Paternidad

Mientras sacaba a pasear a la Nico, una vieja basset hound de trece años, mi vecina se detuvo para felicitarme: “por ser un papá perruno”.

Me agarró de sorpresa, me reí y nos despedimos.

Pero me quedé pensando en mi perra vieja y cómo puedo ser su padre, si es tan anciana que ya no escucha nada y su cabecita de huevo está desbordando las canas.

—Una genuina angustia de que su alma derramará su vida antes que la mía, que la historia de sus olores es más rica y absurda y hermosa que la mía—.

Ya no persigue juguetes, roba los sándwiches de mi esposa o hace necedades como cavar caminos laberínticos subterráneos hacia el infierno con sus patas de boxeadora.

Está muy cansada para eso.

Estos últimos días, duerme tan profundamente que nos vamos durante horas de la casa y ella no se da cuenta hasta el último momento.

Nico ha iniciado el descenso, ya tiene rato que así es, pero mientras eso ocurre, duerme y duerme muy bien.

Me cuesta trabajo pensar que soy su padre. Ella también ha sabido cuidar de mí. A veces pienso divertido que somos colegas del cuidado, no hay jerarquías entre nosotros. Somos compadres.

Dejando a la Nico de lado (reitero: no, no soy padre de una perra vieja, y creo que ella estará contenta con ello: humano es humano, perro es perro, wof, wof), en este día del padre, otro más de tanto colmado de redes sociales y fotografías de padres orgullosos, y nerviosos, finalmente he aceptado que la paternidad es un delirio ajeno que alegra y arruina la vida de otras personas, y que jamás sabré nada de ello.

Cuando era joven, me costaba trabajo imaginarme como el padre de alguien, aún cuando durante algunos años tuve a mi cuidado a un hermano (con cada año que pasa, me doy cuenta que no hice el mejor trabajo siquiera, hice lo que pude hacer. Es un milagro que mi hermano sea un hombre de bien).

Ahora que soy adulto, me declaro adulto —aunque a veces me siento muy viejo—, décadas de matrimonio y conversaciones serias, hemos concluído que no tenemos el deseo de tener hijos.

Después de un cáncer, una que otra serendipia, y mi labor como docente, he pensado traviesa y patéticamente que a veces uno termina siendo el padre de todos, incluso de las piedras.

Tampoco rechazo la idea de que algún día aparecerá algún ente extraño, quizás alienígena o metafísico, que me diga que soy su padre, o se comporte como si yo lo fuera, y yo diré que sí, aceptaré el contrato, todavía no determino si por aburrimiento o por algún deseo de redención.

Después de ver una feria de padres, fotografía tras fotografía, algunos de ellos haciendo la sonrisa masculina de catálogo, decidí dejarlo por la paz. Aunque no lo voy a negar, me cuesta trabajo.

Muchos de ellos se ven genuinamente angustiados, la educación sentimental de una masculinidad construída como una casa de cerillos.

Algunas novelas, francamente aburridas, tratan de estos narradores neuróticos que arreglan sus daddy issues a través de la violencia, de matar al padre, de confrontarlo y decirle que es un imbécil.

Novelas que son confesiones: descubrir al padre, esa figura ideal, espantada de ser persona como cualquier otra, y sin una perra idea de lo que guarda el futuro en todas las capas, desde lo individual, lo global, lo humano.

El padre, igual que muchas otras cosas, es un constructo de ficción que es necesario resolver. Porque los hombres resuelven. Me han dicho.

Pero también soy testigo de algunos padres amorosos que, durante años, han hecho el trabajo de destruir esta figura de legos para revelarse como lo que son a sus hijos.

Eso es lindo de ver.

Si yo tuviera que ser un padre, me gustaría poder ser uno así.

Pero no lo voy a ser y es la aceptación de que no seré ese padre, y si algún día, por accidente, lo fuera, sería lo mismo que fui hace unos años: lo mejor que puedo ser y ya.

(La aceptación: soy lo que soy, y nada más).

Sin embargo, como un pequeño manifiesto, una revelación del día de hoy, algo que pensaba mientras caminaba por la vieja Cholula: crecí sin padre y no estuvo nada mal, no soy el mejor ejemplo, pero tampoco vivo bajo un puente.

Supongo que ese es el pensamiento de cajón que me gustaría sacar el día de hoy: ningún padre es necesario y entender eso, quizás para los que más están angustiados por una paternidad escabrosa, deficiente o insegura, les podría dar un asomo de paz y de libertad.

Dejarían de sonreír como maniquís en las fotos, mientras los niños y las niñas sonríen como si abrazaran a un dios pequeño y desvelado. El peor dios que puede tener uno, pero como es tuyo, lo aceptas, lo amas. Simplemente lo amas.

Sabiendo que ningún padre es necesario, la libertad es apabullante: reino de la imaginación, todo lo que puedes hacer por un niño que no espera absolutamente nada de ti.

Qué miedo, quizás por eso algunos no duermen: saben que son una piltrafa absolutamente desechable, y lo único que tienen es el amor de ese niño, o de esa niña, que sonríe en las fotografías.

Les dije que me cuesta trabajo, conste que lo intenté.

Feliz día del padre, especialmente a los que se sienten competentes, y algunos incompetentes también.