2025 fue el año de la serpiente de madera. Imagino un constructo de bloques que serpentean, o la imagen simbólica de una serpiente blanca de la buena fortuna. Dirían los chinos místicos, pues, que es el año del dinero y de la buena fortuna. Hay un dicho: “mueve los arbustos y te muerde la serpiente”. También, quizás, es el año de mudar de piel; adoptar nuevos paradigmas (quíhubo). Esta mañana, en alguna conversación, me dijeron que era afortunado (y siempre lo he sido, creo que tengo una suerte extrema para lo bueno y lo malo). Luego de cerrar aquella conversación, me conecté al sitio de la Lotería Nacional y compré un par de boletos para el Melate. Santa Claudia, ojalá mires para acá y me tires unos panes de la buena suerte.
2025 también es el año de las mentiras, las trampas y las simulaciones. Las grandes compañías tecnológicas perdieron el afán de mantenernos conectados y ahora desean separarnos en cajitas. Hablamos todo el tiempo con IAs en el celular y las computadoras. Microsoft, Google, Meta, OpenAI buscan que conversemos activamente con sus inteligencias artificiales, algoritmos construidos para que generemos una conexión emocional con ellos. Copilot buenamente se asoma por la ventana todos los días, como Clipo cuando Word era chistoso, para preguntarme si quiero ayuda en algo. Cuando no es una conversación activa, las IAs nos instan a crear imágenes o videos para generar más ruido en el mundo. Tan solo hace un mes, por primera vez, vi un video generado que me hizo pensar: “ya no puedo identificar si esto es real o no”.
Por lo mismo, me he rendido y he tomado la decisión de que todas las notas que veo en internet —especialmente en redes sociales— son falsas.

2025 es el año de Israel y de Palestina; es el año de Zelenski y de Putin; es el año de Claudia Sheinbaum y el SAT; es el año de Sydney Sweeney y la muchacha que canta BDSM pop, Sabrina Carpenter; es la era del cobre en el Minecraft. Es el año donde cumplo cinco años de trabajar como docente y lo veo como una vocación, una apuesta de vida que vale la pena.
2025: mi mundo de Minecraft ya cumplió cuatro años. Acabé mi carrera de Psicología Social. Es el año de Final Fantasy en Magic, y también de Spider-Man, Aetherdrift y Edge of Eternities. Es el año en que acabé de pagar algunas deudas y pienso que podré con otras pocas más para el siguiente año. Es el año que me contrataron para escribir la narrativa de un videojuego postapocalíptico, el cual anunciaré pronto para que bajen el demo, y es el año donde metí mi cuchara para editar la narrativa de Remnants of the Rift.
2025: Clair Obscure ganó juego del año. Los domingos, jugando Dungeon Crawlers Classics (un Dungeons and Dragons pero con estilo) con mis muchachos, continuamente me dijeron que debía jugarlo. Y también me invitaron a jugar Silksong, Hollow Knight, Hades II.
Es el año donde acabé de escribir mi primer diario a mano y abrí mi segundo cuaderno, dispuesto también a terminarlo.

Es el año en el que me diagnosticaron diabetes y tuve qué hacer fuertes cambios en mi alimentación. Pero estuvo bien, bajé unos quince kilos y me siento más fuerte que nunca. Camino entre 8,000 y 12,000 pasos al día, y siento que puedo seguir caminando muchos kilómetros más. Es el año en que vi la película de La larga marcha, uno de mis libros formativos e imprescindibles, y aunque la película me cambió el final, no musité como animal viejo y rabioso, pero acepté amablemente los cambios. Es el año en que me leí los ocho tomos Solo Leveling (versión light novel), comencé a leer Mushoku Tensei y Vampire Hunter D.
Es el año en que decidí leer Las mil y una noches, versión de Sir Richard Burton y es el año en que empecé a escribir mi última novela, y llevo escritos 22 capítulos, y me gusta soñar la idea de que me voy a morir el día que termine de escribirla y por eso estoy haciendo todo lo posible para retrasar el final, e irme por las ramas, y hacer como que nunca va a terminar esa madre. 2025: comencé mi búsqueda infinita, soy mi propia Scheherazade contándome una historia para dormir, y no dormir nunca. Francisca trabaja para que la muerte nunca la encuentre. La escritura es mi último truco, es la única oportunidad que tengo para encontrar el camino.

2025: el año que perdí a Nico, la cargué en brazos para llevarla al hospital veterinario, y la cargué en brazos para enterrarla en una macetita, bajo un árbol de dólar, mi basset hound multiversal y hermoso. Sentí su cuerpo sin vida. También es el año cuando le dije a mi mamá que un día seré un saco de huesos, una bolsa de carne, peso muerto, y que ese día no importará nada de lo que hice, o las preocupaciones de aquello que hice o dejé de hacer. Es el año en el que le dije a mi madre que la familia es una ilusión, pero lo que importa está en los amigos, en los que te aceptan como la basura que eres, en aquellos que toman tu mano y te llevan por los pasillos del hospital cuando no entiendes el ruido, las luces, los colores, la vida. Es el año donde entiendo la finalización como lo inevitable.
Es el año de Morgana y de Archer, un par de gatitos que iluminan mis días con sus impulsos, su independencia. Me han enseñado que los gatos dan vida a los espacios; Nico exploraba el entorno y descubría misterios, Morgana y Archer iluminan lo que siempre ha estado ahí.
Si quiero ser místico, 2025 es el año del sol y la luna, porque levanto la mirada y miro ambos astros en el cielo. También es el año de Sol, y del Árbol, y quizás de la Luna. Es el año de grandes amistades, de conocer gente que me fascina. Es el año en que aprendí a leer el árbol de la vida en el tarot, y vi mi propio futuro. Es atinado, es preciso, es justo, el único futuro que puedo imaginar para un hombre como yo. Es el año donde los jóvenes siempre me están enseñando cosas, y tienen su lenguaje críptico y extraño, y yo por dentro me río y suelo pensar: “ah, mira, eso ya lo viví, me da gusto que sea el problema de alguien más ahora”. También fue un año de retos y dificultades, además de frustraciones que no reconocía. Es un año donde continúan los juegos y las historias con gente chida cada viernes.
2025 es el año donde continuamente, antes de abrir la bocota, pienso: “voy a decir algo que puede mejorar la vida de alguien, o que solo me dará el placer del bocazas”. No siempre tengo éxito porque, después de todo, soy humano y la diosa de los narradores me jala de la correa y me lleva por sus caminos misteriosos. Es el año en el que hice el compromiso de asirme a un principio primordial, amarrado a una vida breve e intensa, que va más allá del placer y de la satisfacción: si escribo es para revelar, si escribo es para mejorar la vida de los otros, si escribo es para buscar los secretos de este mundo, si escribo es porque soy el mago (a veces el tonto, a veces el colgado, a veces el ermitaño pero…) y el diablo me sigue mostrando la belleza de sus caminos. Pero escribo —como se puede— sin traicionar la satisfacción y el placer. Las lecciones morales las dan otros, y las dan muy bien. Después de todo, no puedo ver el corazón de los demás y son imbéciles los que creen que pueden sanar al otro con meras palabras; acepto que soy un portavoz de mi propio laberinto.
2025 es el año en que cumplí 44 años. Con suerte, dicen por ahí, voy a la mitad de mis días. Lo peor de todo es que tengo mucha suerte. 2025; es el año donde me puse a jugar media hora de Tetris al día como un método para mantener activa mi cabeza, y empujarme a sanar ciertas conexiones neuronales que tengo jodidas desde el cáncer, desde los cigarrillos que me fumaba en las madrugadas en la azotea de una casa en la Narvarte, desde alguna tristeza que proviene de tiempos inmemoriales cuando mi abuela y yo nos reíamos de los otros, desde la pérdida de Nico y desde el abandono, desde que me di cuenta que he dejado de ser inmortal. Juego Tetris, como esta serpiente de bloques de madera que reacomodo una y otra vez, para construir estratégicamente las estructuras que están condenadas a desaparecer, no solo para sanar la tristeza, sino porque también soy este mandril risueño y furioso, siempre con estas perras ganas de reírse y de bailar solo.
Feliz cumpleaños, supongo.
Gracias por leer.

