Anoche escuché la frase: “damos premios a los niños por las madres. Eso parece tranquilizarlas”. Como docente, después recordé un caso lamentable que tuve el semestre pasado, y del cual no hablaré hasta que se abran los archivos.
Pero tenía que ver con madres.
Después de pensar en los trofeos invisibles que algunas organizaciones preparan a sus empleados, o a sus hijos, pensé en aquellos dos polacos que se pelearon en uno de los videojuegos que manejo.
Se odiaban tanto, que habían gastado miles de euros cada fin de semana para atacarse con sus países de cartón. Es un juego de ejércitos increíblemente grandes, y entre más dinero gastes, más poderoso te vuelves.
Y también más deuda adquieres.
Eventualmente todo país en ese juego pienso que se vuelve caótico, insostenible, pero algunos lo intentan tenazmente. Supongo que es un pasatiempo.
Uno de ellos, después de haber gastado veinte mil euros y cayendo en cuenta de que no podía gastar otros veinte mil más, decidió mejor gastarse un pedazo de su alma. Envió un último mensaje muy elocuente, pero lleno de odio: “ojalá a tu abuelo lo hubieran hecho jabón”.
A menudo pienso en esa frase porque me parece negra, graciosa y corrupta, es una frase cargada de odio y me dio risa involuntaria porque me pareció imposible que alguien pudiera escribir eso en su teclado para mandárselo a otro.
Pienso largamente en esa frase: “ojalá a tu abuelo lo hubieran hecho jabón”. Y luego pienso en mi abuelo, esta figura imaginaria que se escapó de Alemania, mientras muerdo mi taco y doy gracias de que me apellido Fest, y no Zest.