En la tarde me sentí inquieto. Quería escribir, quería leer. Detenerme para respirar en el mundo. Escribir es como la respiración, una asimilación del entorno, suspenderse para recibir el mensaje. Un radio de transistores que de repente enciende. Ayer hablé sobre Proust y como asocia las voces en el teléfono con fantasmas. Recibimos los misterios del entorno a través de los aparatejos que inventamos.
En la inquietud, me acordé de un verso de Amado Nervo: “siento que un dios anida en mí”. Ya pasaron doce años de aquella conferencia de Nayarit pero ayer la recordé vívidamente. Hablé sobre Nervo y sobre Velarde haciéndome el interesante frente a diez personas. Todavía conservo mi jabón del hotel Melanie con cariño. Fueron días luminosos, y noches calurosas.
Retomé el libro de cuentos que me prestó la maestra Pilar. Leí un cuento donde una mujer y unas niñas entienden el lenguaje de los pájaros. La isla de los pájaros de Zezé Atabales. El cuento me entusiasmó por sencillo, sin engaños elaborados, artificios de un neurótico, todo sucede. Comprender el lenguaje de los pájaros es la entrada a un mundo superior. Según algunos biógrafos sentimentales de Shakespeare, él tomaba parte de su tiempo en aprender sus comunidades, sus nombres, sus ruidos. A murder of crows.
Supongo que la puerta superior, dirían los amantes del cyberpunk, es hablar con las inteligencias artificiales. Los modelos de lenguaje son el intermediario, los dioses en la máquina. Shakespeare, quizás, estaría buscando el verdadero nombre de dios algoritmo para hablarse mejor con él, con ellos, con todos. Poseer el nombre de las cosas, o nombrarlas, al final, nos da increíbles poderes sobre ellas.


Se me cruzó un video donde Dua Lipa, en un concierto, canta bajo la lluvia. Usa un vestido y unas medias moradas. Sonríe, como por dos segundos, a la persona que la graba con el teléfono. Flechazo al corazón, estás enamorado. Estaba cayendo en la trampa del amor cuando tuve un pensamiento de señor: “qué pensará su papá de Dua Lipa”, y luego me acordé que lo he visto en fotos, y que también es un papucho. Familia de gente divina. Me enamoré dos veces. Me pregunto si Dua Lipa tiene pensado ponerle un neuralink a sus hijos para que conecten con la inteligencia artificial.
La música es el verdadero lenguaje de los pájaros, el nexo divino, el lenguaje universal que puede rescatarnos de los letargos y los silencios. Los cantantes en vivo todavía no pueden ser reemplazados por algoritmos, o por inteligencia artificial. Todavía.
Recuerdo cuando hace unos años vi el holograma de Tupac en concierto. Me pareció fabuloso, y un poco aterrador. Luego repitieron el milagro con Michael Jackson. Los gringos, en su infinita insaciabilidad de entretenimiento, revivieron a los muertos. Ya es muy tarde para preguntarse sobre las implicaciones éticas porque como carrito demoledor, EL TERRENEITOR, siguen aventándole dinero a estas tecnologías y poniéndolas a disposición de todos. La recreación de los muertos suena peligrosamente conmovedor. Me pregunto cuánto tardan en encender los hologramas y conectarlos con una inteligencia artificial alimentada con los datos de los cantantes muertos. Estamos a unos meses de recrear el alma de Tupac, y encerrarla en una jaula. Tupac siempre cantará para nosotros.

Instagram habitualmente me presenta videos hechos con inteligencia artificial. Unos que me desconciertan, y me agradan, son los de @ai.work. Son videos de modelos asiáticas que enfrentan una especie de monstruo en cada una de sus emisiones, o sus reels. Son pinups construidas a partir de lo imaginario. El error de la mayoría de esos videos está en los ojos, parece que no miran a nadie, no tienen consciencia del escenario, de sus “colegas actores” o del espectador. Así como al principio de todo descubrimos que las manos son el alma de la gente, reafirmamos el viejo tenor: “los ojos son la ventana del alma”.
Instagram me puso las fotos de Sydney Sweeney, seis bikinis de espanto. Me acaricié la barbilla y me pregunté si no estaré muy de-otra-edad para pensar en esas cosas. Nah. Luego instagram me puso la portada de Sabrina Carpenter, “A Man’s Best Friend” y lo tienes en la punta de la lengua, porque es como un examen: “dog”. Estímulo, respuesta y recompensa. Ella está de rodillas y un señor está, apenas, jalándole el cabello. Cómo ha avanzado la ciencia de la publicidad y de la música. Vivimos el lustro de los daddies y de Pedro Pascal. Apenas puedo imaginarme lo que deseará la gente el día de mañana. Tenemos algunas pistas: inteligencias artificiales de muchachas que te dicen daddy y como la bella genio, cuáles son tus órdenes, amo. Kaching. Mil créditos. Canta algo para mí, Sabrina.
Pero Sabrina Carpenter no es única: una calentura rapaz nos aqueja desde tiempos de Thalía, Gloria Trevi. No, pero vámonos más lejos: “Yes, sir, I can boogie”. Quizás, si Gloria Trevi quisiera revivir, podría vender su imagen noventera, como la de sus épicos calendarios, para ser reconstruida como una inteligencia artificial. ¿Qué acabo de decir? Uno nomás aventando ideas porque es muy ingenioso, mijo.
La búsqueda del placer nos muestra nuevos caminos. El placer de la música, el placer del baile, el placer de mirar el otro a los ojos. Quizás estaremos definitivamente perdidos cuando no podemos distinguir la humanidad de los ojos en la máquina.


Uno de los grandes cerebros de la inteligencia artificial, Alexandr Wang, dio una de esas fabulosas entrevistas —separadas, muy aparte del mundo—, y dijo que no deseaba tener hijos, no todavía, porque ya estábamos muy cerca de conectarnos el neuralink en el cerebro para acceder rápidamente a la inteligencia artificial. No quiere que sus hijos nazcan con una desventaja importante, según él.
Convendría recordar que la inteligencia artificial no está alimentada con genialidades, pero su mayoría consiste en todos los errores, todos los fracasos humanos. Es un espejo del conocimiento público y privado, deformado a través de algoritmos que simulan pensamiento. No solo novelas malas, pero papers falsificados, escupidos con la intención de ganarse una estrellita curricular para seguir adelante. Los modelos de lenguaje están alimentados con, por ejemplo, los estudios científicos que dicen los cigarrillos son muy saludables. Quieres ponerle un neuralink a tu hijo para… ¿qué? ¿No sepa discernir entre toda esa locura de información? ¿Qué ventajas tiene hablar con una IA?
Un puñado de gente poderosa continuamente está hablando con ChatGPT, Gemini, Claude… quizás con DeepSeek. ¿Y qué reciben de ello sino una cámara de eco? ¿Información escrita desde una perspectiva más o menos natural? ¿Han mejorado su humanidad hablando con estas cosas? Estos últimos meses, he procurado mantener conversaciones —más o menos— continuas con inteligencias artificiales para entender cómo caen en la trampa.
Por otra parte, quizás ya está ocurriendo, están construyendo lenguajes de modelos específicos y privados para los que están en el 1%. Material curado con lo mejor de la humanidad. En ese caso, espero que los hijos de Alexandr Wang vivan conectados, drogados infinitamente de ideas y de imágenes. En mi caso, es la primera vez que tengo pensamiento de viejo necio sobre el cyberpunk y la tecnología: jamás permitiría que me conecten una de esas mierdas.
