La memoria es un laberinto, persigo a Felisberto porque tengo una memoria de mí, leyéndolo, escuchando su cuento como una melodía de piano. Creo que lo leía en un espacio de mucho sol, o en alguna de las bibliotecas de la UNAM. Y recuerdo haber pensado: “¿Por qué estoy atrapado aquí adentro? ¿Cuándo voy a regresar?”. Pero tampoco importaba mucho el regreso, como si hubiera reclamado mi tiempo a través de esta captura involuntaria.

La memoria, laberinto y sensación de infinito, me lleva hacia Felisberto, pues una imagen de mí mismo resurge en ella, leyéndolo, escuchando su cuento como una melodía de piano. Imagino que lo leía en un lugar bañado por el sol, quizás eran los jardínes, las islas, o quizás en alguna de las cafeterías de la UNAM. Y recuerdo haber pensado: “¿Por qué estoy atrapado aquí dentro? ¿Cuándo volveré?”. Sin embargo, la idea del regreso no me atormentaba, no había urgencia alguna, como si hubiera logrado recapturar el tiempo; he secuestrado mi propia memoria.
La memoria, los recuerdos y la estructura laberíntica, me conduce a Felisberto. Una imagen borrosa de mí mismo surge en ella, leyéndolo, absorbiendo su cuento como una melodía de piano que me envuelve. Imagino que lo leía en un espacio luminoso, o tal vez en alguna biblioteca olvidada. Recuerdo la biblioteca de Cristo Rey, oculta entre los árboles, circular y sí, quizás, labertíntica. Y recuerdo haber pensado: “¿Por qué estoy aquí, atrapado en este lugar? ¿Cuándo podré regresar?”. Es una memoria fugaz e intensa. Casi nunca acudo a ella porque es amable. Regresar es una comodidad, para qué, si he reclamado mi tiempo a través de un recuerdo involuntario.
