Solo los mensos caminan más de diez mil pasos al día

Cuando empezó el rollo de la pandemia, y después de sobrevivir al cáncer, uno de mis objetivos necios era caminar o correr un mínimo de diez mil pasos al día.

Bueno, era un objetivo necio desde mucho antes, creo que nació en esos tiempos que fumaba dos cajetillas diarias (circa 2008), empecé a tener sueños lúcidos con que iba a ejercitar mucho las piernas y formar un cuerpo de campeonato hecho nomás de caminar.

Incluso compré podómetros, algunos todavía los conservo. Cuando me aburrí de ellos, fue porque algunos viejos juegos de la Nintendo DS me ayudaron a mantener un registro de esta cantidad de pasos.

Pokémon Soulsilver no solamente fue uno de mis vicios más difíciles de dejar (fue cuando aprendí que los pokemones tenían valores ocultos: los iv y los ev), pero también lo utilicé como un diario de caminatas.

En ese entonces, contar pasos era para loquitos de la salud y de los números. Es cada vez más fácil conseguir algún aparato que nos ayude a mantener un registro de pasos. La mayoría de los teléfonos nuevos guardan estos datos: si no incluyen un podómetro, al menos tienen un registro de los lugares, las distancias y los kilómetros recorridos.

Si les interesa saber, para un señor calvo, barbón, con una panza respetable, de 1.80, unos diez mil pasos se traducen a alrededor de cinco kilómetros diarios. Todo depende de la zancada. La mía mide unos 0.60-0.70 centímetros.

Ese número de pasos viene de una creencia de viejitas (y modelos de salud desactualizados, o rancios), que insisten es el número mínimo que debe caminarse para mantener una salud óptima.

Quisiera subrayar eso de salud óptima porque suena a panfleto. No subrayo eso de la creencia de viejitas porque no quiero que aparezca una señora terrible como de serie de Mike Flanagan a regañarme.

Aunque imagino perfectamente a mi abuela revisando su podómetro, y empujándonos a caminar por nuestras viejas calles, como ratoncitos que están escapando de la muerte y que exigen a su propia biología que sea más flexible con uno mismo por el amor de dios.

A inicios de año, leí a un médico por ahí (quizás en Medium, o en una de esas apps para hacer ejercicio, perdón, no tengo la fuente), también corredor, que se animó a confrontar el número y dijo que unos 6000-7000 pasos, en sus pacientes de cincuenta para arriba, era una señal de excelente salud e invitaba gentilmente a bajarle al número para evitar las angustias por cumplir con metas que pudieran ser irreales, especialmente para vidas que son sedentarias.

Por consecuencia de ese artículo, le bajé unos miles a mi meta y ahora procuro caminar, al menos, unos 7,500 pasos al día.

Entonces, como caído del cielo, el newsletter de The Futurist me mandó a leer un artículo que da los datos de un estudio sobre la cantidad mínima de pasos que se necesitan para conservar la buena salud.

Si estás empezando de cero, y no haces nada, con 2300-2500 ya hay algunos beneficios para tu salud, como que una reducción a enfermedades cardiovasculares. La cantidad de pasos chida está entre 7,500-13,000, pero unos 6,000-10,000 son más que suficiente para pasarla bien.

Pero no me hagan caso, aquí pueden leerlo a detalle.

Este inicio de curso estoy caminando entre 10,000 y 13,000 pasos al día.

Como parte de mi compromiso para establecer, finalmente, mi identidad poblana y cholulteca, me estoy subiendo a los camiones que durante tanto tiempo me había negado a agarrar.

Es momento de aceptar que nunca voy a regresar a la Ciudad de México y que hace algunos años dejé de ser chilango. También es momento de aceptar que la pandemia se convirtió en ese diablo del que nadie quiere hablar, un mal sueño que ya pasó y ver cómo si estuvieran locos a la gente que todavía usa cubrebocas.

(Puede que yo sea uno de ellos, al menos en el transporte público).

En la Ciudad de México, el transporte público era mucho más claro: tomas un camión que te lleva como animal de encierro hacia tu metro, ese agujero que tiene tu forma, pagas tu boleto infernal para contemplar las vías y tratar de no pensar en la oscuridad y el vacío, y luego que te despierta la estridencia sobrenatural de la orange limousine, te metes a un vagón para ver a dos adolescentes manosearse mientras una bocina de flashazos neón te despierta, y te vende unas plumas a diez pesos.

La tinta de unas plumas chinas es el verdadero saborcito que nos hace pensar que todo saldrá bien y ya, te olvidas de matarte.

El transporte público de Puebla es caótico. Aumenta la sensación de que te llevan como una vaca al matadero y las rutas son muy frustrantes porque cambian, o no siempre pasan, o sus horarios no son muy consistentes.

Tan solo en estas dos semanas, sospecho que cerraron dos de las rutas que pensaba tomar para moverme de un lugar a otro. Eso o ya pasan nuevos camiones que me van a llevar al umbral místico del mediodía.

Y, sin embargo, estoy dispuesto a experimentar, perderme un poco y caminar algunas de las distancias para ahorrarme unos pesos y estirar las piernas.

Las caminatas han abierto la apreciación a los lugares, los espacios. Faltan banquetas, pero no falta gente y no faltan lugares donde uno perciba una especie de familiaridad, el inicio de un hogar. Podría haber más árboles, más adoquines, podría haber espacios más amigables con el peatón, los bicitecas y muchos menos autos. Pero esa es la lucha perpetua del peatón contra la insensatez.

La caminata, como siempre, es la acción que nos revela nuestro hogar, y nuestro espacio en la comunidad. Caminando es el modo que descubrimos nuevas madrigueras, lugares de ocio o lugares de esperanza.

Y, sin embargo, es lo que también me da tristeza. Estas semana he leído en redes sociales de los secuestros en Lagos de Moreno, el reclutamiento forzado de jóvenes al narco, entonces recuerdo y reafirmo que nuestro país puede ser muy cruel con los caminantes y los viajeros.

No es exclusivo de esta década, de este sexenio siquiera; desde que era un morrito y vivía cerquita de la Moctezuma, en la ciudad de México, sabía que algunas calles estaban prohibidas porque eran los barrios de algunos narcos. O bien, que no podía caminar por todas las calles de La Viga, en Iztapalapa, porque pertenecían a algunas bandas.

Roberto Bolaño escribió 2666 nomás de ver la cantidad de muertas en Juárez. El capítulo que más me impactó de su novela es una larga lista de nombres, todas las mujeres asesinadas y se leía como una letanía, como una carga. (Quizás, creo, es el único capítulo realmente valioso de su novela).

Algunos de mis alumnos me cuentan que espacios aledaños a la universidad no deben caminarse sin cuidado porque es muy probable que lo asalten a uno.

Como mexicano, aceptas y asimilas que toda esta belleza, el descubrimiento de tu espacio vital, también viene con algunos frutos podridos, frutos que nacen de algunos cadáveres.

Pero como solía escribir en la columna de LJA, y como sigo creyendo hoy en día: pienso —ilusamente— que hay más gente buena que mala, y que por probabilidades, la mordida a la manzana será dulce antes que le arranques la cabeza al gusano.

Y aún cuando sé que esta creencia es un tanto boba, espero que si todos creemos en esta bondad comunitaria, esta bondad interna que está a nuestro alcance (en todo momento), el sentimiento se distribuya y eso ayudará a disminuir —un poco— el dolor, y la muerte. No compondrá las cosas, lo sé, pero tampoco las empeora.

Ya para cerrar el fárrago de esta semana, me gustaría compartir dos cosas:

Hace algunos meses, como objetivo de pandemia, pensé que debía construir una computadora clásica para construir algunos juegos en su hábitat anquilosado, rústico, oxidado y natural, después se me ocurrió que la solución —como la furia de mr. Roboto— era configurar distintas máquinas virtuales, pero eventualmente Linus Tech Tips me enseñó la luz.

Existe un emulador de código abierto de PC con distintos set ups. Prácticamente construyes una máquina virtual con algunos pocos clicks, y tiene una gran versatilidad para configurar el hardware. Mi cartera me lo acaba de agradecer.

Pueden descargarlo en: https://pcem-emulator.co.uk/

(Aunque sigo queriendo uno de esos monitores viejos por necio).

Otra cosa chidísima es la casa invisible, afuera del parque de arbolitos de Josué. Si tienen lana para viajar y rentarse este AirBNB, tienen fotos garantizadas para que se vea algo chido.

Supongo que es una casa específicamente construida para influencers y sus caprichitos digitales de presumir viajes y aventuras, aún cuando las nubes sean falsas y los filtros no permitan verlo todo bien.

Bueno, si eres un influencer, tienes lana o se te deschavetó la cabeza y no pudiste evitarlo, pero tuviste que visitar esta casa, mándame una foto.

Me gustan los videos que recorren casas caras porque me hace pensar en mi mundo de Minecraft y que quiero una mansión de Batman en cada isla.

Cruzo los dedos, que se me haga la buena.


ANTES DE IRTE:

Mi último libro publicado trata sobre el cáncer, y la ficción que escribí durante el cáncer.

Se llama La feria del cerdo, versión negra.

Puede adquirirse en:

Google: https://play.google.com/store/books/details?id=DprKEAAAQBAJ
Audiolibro de google: https://play.google.com/store/audiobooks/details?id=AQAAAEBiAjBCQM
Apple: https://books.apple.com/mx/book/la-feria-del-cerdo/id6451119893
Amazon: https://a.co/d/6Y6TTgf

También tengo un nuevo podcast donde cada dos o tres semanas, cuento cosas sobre lo que estoy haciendo en mi mundo de Minecraft.

Aquí ingresas al capítulo más reciente: https://www.youtube.com/watch?v=9eXQLcrLQKQ&ab_channel=Ara%C3%B1asyarbolitos

Gracias por leer.