
Uno de esos días, cuando la Nico se pierda en sus viajes multiversales, tendrá la extraña compañía de una diosa de la agilidad. Una bendición, quizás.
No sabría decir cuál de todas; las variantes de las diosas, igual que los pensamientos ociosos de la humanidad, son infinitas.
Aunque algunos patrones se repiten.
Si hablamos de una diosa de la agilidad podemos asociarla al sonido del rayo, una locura a perpetuidad y una sonrisa particularmente feroz, que no se extingue porque puede ver los ciclos de toda existencia.
Para ser rápido —así lo creo—, hay que ser ingenuos.

Para una diosa particularmente ágil debe ser un reto casi imposible seguir a una perra vieja, gorda y orejona.
Caminan los distintos mundos, realidades alternativas, variantes históricas, genéros metaficcionales y los feligreces, personajes no jugables de aquellos escenarios, notan una extraña presencia divina y se arrodillan.
Pero se arrodillan ante quién: ¿la diosa o la perra?
[Duda metafísica (conviene distraerla, que no te mire mucho tiempo porque si no…): si una diosa cree en ti, entonces, ¿de qué sirve creer en la diosa? ¿No eres más diosa que la diosa misma cuando ella cae presa de su propia curiosidad y empieza a caminar a tu lado? —Diosa que se hace perra y perra que se hace diosa por un improbable intercambio de papeles—, ¿cuánto tiempo puedes ser terrenal si la divinidad de los tiempos te ha convertido en materia de su inspiración?]




Una diosa de la agilidad abusa de sus creyentes; sus cuerpos dispersan sus átomos desafiando la física, quiebran su naturaleza humana, la realidad tangible y los flagela con sus poderes para que su personalidad sea igual de maleable que sus cuerpos.
La diosa de la agilidad, en algunos lados, también es la diosa de la locura.
El pensamiento es energía.
[Algunos viejos dirán que tienes una lengua muy rápida, muy sagaz, y alabarán tu capacidad de hablar para retrasar lo inevitable, la situación que definitivamente puede arrancarte del mundo (recuerdo: mi profesor de física, cuando me explicó que si el mundo se suspendiera repentinamente, todo saldría disparado hacia el espacio exterior). Si no estás salvando tu vida, quizás, estás salvando tus vínculos sociales, una comodidad que siempre fue fragil y de la cual nunca tuviste control.]
Pero es encantador que la perra acompañe a la diosa porque con su desfachatez y su cansancio, ella mira pacientemente todo aquello que se cree demasiado rápido para su propio bien.
Por ejemplo, cuando la Nico me hace el favor de quedarse conmigo en este tiempo, en esta realidad, he sido testigo de su paciencia milenaria para vigilar a los gatos, a los escarabajos y a los fantasmas.
Y los suspende con su mirada triste, su mirada enorme que desborda el encanto de lo despacio, la perfección de la lentitud.
Parece que sus orejotas, aún cuando la historia todavía no acaba de escribirse, o sigue escribiéndose a toda velocidad, pueden anticipar el final. El saco de pulgas puede mirar lo mismo que ciertas diosas, pero desde una realidad de la lentitud. La diosa, pues, habrá recorrido una esfera trescientas veces por segundo pero si la perra más lenta del mundo tarda 300 años en recorrer una esfera, ¿quién la conocerá mejor? ¿quién sabrá más? ¿quién escribirá la verdadera historia del mundo?
[Nota: las diosas y los perros no escriben la historia.]



En el tarot, una de mis cartas preferidas es el ocho de bastos: pienso que, además de sus habituales significados, también son una invocación de esta diosa (recuerdito de Hermes), como pedirle un favor a través de un pensamiento breve, lleno de buenos deseos.
Es el fuego, es la agilidad del pensamiento, es usar el viento para transportar los mensajes necesarios, los que vienen de un corazón escondido, el que no dejamos a la vista de nuestras gentes porque nos da miedo que sepan algún secreto o que nos hagan daño.
Creo que si rezaras a una diosa de la agilidad, tendrías que hablar tan rápido que tu lengua secaría rápidamente o, peor aún, la carne hablante se desprendería de tu cuerpo y comenzarías a desangrar de tal manera, que te secas, pero al instante ella te mira amorosamente [la terrible bendición de los dioses, cuando te miran, cuando piensan en ti, y manipulan tu historia], y comienzas a renacer, a vivir el ciclo de la vida tan rápido que no podrías salir ileso.
Acabarás definitivamente trastornado, viviendo una amplia cantidad de vidas en un instante.
(Pero las vidas, una sucesión de personajes, paradas en el mismo lugar, abusando del mismo rezo, la misma historia; probablemente esa es la contraparte: si la diosa tiene la velocidad de mirar una totalidad de historias, ¿entonces dónde está la imaginación?
La imaginación verdadera posiblemente se desarrolla a través de la lentitud, en ese maldito, largo y despreciable viaje que nunca termina, que nos obliga a mirarlo con una paciencia pasmosa, apabullante.
¿Se dieron cuenta? La perra se acaba de asomar nuevamente, y está babeando porque tiene la galleta enfrente, pero no dará el mordisco que necesita para alcanzarla.)


Pero un día, es la diosa quien llevará en sus brazos a la perra para mostrarle todas las posibilidades, esos feligreces de carne que se convierten en huesos, en polvo, otra vez carne, otra vez polvo, y no dejan de cantar su nombre; y cuando la diosa se canse de su proceso infinito, inexorable, la perra abrirá su boca, y la diosa se hará diminuta para explorar esas cavernas de carne y de huesos, y dormirá adentro de su barriguita, y caminarán juntas, como una sola, de una manera tan lenta que ambas olvidarán buenamente su existencia.