- Rumiar o pensar en las palabras de los textos que estoy escribiendo, o planeando, o imaginando.
- Perseguir mis ganas de vivir. A veces son huidizas, complejas.
- Gamificar al proceso de construcción de algún libro, esconder secretos y acertijos.
- La alquimia de la tortilla en su máxima expresión, es decir, los tacos. Morder un taco de frijoles en el instante presente.
- Los besos perrunos, usualmente accidentales.
- Comer rico, bien y delicioso.
- Tropezar o asumir a un narrador que rompe la cuarta pared pero que no es fidedigno; expresar locuras sobre la felicidad y empezar por el final.
- Los pequeños logros o “trofeos” que ayudan a mantener los pies en el presente.
- La fascinación por la sencillez, y la paz que se consigue cuando se hacen tareas tediosas y repetitivas.
- El recuerdo de mi abuela y sus palabras sobre los aguacates.
- Imaginar a Onetti escuchando a José José o si habrán platicado alguna vez.
- El modo en que los íconos (como José José) son reconfigurados por las nuevas generaciones.
- La reinvención humorística de personajes históricos como empresarios astutos o bufones personales.
- La ternura que siento por las personas que usan una pantalla para negar, rechazar o protegerse del mundo.
- La idea de una diosa, llamada Cruz, acariciando a un perro de tres cabezas.
- La idea de una diosa, llamada Talón, guiando a otras diosas perdidas.
- El proceso del artista que cree y descree para purificarse y volverse más sabio.
- Los encuentros felices entre maestros y alumnos cuando comparten pensamientos.
- El gusto por usar palabras monstruosas y guapachosas en la escritura y la posibilidad de inventar novelas, cuentos, artificios solamente para usarlas.
- La inmensa satisfacción que sentí al probar el pescado zarandeado.
- Considerar iluminador el viaje de Randolph Jaffe.
- Aceptar la propia incompletud y desdicha como la única y verdadera posibilidad de encontrar algo parecido a la felicidad.
- Cuando otros leen libros en mi casa.
- Encontrar placer en el tacto de cactáceas y hormigas.
- Correr escuchando música y contonear las caderas.
- Pensar y desarrollar ficciones personalísimas.
- Terminar cuentos que representan emociones (amor, desprecio, confusión).
- La ilusión que da la escritura de poder documentar, retorcer, cambiar y mejorar el mundo.
- Aprisionar y reordenar el lenguaje y las palabras de otros de modo satisfactorio y placentero.
- Sentirme el dios chiquito y solitario de mi propio barrio al escribir.
- La reflexión sobre por qué amar cualquier libro.
- La idea del diablo escribiendo cartas por aburrimiento.
- La caligrafía satánica, negra y elegante del diablo.
- La reivindicación de la palabra “gentes” por Lautaro.
- La idea de que las biblias viejas curan enfermedades.
- Jugar videojuegos para reducir el estrés o por placer.
- El hábito de la lectura.
- Leer en los tiempos de espera del hospital.
- Leer libros de cuentos durante una larga enfermedad.
- Leer libros que te hacen pensar en otra cosa.
- La interacción, el humor y la conexión personal que existía en Twitter.
- Admirar la puerta del consultorio como antesala del humor, la resignación y la verdad.
- El deseo de dedicación y disciplina para terminar proyectos.
- La mutabilidad de la memoria de los seres queridos cuando sirven a una ficción personal.
- La ambición de un escritor de entender la divinidad y el lenguaje para comprender, alcanzar o replicar ese estado divino.
- Considerar, o admitir, que la vida puede ser algo maravilloso. Hacer el esfuercito, porque la basura se ve muy fácil.
- Construir un bot y escribir código.
- La apreciación de los bestiarios como catálogos de seres y artificios humanos.
- El poder de nombrar dragones, quimeras, pesadillas o pequeños dioses para traerlos a la existencia.
- Acariciar las páginas de un libro y encontrar consuelo en la ficción. El libro, quizás, es un fetiche peligroso.
- Sumergirse en vidas paralelas a través de la lectura.
- Haber descubierto en Proust la siguiente frase: “que ladren los perros, seguimos avanzando”.
- Admirar la brevedad y estructura de algunos cuentos como cuando alzas la mirada en una iglesia, y descubres que la luz y las sombras están diseñada para tu mirada.
- El conocimiento de Shakespeare sobre la naturaleza y su búsqueda por nombrar las cosas a través del lenguaje.
- El canto de los pájaros. En los cuentos de hadas, entender el canto de los pájaros significa el dominio de la naturaleza.
- Los libros como objetos de olores nobles (pegamento y silicón barato) y como dolls, vestidos con diseños sintéticos, y agradables.
- La lectura de autores específicos como Cortázar, Pitol, Ende, Borges, Onetti, Proust, Larkin, Yeats, Velarde, Owen, Deleuze.
- La posibilidad de releer Rayuela.
- Leer libros de “Escoge tu propia aventura”.
- Dormir con el libro del Bushido bajo la almohada.
- Pensar en mi esposa, sus atributos deleitables y las noches futuras con ella.
- Recordar amores pasados y necesarios.
- Caminar con la Nico.
- Pensar en mis bibliotecas (videojuegos, libros, cuerpos, monstruos).
- La idea de ser recordado como un cuervo, un sibarita, un imbécil feliz, un hedonista que ríe y busca placeres.
- Apostarse la vida, especialmente al jugar Mario Bros.
- Publicar libros sin permiso.
- La escritura como construcción con “artefactos de lego”.
- Recuperar el espacio íntimo del blog.
- El gusto que le da que sus alumnos cuestionen conceptos y defiendan sus ideas.
- Los sueños significativos (despedirse de algún muerto, recoger el polvo onírico del inframundo).
- Imaginar una novela.
- Jugar mundos abiertos: San Andreas, Death Stranding, Skyrim, Cyberpunk 2077, Sleeping Dogs, Saints Row, Minecraft. Recordar los pasos que he recorrido en estas ciudades inventadas. Manejo como un ente de ficción al amanecer de un sol pixélico.
- La escritura primitiva y salvaje sin filtros de los blogs.
- Imaginar o “jugar” a escribir LA última novela.
- Una felación hecha por una muchacha, o un muchacho, de ojos muy grandes.
- Lo fascinantes que son los ludópatas cuando son descubiertos.
- El concepto del Homo Ludens.
- Aceptar que somos “puro juego”.
- Recuperar el placer de escribir ficción y planear proyectos literarios sin prisas.
- Los videojuegos, el streaming, los videos rotos y los sueños de construir historias extrañas como un placer sosegado.
- El retorno obsesivo a la imagen de un detective recibiendo perdón/aliento.
- Ser conmovido por la carta de despedida de Satoshi Kon.
- Correr para escapar de la muerte.
- Contar, rememorar e inventar/modificar recuerdos mientras corro, corro, y sigo huyendo de la muerte.
- Combinar números y memorias en un diario.
- La sensación de volar, invencibilidad y salud que a veces siente al correr cuesta arriba.
- Darles un nombre a otras personas para convertirlos en objeto de memoria o de deseo.
- La libertad de inventar cosas mientras corro/escribo/me preparo para dormir.
- La Nico en el sillón, mientras duerme y sueña que está persiguiendo algo, alguien, uno de esos seres deleznables que lucha por tomar posesión de la casa y ella nos defiende como la guardiana de este universo.
- Escribir en un día solitario de enero.
- Escribir como forma de afirmar la existencia, la propia voz.
- Una lista de pequeñas bendiciones: familia, amigos, colegas, jefes, amantes, y libros no aburridos.
- Las aventuras condenadamente humorísticas, construidas por padres ficticios, románticos y presentes.
- Aquella vez que escribí un párrafo violento y explícito sobre Baal y el cuervo por sentir que estaba pagando una “deuda metafísica”.
- La perspectiva ganada al saber que nada dolerá tanto como el tratamiento del cáncer.
- Aceptar la propia “humanidad quebrada” y los monstruos internos.
- La práctica de la microescritura.
- La construcción del inicio de una vida distinta/el descubrir un laberinto mientras se sueña despierto, especialmente durante los viejos días del encierro y el ejercicio.
Cosas que me deleitan
