Minecraft y el mito de Sísifo: construir y reconstruir a pesar de que el mundo está condenado a desaparecer

Hay días en que abro Minecraft como quien entra a un sueño sin instrucciones. Miro el horizonte de bloques cuadraditos y perfectos, los árboles que desafían la gravedad (o los árboles inconclusos porque el algoritmo tiene un sentido del humor medio raro), los barcos suspendidos en el cielo, las inmensas cascadas de lava, las ovejas que pastan con una indiferencia programada.

No hay misiones divinas, ni un destino escrito. Solo la libertad brutal de construir, construir y construir. Destino manifiesto: aprópiate del mundo, el entorno es tuyo, hazlo a tu imagen y semejanza. La enorme y apabullante libertad. Y entonces, mientras coloco el enésimo bloque de una torre inútil, la torre de Babel que surge de una obsesión personalísima, me asalta la pregunta: ¿Por qué sigo haciendo esto?

La respuesta, creo, está en un viejo castigo griego.

I. El hombre que juega con piedras

Sísifo, el astuto mortal que engañó a la muerte dos veces, fue condenado a empujar una roca montaña arriba para verla caer una y otra vez. Los dioses olímpicos pensaron que no había tortura peor que el trabajo inútil. Se equivocaban.

Minecraft es ese mito convertido en juego. Cada mundo generado es un nuevo monte, cada bloque colocado es una piedra que será destruida para colocarla en otro lugar, o para ser olvidada hasta que desaparezca en el siguiente tic azaroso. El juego nos da a entender que nada es permanente: un creeper puede reducir a escombros el puente que conecta nuestro país de islas, la siguiente actualización puede corromper una buena parte del mapa, un simple abandono puede condenar nuestras colosales y opulentas construcciones al olvido digital.

Y sin embargo, volvemos.

El modo Supervivencia es la versión más pura del mito:

  • Los phantoms te atacan si no duermes, como furias modernas.
  • Una lluvia de truenos tiene el potencial de convertir las horas de trabajo en cenizas.
  • Tu lobo, recién domesticado, puede morir mientras te sigue, estúpido y diligente, en la aventura que decidiste vivir en una ciudad antigua.

No hay dioses aquí. Solo código. Y el código, a su manera, es tan implacable como el destino.

II. Imagino que Steve es feliz

Claro, siempre puedes facilitarte las cosas. Vivimos tiempos donde uno puede escoger qué tan cruda o podrida le gusta la verdura. En Minecraft, el modo creativo está a unos clics de sensatez y luego vuelas como Ícaro, con alitas fulgurantes de diamante, y construyes sin miedo a la lava o a la noche.

Pero entonces, ¿dónde está la gracia? Un Sísifo con códigos de trucos dejaría de ser Sísifo.

Sería un turista que navega felizmente su propio suplicio.

Albert Camus decía que hay que imaginarse a Sísifo feliz. Es una imagen poderosa y demoledora; doblegar a los dioses a través de la aceptación. Posiblemente, en Minecraft, esa felicidad es saber que tu granja de hierro automática puede fallar mañana y tendrás que volver a reconstruirla, siguiendo paso a paso uno de esos tutoriales de 30 minutos o 40 minutos. O puede ser la belleza perversa del speedrun: derrotar al Ender Dragon en una hora solo para reiniciar el mundo.

III. Después de la destrucción

Lo fascinante no es que el juego te permita reconstruir, sino que te hace preguntarte qué vale la pena salvar. Cuando el fuego de tu fábrica de lava misteriosamente se extiende para incendiar tu bosque, ¿replantas cada árbol o te mudas al desierto? Cuando pierdes tu primera armadura de diamante en un lago de lava, luego del berreo y la frustración, ¿regresas a la mina que has tallado amorosamente, a lo largo de horas de abandono, o decides que ya fue suficiente y decides olvidarte de Minecraft unas semanas, unos meses, unos años?

En el mito griego, Sísifo no tiene opciones. Los dioses, sabiendo que es un gandalla, lo depositan en una montaña y solamente le dan una piedra. En Minecraft, tienes todas las opciones del mundo, pero el destino invariablemente es el mismo: todo desaparecerá. Y sin embargo, ahí está la magia. Como escribió Borges: “El hecho estético es la inminencia de una revelación que no se produce”. Despiertas de un sueño digital, sales de tu cabaña para pescar y miras la puesta de un sol cuadrado. Miras atrás y aprecias la construcción de una ciudad despoblada; la ciudad que hiciste bloque por bloque. Tienes un presentimiento de belleza, pero no puedes definirlo con exactitud.

Te quedas suspendido cuando intuyes, por cierto, que la despedida es inminente.

IV. Herobrina morirá mil veces

Hay un meme clásico de Minecraft: un jugador pasa meses construyendo una estatua colosal de Herobrine, solo para que un amigo, sin querer, active un bloque de TNT y la destruya. Lo genial no es la tragedia, la realización de todo el tiempo que se ha perdido, sino los comentarios que dejan los testigos: “Empieza otra vez”.

Supongo que ahí está uno de los muchos secretos de Sísifo; sigue empujando su roca porque el esfuerzo es lo único que le pertenece (pero también, quizás, mi secreto preferido de Sísifo es que contempla, dentro de su esfuerzo inútil, maneras de escapar de la trampa. No olvidemos que Sísifo, primero que nada, es un jugador que conoce los secretos de los dioses). Minecraft no es un juego sobre la permanencia, sino sobre descubrirse finito. Es el pensamiento del constructor. Hoy voy a construir algo, aunque solo sea por hoy.

Y cuando el mundo desaparezca -por un bug, por aburrimiento, porque la vida sigue- no importará. Volverás a generar otro: uno limpio, sin los defectos de la consciencia humana, solamente los horrores del algoritmo. Colocarás, entonces, tu primer bloque de piedra. Planearás los caminos de tu primera mina. Encontrarás un consuelo en aplanar el mundo para que las piedras no resbalen.

Tal vez, solo tal vez, no jugamos Minecraft para construir.

Jugamos para no rendirnos.