Fuckboi

2024: estaba cerrando la clase cuando una de mis alumnas, cotorreando con las otras alumnas, se acercó al escritorio y preguntó, casual, mientras estaba mordiendo mi sándwich de huevo, queso y mayonesa—: «y usted profe, ¿cuándo dejó de ser un fuckboi?». Como suele suceder con las preguntas de identidad, mordí el anzuelo y respondí un poco meditado: «quizás nunca he dejado de serlo», y miré a lo lejos, como si recordara mis tragedias en la Guerra de Vietnam, les hablé un poco de mi matrimonio y luego cerré con un fabuloso: «muchachas, pueden tener mejores relaciones, no tengan miedo de exigir».

[Exigir qué: ¿un excelente servicio? Luego me quedé pensando: ¿alguna vez fui un fuckboi?]

1996: en la pubertad leía toda clase de cosas terribles porque estaban a la altura del demonio de mi imaginación. El periodo incontrolable, el cerebro monstruoso, un alma majestuosa llena de fluidos y de culpas. Cuando me distraigo, incluso, he llegado a sentir nostalgia por la sencillez y la brutalidad. Por ejemplo: ¿hasta dónde es correcto combinar la coca-cola y el sidral mundet? ¿Cuántos pecados estoy cometiendo por leer este libro de Moravia? Ah, qué loco, el hermano le puso el ojo de buey a la hermana en el culo, ese Bataille es un loquillo. Pauline Reagé acepta la apuesta de escribir uno de los libros más sadomasoquistas de la historia, asumiendo el reto de evitar las vulgaridades y los caminos fáciles. Me siento incómodo porque durante 90 de los 120 días, los personajes comen caca.

2008: una de las anécdotas preferidas de mi boda, y tienen qué ver con un mundo de casualidades [supongo], es que me llevaron de la mano a este ritual machito de ir a un tugurio y ver a las muchachas bailar a contraluz en los tubos. Uno de mis amigos pagó un privado, una muchacha me bailó. No hablaré de la diversión, tampoco hablaré del sufrimiento. [Aquí viene un ejercicio que podría ser interesante para unas manitas naranjas: ¿se puede ser fuckboi si uno atiende a estos lugares con regularidad? ¿No se supone el fuckboi puede ahorrarse estos espacios si, de verdad, consigue ser un fuckboi? ¿O es el fuckboi una aspiración de ser como estos personajes? ¿El fuckboi es un estado de consciencia, de vida?] Al día siguiente, en mi boda, me pareció ver a la muchacha del tugurio. Me acerqué a mi casi-esposa, se la señalé y le conté al oído: ¿estoy loquito, o puede ser la muchacha que me bailó?, ella respondió: nah, sí puede ser y me explicó una historia plausible, una que no puede ser contada en este blog. Más tarde, en otro ritual bodístico, nos pusieron el vals y bailamos con los invitados. Cuando me tocó ella de pareja, nos quedamos callados. Entrecerré los ojos y miraba su cara, tratando de confirmar mis sospechas; se miraba tranquila y divertida. Cuando cambiamos de pareja, ella se despidió con un relajado: «bueno, pues a partir de hoy te toca portarte bien».

2004: las Dresden Dolls cantan una canción llamada «Coin-Operated Boy». Dice:

Made of plastic and elastic
He is rugged and long lasting
Who could ever ever ask for more?
Love without complications galore.

2019: después de esas serias plática que uno tiene porque se sobrevivió a la enfermedad, di una advertencia juguetona, un poco tonta: creo que de ahora en adelante, lameré la cara de todas las cosas que me gustan. Aunque las cosas que me gustan, normalmente, son videojuegos, libros y algún helado. Lamo estos objetos hasta que son definitivamente míos. Luego pienso divertido, cuando pasa algún muchacho o alguna muchacha que me gustan, en alguna plaza, en algún parque o en algún algoritmo de mi imaginación—: «les voy a lamer la cara». También me pasa con algunos perritos, pocos gatos, pero ojo: sería una lamida de compas, de buena onda. Ya entendí, no vivo en 1996.

2024, pero más tarde: cuando le conté el incidente a mi esposa —me dijeron fuckboi, mi amor, qué hago—, el cual me pareció un tanto neurótico y gracioso, ella me dio paz cuando me dijo: «nah, nunca has sido un fuckboi». [Como suele suceder con esas cuestiones de la identidad ajena, también me pregunté: esposa, ¿cuántos fuckbois has conocido? ¿Cuántos parámetros de identidad tienes para medir eso?, pero lo dejé por la paz, porque los fuckbois de la esposa deberían ser su secreto, así como mis variantes multiversales de fuckboi deberían ser el mío.] Y yo traté de explicarle: «por más que haya tratado de ser un buen chico, o un chico regular, o un chico mediocre, siempre habrá alguna interacción, algún diálogo, algún momento del pasado que alguien dirá: ah, sí, ese Fest, ese maldito fuckboi».

2018: tengo cáncer, paseo junto a mi esposa en una de esas largas, necesarias y cansadas caminatas en las calles de Cholula, a pesar del dolor de mis manos, de mis venas y de las piernas. Sé perfectamente que no se me va a parar porque la quimioterapia arruinó mi libido, y también muero de terror: no quiero tener un orgasmo porque he escuchado tantas cosas de la D del AVBD, y mi ansiedad sigue susurrándome al oído que el tratamiento logrará matarme de un paro cardíaco. Volteo hacia mi esposa y le digo: «no te guardes cosas, haz lo que necesites», aunque a ella realmente no le importa esperarme. Como siempre, me guardo las reglas de nuestro vínculo, así como pienso que deberían guardárselas todas las parejas. Pero he entendido esto, quizás mi aprendizaje más importante: la intimidad es una cosa complicada, tiene matices y es una construcción, un cúmulo de confesiones y vulnerabilidades. Puede ser algo terrorífico —uno nunca estará a la medida de su imaginación—, pero también algo hermoso —sorpresa: te aceptaron tal cual como eres—.

Quizás eso debí decirle a mis alumnas, también al fuckboi de Agustín Fest.