Uno de mis sueños máximos es la biblioteca. Como la biblioteca de Babel de Borges, pero con el vértigo dimensional de la memoria de una TARDIS. Un laberinto donde los libros se reordenan solos cada noche, como un proceso kafkiano de reglas inconclusas. Es decir, la biblioteca no solo contiene los libros posibles, sino también las versiones de mí mismo que alguna vez leyeron, escribieron o quemaron un libro. Gente que no soy yo, pero ahí está, usando mi cara, mis ademanes, mis vicios. Imagino este paraíso soñado con sus enormes estantes de piedra, pero también con espacios donde abunda la vegetación: árboles y hongos gigantes; humedad y vegetación que no lastima a estos libros porque son, de alguna manera, sagrados.
(O bien, ¿será que la biblioteca considera que los árboles y los hongos son los libros del mundo? ¿Qué tal el canto de los pájaros, o los cadáveres de los perros en la carretera?)

En ella, se encontrarían todos mis diarios, y también los diarios de mi madre, y las versiones distintas de mi madre, y de mi abuela, y de mis antepasados. Podría encontrar los diarios de mis amores, y de mis amantes. Cuadernos de mis amigos y mis enemigos, incluyendo los invisibles. Encontraré las revistas para adultos que tanto le gustan a Bob, mi cacto. O bien, encontraré la bitácora de viaje de los grandes exploradores oníricos, incluso aquellos que desconocemos, como la bitácora de Nico, mi vieja basset hound. Es una biblioteca de las grandes historias, y de lo cotidiano. Libros, quizás, donde los contadores anotaron sus crímenes, o sus manera de rescatar una empresa. Manuales de todo tipo, incluso manuales para aprender a vivir en esta época.
La biblioteca como un paraíso retorcido. Es ingenuo pensar que el paraíso únicamente son las historias buenas, pero también se compone de historias banales. Un espíritu escucha las anécdotas más aburridas que has contado y las deposita en un libro blanco, en alguno de los vastos pasillos. Hay toda una sección dedicada a ello, y hay seres que adoran esas historias. Pensándolo bien, un paraíso siempre termina en castigo, abandono y exilio, pero también se trata de dios revelándote el mundo verdadero, empujándote a que seas un explorador. La búsqueda del paraíso después de perderlo. Una biblioteca que te empuja todavía más adentro en búsquedas insensatas, insignificantes, pero también llenas de significado. Confundir la memoria con la vida. Convertir el cuerpo en una prueba de experiencia.
En ella, leeré el diario de un entomólogo que ilustra con precisión cientos de especies de cucarachas. Sus ilustraciones son tan precisas que recordaré aquella madrugada que fui al baño y había una cucaracha en el dintel de la ventana. Me paralicé. No podía moverme. Empecé a pedir ayuda, mi abuela tardó en rescatarme. En las ilustraciones del famoso entomólogo, digamos que se llama el doctor Richards, un americano porque, si algo nos sobra en México, son cucarachas americanas… veré ilustrada la misma cucaracha que me espantó de niño y aunque quisiera ser libre, no podré soltar el libro, y veré que se mueve, y que sale de las páginas para saludarme, y si tengo suerte, en este sueño, la cucaracha hablará conmigo y usando sus antenitas, y clave morse, me contará uno de los misterios más cochinos de nuestro mundo.

Una biblioteca de libros infinitos olerá a papel viejo. Papel viejo verdadero. No silicón, pegamento y papel barato. Capricho de bibliófilo. La verdad es que un lugar así no podría discriminar entre los nuevos y los viejos libros. Se confundirán los libros encuadernados de piel con libros de pasta blanda. Ugh, nada más de escucharlo me da un espasmo: pasta blanda, como tragarse un spaghetti que no tiene dirección ni propósito.
Habrá libros que se deshacen en las manos, las hojas de papel se derriten como la cera de una vela entre los dedos. Cera caliente en la piel que se asimila como dolor, placer y conocimiento. Otros libros estarán encuadernados con piel humana, un servicio noble que dio algún abuelo tétrico —últimas palabras de su testamento— para proteger las páginas de un manifiesto, o de una memoria, o un libro de cuentos terrorífico. Habrá libros diminutos, con patitas, que caminan a un lado de las cucarachas y otros bichos que hicieron casa en los árboles, los hongos, los estantes, pero jamás las hojas. Muy respetables hojas.

(Antes de irme, mi versión más hedonista se ha preguntado si es posible conciliar la idea de coger en un lugar como estos. La biblioteca como un lugar respetable, silencioso. Quisiera pedir perdón, pero soy imposible, perro viejo que ríe carrasposamente. Si es un lugar silencioso, simplemente habrá que ponerse la mordaza. Quizás he pedido perdón en uno de los muchos libros de la biblioteca, una larga lista de perdones y disculpas, quizás también ahí he confesado innumerables pecados. ¿Pero es que el placer se separa de la lectura? ¿El deseo físico no convive con la idea de aquel que está sentado leyendo? Sasha Grey, en YouTube, lee un libro mientras tiene un orgasmo. Del otro lado, desde tiempos inmemoriales, las personas usan a otras como un atril para leer un pasaje perverso en voz alta. Lectores que leen de orgasmos orales hacen la lectura, en sus sillones o sus camas, muy a pesar de la distracción del estímulo de una boca. Libros llenos de fantasías imposibles de cumplir, así como libros que retratan todas las variantes del amor que una persona ha podido hacer en su vida. Supongo que sería una sección de la biblioteca, una tan vasta como las otras, un infinito que camina hacia otra dirección, y solo los lectores que no pueden separar la piel de las hojas habitan ese lugar, y se pierden un tiempo indefinido. Tomaré nota, pensaré si puedo desdoblarme, tener dos versiones mías para el placer sosegado y salvaje. Creo que este sueño es otro, uno muy aparte, de una biblioteca silenciosa, cruel y feliz.)
Si uno quiere ser feliz, hay que aprender a sobreponerse, a no discriminar la producción, o los lugares donde podemos encontrarlos. Seremos felices abrazando las historias que nos cuentan o la revelación de lugares imposibles que ahora habitan en nuestra memoria. Aprender, a través de sus páginas, que son como las personas, los árboles, los hongos diminutos, los horrores de niño, los cielos, los perros que duermen, los pájaros que te miran por la ventana y se preguntan: qué piensas, qué piensas.