El día de hoy, bajo la sombra de este árbol, agradezco que ningún dios primordial me ha capturado.
Agradezco a mi esposa y mi perra.
Agradezco la inteligencia y la paciencia para jugar varios juegos a la vez.
Agradezco que se me olvidan las palabras porque pienso muchas de ellas a la vez.
Agradezco ese libro de Onetti que todavía no he terminado.
Agradezco esa mitad necia, ese interno que tengo me impulsa a seguir escribiendo.
Agradezco el visaje de cosas increíbles, como aquel conejo de ocho piernas y tres ojos que se esconde en los recovecos de mis sueños.
Agradezco los letreros de clausurado en los establecimientos que no cumplen las reglas.
Agradezco la impureza de mi alma que es el origen de mis vicios que aún persisten.
Agradezco la persecución de mis hermanos porque alguien debe detenerme y mostrarme el error de los caminos.
Agradezco los santos recuerdos con mi abuela porque ninguno de sus hijos ha sido capaz de quebrarlos.
Agradezco los recintos que abrieron sus puertas y, ahora en sus muros, guardan ecos de historias que he vivido y que he inventado.
Agradezco el polvo en las camionetas blancas porque reflejan mal los soles de medio día.
Agradezco los caminos de árboles; me prestan su sombra y aunque soy un intruso, nunca me han hecho sentir como uno.
Agradezco los caminos de tierra que conducen a templos abandonados donde un dios espera consuelo.
Agradezco los sillones abandonados en la hierba; he dormido en más de uno.
Agradezco la tecnología; aunque se insiste en verla como maldición, han hecho todas mis vidas más largas y llevaderas.
Agradezco la plasticidad neurológica porque se oye mal y chistoso.
Agradezco el presente exceso de reglas; ya ninguna parece recalcitrante e inevitable. Somos un cúmulo de columnas agrietadas. El templo que será visitado por un espíritu tonto, curioso.
Agradezco las posibles variables de mi existencia: inmoral y asesino.
Agradezco la ruptura de mis aspiraciones inmortales. Un recuerdo rancio de una fantasía.