Isekai IV-VI

Mueres para resucitar en una aldea de humanos. Es importante decirlo: humanos, porque también pudieron ser orcos, goblins, enanos, elfos. En unos años te darás cuenta que también existe el hambre, el odio racial, las jerarquías. Quizás, la única diferencia esencial es la magia. Por eso te dedicas a ser mágico, es la promesa de tu nuevo mundo. Y tienes una especie de magia, la de ser el protagonista.

La diosa de los ojos dorados se aparece en un sueño. Dice algo bonito: “eres el elegido”. Después de la música celestial, hay una pausa, toma tu rostro y besa tu frente: “tienes qué matar al vampiro”. Al despertar, te sientes poderoso, como si hubieras envejecido catorce años.

Descubres habilidades sobrehumanas en tu juventud. Eres bueno con el látigo, con los bumeranes, con el agua bendita. Te haces de una bandita de carnales para viajar a las tierras del maestro vampiro, pero como sabes que estás en un ISEKAI, no crees que sean reales. Richelieu, Balmora, Ukina, ninguno de ellos existe de verdad, y no sabes cómo decírselos, pero disfrutas su presencia y te ríes como si todavía estuvieras en la secu 23, rayando bancas y tirando piedras.

Tú eres el verdadero héroe, el mundo existe para cumplir tus caprichos. Está perrón porque truenas los dedos y haces chispas de fuego divino. Podrías quemar todos los bosques, pero no lo haces, porque eres bueno, eres dadivoso, eres justo. Tú y tus carnales beben aguardiente a la caída del sol, los colores naranjas y púrpuras del atardecer te enamoran, escuchas el canto de los pterodontes lejanos, en la tierra salvaje.

Te enamoras de Richelieu, se dan unos besos salvajes; Balmora y Ukina, testigos luminosos, se ríen y se enternecen. Por fin sientes que puedes estar en paz.

En el camino, una aventura de cinco años, destruyen a tres bestias imposibles: un león gigante con una melena dorada como el sol, la invocación de un demonio llamado Focalor, una hidra de cinco cabezas. Balmora murió valientemente. Ukina perdió un brazo. Richelieu encaneció por el terror de visitar los cuartos de tortura infinitos que le mostró Focalor. Pero tú estás bien, impávido. No tienes bronca.

Quédense acá, le dices a tus cuates, hemos llegado al castillo del vampiro, yo solito me lo aviento. Pero Richelieu te da una cachetada. El sacrificio de Balmora no será en vano. Asientes. Qué chingones carnales tienes, pero no les dices así porque no van a entender tu idioma. Asientes heroicamente. Alzas tu látigo para dirigirlos a la última muerte.

Se meten al castillo, se pierden en las escaleras infinitas, una de las tantas ilusiones del maestro vampiro, lo último que escuchas es una risa, el sonido de una guadaña gigante que atraviesa el cuerpo y alma y ves la iluminación.

La diosa está frente a ti, de nuevo, tomando tu rostro. Dice: “no eres el elegido, perdóname”. Y te empuja a un abismo de colores mientras gritas el nombre de Ukina y de Richelieu, sobre todo Richelieu, de quien vas a extrañar todos los besos del mundo.

Unos años después, ya resucitado el jardinero en una modesta aldea de goblins colocada en el borde entre un bosque y un desierto, vive asustado durante algunos años porque está muy consciente de su vida anterior. Extraña su Caribe del ’89, su ataúd metálico. Con el tiempo acepta su nueva vida porque la belleza de las noches estrelladas lo ayudan a sanar.

Pertenece a una familia de siete hermanos, un padre y una madre. Le parece que son medio salvajes. Extraña a sus hijos, pero acepta el designio de su virgencita kawai: en esta vida, le toca ser el chamaco.

Sus hermanos mayores trataron de enseñarle a cazar huargos porque es inútil para ello. Dejaron de llevarlo porque era un peligro. Su nueva familia le parecía, en general, arisca, tan arisca como su padre y su abuelo en el mundo original.

Todas las noches, cada diez días, su pueblo de goblins encendía enormes fogatas para sentarse alrededor de ellas, comer carne de lobo, y contarse historias con un ritmo especial en la lengua. Se movían en un ritmo lento, se reían escandalosamente, se tocaban sus pieles verdes y enrojecían sus mejillas. Era una manera de sentirse vivos, recordaba los sonideros de su primera vida. Corán, así fue llamado por sus padres, pensaba que era una música muy hermosa.

Para hacer su parte, ya que era inepto para cazar, Corán pensó que podía usar sus habilidades como jardinero. No se equivocaba. Empezó con flores y pequeños cactos. Sus manos brillaban con un aura divina al tocar pétalos, semillas, hojas. Las flores reverdecían, los cactos se hacían más fuertes y pesados. Escuchó una voz en su interior: “si continúas, puedes hacer que tengan vida” y eso le espantó.

Por lo pronto, usaba su poder modestamente. Todas las noches, empezó a traer plantas y flores a su aldea. Eran deliciosos, dulces, rebosantes de savia y capacidades curativas. Los goblins de la aldea empezaron a respetar a Corán. Y él, por primera vez, sintió que tenía un propósito.

El autor anota otras posibilidades de isekai en una acepción muy básica, como cruzar a otro mundo (entorno mágico, entorno maravilloso, abandono del mundo original): la aldea vikinga en Canadá; los infames de Cristóbal Colón y Hernán Cortés; la entrada del tlacuache al mundo de los dioses; Sarah Williams cuando busca a su hermanito en el laberinto del Rey Goblin; Kevin Flynn apostado su vida en el mundo de Tron; El jardín de las delicias del Bosco; Akutagawa y su bosque; entrar al mercado municipal y salir con las manos llenas; Dark Souls cuando mueres la primera vez; la reencarnación del tipo sin trabajo; la música de Donkey Kong Country; la lucha de clases; la cabaña hecha de dulces cuando entran Hansel y Gretel; la promesa de Pinhead: “¡tenemos tantas delicias por enseñarte!”; espiar un diario ajeno; Dorothy del mago de Oz; el pequeño Nemo cada vez que duerme; sospecho que un concierto de Taylor Swift; la muerte de una madre; el médico cuando dice que tienes un tumor en el pecho de un mamey; la progresión a la basílica de Guadalupe; la primera penetración, una felación sin descansos; los tres portales sagrados de Minecraft, pero la primera cueva frondosa que encuentras es como entrar a un pequeño paraíso; atravesar el tubo para encontrarte con el parque de diversiones de Mario; el sueño de los cuartos infinitos de Aureliano Buendía; Kafka; Celes despierta en el mundo de la ruina (isekai dentro del ISEKAI) pero, en una versión más chafa, cuando Cloud atraviesa el río de la materia junto con Tifa; la pubertad.