La diosa de los cuerpos estaba frente a mí. Supe quién era ella por instinto, en vida me vigiló muchas veces. Ahora lo sé. Nos encontramos en el puente de las almas, ella puso sus manos sobre mis hombros y trató de tranquilizarme con su sonrisa fingida, artificial. Me trataba como a un muchacho. Sopesé mis manos viejas. Yo me pensaba en el infierno, ya que nunca fui capturado en vida. A mi alrededor, un túnel de cuerpos, de sombras y de espíritus, nos rodeaba, giraba lento y perpetuo como si fuera el estómago de un gusano.
Sabía, de algún modo, que yo debía estar ahí.
Pero ella me separó del círculo de carne. Quería darme un regalo.
A mí. Un regalo para mí.
—Imagina un mundo donde puedes hacer lo que quieras y puedes cumplir tu deseo. ¿Sabes lo que es un isekai?
—No. Pero haré lo que tú me pidas.
La diosa de los cuerpos rotos extendió sus brazos. Vi un último destello negro y cuando desperté, era un bebé con la consciencia del mundo anterior. Estaba en una cuna, en medio de las sábanas blancas. La pieza estaba bien iluminada. No podía ver más, solo el techo. Pero los acabados del techo y la lámpara de araña me dieron una buena idea. Renací como un noble, un aristócrata, tal vez el hijo de un mercader. Traté de tocarme el cuerpo, mis manitas no me hacían caso. Quise hablar y empecé a balbucear.
Sentí, de pronto, que la vida se puso muy larga.
Era fácil dormir en ese estado.
Me despertó una sirvienta de orejas puntiagudas. Entonces lo descubrí: mis orejas también estaban inusualmente largas, y puntiagudas. Interesante cambio de carne. Me dio leche como se hacía en el pasado. La tomé con avidez, necesitaba ser grande y fuerte. Mientras me alimentaba, como lo hice en mi otra vida, pensé en la sirvienta como un trabajo: dónde hacer los cortes, qué tipo de costura necesitaría su piel para reconstruir el cuerpo, se me ocurrió una mejor sonrisa para su cara, podría cambiar su cabeza de lugar a uno más óptimo, quizás debía antes conseguir dos o tres extremidades adicionales.
Los pensamientos de antes me empujaron compulsivamente a soñar con mi paraíso.
Sentí la bendición de la diosa de la carne.
¿Ella había creado este mundo para mí? ¿Podía usar a su gente para reconstruirlos, convertirlos en los animales que siempre desee? La sirvienta me puso de espaldas, empezó a darle golpecitos a mi espalda. El eructo me dio sueño. Me colocó en la cuna, me puso una sabanita encima y yo cerré los ojos. Soñé con aquel túnel de cuerpos que se movían.
Podía soñar con muchas cosas, cuerpos de todas las figuras y colores, cuerpos recreados por mis manos expertas, pero primero debía crecer.