Recetario

Algo que me da mucha tristeza, es cuando compro de comer y no sabe tan rico. De unos años a la fecha, creo que la comida es uno de los placeres primordiales, un placer que no debería evitarse. Y no tiene que ser muy complejo; un licuado de plátano, chocolate y un poco de almendras, consigue mejorar mi día porque es la comida dulce de la infancia, el desayuno que me recuerda a los míos.

Y así como tengo este desayuno sencillo, creo que los otros tienen el suyo y uno de mis ejercicios habituales es imaginar lo que comen, lo que los hace felices, lo que les recuerda los sabores de la infancia, de su comunidad, del hogar. Creo que todos tenemos eso en común, aunque los sabores sean muy distintos. Y podemos empezar a aceptar al otro a través de sus sabores.

Lo demás puede dejarse atrás, suspenderse en el tiempo hasta que sea posible construir o adquirir uno de complejidad añorable. El juego, la literatura, el amor, el sexo. Pero no la comida.

Por eso, después de curarme, cuando estuve en el estado de euforia máximo (todavía me desdoblo para vigilarme en el pasado y miro a ese Agustín Fest extraño), recordaba con tristeza mis tacos de suadero, los que comía afuera de la Maren. Y solo de recordar el sabor, verme parado a las dos de la mañana con una coca-cola en una mano y mi plato de plástico en el otro, y darme cuenta lo lejos que estaban, lloraba fácilmente por este sentimiento mezclado de melancolía y abandono. Hice muchos berrinches absurdos por eso. Todavía los hago.

Me asombra cómo escribimos recetas detalladas para tratar de conservar los sabores. Por otra parte, en la cocina aprendemos un camino silencioso, intuitivo, para cocinarnos a nosotros mismos. Si no anotaste la receta de la abuela, posiblemente la acompañaste dentro de la cocina (a no ser que seas uno de esos tarados que nunca se han metido a una), y cuando la perdiste, usas tu memoria como puedes para reinterpretarla. El juego, la interpretación, asumir el papel del ancestro.

El mismo esfuerzo de cocinar como otros es invocarlo, traerlo a tu lado para, nuevamente, la comida como celebración, consumir su presencia y hacerlo parte de ti.

La escritura es un ejercicio similar. He tratado de asimilar a mi persona que disfruta de comer y, por asociación, ama la vida (quizás) y mientras escribo, pienso en mis recetas personales. No serán muy complejas, exóticas. Algunas podrían ser lamentables de lo sencillas que son. Otras solo pueden hablarme desde el recuerdo, la infancia, una experiencia personalísima. Pero es a través de la comida que otros aspectos de mi vida han mejorado: el juego, la literatura, el amor (el sexo no tanto, le tengo miedo al éxito).

Siempre que podamos comer en compañía, me gusta pensar así, todo está muy bien.