Isekai (I-III)

Daniela quería vivir un isekai, uno de esos mundos fantásticos donde los perdedores como ella resucitaban como héroes divinos. Pero para eso, primero tenía que morir, y segundo, necesitaba un poder insignificante que, en el otro mundo, tuviera el potencial de alcanzar lo divino.

Lo único insignificante que tenía en su vida era una perrita, un basset hound cachorra llamada Lila. El basset hound era muy torpe, durante los paseos, meneaba alegremente el culo y las orejas, como un payasito de crucero, y babeaba todo el camino. Daba mucha gracia y ternura, a pesar de su baba, y sus pedos, y sus ojos de nostalgia impertérrita.

Daniela quería mucho a su perrito y por eso no buscaba, activamente, la manera de morirse para vivir su aventura. No quería pensarlo: dejar a su cachorra sola le rompía el corazón. Pero Lila, una mañana de extrañas bendiciones, resolvió todas las dudas de Daniela. Olió unos pollos, se soltó de su dueña y echó una carrera para capturar unos pollos fritos colocados a contra esquina de un crucero.

Daniela, sin pensarlo bien, fue corriendo tras ella justo cuando se escuchó uno de esos temibles chirridos de llantas.

Lo último que Daniela pensó, no lo duden, es que estaría chispa si un camión de Sabritas la atropellara para mudarse al otro mundo. Pero no fue un camión de Sabritas, fue un camión de pasajeros porque a los dioses les gustan los testigos de sus hazañas.

Lo más curioso es que un niño, además de las vísceras, la sangre, las orejas grandes y los ojos, sintió menos horror y ansiedad cuando se percató de cómo volaron las almas de las atropelladas por un portal de luz. Ese niño crecería para creer en ángeles. Pero los ángeles no existen. No en este mundo, al menos.

Seis notas de un isekai, según las ha visto un señor de reojo mientras su esposa pone uno de esos animes y ella desayuna tranquilamente, mientras él se pregunta cómo consiguen los japoneses hacer fan service de pokémones y personas cacto con una soltura envidiable.

  1. La persona atraviesa al otro mundo en forma de una resurrección. Una resucitada, como Daniela, tiene los conocimientos de su vida anterior y los aprovecha para navegar la niñez y la pubertad, esa-maldita-etapa.
  2. El resucitado no pasa de nuevo por las etapas eróticas. Es perturbador, quizás, cuando un cuarentón resucita y su nueva infancia, matizada por su edad original, ve con deseo a su madre (del otro mundo), sus hermanas (del otro mundo), sus primitos (del otro mundo) o a selectos y atractivos amigos de su infancia (del otro mundo).
  3. Los resucitados tienen conocimientos prácticos de su vida anterior. Si era un escritor, probablemente tendrá una magia de escritura que lo ayudará a someter su entorno; si era una música, potenciará la magia de su violín o de su guitarra; si era un barrendero, su escoba será un nexo donde convergen todos los tipos de magia.
  4. Eventualmente un dios del otro mundo buscará a los resucitados y les dirá: “interesante, ¡eres muy interesante en verdad!, Omoshiroi!!”. Y se reirán felices y canallas, pensando que tienen carne nueva con qué jugar.
  5. El isekai no es novedoso. Siempre ha existido la melancolía por los mundos ficticios. En el occidente, tenemos varias de esas historias: Alicia en el país de las Maravillas y A través del espejo; los viajes de Gulliver; aquella novela ilegible de las muchas dimensiones llamada Flatland; casi todos los cuentos de Mario Levrero y algunos de Felisberto Hernández; los juegos de Ultima diseñados por Richard Garriott; cuando Cristo navega el desierto durante cuarenta días y cuarenta noches; Quijote cuando cae a la cueva de Montesinos y La historia interminable, de Michael Ende.
  6. Seguramente hay muchas más. Pero animes no faltan. Hay, al menos, seis isekais cada temporada.

Torremanca no sabe lo que es un isekai pero, de todas maneras, ya le tocaba trasladarse al otro lado porque los dioses del otro mundo reclamaron su alma.

Cuando despierte en el isekai, el otro mundo, y después de muchos años, no comprenderá si es lo mejor o lo peor que le ha pasado.

Pero lo sobrellevará porque es un buen jardinero.

Torremanca era un hombre de mediana edad, de sonrisa amable, y tiene una intuición divina para los jardines; solo de mirarlos, crecen las flores, los árboles y los cactos. Intentó ahorrar para abrir su propio vivero, pero nomás no pudo juntar porque siempre le pasaban cosas: se cortó un dedo con un cuchillo de carnicero; la operación de apéndice de su mamá; se cortó otro dedo, pero del pie, porque se le cayeron las tijeras directamente sobre los crocs; le tocaba comprar los útiles de los chamacos que no viven con él; lo picó una viuda negra y se lo llevaron a urgencias de un hospital de esos que tienen nombre caro; se compró una Caribe del 89 pensando que le ayudaría con el negocio y resultó más gasto de lo que hubiera pensado. Todo le pasaba a Torremanca.

Si le preguntas a Torremanca que es un isekai, probablemente haría una mueca que versa entre la curiosidad y el espanto. Si le enseñas un personaje de Isekai, él alzaría los ojos, se sentiría rebasado, quizás preguntaría si se trata de Dragon Ball y después dirá que están cagadas las monas chinas. Dudaría en mostrarte una estampa de la virgen de Guadalupe kawai que conservó un día que separaba la basura.

Torremanca saldrá una mañana fría de enero, no estoy seguro si de este año, o si ocurrirá en el futuro o en el pasado, en su Caribe del 89, escuchando un casete de ACDC, muy temprano, y desviará su ruta habitual porque quiere disfrutar de la carretera, el camino y la noche.

No sospecha que sigue los designios de un dios del otro mundo.

Torremanca entrecierra los ojos, verá una poderosísima luz. No habrá ceremonias, ruidos espantosos, dolores inenarrables. Despertará siendo un bebito haciendo sus necesidades mientras lo carga su madre de orejas extrañamente puntiagudas, y enormes, y lo besará en la frente. El jardinero sentirá paz. Y luego verá a su mamita, hará una mueca de bebé y porque todavía no sabe hablar, solo podrá pensar: “ah chirrión, están cagadas las monas chinas”.