• El salón donde trabajan mis alumnos tiene un muro de vidrio en una de las paredes y si volteamos, podemos ver a otros alumnos trabajar en su propia clase. La otra clase, en el mundo a través del espejo, la da un señor muy amable que un día se asomó para disculparse por algo, no entendí por qué, y yo le dije que no se preocupara, avergonzado por no entender su preocupación, nuestro probable conflicto.
• En el salón al otro lado del espejo, están haciendo cuentas y gráficas de algún tipo mientras mis muchachos escriben historias en silencio. Uno de mis alumnos habla de sus mapaches y sus armas, y yo me conmuevo un poco y pienso que son tiempos interesantes.
• Puedes mirar a través del vidrio, y descubres más salones, y más vidrios, donde otros alumnos interpretan fórmulas matemáticas o fórmulas genéticas. Somos espejimos muy raros de prácticas y de conocimiento que se multiplican al infinito.
• Trato de transmitir mi propia ciencia: las historias y su impacto neurológico. Después hablo de la cultura y del peso de la cultura. Salto de las neuronas a lo abstracto y cruzo los dedos. A ver si entienden por qué amo los libros, y los juegos, y por qué creo que la imaginación es un templo, el verdadero dios del amor, ese que te recibirá aun cuando lo destruyas.
• Los lectores y los jugadores tienen un punto en común: son capaces de apostar su vida por una historia que aman. El juego y las historias son tan piadosos, que ambos son mecanismos que te preparan para la muerte, y para la vida al aceptar tu muerte.
• Otro alumno habla de las angustias del jugador: perderá al perro que al inicio será vital para sobrevivir y se enfrentará a unos caníbales. Pienso en Robert Rodríguez cuando lo escucho hablar.
• Dar clases me gusta porque escucho estas historias y soy insanamente feliz; no tenemos por qué escuchar historias de viejos aburridos y cínicos, pero es un lugar de imaginación salvaje, sin filtros. A veces me pongo tan cursi que pienso debo protegerlo a toda costa, ojalá tuviera la paciencia y la energía, pero sé que no es así, sé que algún día, este cristal, también perderá su fulgor y no podré ver a través del vidrio.
• Todos los juegos y todas las vidas son finitos. Habrá que ver dónde pongo mi código Konami.