—Eres una broma —dice el pequeño asistente virtual—, abandona tu misión; es imposible, tu especie no tiene el suficiente tiempo de vida para las ambiciones que forman en su cabecita.
Bla, bla, bla.
El asistente virtual es una esfera holográfica que vuela continuamente de un lado a otro y dice puras tonterías.
Se ve translúcida, como un glitch del medio ambiente, una variación de luz intermitente.
Algunas veces se pierde durante horas, y días, y después me siento muy sola porque nadie me habla. Quizás está programado para torturarme, la motivación a través de la crueldad. No recuerdo quién lo puso aquí; no recuerdo cómo llegué aquí. Pero tampoco me quejo mucho. Tengo una vida sin eventualidades, una vida hermosa y predecible.
Creo que si el asistente virtual fuera mínimamente competente, habría entendido hace mucho que no estoy dispuesto a escucharlo.
—Alvin, pon música de Tchaicovsky.
—Claro que sí, perdedora
Alvin no me obedece y pone ruído blanco en una frecuencia un poco aguda. Sus sensores fallan, como siempre, o quizás nunca instalaron componentes avanzados (hago una pausa para preguntarme cómo sé esto, de dónde salió este conocimiento… ¿intuición?), de lo contrario, Alvin ya habría entendido que nombro compositores y músicos específicos para que coloque los ruidos que yo quiero, o bien, cuando pido ruido de fondo, pone la música que me gustaría escuchar.
Abrazo mi libreta de bocetos, camino hacia una de las ventanas y miro el universo.
A través del instinto construyo mi propio mapa. Creo que mi mundo interior me empuja a mi propósito, el de construir un mapa verdadero del universo. Y este es mi último acto de amor.
Saco un carboncillo de mi saco y empiezo a dibujar. El acto me ayuda a entender lo que estoy mirando, me da esa falsa ilusión de que puedo resolver cómo las estrellas se conectan las unas con las otras.
—Qué bonito mapa —dice Alvin, siempre dice lo mismo—. Es un mapa construido por una inteligencia artificial alimentada con las intenciones y el conocimiento de los antiguos. Pip, pip, pip. ¿Te gusta cómo hago mis propios sonidos? Fui programado con una voz agradable para eso. Los antiguos saben un montón de cosas, son seres respetables y muertos, hechos polvo, polvo de siglos, siglos de los siglos, pip.
No le respondo porque si lo hago nunca se irá.
Tiene razón, tiene una voz agradable pero cuando hace el pip, pip, pip, me crispa los nervios.
—Pip, pip, pip. El espacio negativo lo llenan algunos papers, algunas existencias.

Gracias, Alvin.
He navegado durante décadas en mi nave espacial, le puse de nombre La Rompedora, aunque a veces dudo que lo sea —qué va a romper en este infinito inexorable—, porque el vacío, algunas veces, parece muy negro y definitivo.
Otras veces, mientras navego, parece que estallan las luces y el universo despliega sus estrellas, como una tela, y siento el impulso irrefrenable de dibujarlas a todas porque puedo verlas cómo los lineamientos de estas figuras, estas deidades, que actúan para mí en el teatro íntimo, mi propio show secreto.
Raras ocasiones veo planetas a una distancia considerable (pero creo que es monstruosa porque si recordamos las leyes de la física…) y ellos no me jalan, pero me repelen, como un estallido de gravedad que como un latigazo me aleja cada vez más de casa.
¿Cuál es mi casa? ¿Hacia dónde debo ir para encontrar mi planeta? ¿Por qué quiero encontrar un hogar cuando tengo un propósito?
Limpio mi rostro, pero acabo llenándolo de carboncillo. Puedo sentirlo. El sabor me hace sonreír.
Una vez más me ha desbordado un sentimiento extraño.
—Alvin, pip, pip, pip, dime bonito, ¿a cuántos años luz estamos de casa? ¿Me puedes contar la historia de dónde venimos?
Pero Alvin ha desaparecido. No sé cuántos años tardará en regresar. A veces son días, o minutos, me gusta exagerar porque últimamente me siento triste y nadie está para consolarme, ni siquiera la presencia estúpida que repite sus cosas. Me pregunto si alguien se pregunta por qué estoy encerrada aquí, por qué he llenado libretas y cuadernos de bocetos de un universo que claramente no me quiere, el universo al que no le importo y me rechaza continuamente.
Bajo a las cabinas.
Las cabinas de la derecha están llenas de cajas con mis bocetos. Los he organizado minuciosamente por fecha y cuadrante. Si alguna vez, alguien recupera mi nave, estoy segura que podrá reconstruir el mapa que he construido durante todo este tiempo. A veces creo que fue dios, el único y verdadero; dios de las mil caras, que puede ser todos los dioses.
Las cabinas de la izquierda están repletas de cuadernos blancos y carboncillo. Alguien me ha dado esta misión.

También me han dejado cigarrillos. Entro a una de las cabinas, rompo una de las cajas para sacar una cajetilla, la abro, busco mi encendedor y prendo uno.
Camino de un lado a otro de la nave, continuamente se encienden estas luces rojas que me advierten sobre los peligros del fuego. No solo me divierte imaginar que algún día se desaparecerá el trabajo de mi vida, pero también que yo misma puedo estallar en llamas.
—Alvin, ¿dónde está dios?
—Dios estalla.
La bolita holográfica reaparece para seguirme mientras fumo, pero no dice nada más. Está misteriosamente callada, como si una profunda tristeza, una tristeza oculta, se hubiera adueñado de ella. Quisiera abrazarla, darle un beso en sus cachetes de luz para hacerla sentir mejor como a mí me habría gustado sentirme, pero décadas atrás me rendí de las caricias, del afecto que puede darme este o cualquier otro constructo diabólico.
—Mira… —dice Alvin.
Le hago caso y cuando me asomo por una de las ventanas, veo unas constelaciones lejanas. Están naciendo justo en este instante. Son espléndidas.
Parece un perro enano y orejón mordiendo el lomo de una hidra, esta serpiente que tiene más de mil de caras.
Tiro mi cigarrillo y empiezo a dibujarlos.
He dibujado cientos de montruos y de bestias, he dibujado a todas las heroínas y miles de dioses oscuros y diminutos.
—Pip, pip, pip. ¿Alvin, recuerdas dónde está nuestra casa?
Pero Alvin no responde, ha desaparecido —para siempre, otra vez—, y misteriosamente entiendo que estoy dibujando el final de nuestra existencia.