Arañas

Anoche soñé con un mundo postapocalíptico, pero todavía quedábamos algunos.

Era como pre-postapocalíptico.

La humanidad restante tenía dudas sobre su futuro, se sentía como el final del juego —el final de la vida—, pero nadie se mataba o mataba a los otros, hacían con su tiempo restante tonterías.

Lo que restaba de la humanidad estaba infantilizado, roto. No tengo nada contra eso. Algunos piensan que infantilizarse es lo mismo que ser un idiota. Yo creo que, a veces, puede ser una oportunidad.

[Oh, ahora que lo pienso, quizás soñaba con un mundo similar al de Claire at the End of the World. Tengo otra pregunta: ¿alguna vez he sentido el final de la vida? Regreso, una vez más, a los “umbrales”. Antes de atravesarlo siento una gran incertidumbre, mientras lo atravieso pienso que la vida como la conocía está terminando pero una vez que estoy del otro lado, pienso, como si fuera verdad: era inexorable.]

[En el último umbral de la vida, ¿qué me dará el tiempo para tener mi último pensamiento?]

Los pocos necios que yo conocía, por alguna razón, se dedicaban a hacer planos arquitectónicos y adulterar rifas. Los últimos eran matones, pero sin el propósito de matar a nadie. Actuaban que eran malos, pero eran bonachones, y agradables.

A la mayoría de ellos los conocí en aquella etapa de mi vida cuando actuar era lo más importante.

Mientras tanto, yo, con un pie adentro del mundo del sueño y con otro pie en el mundo real, me preguntaba: «para qué estamos haciendo este teatro».

[Los teatros se interpretan —to play— para continuar con vida, para darle una normalidad al asunto. El juego que no es juego; estamos atrapados en diversos papeles, en diversas reglas, cada uno tratando de darle sentido a su vida como mejor le parezca.]

Y, como si mi propia cabeza quisiera distraerme de aquella pregunta, soñé con arañas.

Empezó como una de esas pequeñas sombras que uno encuentra en la sala de su casa y se esfuman rápidamente.

Luego dejó de esconderse.

La araña, medio sinvergüenza, paseaba por todos lados (se escondía poniéndose una hoja de papel encima, la cargaba consigo, como la tabla del Pípila; entonces pensé que era una araña muy fuerte y muy grande).

El sueño original quedó relegado a esta pesadilla de arañas, quienes terminaron cubriendo toda la pantalla —el sueño se convierte en este constructo televisivo, una especie de sitcom que fue oscurecido por las patitas de mis peores enemigos—. Ya no era la sombra, o la araña oculta, pero una familia de arañas que se tragaron paulatinamente el sueño.

[¿Es el sueño un dispositivo?]

[¿Las arañas se comieron mi sueño?]

[Esta tarde, al despertar, pensé que probablemente una araña me caminó encima y provocó todo este desperfecto, este abuso.]

Ya no había arquitectos chafas, matones moribundos que adulteraban rifas ni un señor raro que vivía ambos sueños preguntándose por qué, o para qué. Solo había arañas, y la aprensión por las arañas.

[Qué poderoso cuando un hombre sueña con aquello que teme. Quizás, porque ya me conozco, para quitarme el propio control que tengo sobre mis sueños, decidí revelar que puedo aterrorizarme a mí mismo; accedo a esta parte primitiva de mi cabeza que me empuja, me motiva, a tener miedo.]

[O quizás estoy pensando demasiado las cosas, como cuando a Vinikh Pukh le preguntan si prefiere el globo verde o el globo azul.]

Para soñarlo esta noche: ¿escribir un sueño es lo mismo que una telaraña?