
Cuando estoy harto de los ruidos, o de la soledad, hago un largo paseo: una hora, a veces dos. Los días de mucha familia, el escándalo de los platos, el televisor que hace ruido todo el día; tomo la correa, le digo a Nico que nos vamos y hacemos un largo paseo para pensar otra cosa.
Pero hoy ya estaba lejos, y recordé que Nico no estaba a mi lado. Me quedé un rato pensando en ello; en su vejez lenta e inevitable. Y la extrañé un poco. Caminábamos mucho, caminábamos juntos. Pensé en Nico todo el regreso, y también pensé en una pizza porque tenía mucha hambre y no había comido nada.
Después de un rato, regresé y ella estaba echada en la puerta, esperándome.
Entonces le explico que ya está viejita, que le duelen los huesos y que no hubiera aguantado mucho tiempo. Ella me ladra de todos modos, mueve la cola y sus ojos brillan. Y yo trueno los labios porque soy un viejo cursi.
Y ella salta sobre mí, me embiste como un toro mitológico y atravesamos el primer umbral de los dos mil, según los textos sagrados cinocánicos.
Y me digo: “otro día voy a escribir esto, porque parece un sueño y si no lo escribo lo voy a olvidar.”
Y ella me dice: “me debes un paseo, maldito animal, vamos, vamos, sácame a pasear”.
Y me babea la cara, y yo me tapo los ojos, y somos una caricatura grotesca. Entonces le explico a Nico que eso me pasa y le pido perdón por haberla metido en esto; uno de mis parajes de ficción preferidos es aquel donde podemos pasear toda la vida, es un paraíso inventado, uno que no ocurrirá pero me gusta apostar.
Y ella se ríe como un perro gordo y pulgoso, y corre muy lejos a las colinas oníricas, y me grita desde allá lejos, sumergida en esa situación de urbanidad y colores extraños: “¿recuerdas cuando comimos granos ancestrales?”.
“Ajá, sí”, le dije, “el Killer era un poderoso guerrero y yo envejecí sesenta años”.
“Pues hoy eres muy joven”, dice, “eres muy joven y poderoso y vas a pasear conmigo”.
Y se me olvida el cansancio, y caminamos la distancia de tres mundos, y en un momento de mucho sol, un descanso que parece interminable, uno que antecede el sueño de los muertos, escribo esto en un cuaderno como si fuera un hechizo y le prometo a Nico que este sueño donde nuestros dopplegängers que siguen discutiendo y ladrando, riendo y caminando, sucederá para siempre.