Un alumno me compartió un videojuego que se llama The Longing. Eres un espíritu negro que espera la resurrección del señor del mal en una cueva. Son 400 días de espera, mientras tanto, puedes vivir algunas aventuras en la cueva, o puedes leer libros (Moby Dick, por ejemplo, la descripción dice que, por el momento, solo libros en inglés. Uno de sus logros es el libro infinito. Qué ambicioso, pero también qué dulce). La premisa es interesante, un juego que te compromete durante más de un año a vivir su aventura prometida. Si abandonas al espíritu negro, te advierten los desarrolladores con que se sentirá solo. ¿Se volverá loquito? ¿Se comerá a sí mismo? ¿Se morderá los brazos, los muslos? ¿Se cortará el sexo (¿tendrá?) para cocinarlo en un taco y tragárselo? Igual que se escribe una novela, imagino que puedo jugarlo durante 400 días. Probablemente con eso tengo. O no.
Mientras jugaba San Andreas, recordé una peculiaridad de ese juego. Cada vez que guardas, adelantas el tiempo unas horas y hay un registro que cuenta la cantidad de días adentro del juego (recuerdo un cielo de anoche, llovía y estaba rojo; tiene los cielos más extraños y más melancólicos). Me pasaba lo mismo en Final Fantasy Tactics; avanzas una casilla y el tiempo aumenta en un día (o un mes, no recuerdo con exactitud) y todos envejecen. En la biografía continuamente puedes revisar la edad de tus personajes. Una de mis angustias con estos juegos y su calendario, es que suelo pensar que el tiempo avanza más rápido adentro y que eventualmente mi personaje morirá de viejo, o se romperá las dos piernas porque se le acabó el líquido de las rodillas, o le dará un cáncer. Sí, me era especialmente doloroso jugar The Sims.
En uno de los paseos de Nico, pensé que la memoria es un capricho (la perra me vigila silenciosamente, aumenta su presencia y pide una caricia). Tenemos reuniones con los amigos para transformar la memoria en un consenso. Últimamente, me he convencido que he logrado distorsionar mi memoria de más maneras de las que me gustaría admitir. Hay que proteger al sistema de creencias, lo que hace al individuo despertarse cada mañana. Quizás la memoria no es tan importante como nos han hecho creer. Que no me escuche el dios de la memoria, quién sabe como él expresa su furia.