Creencias

Sueños: espacios divinos donde podemos encontrarnos con los otros. Juguito de otredad en tetrapak™️. También es la oportunidad de hablarnos con los dioses, o de tocar a alguien que jamás tocaríamos, pero bajo las reglas del mundo onírico. Los gigantes del sueño son los que aprietan los botones, nos cambian los escenarios, nos empujan de las altas torres babilónicas para ponernos de frente la mortalidad. Son incontrolables, aunque nos hagan creer que sí podemos decidir las acciones y los escenarios imaginados.

Amuleto: durante la pandemia, empecé a coleccionar juguetes, controles y cachivaches. Plástico, circuitos, baterías de litio, objetos de resina, cartón. Algunas tardes los miro fijamente para trasladar parte de mi intensidad y mis sentimientos. Entrecierro los ojos, les escupo y les digo: “me siento joven y poderoso, y ustedes también”. Y me doy un poco de risa, me siento tonto, pero también creo que estoy depositando una parte de mi existencia en estos amuletos tecnocráticos, y que si me muero, igual que Voldemort, alguien tendrá que buscar y aniquilar estos 500 objetos si quieren deshacerse definitivamente de mí.

Libro: pero mi alma también está primordialmente abandonada en los libros. Algunos fragmentos ya están rancios pero algunos de mis libros desbordan la vida.

Laberinto: templos de existencia. Doy vuelta a la derecha, luego a la izquierda, y a la izquierda otra vez (Szymborska). No me esperes a cenar, mamá. Tampoco tú, mujer. Presiento que estoy en un viaje del que nunca voy a regresar.

[Si hay un dios que pueda escucharme, espero que el día de mi muerte me revele este paraíso: un laberinto infinito.]

Café: por lo menos dos tazas para el desayuno o la vida estará arruinada.

Dios: estoy cada vez más inclinado a pensar que sí existe, y que es este personaje grotesco, probablemente gordo, o viejo, o ambas cosas, que se la pasa jugando con los materiales que tiene sobre una larga mesa de trabajo. Recuerdo que uno de mis cuervos, manchado con la sangre de sus hermanos, fue a hablar con él para pedirle perdón y dios, en su magnificencia y la pesadez de su maldita totalidad, ni siquiera levantó la mirada.

Perra gorda y orejona: estoy desparramado en el sillón, apesto a químicos y cansancio, pienso “estoy a punto de morir, he salido de muchas pero qué te crees, no siempre vas a ganar, no siempre vas a navegar en esta vida saliéndote con la tuya”. Se acabó. Escucho el salto de este monstruo cariñoso y pesado, y coloca su hocico sobre mi rodilla, cierra los ojos y duerme sobre mí, como si pudiera sanármelo todo, no solo la enfermedad, y la medicina, pero también los pensamientos. Entonces no puedo evitarlo, empiezo a dormir yo también, y pienso en sueños y que posiblemente sí, el paraíso es un laberinto. No me esperen a cenar, fui a caminar con mi perro.

Corazón: cuando todo terminó, los médicos dijeron que debía vigilarme, hacerme mis chequeos, cuidarme que no me lo rompieran, por ejemplo. Pero ahí ando, enamorándome de objetos y conceptos, y poniendo dos cucharadas de aceite y de mantequilla a la comida, y bebiendo algunos fines de semana porque de joven casi no bebía. No puedo angustiarme por un corazón que me empujó a vivir. Si tengo una creencia verdadera, si acaso, el único compromiso que tengo con mi propio corazón, es fortalecerlo y hacerlo feliz.

[Vamos, pequeño juguete estúpido que bombea la sangre de este viejo guerrero, este instrumento musical que hace los discretos escándalos, enamórate una vez más.]