Oh, shit, here we go again

WordPress ha cambiado muchísimo desde la última vez que lo utilicé. Ahora tiene un modo de escritura completa muy bonito. También puedes agregar bloques nuevos, cual si fueran párrafos. La escritura como cubos de lego que puedes colocar para crear un monstruo, un dinosaurio, o el planeta entero. Minecraft de la Tierra en tiempo real. En mi otra página, la personal-de-branding-o-de-auteur, o sepa ya que es ese monstruo (la he enviado como curriculum y ha funcionado, ya no puedo borrarla, la tengo tatuada casi que en la espalda), aún uso las herramientas clásicas porque me da miedo moverlo demasiado y echarlo todo a perder. Me ha tomado tanto tiempo colocarlo de un modo que parece profesional (para alguien que trabaja en la creación), que ha dejado de ser un campo de juegos para convertirse en un monstruo de arquitectura difícil y complicada.

Disfruto la estructura laberíntica de mi propia página (después de todo, su apariencia es… eh, profesional), pero el blog necesita un espacio distinto para que pueda ser leído. Quiero recuperar el territorio de lo íntimo, uno menos trabajado, uno donde pueda colocar estas cosas y olvidarme. Oh no, puedo escuchar una vieja discusión: ya nadie lee blogs, ¿por qué escribir uno? La respuesta es muy simple. No voy a insultar la inteligencia de nadie colocándola aquí.

Hace tiempo no hablo de mi vida, no de una manera cruda, como era costumbre cuando el internet era un poco más joven. Trabajo en una compañía de videojuegos como administrador y soporte. Es una chinga, últimamente lo es porque los videojuegos son una industria esencial para que la gente no se saque los ojos por el encierro y la pandemia, pero trabajo en casa y puedo poner mis propios horarios. Ya tengo varios años en ello, más de los que me gustaría admitir. A veces, muy a veces, también participo como traductor y escritor. Eso está padre, nunca anticipé que podía montarme en ese barco, aunque sea algo más bien esporádico.

Este semestre, además, me estrené como profesor de guionismo en una famosa universidad jesuita para muchachos y muchachas que están aprendiendo a programar videojuegos y hacer animaciones. Tienen sueños de jóvenes, aún no entienden cuan profundas son sus preocupaciones en realidad. Todavía no llega el pasado a morderles los tobillos. Me dan ternura, y paz. No sé cuánto tiempo estaré ahí (ojalá mucho), pero por lo pronto lo disfruto con el día a día. Los muchachos son divertidos. Esta última experiencia me hace feliz, quizás porque es novedad, quizás porque estoy chupando jóvenes e ingenuas vidas.

No creo, en este momento de mi vida, que tenga una vida profesional muy compleja o con grandes metas, objetivos, pero no me quejo. Las deudas se pagan y sigo aquí. Y siento sosiego en muchas de las cosas que hago. Pero ya no escribo. Apenas tengo tiempo para hacerlo. Tampoco leo, pero juego videojuegos. Trato de tener una o dos horas al día para dedicarlo a ese placer.

Cuando trabajaba en el casting, una de las cosas que me daba paz era mantener una de las ventanas del blog abiertas para vomitar algo rapidito. De párrafo en párrafo, escrito o eliminado, escribía una especie de diario en tiempo real sobre lo que estaba ocurriendo en mi vida. Pero no solo escribía de mi vida, así también escribí La torre de los sueños y otras novelas breves. Carne cruda, molida de res y de cerdo. A lo largo del día, lo iba mejorando, iba añadiendo o quitando cosas conforme pasaran. Para agregarle a la metáfora de la cocina: pimienta, sal, zanahoria, cebolla, esas cosas que pongo para hacer las hamburguesas.

El fin de semana pasado, me tomé un par de horas para instalar Grand Theft Auto: San Andreas. Tuve qué hacer un par de maromas para que funcionara, pero lo conseguí. Igual que el meme, la vida simulada de CJ empieza con esa línea: Oh, shit, here we go again. Me dio sentimiento, casi empiezo a llorar, de esas veces que abres una llave y ya no puedes cerrarla. Este juego estaba muy presente en una época muy ajetreada de mi vida: dejaba mi casa por primera vez para iniciar una complicada etapa laboral, una donde buscaba un balance entre la vida, la academia y el trabajo. Quizás fue el último videojuego que jugué junto con mi hermano antes de que él abandonara la niñez y yo entrara de lleno a la vida adulta. Después fueron muchos años de fracasos, entre ellos, por ejemplo, acabar el maldito San Andreas. Ser adulto es cuando te dan tu piedra de Sísifo e inicias el proceso de empujar y empujar y empujar. Pero, igual que muchos, la mayor parte de la humanidad, sigo con vida, aquí sigo.

Carl Johnson no es el único que puede presumir. No me ha ido tan mal, he sobrevivido a muchas cosas. Escribiré de eso y de otras cosas como solía hacerlo, a ver si podemos revivir a cierto monstruo de ingenuidad y de asombro.