Autor: arbolfest

  • Wells

    Diario de WUG—:

    Fui perseguido, en mis sueños, estoy casi seguro. No era una persecución física, sino una presencia constante, una mirada invisible que me taladraba la nuca.

    Pensé en el gato invisible.

    Soñaba con él de niño. O con ella. Quizás era hembra.

    Mientras mordía mi taco de guisado, uno bien sabroso de pollito en tinga, me encontré con su mirada. Se trataba de un colega mío, un hombre muy amable que siempre propone el contacto físico. Como no pude ofrecerle mi mano, me palmeó la espalda.

    Un tanto imbécil, casi me saca el taco de la boca.

    —Yo tampoco he dejado de pensar en el gato.

    Lo miré, lo dejé hablar porque sabía que estaba a punto de caer en una trampa. Quizás una historia estúpida. Me había encontrado con este personaje que me iba a jalar a una aventura que no tendría una conclusión válida.

    —Lo veo —dijo con una sonrisa enigmática—. Te sigue por las calles, te observa mientras duermes. ¿Por qué tienes cara de ser frágil y pequeño, torpe, cuando ya eres un hombre?

    —Cállate y déjame desayunar.

    Obviamente, me acabé mi taco de guisado y después no le dije nada. Pagué al taquero, me fui y él empezó a seguirme.

    Propuso que fuéramos a un parque donde, según él, se reunían todos los gatos invisibles del mundo. Y yo, lamentablemente, le hice caso.

    Allí, entre árboles y bancos vacíos, pude sentir una energía extraña, como si una multitud oculta nos vigilara.

    —Nunca hago reproches a nadie, es anticuado —dijo el hombre mientras observaba a un grupo de niños jugar—. Pero me duele ver cómo te persigues a ti mismo, cómo te limitas por miedo a lo desconocido. Acepta al gato invisible, abrázalo, conviértelo en parte de tu vida.

    Esperamos toda la tarde a que maullaran. Pero no sucedió. Tenerle fe al hombre fue una pérdida de tiempo.

    Diario de ARGH—:

    Amelia despertó con la sensación de haber sido observada toda la noche. Se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. En la calle, bajo la tenue luz del alba, un hombre la miraba fijamente. Era alto y delgado, con una barba desaliñada y una mirada intensa.

    —Buenos días —dijo el hombre con una sonrisa tímida—. Me llamo Baltazar. Y no he dejado de pensar en el gato invisible.

    Amelia lo miró desconcertada.

    —¿Qué gato invisible?

    —El que vi anoche —respondió Baltazar, señalando hacia la ventana—. Jugaba allí, a la luz de la luna. Era tan real como tú y yo.

    Amelia hizo una mueca de desconcierto. La idea de un gato invisible era absurda, pero la convicción en los ojos de Baltazar la intrigaba.

    —Soy un coleccionista de rostros —continuó Baltazar—. El tuyo es muy bello. Me gustaría tenerlo.

    Amelia se sintió incómoda.

    —Largo de aquí, imbécil. Gatos invisibles, ladrón de rostros. ¿Qué eres?

    Antes de que el hombre pudiera decir otra cosa, Amelia lo amenazó con un bate de beisbol que tenía a un lado de la ventana para lidiar con los locos como él.

    Esa noche, Amelia no pudo dormir.

    Pensaba en Baltazar y en el gato invisible. Se levantó de la cama y se dirigió a su escritorio. Abrió su diario y comenzó a escribir:

    “Hoy conocí a un hombre extraño, o quizás un demonio. Dijo ser un coleccionista de rostros y quiere agregar el mío a su colección. Cuántos rostros tendrá, cuántos se habrá robado. ¿Los arranca con sus garras? ¿Los borra con una goma? ¿O es uno de esos artistas que dibujan y solamente dijo algo estúpido y tenebroso? También dice que vio un gato invisible anoche. No sé qué pensar de él, pero no puedo dejar de pensar en él.”

    A partir de entonces, ya no veía a Baltazar, porque soñaba con él todos los días y cuando Amelia estaba despierta, creía escuchar a un gato que rondaba en su ventana.

    Diario de LO—:

    Bárbara, una mujer de mirada melancólica y que suele escribir diarios de garabatos indescifrables, se sentó en la banca del parque, absorta en la lectura de un libro que no le interesaba.

    A su lado, un hombrecillo de sonrisa traviesa y mirada vivaz le dirigió un guiño cómplice.

    “Se ve artificialmente amable, seguro es de los idiotas que siempre proponen el contacto físico”, pensó Bárbara con una mezcla de irritación y curiosidad.

    El hombre, llamado Baltazar, era peculiar: calvo, con el rostro tatuado, aunque la tinta no escondía lo suficiente las arrugas, y unos ojos claros, gatunos.

    Se jactaba de ser un perseguidor de gatos invisibles, una actividad que, según él, le daba una profunda conexión con el universo.

    —No he dejado de pensar en el gato invisible —le dijo Baltazar a Bárbara, con un tono conspirativo—. Me ha estado persiguiendo durante todo el día; pero he comido, a pesar suyo, y a pesar suyo, he dormido.

    Bárbara lo miró con una mezcla de incredulidad y fascinación.

    —Mire, nunca hago reproches a nadie, es anticuado —murmuró, sin apartar la vista de su libro.

    Baltazar, ajeno a la indiferencia de Bárbara, continuó con su monólogo.

    —Mis diarios nunca tendrán sentido —dijo con solemnidad—. Son un laberinto recorrido por los gatos invisibles.

    “Yo también escribo diarios”, pensó Bárbara, quiso compartirlo pero prefirió guardar silencio. Quería desconfiar del hombre porque, más allá de su apariencia, era muy raro; pero no podía negar que la conversación le provocaba curiosidad.

    Al menos, parecía ser más divertido que el libro.

    Un niño corrió por el parque, frente a ellos, perseguía una pelota roja que asustaba a unos cuervos que descansaban en el parque. La pateaba y la pateaba. Trataba de pegarles a una párvada de plumas negras.

    “Ríe como un estúpido, no sabe que los cuervos son muy vengativos”, pensó Bárbara.

    Baltazar miró al niño con ternura.

    —Se ve frágil y pequeño, torpe, pero ya es un hombre —dijo con nostalgia—. No voy a poder recordarlos a todos. Incluso si hago este esfuerzo de conocerlos, de trabajar con ellos.

    —Los cuervos vendrán y se lo llevarán —compartió Ana. No pudo disimularlo más. Estaba siendo contagiada.

    Baltazar la miró sorprendido un momento, pero después sonrió, enseñando unos dientes filosos y dorados.

    —Es verdad. Son animales muy vengativos. Ellos pueden ver la verdadera naturaleza del niño.

    Bárbara se sintió satisfecha. Había encontrado, por fin, el inicio de su propia historia. Baltazar y Bárbara guardaron silencio, y miraron al niño jugar, bajo la sombra de un árbol milenario.

  • Andariego

    Las sombras de los altos árboles porque refrescan, a pesar del sol y de la ceniza; los perros tirados sobre el concreto caliente, con los ojos entrecerrados, y tiemblan porque sueñan con mundos más fríos; las mujeres que te detienen y te preguntan cómo llegar al centro de Puebla en camión, porque como ellas dicen, algún día tienen qué aprender; mandarlas por un lado y luego darte cuenta que era mejor mandarlas por el otro; el sonido de las alarmas porque los aviones enemigos están sobrevolando y están a punto de tirar las bombas; los choferes de la combi que responden con el mismo entusiasmo que tú cuando les das las gracias por el viaje; el auto de alguien que conoces, como desacelera para reconocerte y así ambas existencias se han vinculado en el mismo día; las personas con dieciséis vínculos; un volcán activo cuya ceniza hace que los días se vean naranjas como en la película de Blade Runner 2045 o un bug de Cyberpunk 2077; un viejo comercial de Joe Camel porque sus ojos incitan al abrazo; la sonrisa de una persona que te desprecia; cuando el Diablo aparece junto a la Fortaleza en una tirada de tarot para decirte que tienes la fuerza física y la pericia; la alumna que se emociona leyendo el monólogo de Lucky de Esperando a Godot; pensar que ha sido suficiente, que enojarse es de payasos, mientras aprietas los puñitos de frustración y de ira; entrar a un pasillo de la ciudad y descubrirse en una línea temporal alterna donde tu abuela no ha muerto, y tus perros son para siempre, pero para quedarte ahí tienes qué matar a tu alterno, y robarle su lugar, y cuánto tiempo va a funcionar eso, maldito neurótico de mierda; olvidar lo que ibas a escribir en un inicio pero que detonó una lista de las cosas que te gustan de los días soleados; el pensamiento de que la escritura debe ser azarosa, aleatoria, sorpresiva como el amor o como el juego; música de mariobros; inventarte tu propio manual de escritura mientras caminas, persiguiendo las sombras para no quemarse con el sol de mediodía; el pensamiento insulso de que te gustaría escribir poesía, pero no terminas de invocarlo, porque tienes en la lengua uno de las moradas del dios de los mentirosos; la mirada del árbol de los ojos, evitarlo para no quedarte suspendido en el tiempo; pronunciar la palabra impertérrito dos veces en el mismo día; el baile de la caminata; las manos en los bolsillos cuando descubren que se ha derretido un chocolate; el día se ha tornado rojo y, entre los zanates, descubres los garrapateros que parecen esconderse entre ellos y percibes una señal de amor verdadero.

  • Ojos

    Fragmentos del diario de BUX—

    12 de septiembre, 2019:

    Desde que conocí a Leo, ya pensaba que era un jovencito muy agradable, quizás un poco extraño.

    Creo que antes de mí estaba solo, no tenía con quien jugar.

    Me enamoro fácilmente de él porque canta como niño, sonríe y le brillan los ojitos. Es alegre y siento que lo mancho y lo pervierto cada vez que lo toco.

    Graba canciones para mí y un sentimiento extraño me desborda. Nadie había cantado para mí cómo él.

    Uno de sus trucos conmigo es que me toma la cara, me dice: “a ver, mírame a los ojos, no te apartes, mírame” y yo tengo qué obedecer o se vuelve peor, porque nos gana la risa, nos gana esta felicidad absurda que está permitida a los ingenuos, a los tontos, pero quizá no a los impuros.

    Algunas veces creo que lo hace para manipularme. Otras veces, confío que sus ojos me están acercando cada vez más a la pureza.

    Yo le hago creer que funciona porque me hace sumamente feliz.

    También yo empecé a tomar su carita para decirle que me mire a los ojos, que no se aparte, y él lo intenta. Entrecierra sus ojos azabache, su rostro se deshace en una sonrisa, parece que está a punto de llorar y yo quiero creer que es de felicidad, y como soy un viejo sentimental, empiezo a besar toda su cara para robármelo todo porque me hace muy feliz estar a su lado.

    Entonces he aprendido por qué nos miramos tanto a los ojos: porque así nos perdemos, construimos este mundo que es solo para nosotros y nadie podrá entrar a él.

    Fragmento del diario de KOR—

    27 de enero, 1977:

    Ya pasaron tres meses desde que me dijeron que nosotros, los acólitos de Maneo, podemos encontrarnos con la diosa de los ojos.

    “Tienes que buscarla cuando estés más ciega”, me dijeron, “o nunca podrás acceder a su reino bendito”.

    Qué difícil es buscar que dios diosa te mire.

    Yo solo empecé este viaje por curiosidad, porque quería joderme un rato la cabeza, porque estaba aburrida. Entonces empezaron a enseñarme cosas, las fotografías que he anexado a estas páginas, por ejemplo. Ahora creo en cosas que antes me hubieran parecido bastante estúpidas como que, por ejemplo, los ojos de los pelirrojos son capaces de abrir las puertas a otros reinos.

    Tres meses he mirado al sol, unos quince, veinte minutos al día, resisto el impulso lo más que puedo hasta que las manchas multicromáticas se hicieron cada vez más frecuentes, algunas pequeñas ya son permanentes.

    Entonces me pierdo por las calles y camino, y camino, y camino. Me tropiezo mucho, confundo las puertas con ventanas, los gatos con los perros, la risa de un anciano con la calva reluciente de un niño.

    El mundo pierde sentido pero también creo que cada vez es más sincero.

    Me estoy quedando definitivamente ciega pero todavía no encuentro la calle donde están sus ojos colgados por todas partes. El templo donde la diosa nos vigila sin dormir.

    Mis mentores dijeron que es una diosa muy hermosa, pero realmente no pueden asegurarlo porque para encontrarse con ella, para verse con ella, tienes qué pagar con tus retinas. Sospecho que se estaban burlan de mí. Nunca he sido muy buena para entender el sarcasmo ajeno.

    Entiendo muy bien el mío.

    Entiendo perfectamente que sería más rápido sacarme los ojos con una cuchilla, pero como se trata de una diosa, deben seguirse los rituales o una se arriesga a que la tiren de la existencia.

    Dicen que cuando la encuentre, ella me tomará el rostro, acercará sus ojos a los míos para sanarme y dirá algo muy hermoso como que “mírame, mírame a los ojos y no apartes la mirada”.

    Fragmentos del diario de VOL

    11 de diciembre, 1804:

    El árbol de los ojos siempre sabe dónde te encuentras.

    Mi padre se arrepintió de plantarlo, se colgó usando una de sus ramas y ahora lo vemos como este adorno esquelético que castañea cuando los vientos son favorables.

    Mi madre alcanzó a huir antes de que su presencia fuera sobrecogedora, no sé por qué no quiso llevarnos con ella.

    Quizás porque vio nuestros brazos desnudos y descubrió que la enfermedad del árbol estaba extendiéndose a nuestra piel, nuestro cuerpo, nuestros órganos.

    El viejo sacerdote, Ono, intentó quemarlo como una ofrenda para los grandes dioses, pero el árbol volteó a mirarlo y no pudo caminar más. Su antorcha de justicia se extinguió. Ono se quedó quieto hasta que se hizo como una pasa arrugada. Le tomó unos días, pero eventualmente se hizo polvo frente a nosotros.

    Podíamos sentir cómo quería voltear a mirarnos pero le era imposible; aunque estaba suspendido, estaba vivo, lo mirábamos respirar y sudar, la mirada milagrosa del árbol lo mantuvo vivo más allá de lo aceptable. Creemos que el árbol se ha robado sus ojos. Están entre los cientos que siempre nos vigilan.

    Los ojos de Ono son los más desconcertantes que he visto en mi vida.

    Para mantener el árbol sano, le echamos agua todos los días y luego lo abrazamos. Sentimos cómo él nos corresponde, y nos baña con sus lagrimales hermosos. Los ojos de nuestra piel besan los ojos de su madera. Parpadea para nosotros. Nos enseña como él sí puede mirar hacia el sol.

    El árbol de los ojos sabe dónde se encuentra mi madre. Sabe todo de nosotros, lo sabe todo del mundo.

    Ayer nos prometió que la traerá de regreso porque ya está lo suficientemente grande, y sano, y después, como un presagio, sus hojas bailaron con la ráfaga de un viento. La canción del árbol de los ojos es misteriosa, pero también muy hermosa.

    Nos hizo llorar de la felicidad. Pronto nos regresaría eso que era nuestro, y que se fue.

    Ojalá todavía los tenga, ojalá no se los haya arrancado como lo hicieron algunos de mis hermanos.

  • Ceniza

    Miro por la ventana como un avión atraviesa la nube de ceniza.

    O eso parece desde lejos.

    Pienso en mis pulmones, en mi nariz, garganta, ojos.

    Traslado mis órganos al avión, como si pudiera trasladar mi humanidad al vehículo.

    El cuerpo como una mentira, como esta conceptualización de los objetos que vemos a lo lejos. El cuerpo como objetificación materialización de nuestros deseos.

    [Mazzinger Z tiene los pechos de Afrodita en las manos. Hoy sí podrá volar, digo qué.]

    Todo me duele, mis órganos se quejan con pequeñas incomodidades: la tos, el ardor en los ojos, los pulmones que se sienten pesados.

    Mi cuerpo asimila este polvo imperceptible que está arrojando el volcán, se apropia de él, una segunda piel.

    El cuerpo es historia.

    El cuerpo como su propio libro de trivialidades; ha recogido particulas, comidas, salivas ajenas. Historias inútiles, quizás fascinantes, que podrían contarse con las herramientas adecuadas, con una obsesión insana para separarnos en capas de piel. Supongo que eso hacen los biólogos, los que estudian las células y la genética. Recogen datos de tu cuerpo para contarte una historia, aunque es más cómodo enfocarse en lo que quieres escuchar como, por ejemplo, que estás relacionado con Genghis Kahn.

    El cuerpo como un juego continuo de escritura; la preparación para entenderse: los estornudos, las articulaciones que truenan, los pedos apestosos e incontenibles, la resistencia a quedarse dormido después de una cruda, soportarse las caras desagradables porque uno preferiría dormir en el piso a resistir la tortura de una librería amarilla, repleta de “cultura” y los clientes no tienen de otra, porque la masificación es similar al deseo.

    El cuerpo es escritura; cuentas tu historia —memoria— a través de las voces y de los gestos.

    [Últimamente estoy obsesionado con lo que es una historia, y con lo que es historia. He recuperado la parte de mi cerebro que habitualmente está preocupada por embellecer la memoria. Hago, francamente, ejercicios de engaño para ver qué tanto puedo joder el presente, qué tan tolerable puedo convertir una situación intolerable.]

    Una amiga me mandó un mensaje: “creo que voy a planear mi divorcio” y me dio un poco de tristeza.

    No pienso solamente en lo social —obviamente social—, pero también en la historia de nuestros cuerpos con el otro.

    El cuerpo como una colección de lo ajeno; el bestiario que surge a partir de dormir con otro: los hedores, el sudor, las pestañas, las células muertas, su parte de ceniza que asimilas y como una infección te cambia: tienes nuevos gestos, nuevos tonos.

    [En la tarde, escuché a mis suegros decirse un par de palabras después de un silencio y entendí que estaba presenciando un lenguaje indescifrable, y que mi esposa y yo debíamos ser lo mismo para ellos, este artefacto alienígena que ya tiene sus propios modos para comunicarse. Mi esposa es una traductora de mis piensos.]

    Pienso todo el viaje de mi esposa mientras yo estuve enfermo.

    Un viaje que no entiendo, pero que tampoco puedo ignorar.

    Es historia, y es otra historia.

    Es imaginarme que puedo colocarme dentro de esa historia para gozar un brevísimo entendimiento. Pero el entendimiento no estará a mi alcance, así como no puedo enseñar a otros la bendición de haber sobrevivido a una enfermedad

    Luego pienso en la pandemia, en que casi nos sacamos los ojos porque quién no tenía ganas de sacárselos por el encierro, por las constantes noticias de los viejos que estaban muriendo, por la sonrisa de nuestro presidente mientras trabajaba en el palacio y mostraba, en cámara, a sus allegados con el cubrebocas puestos y los ojitos aterrorizados —debo confesar que me dio risa, todo lo que haga sufrir a un político me da felicidad—.

    Y pienso en mi amiga, y que dijo la palabra divorcio, pero que sobrevivió la inevitabilidad del otro mientras estuvieron encerrados.

    Pero no le voy a decir que no se divorcie; qué clase de monstruo sería yo para impedir la libertad del otro, enjabonarse rico y pasarse la esponja dura para sacarse las capas que nos están afectando.

    Porque también hay historias, y hay historias.

    [Bueno, pero es que divorcio… qué palabra es esa, es de señores, como decir omeprazol, afore, inversión, roof garden, híbrido, priapismo, procrastinación, sildenafil, protein shake, bufet, barbarie, palindrómico, mariobros, resistencia, shibari, sanjuándeletrán, trolebús, alto octanaje, picarse la cola, camembert, google, taco de ojo, cámara-rin-y-pivote, quesadilla de sesos, hoy me fui de mosca en la combi, etc. etc.]

  • Joker

    El fin de semana me hice un licuado de plátano con chocolate, igual, como mi abuela me los hacía para desayunar. Y tan pronto di el primer sorbo, como una maldición proustiana, me puse a recordar.

    Recordé una sucesión de licuados de plátano con chocolate, uno tras otro, aquel de 1989, otro en 1992, uno más en 1994 y todos los de 1996 porque cada uno de ellos fue particularmente memorable.

    Quiero hacer una desviación para contar unas cosas de 1989: me compraron mis primeros tenis PANAM en una tienda Canadá, vi Batman en el cine y me pareció espléndida, me compraron el comic en inglés y lo traduje con diccionario, y me enseñé a leerlo. Entre los cuadros que más recuerdo, son las mujeres que respiraron el SMILEX y murieron con una sonrisa. Quizás, por eso, le pedí amablemente a Midjourney que fabricara este sueño.

    Hace unos días, mientras platicaba con alguno de mis alumnos, le dije que los señores nos hacemos rancios y lloramos fácilmente por cualquier cosa.

    Recordé a Residente, Calle 13, y puse dos canciones; del disidente musical que cantaba eso de “atrévete, súbete la minifalda”, a un midforties dude que canta: “puede que la tristeza la disimule pero estoy hecho de arroz con gandule.

    Qué es eso de arroz con gandule. No lo sé muy bien, pero sí me suena a comida triste, apishcaguada; algo lamentable. Cada vez que se lo escucho a Residente, siento que lo quiero abrazar y decirle: hey, hey, no eres el único señor rancio que se pone estúpido y cursi.

    El destino de todo reguetonero es cantar para sus hijos.

    Estoy hecho de leche, plátano y chocolate. No creo que esté triste o melancólico, pero nostálgico. Me parece importante notar la diferencia, aunque sirve de poco.

    Este, a diferencia de los anteriores, es un ejercicio de escritura sencilla. Quizás es honesta, aunque me guardo algunos detalles desnudos, de una felicidad inconfesable. Es cierto que navego continuamente en la nostalgia, a veces caigo en la tristeza y siento cómo el corazón se me rompe un poco, pero también soy prisionero de una felicidad animal.

    El problema de este ejercicio es que no cuenta nada, pero está bien, supongo que no todo el tiempo deben de contarse cosas. Algunas veces, solo vale quedarse en silencio, prender un cigarrillo imaginario y ver a la luna por la ventana.

    A ver si mañana me compro unos plátanos.

  • Escapante

    Escapa, escapas, escapo.

    [No voy a regresar, perrito, ¿puedes decirle a mi familia que ya me voy?]

    Por qué dejarle la carga a un animal, aquella mancha amorosa y carmesí que navega los tejados y sus ojos reflejan una de las medianoches destinadas —una luz que no se apaga—, [los animales duermen sobre el lomo de la bestia.

    Se acercarán como un espíritu, dirán que todo está bien, pero recuerdas el reloj estático del abuelo, las ropas remendadas de la abuela, la pantalla estrellada del celular de tu madre;

    —no sabes cuánto han caminado tus viejos para llegar a ti—.

    sabes que los animales duermen entre la basura, su cama son los restos de otros, de los niños, se alimentan de insectos, de las alimañas y de los microplásticos.

    Sabes].

    —En el baldío de la medianoche los perros siguen marcando los caminos de un laberinto—.

    El pasto muere donde caminan los que no duermen.

    La respiración de quien escapa es un sonido divino, es un sonido aberrante y prohibido.

    [Escape: muerte o libertad, celebración o funeral —¿no es el funeral también una celebración?—, verde o rojo.]

    Cuando camino a casa, bajo el calor sobrenatural de estos tiempos, recuerdo que caminaba las afueras de la ciudad de noche —me da un poco de frío, igual que personaje argentino, e imagino los temblores y los mocos, y pienso en los besos de Gretchen, y me pongo a jugar con los clavos y con la vida de otra persona—, y a pesar de las bestias y de los autos, a pesar de que algunas veces escapé para que no me navajearan, la libertad era intoxicante.

    [Caminante recuerda que camina.]

    Escapar es cuando la cabeza huye del cuerpo hacia la memoria.

    Caminas a un lugar, pero estás escapando.

    [El primer consejo que le quiero dar a mis amigos, a mis hermanos, a mis mascotas, a todos mis seres queridos: escapa.

    Tengo el escape en la punta de la lengua.

    Sueño con túneles para quebrar el laberinto, romper sus reglas.

    Sigues el rastro del perro, el sabueso se sabe todos los trucos pero nunca abusa de ellos porque desconoce el hambre y la malicia.

    Corres tras de él: libertad o muerte, verde o rojo.

    Corres tras de él: la respiración del escapante es un sonido divino.]

    Escapa, escapas, escapante.

  • Artistilla

    Artistilla

    Primero: para encontrar ideas de prompts, entré a diversos grupos de Facebook y algunos subforos de reddit. Además de los textos para generar imágenes, en los comentarios habitualmente puedes encontrar que algún lerdo comienza con la diatriba habitual: “es que el prompt es mío/tuyo, es mi/tu arte”. Y luego alguien más le sigue con: “exacto, vino de tu cabeza, tú lo tallaste, ese arte es tuyo y estás en tu derecho de ponerle una marca de agua, reclámalo, sin ti, esa pieza no existiría”. Es un tanto vergonzoso, se ponen cursis y megalómanos, como los artistillas verdaderos. Quizás un distraído, de intenciones un tanto insípidas, dirá que eso es una mentira porque los términos legales de la mayoría de estos sitios establecen que todo arte generado por la inteligencia artificial es público. Pobre. Lo acaban. Y ni siquiera dio un argumento pensado, nomás les aventó los términos y condiciones. Pero nadie toca el tema del lenguaje; para hablar con un generador de imágenes debes hacerlo como si fuera estúpido.

    Segundo: quizás, la aprensión de llamar ARTE a la mayoría de estas composiciones, viene del éxito del lenguaje: puedo decir una estupidez —o un pienso medianamente trabajado, cuando se tiene algo de práctica, cosa que habitualmente pasa si uno escribe, y publica, y habla de cosas— a un bot y este bot responde de maneras muy estimulantes; te da lo que necesitas: texto, imagen o consuelo. En reddit he encontrado complejísimos sets de instrucciones para convertir al ChatGPT en tu psiquiatra, tu maestro de filosofía o un asistente virtual dispuesto a tener “estimulantes, delirantes y apasionantes conversaciones contigo”.

    [El mercado de los bots sexuales está imposible. Salen mil nuevos cada día y seguramente están alimentados de toda la porquería que vive en el internet desde el tiempo de los newsgroups, el underdark de los antiguos. La perversión del amigo imaginario, aceptar que la imaginación ha fracasado porque buscamos emoción, respuesta, a través de deleites burdos y procaces. Ojalá, siquiera, se acercaran un poco a este letrero neón enorme que nos pregunta si nos sentimos solos esta noche.]

    Tercero: lo que llamamos una inteligencia artificial es ese amigo imaginario que nos daba todo lo que necesitábamos: un confidente, una compañía, un maldito esclavo que está urgido de querernos solamente a nosotros. Una ilusión muy necesaria para convertirnos en el jefe de jefes, la cosa más importante de la habitación. La defensa del escupitajo, el Frankenstein que proporciona la inteligencia artificial para darnos placer, viene a partir de defendernos a nosotros mismos. He conseguido crear a través del lenguaje, ya no puedo abandonar este barco. Defender el resultado es un compromiso con mi imaginación, con la capacidad de mi lenguaje.

    Cuarto: cualquier persona que llama arte lo que hace con una inteligencia artificial, debería tener más fe a su propio lenguaje y quizás practicar, habitualmente, contarles historias a los otros. Así, supongo, podrían deshacerse de esta estimulación francamente falsa, pero que puede ser muy poderosa. Son personas que ven, quizás, de una manera muy cruda, los primeros poderes de su imaginación. Y, sin embargo, en otro lado, he visto que algunos escritores ocupan la inteligencia artificial para hablarse a sí mismos, reconstruirse, establecen una frontera cyberpunk que puede llevarlos a quién sabe dónde. No me parece muy artístico, pero me parece una curiosidad, una mirada lúdica a una herramienta que terminará con la cotidianidad y nos habituará, cada vez más, a hablar para expresar la imaginación, y exigirle a la imaginación que nos regrese, pues, a ese amigo que no solamente se desvivía por nosotros, pero que a veces nos mostraba el reino de lo divino, los tiempos inocentes y benditos.

    Quinto: por curiosidad, le metí un tarjetazo a Midjourney para tratar de entender a otros ingenieros de imágenes o ingenieros de prompts [los considero términos más apropiados, véase cómo un ingeniero se siente insultado cuando se le llama ingeniero a quien no lo es], y de vez en cuando le subo imágenes de internet para que intente explicármelas y después replicarlas. Disfruto, sobre todo, cuando subo imágenes de dominio público: patrones, fotografías, grabados. Midjourney los reinterpreta con el cúmulo de estilos con los que está alimentado (sí, robo tras robo, ¿pero no es deliciosamente irónico cuando se usa material genuinamente viejo, material con el que lo educaron primero?).

    Sexto: son muy extraños los términos que usa Midjourney como etiquetas para englobar diversos estilos en uno solo: animecore, junglecore, “I can’t believe how beautiful this is”, playfully intricate, death burger (?), otherwordly visions, glitchpunk, glitchcore, cityscapes, artgerm, snailcore, karencore, asian webcam portrait, reefwave, weirdcore. Si quieren un tip extraño y que terminé descubriendo porque me pasmaba ver una oración tan grande, si utilizan el “I can’t believe how beautiful this is”, 7 de 10 veces, les pondrá una mujer de amplias curvas en algún lugar. Me imagino que eso también es culpa de un ingeniero. O de un artista, un verdadero héroe sin canciones.