Cuando ayer dije que me gustaba dar clases porque así puedo chuparme la vida de los muchachos (tzzz, soy un vampiro energético, tzzz) y me siento joven, hoy, después de cuatro horas continuas de dar dos clases teórica sobre el viaje del héroe (la verborrea fascinante de Campbell), siento que el chupado soy yo.
Siento que dar clases es muy extraño porque un grupo parece como una persona, una entidad. Y cada grupo es como negociar, platicar o jugar ajedrez con una persona distinta. Recuerdo esas largas horas de negociación, yo metido en una junta, los brazos cruzados y dispuesto a echar una pestañita porque ya me había enfadado del señor cliente y el señor director y el señor productor ejecutivo, mientras escuchaba a una bola de mamotretos decidiendo el color de la ropa de nuestra supuesta actriz, más nalga que cerebro, pero preferible tener un poquito de cerebro que solamente nalga. Me gusta más pensar en que juego ajedrez con los muchachos.
Qué se yo. Soy nuevo en dar clases. Cuando antes, en mi vida pasada (Dhalsim), solía lidiar con grupos para pedirles una acción, hoy estoy aprendiendo a lidiar con grupos para tratar de transmitir una enseñanza.
Hoy conseguí que una muchacha abandonara el clásico “sí, profe” para cuestionar el viaje del héroe (suenan fanfarrias a la Monty Python) y por qué Cristo debería ajustarse a esa fórmula. Defendió su fe. Eso me dio gusto. Así como habría cuestionar por qué Cristo, también deben cuestionarse miles de héroes más: por qué Odiseo, por qué Gilgamesh, por qué Buda, por qué Vishnu (el de los mil nombres, según me compartió Romano en una página de la Wikipedia el día de hoy), por qué todos ellos deberían ajustarse a una fórmula sencilla que alimenta a los monstruos hollywoodenses y los ayuda a chuparse unos dolaritos.
Fui por un café a Starbucks. Uno venti. Después de los meses de encierro, he decidido arriesgarme moderadamente (siempre use cubrebocas, ponga sana distancia y lávese las manos, por favor, porque encerrarse toda la vida no es práctico para nadie) por un café de chocolate y azúcar. Espero que sea el combustible que necesito para recuperar lo que me ha robado este día.
Nuestros héroes, nuestros mitos, no deberían ser algo sencillo, una fórmula económica para obtener resultados. El mito, una parte esencial del espíritu, no solo es terreno de explotación, pero también es territorio conquistado (íntimo, personalísimo) que puede ser defendido y criticado (por ejemplo, podemos condenar a la patria por ser patria), así como todas las cosas que tenemos en nuestra vida.
Lo siento, pero a veces es difícil tomar café y “no pensar”. Huele las rosas. Larkin: te chingaron tu mamá y tu papá.
Tengo una alumna que me recuerda al modo de hablar de una de mis tías. A veces le pregunto sobre el tema que estamos viendo para asegurarme que no estoy inventando cosas. Arrastra las palabras de un modo muy similar, casi dulce, pero dulce porque me ayuda a rememorar la infancia. Yo le preguntaba muchas cosas a mi tía porque me parecía una de las personas más sabias y más críticas del mundo, alguien que podía decirme la verdad, una verdad que nadie más entendía o se inventaba. Parece que estoy regresando a mi niñez, cuando a mí me explicaban cosas, y me fascina ese intercambio de papeles tan súbito, tan extraño. La otra vez, ya cuando estaba por abandonar ese hilo de pensamiento, dijo: “Changos, no lo sé, profe” (qué joven dice changos hoy en día, my god) como respuesta a una de mis preguntas y pensé: “sí, lo mismo decía mi tía”, quizás lo mejor será que acepte esta pequeña trampa que me puso la vida, probablemente el cerebro, el fenómeno de la recordación o de alguna otra pavada psicológica.
Nico está inquieta porque ya empezó el canto de los cohetes, lo malditos días patrios. Religión y patria, siempre tienen cohetes, escándalo, explosiones, manos que se consumen y explotan desmembradas por la ansiedad de quemar los cielos. Veo como la perra sigue a Sol María de un lugar a otro. Sus patitas suenan en clac, clac, clac por la duela de la casa. Me enfada, pero también la quiero. Ha subido a la oficina, necesita compañía. Mi perra ha sido muy feliz en su vida pero siempre ha tenido esta bronquita con los cohetes. Son su pesadilla. Cuando se olvide de los truenos, creo que dormirá bien pero, mientras tanto, clac, clac, clac hasta que alguno de los dos se arranque los pelos.