Estamos por llegar al 2022 y por undécima vez, veo uno de esos memes en redes sociales que te dicen que mereces una medalla por haber llegado vivo. Deja tú, la medalla extiende sus congratulaciones hasta por existir. El mínimo esfuerzo de ser una masa biológica que mira televisión, que apenas trabaja y se alimenta, que apenas se queja por las injusticias laborales y capitalistas, que apenas puede luchar contra las fuerzas de poder porque acaba muy cansado por la vivienda general.
Toda medalla y toda gloria para la sombra desparramada en el sillón.
Y el meme a veces remata diciendo que te quiere mucho, y que te manda un abrazo, y tomes tu juguito de bienestar. La voz del meme, claro, uno puede imaginarla como el compartidor del JPG (NFTes del espíritu) o puede imaginarla como ese personaje nebuloso, la sombra de una voz. El meme puede ser la voz de un padre, o de un abuelo, o de la tía chingona y loquísima con el cabello pintarrajeado de colores hermosos, o de la hermana que perdimos hace mucho tiempo porque le dio una enfermedad rarísima. También puede ser la voz de Tom Holland (hijo se perra madre me tiene harto), o la voz de Guillermo del Toro (otro güey) o, si eres como yo, la voz gruesa y profunda de un basset gordo, orejón y viejito.
En este color, separado de todo lo demás, iba a mencionar algo de los sueños. Últimamente, para dormir muy bien, ya con los ojos cerrados, repito uno de esos sueños obsesivos y muy agradables como si fuera una película. Empecé a recordar que de niño solía gastarme las cintas (BETA, VHS) mirando las mismas películas, una y otra vez, pero ahora no las veo, ni siquiera las repaso. ¿Qué conseguiría con despertar esta viejas obsesiones? En mi película ritualística, está el espíritu de una muchacha morena que de rodillas, rezando a sabe cuál de todos los dioses que he mencionado en mis diarios, me mira insistentemente a los ojos. Y tiene un disfraz que retiramos por piezas, como una segunda piel que comienza con su rostro. Retirar estos fragmentos de la segunda muchacha es muy similar a contar ovejas. Esta imagen persistente abre una puerta de falsos espejos y duermo mucho, y muy bien, soñando con otras cosas que no son la muchacha. Dicen que ronco como un gato que ronronea. Entonces pienso en las esfinges de La historia interminable. Los héroes falsos que atraviesan umbrales y son destruidos por un enigma más grande que ellos.
Esta es mi medalla por sobrevivir a la pandemia, híjole no manches, de cobre y de plomo, de latón y de cartón; írala cómo brilla, cómo pesa. Si alguien te la roba, pues la pone junto con los otros diez kilos de medalla a ver quién te las compra a centavos. Quizás esta es mi manera de decir que muchos días de los últimos dos años me he colgado esa medalla y que a nadie le importa, ni siquiera a mí, se me olvida fácil. Es que si la muerdes, desde el primer día puedes ver cómo se dobla bien gacho y ya doblada, la echas al cajón y te olvidas de ella. Perro oso cargar con esa medalla estúpida. Quizás se esconde una pregunta muy grande atrás de todo esto y su trivialización en el meme, como lo de todo lo demás, es insostenible para los hambrientos, los neuróticos, los paupérrimos del punk.
¿Qué es verdaderamente existir?