Me siento cansado, tuve gripa unos días y el cuerpo se está reponiendo. Cada vez que me da tos, recuerdo la voz de algún médico: “hubo daño a los pulmones y el corazón, chéquese”. Y yo obligadamente asiento, pero como un fantasma, desde adentro y digo: “sí, sí, sí”. Molly Bloom, sí. Paso a la panadería, compro unos panes de dulce. Escucho a los panaderos: “Usted dígame, maestro… la masa, ¿así de dura?”. Y se ríen los cabrones. Y yo me aguanto la risa porque no soy panadero, soy cliente. Escojo una concha rellena de algo, creo que la llaman charro. Me llevo una dona de chocolate que no es una dona, pero parece un bigote. Pienso: “caminar a casa valdrá la pena, y ella estará feliz cuando vea el pan”. La caminata cansa. Veo a una muchacha de piernas bonitas en el camino, me distraigo un poco, empiezo a toser. Sigo. Ya mero llego. Trato de entender los nuevos semáforos. Un camión se pelea con el otro por el espacio. Unos chavitos de la UDLAP me pasan de largo. Entrecierro los ojos. Dormía mientras caminaba, dirán los periódicos. Los abro, estoy cruzando una calle, un coche rojo se detiene mientras yo paso el puente peatonal pintado sobre uno de esos topes monstruosos. Me hace el favor. Camino más lento, finjo cansancio que no tengo. Y sí tengo, estoy cansado, de verdad. Cruzo la calle como si tardara años. Escucho una mentada de madre. Yo pienso: “maestro, ¿así de dura?”. Me río solito. “Ya se compró el pan de otro lado”, me dice el guardia. “Fíjese”, le digo, “creo que es el mismo pan”. Nos reímos. Somos cómplices. Se me olvidaron las llaves, mi esposa me abre. Y en esa primera larga conversación de la tarde, nos contamos cosas. La perra, Nico, ya sorda, se da cuenta que ya llegué. Y ella sube al sillón conmigo. Junta las patitas como si pudiera hacerse chiquita. Y yo le digo: “mija, no te quedes mucho tiempo aquí abajo, porque tengo qué subir a checar unas cosas”. Me da la angustia porque ella no sabrá que ya no estoy, y que la he dejado sola en el sillón. Pero qué le va a importar si ya está dormida. La perra se siente segura conmigo. Ronca. Babea. Mija, no te quedes allá, ven conmigo. Pero ella se queda allá, en el otro lado, el mundo del sueño. Es una cachorra y estamos caminando. Es una cachorra y corremos juntos. “Su espalda”, dice la veterinaria. Es una cachorra y persigue diablos, goombas, pachucos, mataviejas, nazis, chocobos. Es una cachorra y me roba un sándwich. “¡Te pasas, Nico!”, le digo, muy enfadado porque era mi comida pero mañana me voy a reír de eso. Voy a acariciar sus orejas y le voy a decir: “eres la mejor compañera, la mejor”. Y ella sacará la lengua, y moverá las pompas de cubana que tiene, y moverá sus patotas de boxeadora como si nos fuéramos a madrear. Te quiero mucho, Nico. Ya me voy a subir, sigue durmiendo, sigue soñando, vamos a quedarnos dormidos mientras caminamos.
U THERE
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