Autor: arbolfest

  • Diosa

    Diosa

    Primer aullido: supongamos que un basset hound, con su poderosísima nariz (la segunda mejor del mundo, dicen los fanáticos de la raza), puede encontrar el rastro de los dioses. No solo de aquellos que están vivos, como el olor a mirra del dios único, o el olor a jacinto del otro dios único, o las sandalias apestosas de otro dios único pero más alternativo, pero también de aquellos que desde hace mucho tiempo están dormidos porque ya nadie cree en ellos, o jóvenes diosas, artificialmente envejecidas, porque son invento de nuestros tiempos.

    [Algunas veces la Nico se desaparece de mi vista, y no dudo que se va a tierras extrañas, inhóspitas y aventureras. Tierras de realidades quebradas, inconciliables. Creo que ha dado el salto para intercambiar con alguna de sus hermanas, y lo que está en mi casa no es una perra, pero una multitud de perras que comparten su vida con las otras a través de los olores, de los bufidos, de las persecuciones oníricas.]

    (Una perra puede ser todos los perras.)

    Segundo aullido: la idea del caballero y la diosa; la espada de Excalibur; Lady of Shallot; Guinevere y Lancelot; Seiya y Atena, ¡Atena!

    La madre universal, o la madre cósmica, no solo es esa fumarola de protección, esta mirada femenina que se posa sobre nosotros como un manto estelar (beso dos dedos, los alzo para saludar a mi buena madre), pero también es esta percepción del deseo, esta lucha continua del caballero ideal por entender qué demonios le está pasando adentro y por qué desea sumergirse en la vida de su madre hasta absorberla entera.

    [Sospecho que la Nico ha visto coronados a cientos de caballeros, ungidos con la misión divina de restaurar la paz de su mundo. Caballeros poco lúcidos, asexuados, inofensivos. También me pregunto, porque así es ella, si habrá robado la espada para sí misma o si habrá dormido sobre ella para que no la encuentren los escuderos. Creo en la capacidad de mi saco de pulgas para sembrar el caos y restaurar no solamente un aspecto, pero la totalidad, a través del humor y la curiosidad, a través del juego y la persecución de sus enemigos invisibles, de sus pesadillas. Creo en la capacidad de mi perra para construir caminos de luz y de oscuridad en el universo silencioso.]

    (Dato curioso: leí por ahí que los perros creen que somos seres sin genitales, suponen que nuestros olores son un error de la simulación.)

    Por eso Dune me da un poco de asco: el muchacho Atreides, no satisfecho con robarse los poderes del padre, también debe humillar a su madre al mostrarle que él es dueño máximo del poder que ella tiene, y que ella le dio. En la virtud de los caballeros también reside su oscuridad. Nos hará felices escuchar al Hombre de la Mancha cantándole a Dulcinea porque tiene ese ritmo pegajoso de Broadway, pero la realidad es que Quijote despierta (despertar para morir) poco tiempo después, cuando se da cuenta de la realidad: Aldonsa es una mujer, no una concepción mitológica, masculina, abrasadora.

    [Oh. Lo mismo, quizás, le sucede a Spike Spiegel: cuando mira con su ojo del presente, el ojo de la realidad, a Julia.]

    Tercer aullido: pero esta es la historia de una perra que ha navegado todos los mundos, todos los cosmos, buscando a una diosa que regala espadas sagradas. Algunas veces ella me trae una de su país de sueños, yo tengo qué cavar un agujero y enterrarla junto con otras espadas virginales, coloridas y resplandecientes, con la esperanza de que se hagan polvo y sus caballeros místicos y predestinados se olviden de ellas. Otras veces solo me trae historias: «acompañé a un galante caballero, papi, papi, y matamos a todos los dragones, y los diablos, y la diosa nos dio muchos regalos, y nos dio comida sagrada y bendita, y nos arropó entre sus brazos y dormimos muy bien porque salvamos a la gente». Yo me siento orgulloso de ella, le doy un abrazo y le digo: «cómo te envidio, un día llévame contigo».

  • Cajas

    Cajas

    Escribes en tu diario: «mi corazón está hecho una caja» y unos segundos después, mientras estás en el baño, orinando, recuerdas que eso ya lo dijo Nirvana. Te preguntas si debes perseguir la idea, o si debes descartarla, y luego abres la caja, y miras un corazón adentro de la caja, y lo acaricias sin advertencia, sin dudas, y escuchas un lamento gemebundo.

    (No se puede negar el impacto de una frase anquilosada y ridícula como la de escuchar un lamento gemebundo.)

    —Por qué sufres tanto cuando te tocan el corazón [¿debes sufrir?, ¿es esto un instante poético?] —alcanzas a preguntarte, y tocas su rostro artificial, piensas en el personaje y buscas sus ojos (jirones de carne que se construyen en tiempo real): un constructo de melancolía, un gólem de órganos irreales, mal colocados, rompecabezas improvisado.

    Cuando se moja el corazón de cartón, el cuerpo del constructo comienza a fallar: camina más lento aun cuando, a pesar suyo, necesita [énfasis] llegar a su propósito (su destino).

    El propósito de un corazón quimérico debe ser, como el de cualquier ser vivo (o eso me gustaría creer porque…), amar.

    [En la nueva película de Hellraiser, un personaje tiene un dispositivo de metales y cuerdas en vez de un corazón. Gracias al dispositivo no ha envejecido, pero cuando éste se reinicia para seguir latiendo, es algo que se ve sumamente doloroso: como dice Pinhead, dolor es placer es dolor es placer.]

    (La otra vez, me descubrí pensando que mi generación asociaba fácilmente el sufrimiento con el cariño, con el amor. Pero este sufrimiento es algo meramente artificial, una trivialidad, el artificio del drama: los celos, las aspiraciones, la educación sentimental a partir de las telenovelas y los doramas.)

    [Pienso también que mi amor con Sol ha sido una construcción orgánica que ha tenido sus momentos de sufrimiento, de incertidumbre: el cáncer, la pandemia, la distancia, las pérdidas pero, luego de las pérdidas reales, inevitables, también la pérdida como ilusión, como imaginación, que es como decir que me iré, que no podremos estar juntos porque algo me va a matar, y parece que tenemos un corazón de cartón en temporada de lluvias: flota sobre un río, se deshace poco a poco, y cuesta trabajo reunirlo de nuevo; pero es que se quieren, —nos queremos— y por eso pegamos las piezas, las perseguimos en el raudal del río místico, no me voy a ir, amor, te lo juro que no, bien melodramática la cosa y nos besamos como cualquier otro día, uno de verano.]

    El corazón del constructo, después de un silencio extraño, bombea «como un hermoso tambor». Un maniquí con el corazón en una caja; parece humano. Y siguiendo la vieja instrucción del artesano que lo hizo, empieza una larga caminata en cualquier mundo de arena. Tiene qué llegar sabe a dónde, y llegará después de cientos de años.

    Su padre habrá muerto para entonces.

    Lo que resta del mundo es una ficción vieja.

    El constructo besará la fotografía de una muchacha.

    Eventualmente, estoy seguro, escuchará una vieja canción (la canción para el desvelo). Ocurrirá mientras un perro viejo y orejón mira a la lejanía a una mujer de vestido azul y recuerda que tuvo un padre humano, ese que fumaba un cigarrillo, ese que todavía está vagando en los límites del paraíso porque sigue divirtiéndose como un furioso idiota; pondrá el corazón a secar al sol y lo intentará de nuevo, lo intentará otra vez, lo intentará mejor, lo intentará y ya.

  • Pasado

    Pasado

    Estuve aquí antes, he estado aquí miles de veces. Me sé los caminos de memoria. No creo estar perdido, ¿qué es? ¿Pusieron una puerta en otro lado? ¿Colocaron una ventana? ¿Pintaron los muros de otro color?

    [Suponiendo que has recorrido el mismo laberinto cientos de veces, incluso la arquitectura confusa se convierte en un espacio familiar. Ves los pasillos, las paredes, y empiezas a distinguir rasgos: alguna grieta, una telaraña, cambios sutiles en los colores y los materiales.]

    (Pequeñas identidades que asimilas y te dicen dónde estás, en todo momento. Eres una ciudad cuyo mapa reside en su propio corazón.)

    Encima de un arco, el siguiente mensaje: “no creo en la perdición ni la serendipia”. Unas gárgolas sonríen felices, señalando la entrada con una pose dramática, como si fuesen un par de cirqueras.

    El arco me es un espacio familiar en el palacio de la memoria pero el otro lado tiene esa puerta alta, altísima, que parece fue construida por un gigante en un día de furia.

    ¿Fue porque me burlé de Artaud? ¿Soñé con Gargantúa y Pantagruel? ¿O finalmente la degradación ha llegado a tocarme? ¿Por qué, de repente, mi propia memoria me es ajena?

    [Bueno, parece que los japoneses producen mil isekais al año; pero me acordé de La historia interminable, que es libro, y de repente recordé la caricatura de Dungeons and Dragons. Antes de eso, Alicia en el país de las maravillas. En el isekai occidental, permanece una aprensión por regresar a casa. Pero cuarenta años después, los japoneses descubrieron la verdad: ya nadie quiere regresar de sus naciones ficticias porque satisfacen más que cualquier nacionalismo patriotero (plenoasmo). Creemos que el otro mundo es mejor, ¿pulsión de muerte?]

    Atravesar el umbral, mi última obsesión, la curiosidad verdadera. Vemos ficciones, pero el mundo propio, la memoria, es el máximo lugar inventado.

    Dejo atrás el laberinto conocido para apreciar un nuevo mundo (puedes hacer un mapa más grande de tu propio corazón si tomas riesgos, si estás dispuesto a aprender y crecer todos los días).

    Y allá, en un baldío muy distinto a donde residen los perros de medianoche y donde persiste la estatua de una madre cruel, un hombre está sentado sobre un escritorio y hace como que escribe cosas, un perro orejón duerme a su lado y el mundo se ve muy amplio, en un extraño estado que combina la imperfección y un claro muy puro; lo que es realmente curioso, son los corchetes enormes que tiene en su cabeza.

    Bueno, en mi primer laberinto había peores monstruos. La incertidumbre es novedosa, casi que adorable.

  • Mercado

    Mercado

    Más tarde iré al mercado. Andaré entre los pasillos buscando los nopales, primero los nopales, y luego las gunfias, los paranes, el cherpil, los cocoropos.

    [Todos sabemos de quién son las gunfias.]

    Primero son los nopales porque son verdes y si los comes ardiendo, casi directo del comal, con las espinas todavía en su punto, te curan los pesares divinos. Mejor todavía, puedes ponerle polvito de cherpil y si lo muerdes antes de que grite, los viejos sugieren que podrías vivir hasta mil años.

    Después daré dos vueltas y buscaré al pollero, él me venderá dos gravipanes recién pelados, y sus huevos morados. Los huevos son francamente asquerosos e inútiles, pero todos los consumimos desde que el primer presidente habló de ellos en el manifiesto e instó a toda la población a raparse las cabezas porque pasaría el ejército a colocarnos las estructuras.

    Pediré un kilo de pollo y la estructura biológica que está haciendo raíz en mi cabeza me sugerirá que vayamos a otro lado, que nadie me controla, que es mi inventiva y son mis ideas, y sentiré un orgullo extraño de mí mismo; me limpiaré los ojos porque todo lo que quiero es un kilo de tortillas y nadie me conduce a ese lugar.

    Por qué pensar es tan difícil.

    Una señora me da un cocoropo, “salve la paz”, dirá y su estructura biológica abrazará la mía, y me sentiré artificalmente reconfortado. Empiezan a tocarse y uno no puede detenerlas, no solamente se abrazan, pero se relamen con las lenguas y las extremidades, y se frotan entre ellas, y rezuman líquidos asquerosos y morados que luego resbalan por toda nuestra cara, y se meten por los poros.

    Muy parecido al amor.

    Pero en chafa.

    [Extraño rezumar líquidos francamente asquerosos, pero un poco más limpios, más humanos, más naturales con otra cosa que no sea la estructura biológica instalada en mi cabeza.]

    Seguiré dando vueltas en el mercado, miraré el reloj pero no entenderé los números porque ese conocimiento me ha sido vetado. Ya casi nadie sabe cómo funcionan. Pasarán unos chamacos blandiendo sus espadas de madera, gritarán en el idioma de su pueblo y yo sentiré ganas de defenderme, de empujarlos y salir corriendo lejos, pero sus estructuras biológicas no me lo permitirán.

    Entonces imagino, mientras soy pateado en el piso, que me esconderé entre las manzanas, cerraré los ojos y me haré pequeño, lo más pequeño posible, más pequeño que una hormiga y viviré en un país de manzanas, alrededor de sus pieles amarillas y rojas, y eventualmente la e̸̡̱̣͋̿̀̀̈́͌͘͘͝s̴̡͚͇̥̞͓̱̫͕̖͆ṭ̸̢̛͖̜̯̣̖̻͍͕̯̻͒̿̅̂͑̑̽̀̃͂̕r̸̜͖̹̣̓̈́̑̀́̃̊ù̴̡͉͎̱̮̣̱̼͊̿c̸̨̘̤̝͓̹̰̯͚̄̑̋͘͝͠ͅt̸̨̥̮͓̭̻̻̀̅̾̔̾̒̃̍̉̓u̸̩͚̞͙̹̓͂̅̊̔̌̃̊͑͗̚͝ŗ̸̢͓̙͇̲͚̣͖̞͍͕̮̐́͛̈́͒̋͆̾̀̚a̷̢̲̣͇͔͓̥̘͋̐̇͜ ̷̠͇̥́̉̇́͐̈̈̓̓̈͆͂̇̂͘b̶̢̡͕̟̜̫̖͕̦̩̝̬̖̥̲͂̅̏̇̑͊͋̓͗́͂̆̊̎͘ǐ̷̭̭̊̒̓̏͗ȯ̶̡̯̤͍̥͚̭̟̙͌̔͒̾̓l̵͖̦̪͔̎͘ó̶̲̳͓̬̣͙̈̎́͗̓̉͆̊̋̐̊͂̚g̶̡̛̹̫͍̬̣̮̖̳͍̲̑̉̿̀̓̆̆̿͗̃͐͛͐͜͠ͅḭ̶̯̮̫͍̘̰͔̊ͅč̷̻̦̳͕̘̬͛̓̌̄̾͑̅̄̐́̾͠͝ͅa̷̩̍̈́ que tengo en la cabeza se desprenderá, y recordaré mi nombre como un elixir bendito, y reaprenderé a leer los números, y cuando sea lo suficientemente listo podré hacerme grande de nuevo, iré por un kilo de tortillas, le daré una mordida a una y abandonaré este maldito lugar, este maldito lugar, este m̵̱̳̽å̸̫̱̚l̷̢͆̑ḋ̶̫̄ĩ̶̦t̸̙͉̍̀o̴̗̟͐ ̸͇̖̓l̷͕͔͝u̶̟̬̓g̸̱̫̔̓ä̸̦͔͝r̸̯̽.

  • Paradiso

    Paradiso

    Primer cuadro: cuando le pides a una inteligencia artificial que haga a un grupo de personajes basados en películas, creo que alucina bien culero.

    Segundo cuadro: en Cinema Paradiso, el cine es un espacio mágico (sí), pero también muy humano (quizás un poco decadente, quizás rebosante de vida y de excesos); la gente se besa, coge y se masturba allá adentro. El cine se convierte en este espacio demasiado humano que, a través de una oscuridad reconfortante, «esconde cosas».

    [No he hecho esas cosas en el cine, pienso con una sana distancia y un orgullo meramente moral, siempre he sido muy purista y respetuoso de los recintos y los rituales. No tengo la paciencia, la malicia, la inventiva, la salud suficiente para transgreder espacios. En mi cabeza: el cine es para ver películas, aunque…]

    Tercer cuadro: estoy escapando de una vecindad en Tacuba porque a los vecinos ya les enfadó el escándalo de mis compas (media universidad en un departamentito, una de las mejores tardeadas de mi vida). Salieron a perseguirnos con cadenas y palos. Ext, calles, 4 de la tarde. C y yo nos tomamos de la mano para huir al metro y pasamos por fuera de un cine para adultos. Yo se lo señalo, ella se ríe y me dice: «no es tiempo para eso».

    Cuarto cuadro: en Roma, de Alfonso Cuarón, pienso a menudo en la escena del cine, y cuando los niños ven a su padre corriendo con una joven, y es tan breve que uno piensa si vio bien, o si fue un espejismo.

    Quinto cuadro: un excompañero de trabajo, J, me cuenta que él y su hermano fueron a un cine cuando eran chavitos. Se metieron a escondidas, estaba vacío, pero era algo que hacían sin problemas. Su hermano escucha la historia, pero parece distanciarse conforme él da más detalles. «Entonces nos agarró un cabrón», dice J, y A lo corrige rápido, contundente: «no, no, te agarró a ti nomás». «No te hagas pendejo», dice J, «yo te cuidé». Se quedan callados el resto de la madrugada, no me dijeron qué pasó, y no se hablan al día siguiente, y luego al siguiente. Pasan meses antes de que quieran contarme algo nuevo.

    Sexto cuadro: la última vez que fui al cine con mi hermano (vimos una de Marvel, creo que la primera de Guardianes, o la segunda del Capitán América), el cine estaba muy lleno, empiezan los créditos y algunos se quedaron para el espectáculo de la escena post. Oscuridad todavía, pero no mucha. Miré a las butacas de arriba, y entonces distinguí un pene muy grande, muy erecto, y la mano de una muchacha que lo meneaba. Me sentí avergonzado, pero no lo voy a negar, también divertido. «Hace tiempo que no me escandalizaba un pene», pensé. La miré a los ojos, y luego a él, y finalmente me encogí de hombros, hice como que olvidé sus caras, sus ropas, su juventud. Hice como que nunca descubrí su paraíso. Nunca le he contado a mi hermano eso.

  • Canción

    Canción

    Recuerdo imaginado: algún artículo mal leído y reinterpretado por la memoria (qué no lo es) dice que la manera más sencilla de transferir un sentimiento y un algoritmo, es a través de una canción. Igual que una red social, queremos modificar la experiencia de vida de otra persona con nuestra presencia.

    Debe tener algo de razón porque cuando nos enamoramos, lo primero que compartimos es la música.

    Listas y listas de música.

    En espasmos de 3-7 minutos, ofrecemos el otro nuestra historia de vida y nos hacemos la ilusión de que podrá entendernos. Otros la compusieron, la musicalizaron, pero misteriosamente e ingenuamente creemos que la canción es nuestra.

    Certeza inevitable: por eso pienso que la gente que hace música, o que canta, son una especie de magos. Están definitivamente mejor conectados con estas fuerzas misteriosas que «hacen sentir las cosas».

    La música es el entorno actuando escandalosamente contra todos los sentidos, las defensas mentales que elaboramos continuamente para que nadie nos toque el corazoncito, o el páncreas, o el estómago. Rompe los muros y nos revelamos como personas de sentimiento.

    [Como cuando murió David Bowie y pensé, estúpidamente, que me había quedado huérfano. Estúpido, sí, pero inevitable.]

    Si alguien nos vio llorar en un concierto, es demasiado tarde pero no pasará a mayores, porque otros lloraron como nosotros.

    [Recordatorio: cuando era chiquito, uy, jovenazo, trataba de escribir canciones, pero eran una cosa mala y terrible que, aunque a veces pueden ser encontradas en el internet con alguno de mis seudónimos, serán amablemente rechazadas por mi existencia del día de hoy.]

    En cambio, si estás leyendo en una banca y te pones a llorar porque se murió algún ruso en tu novela de Dostoievski, se acercará un señor a preguntarte si estás bien, si no enloqueciste.

    [En la última película de Ghibli, uno de sus temas amables es que existe un señor enloquecido porque leyó muchos libros y terminó creando un mundo alterno que conecta a toda su sangre, más allá del tiempo y las dimensiones. Miyazaki, por fin, quizás, está mostrándose como lo que es: un aspirante a Cervantes, creo que todos los viejos cursis quieren ser Quijote.]

    Los libros son una canción secreta: mientras que la música es este evento que puede compartirse colectivamente, y que altera vivamente el entorno, un libro es una canción muda, apenas susurrada al oído.

    Si la música es la recitación del hechizo, la escritura es un murmullo directo al corazón, al cerebro.

    Pero sigue siendo difícil compartir un libro y decirle al otro: enamórate de mí, soy estas 800 páginas de manifiesto comunista.

    Que muera el capitalismo (eso me prende mucho, daddy-o [hay de enfermedades a enfermedades]).

    Mientras tanto, en otra esquina, un par de enamorados se manosean mientras escuchan a Dua Lipa.

  • Control

    Control

    Comercial: un cubo construido con un material imposible (de este mundo), cuando escucha algún tipo de música (designada por el usuario), desarrolla picos orgánicos y aunque el núcleo parece rígido, las extremidades crecen como las ramas de un árbol, un fráctal de piel y huesos.

    [Hace poco leí una nota, o quizás la imaginé; encontraron nuevos elementos cuando interceptaron un asteroide, eso o de veras ya no me importa, y me gusta imaginar que las películas ya ocurrieron].

    El usuario participa en la construcción de la escultura a través de los ruidos, de las voces, de la música.

    Se ven unos científicos que discuten el origen del cubo. Hablan de cómo podrían controlarlo y piensas, de refilón: «pero el control, es tan fácil perderlo». Al fondo, una de ellas se ve muy preocupada, pero solo aparece a cuadro un momento.

    Valdría la pena recordar que es un comercial: la científica no es una científica verdadera y su preocupación podría ser una trampa para el espectador.

    [Después de todo, depositar esta clase de trampas es esencial para construir juegos de realidad alterna, con la inteligencia artificial creo que es bien importante entender esto: no creas en nada de lo que ves, pero cuando escoges creer, traes un pedazo de ficción al otro mundo: la mentira, si no se hace real, parece hacerse tangible].

    Sin embargo, quien haya alcanzado a verla, sentirá que su corazón es un cubo que está desarrollando dendritas para quebrar la caja torácica y liberarse del cuerpo, esa nimiedad. Implantaron una idea, comienza un virus, esas taradeces que piensan algunos entrepreneurs porque Inception es su película preferida.

    Qué curioso, ya no puedo abandonar la idea de que mi corazón es un cubo orgánico, un artificio que bombea la sangre y la empuja como un diablo por todas mis venas, un tambor que solo puede ser escuchado cuando alguien deposita su oreja sobre mi pecho, la música finita y latente de algo misterioso y extraño.