Baldío

He visto perritos que duermen aquí escondidos, entre la hierba que está muy crecida. Sus orejas sobresalen y saltan cuando los pica un mosquito. Después se levantan y los escucho escurrirse como una saeta que atraviesa cien hojas para llegar al corazón-destino.

Algunas noches, cuando regreso a casa, los miro saltar como conejos, tienen una rata o un topo prensado en el hocico y corren entre las flores benditas, iluminados tenuemente por las luces eléctricas y azules como lunas artificiales que los vigilan.

Todos podemos verlos.

Y sentimos que en el baldío hay un pedazo de tierra salvaje.

Y quienes esperan su camión se separan unos centímetros más del pasto porque no vaya a ser que la camada los jale y se alimente de ellos.

Los perros que viven ahí son hermanos, nacieron de la misma camada: corrientes, de pelaje café, orejas altas, hocico prominente y una cola larga, quebrada, como las que tienen las ratas.

Me digo que se trata de un perro que tiene el poder de dividirse, aprendió una magia de duplicidad y de sombras y multiplica sus vidas.

(Pero multiplicar vidas seguramente da mucha hambre, y debe cansar incluso a los perritos más tranquilos; lo sé porque he multiplicado mi vida muchas veces, y no hay desayuno que alcance, ni cabeza que piense correctamente).

Quisiera dejarlos en paz, pero no puedo porque presiento que guardan muchos secretos allá adentro. Y me armo con una antorcha, y unos cerillos, y unos periódicos para darles en el hocico si no se callan y se quedan quietos.

Pero cuál fue mi sorpresa cuando atravesé los primeros arbustos (árboles que pican), y las hierbas bien crecidas y ellos me estaban esperando. Adentro, en un círculo de pasto bien cortado, convergían distintos caminos de hierba que iban a todos los lugares de la imaginación.

Alguna vez escuché de un perro llamado Brama que hizo túneles que podían llevarte a todas partes, incluso a los reinos infernales. También escuché de un basset hound llamado Nico, la perra multiversal, que por buscar la cura para la enfermedad de su padre ha viajado mucho tiempo.

Adentro, sumergido en el baldío, no podía escuchar el mundo de afuera, el mundo de los autos, los seven eleven, el de las frecuencias de luz escandalosas que rompen los tímpanos y cansan a los trabajadores y los viajeros.

Y yo pensé estoy en casa; casi me derrumbo y me pongo a llorar.

Y uno de los perros me tocó la pierna con el hocico para consolarme.

Y otro me quitó los periódicos y empezó a comérselo escandalosamente.

Y otro me sanó y me quitó todas las enfermedades cuando me pisó con su patita.

Y el último perro se robó mi antorcha y mis cerillos, y se fue corriendo a uno de los rastros en el piso, pero desistí de perseguirlo porque escuché la voz del dios de los caminos ocultos, quien me dijo que se lo llevó a otro mundo muy similar al nuestro donde no tienen calor y no tienen fuego, y que mi última misión ya estaba cumplida.

«Pero está lejos de cumplirse algo», dije al dios de los caminos ocultos.

Me tiré al centro del círculo, miré una luna bien redonda y los perros que no viajaban se acurrucaron a mi alrededor, y los perros que regresaron de los túneles también, y otros más se fueron porque tenían trabajo qué hacer.

El baldío, quise creer esa noche, antes de despertar, o antes de que mi cuerpo se convirtiera en musgo y huesos, alimento para estos animales espectaculares, quise creer que es el final de mi vida, el baldío es el último paraíso y todos, como animales satisfechos y cansados, nos acurrucamos y resoplamos al final.