Cazador

En el laberinto, existe una mujer de piel muy blanca y cabellos oscuros que ha vivido más de mil años. Es una mujer robusta, corpulenta y que sonríe fácilmente. Al menos así era cuando yo la conocí. 

Algunos la conocen como la madre cruel, sobre la historia de su nombre: dicen que entró con sus hijos, y los entregó como un sacrificio a los dioses del laberinto para que le permitieran vivir. 

Los dioses la castigaron con demasiada vida: no envejece, no muere, y todas las criaturas monstruosas que nacieron aquí la persiguen para tratar de matarla.

Matarla no es lo ideal porque ella es inmortal. Matarla rápido es un desperdicio. Yo soy uno de los cazadores más experimentados del laberinto y la madre cruel es una de las presas más codiciadas. 

Entonces, cuando la atrapamos por primera y única vez, conseguimos lastimarla mucho, le sacamos las entrañas y la dejamos sin brazos, y cuando pensábamos arrancarle sus piernas, desvaneció, como si fuera a dejar de existir, y luego, unos años después, nos enteramos que renació más fuerte que antes.

He cazado brujas, demonios y dragones; ellos al menos tienen la delicadeza de morir. Me cuestiono por qué ella puede vivir más de una vida. Por qué ella sí tiene derecho a reclamar este espacio como suyo hasta un final incomprensible, inimaginable. Quiero abrirla para tratar de entender porqué es tan infinita como el laberinto. 

Ella me motiva. Puedo aprender, gracias a ella, cómo sistemáticamente destruir a un inmortal hasta corromper su alma. ¿O será la corrupción mínima, igual que la totalidad de mi vida frente a la de ella? Tengo tantas dudas. Y creo que ese es el regalo que nos ha dado el laberinto, un método para descubrir el límite de nuestras capacidades y reconocer qué tan amplia es la imaginación cuando nos motiva la crueldad. 

Desde mi primera y única experiencia con ella, he escrito numerosos libros para que los siguientes cazadores se animen a intentarlo. No solo la cacería, pero la experimentación y la tortura. En mis libros, escribo detalladamente sobre su biología, sus gritos, su tenacidad, sus balbuceos y sus ojos blanquecinos cuando su mente está perdida y habla con sus hijos como si todavía vivieran. 

Dicen que ella enseñó a los turistas accidentales como yo los métodos para navegar en el laberinto, ella enseñó cómo domesticar este lugar sagrado para convertirlo en un hogar, la ciudad de los rechazados y los exiliados. 

Algunos piensan que le debemos mucho, pero ninguna persona debería vivir tanto, y mucho menos en un lugar como este. Los laberintos deberían ser espacios intelectuales, espacios de imaginación, el último juego de los moribundos, un purgatorio para limpiar el alma. Todos los caminos de un laberinto llevan a la violencia, a la guerra y cuando es realmente piadoso, a una muerte silenciosa y vana. 

Este es un sueño muy extraño del cual no puedo despertar. 

Así pensaba en mis primeros días, y me daban ganas de morirme, que me tragara alguna bestia con cabeza de león, o que los diminutos y cabezones hombres verdes me picaran con sus espadas. 

Pero en el fondo soy un idiota, me gana el instinto de supervivencia. Sería más fácil morirse, que me trague alguna de las cosas que viven aquí o caer en una de las millones de trampas de pico. Un día me drogaré, andaré a ciegas, y permitiré que me coman los suelos, o una puerta me azote hasta convertirme en una pulpa irreconocible. 

Pero es que soy un idiota. Y quiero seguir con vida, y quiero seguir descubriendo los recovecos, y las cosas absurdas y maravillosas como las señoras corpulentas, inmortales. 

Ella le dio una casa a todos los idiotas. Es nuestra madre.  

Los humanos le debemos a esta mujer la construcción de nuestros mercados, bibliotecas, escuelas, vecindarios enteros. Algunos piensan en ella como una diosa, un espíritu bondadoso de enseñanza y de virtud, aunque no lo es, yo la hice sangrar, yo pude destruirla y extraño esa sensación de aventura cuando uno intenta romper lo que no se puede romper. 

Como cuando era niño, y mi madre me compraba un juguete nuevo, y movía para atrás el brazo de ese juguete y mi madre me daba un manotazo gentil, y decía que no lo hiciera porque era forzarlo, era reconfigurar este juguete para algo que no estaba hecho; pero yo era feliz con tener la capacidad para deformar una existencia. 

Las paredes brutalistas se han convertido en las paredes de nuestras casas, y su musgo es nuestro sustento, y las bestias son nuestro alimento. La vida aquí podría ser pacífica, si no fuera por los monstruos, y la falsa ilusión que ella ha construido como un revestimiento de estos muros, estos enigmas. 

Hemos aprendido que nuestros caprichos reconfiguran el camino y algunas veces, solamente de soñarlo, se abren los techos y podemos ver la poderosa luz del sol, o la gentil luz de luna. 

Aunque me bañe la luz de los astros, no puedo olvidarlo, yo solamente puedo soñar: está inconsciente frente a mí, y yo estoy acabando con ella una vez más.