Servilleta

Me pasa, cuando no quiero creer en lo que escribo, primero escribo que se trata de un sueño. El sueño suaviza las palabras, las líneas; el escenario se vuelve una cosa teatral, como si fuera un mundo de goma, mal pintado, improvisado para una obra escolar y rupestre, económica; da una oportunidad extraña: me invento cosas pero no son culpa mía, es un invento que surge de las profundidades cerebrales.

Quien escribe se separa del que sueña, como si el que soñara no tuviera la misma capacidad para la escritura y la imaginación.

Todos sabemos que la imaginación es sueño.

El sueño, insiste quien escribe, y tiene miedo de lo que puede escribir, es un disparate procesado por las neuronas que no están controladas, educadas. Stream of consciousness pero pinchón.

Sueño con el monstruo, sueño que destruyo mi vida y las comodidades, sueño con la muerte de una persona que odio o, mejor todavía, la muerte de una persona que amo, sueño con un temblor, con la ruina económica, con la vejez y las horas que anteceden la muerte, sueño con la caída.

Luego me siento frente a mi cuaderno de apuntes y empiezo con una línea: sueño qué, y la rayo, porque es un recurso muy malo. Igual que las inteligencias artificiales alucinan, la cabeza hace lo mismo: darle sentido al flujo del conocimiento, de la experiencia. Hablar de lo humano como se puede. De todas maneras, sueño con el descontrol.