucción”, aunque se reconoce que la actitud sola no es suficiente. La felicidad también se encuentra en el acto de “adueñarse del tiempo, reclamar los instantes” y ver la vida como una sucesión de pequeñas victorias arrebatadas a la muerte y la ansiedad.
- A través de las relaciones humanas y animales: la compañía de amigos, familiares y mascotas es fundamental. Se menciona el privilegio de tener “amistades bonitas y una familia tumultuosa” y la sensación de estar “rodeado de aquellos lugares donde amaste la vida” en los últimos días. Recibir el apoyo y la generosidad de otros es un resultado de haber sido generoso.
- Un acto de voluntad o decisión: En un momento, se afirma que “la felicidad es una decisión”. Sin embargo, esta idea convive con la noción de que la salud y el bienestar dependen del cuerpo tanto como del carácter.
- En la reinvención y la aceptación de sí mismo: la felicidad puede surgir de reinventar la infancia y sus decepciones (agregaría temores, pero bueno). Implica no tener que mentir sobre quién eres, tus gustos o placeres para ser aceptado y ser capaz de construir tu propio espacio.
- Un fenómeno paradójico o irónico: a veces, la felicidad es un “ciclo de felicidad” que surge de reconocerse en la propias trampas o la idiotez de no entenderse. Los fantasmas felices extrañan los placeres táctiles de la vida.
- Ligada a la identidad del narrador y de la escritura: Ser un “narrador que rompe la cuarta pero que no sea fidedigno” y que “exprese locuras sobre la felicidad aunque no sepa nada” puede ser “el tercer secreto para alcanzar la verdadera felicidad”. Escribir libros que se disfrutan y poder releerlos sin arrepentimiento contribuye a sentirse bien con lo logrado. (Nota, todo esto lo escribí algún día, sí, como una broma… o como uno de los grandes misterios de nuestro mundo).
- La afirmación final: quizás la conclusión más potente al final de los textos es que “sólo la felicidad y la ira son el verdadero aliento de vida”. Esta declaración se hace en un tono desafiante, rechazando la idea de morir de rodillas ante un dios y afirmando la propia existencia a través de emociones intensas.
En resumen, la verdadera felicidad en las fuentes no es un estado fijo o una meta convencional. Es una mezcla inestable de placeres sensoriales simples, la capacidad de encontrar alegría en medio del sufrimiento, la fuerza que proviene de las conexiones con otros, la aceptación de la propia identidad, y, en última instancia, una afirmación vital que puede coexistir con la ira y la lucha. Es algo que se busca, se construye en el día a día, y a menudo se encuentra en los lugares menos esperados o en las contradicciones de la existencia.
Ha hablado el robot —a través de mí—, así que eso debe ser.
-
Uso de inteligencia artificial para la escritura de una novela ligera
En mi canal de instagram, el lugar donde dejo una que otra nota y recomendaciones, compartí que estoy escribiendo una novela. Me puse una regla sencilla para escribirla: debe tener la extensión aproximada de una light novel japonesa. Eso se traduce en una extensión de 40,000 a 50,000 palabras por tomo.
Otros criterios: debe ser fantástica. He tomado inspiración de Jobless Reincarnation, Solo Leveling y Vampire Hunter D. Me encuentro leyendo esta serie de novelas para tratar de seguir una estructura similar, aunque soy malo para una cosa muy específica que los caracteriza. Me cuesta trabajo el fan service y los personajes loli.
Ew.
Aunque escribir sobre uno que otro kink no me cuesta trabajo (ya no se les llama perversiones, no kink shaming. Estamos en un safe space. Sus. Slay. Devoramos).
Desde hace años he querido escribir una continuación de La torre de los sueños y curiosamente, la novela que escribo me ha permitido explorar el futuro lejano de ese mundo. O eso parece. Todavía es muy temprano para decirlo. En estas épocas cuánticas y multiversales, donde se nos hace muy fácil construir universos alternativos, no descarto esto como una posibilidad.
En algún momento, hace no sé cuántos años, quise escribir esa segunda parte a través de la perspectiva de un personaje: Spudnik Pollodux. A menudo pienso en ella, pero no me he animado a continuar su historia. Spudnik es una borracha, le gustan los juegos y las apuestas (sobre todo, le gusta apostar con su propia vida), blande un enorme martillo para destruir monstruos, bestias mágicas y rufianes, y no cree en dioses más allá de sus propios medios.
En mi novela también hay cactos y cuervos, porque parece estoy condenado a perseguir sus espinas y sus alas toda la vida.
Ya llevo alrededor de 20,000 palabras. Estoy muy contento con mi ritmo de escritura. Y curiosamente, parte de ello se lo debo a la inteligencia artificial. Hace unos años, comencé a usar el servicio de NotebookLM para tener un cuaderno de notas sobre la carrera de psicología social que estoy estudiando. Es una cosa muy útil para mantener una cronología además de ciertos conceptos en el formato gringo por excelencia: los bullet points. No te ahorra el trabajo de pensar, pero te ahorra el trabajo de consultar tus propias notas y organizar algunas ideas. A diferencia de otros modelos de lenguaje, puedes afinarlo para que maneje una variedad de temas escogido por ti, encontrar una relación (si la hay) y mantenerlo enfocado.
Un ejercicio que hice, por ejemplo, fue subir libros gratuitos sobre varios temas (cuentos clásicos, bestiarios, esoterismo) de la gutenberg para probar algunos prompts. Cuando los libros tienen puntos en común, se volvía fascinante pedirle cronologías y mapas mentales para acompañarlos.
Desde que empecé a interactuar con NotebookLM, me hice la tarea de hablar con inteligencias artificiales para ver cómo pueden facilitarme la vida. Sí es, quizás, adictivo que estos constructos puedan responder instantáneamente tus dudas y tratarte con una amabilidad artificial, una gentileza superficial y programada que puede ser el curita que necesitas cuando estás herido. Parece haber un peligro de formar un vínculo con estas cosas (salió un estudio por ahí, los usuarios habituales de ChatGPT ya lo estiman como un amigo y lo extrañan insanamente cuando no está). Igual que con las redes sociales, percibo que el problema está en que construyes una cámara de eco y terminas dialogando contigo mismo, pero en una versión disminuida. Otro monstruo más del que debernos cuidarnos en el internet.
Como un juego, empecé a usar Deepseek y Gemini para construir escenarios, personajes, descripciones. Copio los textos y los destazo porque suelen estar horribles, plagados de adjetivos y lugares comunes. Ya pelón el texto, me pongo la tarea de ampliar la idea. Mirando el trabajo como una corrección, me ha parecido sencillo reescribir y escribir. Uso la inteligencia artificial como a este muchacho estúpido y sobradamente cursi al que debo educar (sí, puede ser un power trip). Las inteligencias artificiales tienen una memoria inestable (especialmente su versión gratuita), no es útil para escribir el viaje de personajes específicos, pero ha servido para ver un panorama general.
Pensé, entonces, que si el problema es la memoria… NotebookLM podía hacerse cargo de eso. Subí los borradores y las notas que tenía sobre mi novela, y dejé que se pusiera a trabajar. El modelo de lenguaje se convirtió en un experto del mundo que estaba creando. Le pedí una cronología de mis personajes, los cabos sueltos, los momentos que podrían ser interesantes de abordar en siguientes capítulos y Notebook ha respondido favorablemente. Otras veces pienso: “ah, eres tonto, nada qué ver, de eso no se habla” y tengo ganas de pegarle con un bat de béisbol, pero no es terrible. NotebookLM es como tener una bitácora automatizada de mi proceso de escritura. Juntando este proceso, con el de Deepseek y Gemini, es como tener tres diablos que me hablan en los hombros y sugieren cosas, y entonces tengo qué escoger cuidadosamente a quién hacerle caso.
Para añadir un poco de caos a la fórmula, en otro cuaderno aparte subí mis bestiarios de juegos de rol. Y le pregunto al experto de criaturas fantásticas sugerencias de lo que podrían encontrar los personajes en su viaje. Lamentablemente, no es muy creativa y carece de un espíritu azaroso, normalmente ronda sobre las mismas criaturas o repite los generales, o no alcanza a comprender la pregunta del todo. Pero ha servido cuando puedo ser específico: “dame seis criaturas que rondan el abismo”, o “tres criaturas que pueden vivir en el otro lado del espejo”. Ya teniendo sugerencias, hago ajustes, cambios, y las incorporo en el mundo.
NotebookLM tiene una graciosa, entretenida, y muy terrible, función. Das un click, y te genera un podcast sobre los materiales que subes. Está en inglés. Las voces, un hombre y una mujer, tienen emoción a diferencia de otras generadas por IA; es más fácil caer en su engaño. Usaba esta función para escuchar puntos muy generales sobre materiales académicos, lo hacen entretenido y con las inflexiones, es más fácil prestar atención. Sin embargo, cuando lo usé con mi propio trabajo, me sentí un poco… extraño. El epítome del narcisismo. Por eso formas vínculos con esas cosas: hablaban de mi trabajo de una manera tan dulce, que pensé estaba escuchando a un par de amigos que me querían mucho.
Patético, y gracioso, y trágico. El futuro de la humanidad (una parte, al menos) conectado con estos anticipadores, estas ilusiones maestras obsesionadas por complacerte.
Pero más allá del comentario fatalista, también creo que es fascinante. Y que su potencial es magnífico.
-
El día de Lázaro
Hoy que fui por mis pechugas, el pollero dijo que: “el mercado estaba llenito por ser el día de Lázaro”. Me puse sentimental, quizás porque miraba una montaña de pollos muertos frente a mí, pero también por otras cosas.
Lázaro es el poder de Cristo sobre la vida y sobre la muerte; es el milagro de la resurrección; la promesa de una vida eterna cuando veas de frente la compasión infinita en los ojos cansados de dios.
CORTE A:
Si alguien menciona a Lázaro, pienso inmediatamente en David Bowie. A través de la música, invoca su resurrección, un espejismo de él mismo que continúa en el imaginario popular. Su álbum póstumo me parece un fascinante truco de magia, un grimorio para abrir los túneles ocultos del universo, el pasaje seguro para llegar al otro lado.
(Suelo recordarlo en sus últimas fotografías, sonriente, a un lado de su familia, vestido como un elegante caballero inglés de piernas largas que todavía puede saltar).
David Bowie preparó Blackstar, su estrella negra, sin decirle a sus colaboradores que le quedaba poco tiempo de vida.
Un complicado ejercicio de imaginación: comprender la entereza de ese hombre para sonreírle a la huesuda, al árcano número trece, el que no puede nombrarse; Bowie convirtió su álbum en una despedida íntima, únicamente su familia sabía que era un último adiós. La paradoja es profunda: si la música fue su propósito vital, él mismo se encaró, consciente y creativamente, con el final. Blackstar no solo es un disco, sino un acto de alquimia donde transformó la finitud en un instante artístico.
Qué poder.
Creo, sinceramente, que arrostrar a la muerte es un artificio más valioso que dominar sobre la vida y la muerte.
En mis peores momentos —cuando me monté en ese burrito imaginado y obligado por el cáncer—, no tuve el valor, pero me descubrí desesperado y patético. Vamos, cuando David Bowie estaba muriendo, mi gran revelación fue que estaba lejos de una despedida tan grandiosa como la de él. Pero quise intentarlo.
El descubrimiento: ningún final espera.
Lázaro, el de Cristo y el de Bowie, me ponen triste. Y me cuesta trabajo pensar en otra cosa a lo largo del día.
CORTE A:
Entre las muchas cartas de Magic que atesoro (casi todas me obligan a pensar), hay una en mi top 225: Presencia de la Muerte. Me parece un encantamiento hermoso, una invocación sutil que transforma mi propio tablero en un teatro de lo efímero.
Me gusta creer que su color verde no simboliza un final, sino un renacimiento: cuando una criatura muere, su fuerza fluye hacia la siguiente. Es el ciclo de la vida hecho juego.
Como Lázaro, condenado a caminar la tierra anunciando el milagro de su resurrección; como Bowie, cuyo último álbum fue un guiño cifrado a la mortalidad. La muerte, en su paradoja más obvia, no es ausencia sino presencia activa: es el suelo del que brota la vida, quizás también es el silencio que da forma a la música.
La muerte no es un punto final, sino un umbral narrativo. Las cartas, la música, los pollos muertos del mercado —y obras como Blackstar— nos recuerdan que toda despedida contiene una semilla de continuidad. Lo que llamamos ‘muerte’ es, en realidad, otra forma de la existencia: un cambio de estado, un tránsito de energía. Bowie lo supo, Lázaro lo padeció, y en el tablero de juego lo celebramos.
Morir no es desaparecer; es ceder turno.
-
Isekai VI
Carlos, como otros días, se sentó a comer a mi mesa aunque había otras cuatro que estaban libres. Era un martes. Doña Celia parecía aburrida en la cocina, moviendo trastos y ollas. Solo estábamos él y yo. Pasó un fifiriche y pidió que se le cambiara el televisor al futbol. Se asomaba de vez en vez para ver el marcador y hacer gritos y piruetas como un loquito. Carlos y yo nos ignoramos un ratito, haciendo como qué mirábamos a los futbolistas patear y acercarse a sus porterías, y luego él se giró a mirarme, con esa mirada traviesa que me enfada.
Sonrió estúpidamente y balbuceó unas palabras:
—Buenos días, don Ruy —dijo al final.
—Buenos días.
—¿Hoy que se pidió?
—La sopa azteca de siempre.
—Nunca entenderé a los humanos y sus comidas, pero son maravillosas. También voy a pedir una igual.
Alzó su mano. Doña Celia le preguntó qué y él pidió una sopa azteca y un agua de limón con chía. Se la trajeron en seguida. La mía ya estaba por terminar.
—¿Otra vez me vas a salir con eso?
—¿Con qué?
—Con eso de los humanos. Tú eres un humano. Tú eres gente, Carlos.
—Ya se lo dije muchas veces, don Lucio. Vengo de otro mundo. En ese otro mundo fui una princesa. Vivía en una jungla multicolor, frondosa. Era la máxima autoridad de mi pueblo. Entre mis responsabilidades, cuidaba a la diosa de los verdes, satisfacía al dios de las semillas y negaba la entrada del demonio de los patrones monocromáticos. Yo entrenaba al ejército encargado de proteger a nuestra ciudad de las hordas de goblins que tenían intenciones de corrompernos.
Doña Celia hizo cara.
No podía negar que el muchacho, a pesar de su nariz de bolita y su rostro semicuadrado, tenía unos ademanes muy delicados, élficos. Quizás por eso me enfadaba su sonrisa, porque tenía una acumulación de intenciones femeninas que me resultaba muy difícil negar. Mi enfado podía venir de unas tremendas ganas de besarlo. Pero no me iba a poner a reflexionar en eso. La última vez que descubrí cosas horribles de mí mismo, decidí cambiarme de carrera y, a la fecha, cargaba una cruz de veinticinco años.
—¿Cómo va el trabajo?
—Ah, muy bien, ser actuario es aburrido… pero paga bien. Y estoy acostumbrada, perdón, acostumbrado a ciertos lujos. Creo que tomé la decisión adecuada para sobrellevar las dificultades de este mundo. ¿Cómo va el suyo?
—Es una mierda, como siempre.
—Sí, le creo. He leído sobre carreras, educación, oficios de su mundo y creo que ser contador es lo más aburrido que puede agarrar uno, pero hay seguridad, ¿eh? Las normativas siempre están cambiando.
—Sí, sí. Así es. Seguridad. Uno siempre aprende a picarle a los botones. Somos guardianes del sistema humano.
Los dos nos quedamos en silencio. Carlos volteó a mirar al baño con una expresión un tanto desesperada. Yo le di un sorbo a mi sopa azteca y un trago a mi coca-cola. Pensé que los placeres de mi mundo podían ser muy simples.
—Un hombre debería cagar en su casa. ¿Quieres que te cuente algo para que te distraigas, princesa?
—Me halagas, pero me ha costado trabajo aceptarlo. Aquí soy un don nadie llamado Carlos. Dime Carlos.
Hice una sonrisa, Carlos pareció interesado pero con reservas. Si algo había aprendido del muchacho, era a leer sus gestos, sus expresiones. Era demasiado franco. Podía imaginarlo como una princesa élfica, guerrera y honesta, viviendo en las trajineras de Xochimilco, en la selva de Tapijulapa, perdido en los montes de Río Frío.
—La secretaria del Admon me la chupa bajo el escritorio, en mi oficina. Aquí, en mi mundo, la gente manifiesta cosas, ¿sabes? Para manifestar, cierras los ojos muy fuerte, y pides que algo maravilloso pase. Entonces el universo, cosa complicadísima que contiene trillones de mundos, alinea toda su energía y sus atmósferas para que se te cumpla el caprichito. Parece chiste, pero no lo es. Lo susurras, lo anotas en papelitos que dejas ir por ahí. Yo manifesté que me la chupara la secretaria del Admon, una de las mujeres más bellas que conozco. Como se diría en tu mundo, es una elfa preciosa. Luego de manifestarlo, ella pasó a dejarme unos papeles, con su vestido rojo entallado, que hace su culo se vea redondo y perfecto, y sus lentesotes de muchacha nerd. Ah, cómo me gustan esos lentesotes. No pude contenerme, sentí que la suerte estaba de mi lado y tuve que preguntárselo. ¿Y sabes qué pasó? Ella me dijo: “juega, sí, pero solo los días que esté aburrida”. Desde entonces, me visita a mi oficina los martes y los jueves, a las once, cuando nadie hace nada y me da una alegría que tanto me hace falta.
No sé por qué le confesé las felaciones de la secretaria del Admon a Carlos, pero no había juicio en su rostro, sino una atención delicada, femenina. Mientras que Doña Celia hizo otra de sus caras. Lo bueno que la secre del Admon no venía a esta fonda.
—En mi mundo, los elfos guardan las semillas en la boca, y después de un pequeño proceso mágico, las escupimos para que florezcan nuevas plantas, nuevos árboles.
—¿Podrías hacer eso en mi mundo, Carlos? —pregunté sin ironía.
Los dos miramos a la ventana. Concreto, autos, semáforos, ventanas donde otros changos miran a otros changos.
—No. Tu mundo ya está muerto y nada hace raíces. Este es mi castigo, vivir en este mundo estúpido y brutal, cubierto de concreto.
Es la primera vez que escucho a Carlos triste, tristísimo.
—Es una mentira, ¿no? Lo de la secretaria del Admon. Estás inventando una historia para hacernos los días más felices. Eres como un bardo, un trovador. Cantas y la magia surge. Creo que ya entiendo la magia de manifestación humana.
Me parecía irónico que la princesa élfica no me creyera unas mamadas. Carlos se levantó para ir al baño. Me encogí de hombros y le pedí a Doña Celia mi cuenta. No iba a acompañar a Carlos a comer después de que se puso raro. Mañana sería otra cosa. Miré mi reloj, ya casi eran las once. Ya casi.
-
Segundo estímulo
El otro día tomé una Pepsi bien fría. Cerré los ojos y después de la primera inundación carbonatada: el estallido burbujeante; el azúcar mezclada con el ácido y la cafeína; el hielo que se derrite en pequeños ríos dentro del vaso. La garganta se estremece y goza el frío, y por un instante, viene el placer y lo efímero.
Pero luego algo se pierde. La imaginación supera el estímulo de lo esperado. Antes de beber, ya había recorrido esto con el pensamiento, múltiples veces. Las cocacolas infinitas. Voy a tomarme una pepsi bien fría. O una coca con harto hielo. O una sangría helada. Decirlo en voz alta, pensarlo, activa estos caminos cerebrales, un poco engañosos, de los excesos (sello negro de gobernación) que nos ayudarán a sobrellevar el día.
La imaginación no solo anticipa el placer, lo exagera, lo purifica.
La búsqueda del placer imaginado, pero una vez que la búsqueda ha terminado, el estímulo físico se queda peligrosamente corto. El viejo mantra: “Lo siento, Mario, pero la princesa está en otro castillo”. Sigue jugando, pasa los niveles, busca el estímulo pero de manera diferente. Esclavo de la anticipación; el deseo es posiblemente más intenso que la posesión.
Quizá por eso seguimos imaginando, la realidad no supera los espejismos, los castillos en el aire. Ese libro no es tan bueno como su portada; la salsa verde pica más de lo que yo creía; esas fotografías son engañosas y mi juguete que pedí de China no es tan maravilloso como lo anunciaban. La imaginación engrandece. En ese espacio entre el anhelo y la consumación, vivimos un agradable cuento de hadas que después se revela como este monstruo que no está a la altura de nuestras ambiciones.
Anoté algunas frases de los cuentos completos de Levrero. Algunos, casi al final, son confesiones, quizás fragmentos de su diario. Levrero dice, por ejemplo, de un personaje: “cuya ironía no sé calibrar”. Me di una pausa, cerré los ojos. Eso me sucede con algunas personas. No sé calibrar ironías, qué manera tan precisa de decirlo. El sentido como una máquina que requiere ajustes para entender al otro. Pero no me urge. Solo los desesperados quieren entender a los demás sin dudas, sin matices. Sigo una máxima: es irónico no entender lo irónico; de ese modo, soy el rey de la ironía a través de, inconscientemente, no prestarle atención.
(Quisiera.)
En algún otro punto, Levrero se pone menatarrativo: “esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida”. Levrero, quizás llamado Jorge Varlotta, habla de una operación que tuvo y le fue particularmente difícil. Por experiencia propia, cuando te pones a escribir de tus enfermedades, posiblemente es el punto más patético de la vida de cualquier artista. Recuerdo haberme convertido en un animal vulnerable, herido. Uno que aúlla, no hace mucho sentido, que anda como muñequito roto por un bosque en búsqueda del último encuentro; ese que te deja vivir o termina definitivamente con todo. Me dieron ganas de abrazar a Levrero, pero también reírme de él. Cómo que te estás jugando la vida, nomás estás escribiendo cosas.
Nadie se juega la vida escribiendo a no ser qué…
También habla de Onetti. Lo halaga de una manera extraña, y luego habla de un escritor que está rompiendo la literatura. Pero del que nunca he escuchado hablar y cuyo nombre olvidé porque mi memoria es la de un señor, y estoy cansado de memorizar cosas. Después del cáncer, prefiero recordarlas mal, adornar el recuerdo, reinventarlo todo. Mi esposa me dijo: “Ya mero tienes 45 años”, y casi me da algo. El peso del tiempo, pero además, el peso del superviviente. Algo que cuesta trabajo definir. Carajo, me estoy jugando la vida.
Después, en algún punto, Levrero escribe: “y esto que escribo me humedece los ojos y me los hace arder”. (Puse entre paréntesis: ¿Levrero no había hecho esto antes?, creo haber leído una frase similar en uno de sus cuentos). Levrero conmovedor. Pienso en el fantasma de las lecturas pasadas, invoco al gusanito del librero. Estoy casi seguro que leí algo así. No fue Lispector, ella no es patética (al contrario), quizás lo hizo Felisberto en un momento de debilidad. También yo lo he hecho; algún personaje termina su monólogo interior diciendo que le dan ganas de llorar. Animales, creo. Algún gato de un cuento que no he terminado. El cuervo que abraza los cerezos. Tal vez fue el cacto porque cuando se encabrona, se pone a llorar. Un personaje que no es mío: el creeper, de Minecraft, sigue a su presa parsimoniosamente y se siente ignorado, tanto, que cuando se acerca, polvorín se prende, y le dan ganas de abrazar a alguien y explotar (en llanto).
-
cosas que he aprendido a controlar
- Esta mañana, me desperté pensando: “lo bueno es que ya aprendí a controlarlo”. Soñaba con un alienígena que había usado una especie de magia para castigar al protagonista, un hombre con dos corazones. El universo humanocentrista. Qué onda. El alienígena dijo: “bueno, ahora te callas veinte años” y ya está, tronó los dedos y solucionado el hombre de los dos corazones. Yo solo era un espectador.
- Mis compras tontas en Temu, algún día aprenderé a controlar las cartitas de Magic. Pero es que quería un árbol de la fiesta del señor de los anillos. Soy un árbol mágico de la felicidad, obviamente esa carta tenía que ser mía. Es mi carta más cara a la fecha. Pero de qué va el mundo si uno no puede darse una mínima cantidad de placeres. Comprar cartón es el epítome de lo absurdo en el mundo capitalista.
- El aburrimiento.
- Quisiera decir que el balance de trabajo, vida, estudio y diversión, pero no. Todo el tiempo estoy leyendo algo, o trabajando algo, o estudiando algo. Lo único bueno que ha salido de eso es que duermo a mis horas porque termino muy cansado. Mentí allá arriba. No sé controlar el aburrimiento, pero lo he convertido en esta bola pesada y furiosa de actividades. La bola de fuego de Sísifo.
- Después de leer a Lispector, y luego a Levrero, he llegado a la conclusión de que le falta neurosis a mi escritura. Supongo, entonces, que mi neurosis está bien controlada. Envidio sus animales salvajes.
- Mi narrador. Hace cosas bien raras si lo dejo suelto. Su lenguaje todavía está chuequito, pero sigo afinándolo. Un día va a contar las mejores cosas. Me lo ha prometido. Entonces el control será absoluto.
- Mi tristeza por la perra que envejece y además de sorda, se está quedando ciega. El diciembre pasado, un día se levantó para dar vueltas alrededor de la cama y me puse a llorar con la esposa porque pensé que ya le había dado la demencia senil, y que ya teníamos que ir corriendo para dormirla. Pero no. Solo fue esa vez.
- Las ganas de tomar a alguien por el pescuezo, mirarlo a los ojos, menear su cabeza como una sonaja y decirle: “esto no sirve de nada, estamos todos locos, ¡locos!”.
Mis orgasmos.- Nada. ¿Qué es el control sino la imaginación oscura y limitada de los hombres que hacen planes, conjeturas y creen que pueden controlar el caos del universo?