Mercado

Más tarde iré al mercado. Andaré entre los pasillos buscando los nopales, primero los nopales, y luego las gunfias, los paranes, el cherpil, los cocoropos.

[Todos sabemos de quién son las gunfias.]

Primero son los nopales porque son verdes y si los comes ardiendo, casi directo del comal, con las espinas todavía en su punto, te curan los pesares divinos. Mejor todavía, puedes ponerle polvito de cherpil y si lo muerdes antes de que grite, los viejos sugieren que podrías vivir hasta mil años.

Después daré dos vueltas y buscaré al pollero, él me venderá dos gravipanes recién pelados, y sus huevos morados. Los huevos son francamente asquerosos e inútiles, pero todos los consumimos desde que el primer presidente habló de ellos en el manifiesto e instó a toda la población a raparse las cabezas porque pasaría el ejército a colocarnos las estructuras.

Pediré un kilo de pollo y la estructura biológica que está haciendo raíz en mi cabeza me sugerirá que vayamos a otro lado, que nadie me controla, que es mi inventiva y son mis ideas, y sentiré un orgullo extraño de mí mismo; me limpiaré los ojos porque todo lo que quiero es un kilo de tortillas y nadie me conduce a ese lugar.

Por qué pensar es tan difícil.

Una señora me da un cocoropo, “salve la paz”, dirá y su estructura biológica abrazará la mía, y me sentiré artificalmente reconfortado. Empiezan a tocarse y uno no puede detenerlas, no solamente se abrazan, pero se relamen con las lenguas y las extremidades, y se frotan entre ellas, y rezuman líquidos asquerosos y morados que luego resbalan por toda nuestra cara, y se meten por los poros.

Muy parecido al amor.

Pero en chafa.

[Extraño rezumar líquidos francamente asquerosos, pero un poco más limpios, más humanos, más naturales con otra cosa que no sea la estructura biológica instalada en mi cabeza.]

Seguiré dando vueltas en el mercado, miraré el reloj pero no entenderé los números porque ese conocimiento me ha sido vetado. Ya casi nadie sabe cómo funcionan. Pasarán unos chamacos blandiendo sus espadas de madera, gritarán en el idioma de su pueblo y yo sentiré ganas de defenderme, de empujarlos y salir corriendo lejos, pero sus estructuras biológicas no me lo permitirán.

Entonces imagino, mientras soy pateado en el piso, que me esconderé entre las manzanas, cerraré los ojos y me haré pequeño, lo más pequeño posible, más pequeño que una hormiga y viviré en un país de manzanas, alrededor de sus pieles amarillas y rojas, y eventualmente la e̸̡̱̣͋̿̀̀̈́͌͘͘͝s̴̡͚͇̥̞͓̱̫͕̖͆ṭ̸̢̛͖̜̯̣̖̻͍͕̯̻͒̿̅̂͑̑̽̀̃͂̕r̸̜͖̹̣̓̈́̑̀́̃̊ù̴̡͉͎̱̮̣̱̼͊̿c̸̨̘̤̝͓̹̰̯͚̄̑̋͘͝͠ͅt̸̨̥̮͓̭̻̻̀̅̾̔̾̒̃̍̉̓u̸̩͚̞͙̹̓͂̅̊̔̌̃̊͑͗̚͝ŗ̸̢͓̙͇̲͚̣͖̞͍͕̮̐́͛̈́͒̋͆̾̀̚a̷̢̲̣͇͔͓̥̘͋̐̇͜ ̷̠͇̥́̉̇́͐̈̈̓̓̈͆͂̇̂͘b̶̢̡͕̟̜̫̖͕̦̩̝̬̖̥̲͂̅̏̇̑͊͋̓͗́͂̆̊̎͘ǐ̷̭̭̊̒̓̏͗ȯ̶̡̯̤͍̥͚̭̟̙͌̔͒̾̓l̵͖̦̪͔̎͘ó̶̲̳͓̬̣͙̈̎́͗̓̉͆̊̋̐̊͂̚g̶̡̛̹̫͍̬̣̮̖̳͍̲̑̉̿̀̓̆̆̿͗̃͐͛͐͜͠ͅḭ̶̯̮̫͍̘̰͔̊ͅč̷̻̦̳͕̘̬͛̓̌̄̾͑̅̄̐́̾͠͝ͅa̷̩̍̈́ que tengo en la cabeza se desprenderá, y recordaré mi nombre como un elixir bendito, y reaprenderé a leer los números, y cuando sea lo suficientemente listo podré hacerme grande de nuevo, iré por un kilo de tortillas, le daré una mordida a una y abandonaré este maldito lugar, este maldito lugar, este m̵̱̳̽å̸̫̱̚l̷̢͆̑ḋ̶̫̄ĩ̶̦t̸̙͉̍̀o̴̗̟͐ ̸͇̖̓l̷͕͔͝u̶̟̬̓g̸̱̫̔̓ä̸̦͔͝r̸̯̽.