Habrá días mejores, Bob Ross. Tengo una vaga memoria de verlo en Canal Once mientras pintaba tormentas. Entonces hablaba de los días negros, de las nubes tumultuosas, del niño que piensa sobre su futuro atormentado. Pero todo acabará, todo quedará contenido en el cuadro o en una caja de madera. Nada es para siempre, la misma finitud nos espera.
No estoy triste o cansado, solo de vez en cuando recuerdo cuando los días eran otros; podía ver a Bob Ross y no pensar en él, sino esperar al día de mañana, al cuadro de los arbolitos felices y las ardillas de ficción. Quizás una familia de ardillas vive ahí y sacan los juegos de mesa todos los domingos, y se pelean mucho porque creen que las respuestas son tramposas, pero también ríen mientras parten las nueces y se las comparten como el pan y el vino. Este tren de pensamiento no es enteramente mi culpa; Simon & Garfunkel suenan en el radio, obviamente la música vieja recuerda días familiares, días de paz y la vie en rose.
El otro día me levanté pensando que debía comprar un radio de transistores. Extraño las perillas, los números impresos, los focos amarillos sobre un cartón que parece inmortal y las antenas que recogen el ruido que hacen los fantasmas del mundo. Quizás simplemente quiero jugar Fallout. Un juego de pasados falsos, de pasados que no existen y exacerbadas imágenes sobre la década de los 40-50. Quizás quiero caminar por un paraje desolado, pero fantástico, con algunos retos y animales mutantes, salvajes. Death Stranding era precioso para la soledad y el terror de caminar, pero me faltaba aventura y recolección.
(Recoger los paquetes perdidos en Death Stranding es lo mismo que abandonarlos, no puedes quedarte con ellos, no sirven de nada, tienes qué dejarlos ir. Por otro lado, tu equipo eventualmente se destruye: las botas, las armaduras, las armas. Un poco de Kojima y su filosofía, supongo.)
Investigaba si debía hacer algún cambio en mi configuración de rutina. Posiblemente no, creo que podré escribir una novela y transmitirlo. Quizás el secreto, como siempre, desde que inicié mi viaje de creador, es dejar de pensar en la distribución correcta del contenido: si mandarlo a un concurso, si publicarlo en una editorial, si subirlo al blog o autopublicación digital (la cual, espero me perdonen el comentario, pero creo que es mucho más digna que publicarse en una editorial independiente [sí, tal vez depende de la editorial y del contexto]). La escritura es independiente de los medios y los métodos. Si algo me daban los blogs al inicio, es una escritura primitiva y salvaje, el trabajo sin filtros. Me da flojera todo lo demás: ponerle baba en el copete para que algún maestro lo acepte. Habrá días mejores o días benditos, por lo pronto, solo quiero imaginar o, mejor dicho, jugar a que puedo escribir una última novela.
Después me pregunté por qué los estudiantes tendrán miedo a sentirse tristes.