Escritura de libros en mundos virtuales

Empecé un mundo en Minecraft (seed: Cholula) sabiendo que iba a entrar a un vicio poderoso. No soy ajeno a este tipo de juegos: alguna vez jugué Terraria, No Man’s Sky pero también se parece a otros simuladores de recolección que son sumamente satisfactorios (Animal Crossing, por ejemplo). Doy una materia sobre narrativa de videojuegos y, a lo largo de los semestres, cada vez que regreso al tema de Minecraft (y al tema del mundo abierto en general), veo que se acerca mucho a lo que Borges consideraba el laberinto más terrible, quizás el laberinto perfecto: el desierto creado por dios.

En un desierto depositas a cualquier hombre y no tardará en darse cuenta que los caminos de la arena son infinitos. Igual sucede con Minecraft: si tienes un equipo lo suficientemente poderoso (no, aún no existe), el mundo y sus distintas variantes podría seguir generándose hasta el infinito.

Minecraft es un mundo procedural (otra palabra fea para hablar de cómo el mundo se construye frente a ti, continuamente, a través de algoritmos, más o menos igual a la realidad que percibes). No existe hasta que lo miras, hasta que lo manipulas; un niño se tapa los ojos y cree que ha desaparecido todo a su alrededor, la existencia del niño-jugador como el centro del universo (y, quizás, por eso es tan poderosa la teoría de la simulación: nosotros somos el propósito de los datos que convergen, que se están midiendo, que continuamente están siendo estudiados por una entidad superior).

Continuamente siento placer (¿el shot de dopamina?) cuando recorro mi pequeño mundo y veo que se erigen las montañas, los icebergs, los edificios. Minecraft me colocó en una isla en medio de una tundra. A donde mire veo un azul casi infinito, el mundo hostil del frío y la dulzura de los ositos polares. Me recuerda una de mis jovencísimas (y curiosamente emocionantes) lecturas: La prisión blanca de Alfred Lansig. Pero a diferencia de aquellos valientes marineros, soy un explorador en la seguridad de su simulación y la física es tan sencilla que casi siempre puedo manipularla a mi favor: tengo manos para romper los elementos más básicos y construir mis primeras herramientas, mis primeras comidas, mi primer fuego.

El otro día, mientras Gaby (la moderadora estrella de mi canal de Twitch, donde juego todas las noches) me acompañaba en streaming, dios simulación me recompensó con un barco encallado adentro de una isla de hielo. Me sentí un gran explorador.

Una de las cosas que descubrí es que puedes escribir libros. Tienen algunas limitantes medio extrañas: 256 caracteres por página, no más de 50 páginas. Basta para escribir algunas microficciones; la fluidez del documento apenas permite entrar en sintonía para escribir una novela. Quizás, para conseguir algo así, habría que fragmentar la cabeza de maneras curiosas: seguir una estructura laberíntica, como el mismo juego invita a hacerlo a través de sus materiales, sus edificios cuadrados, casi como Cortázar escribió la Rayuela en servilletas. Pero además necesitarías el apoyo continuo del entorno, modificarlo para ayudarte a contar una historia.

Ya sabía de la existencia de los libros dentro de Minecraft, pero ignoraba la mecánica y sus características (cómo escribirlos, cómo firmarlos, cómo leerlos). Uno de mis temas preferidos (cuando menciono Minecraft), es la biblioteca sin censura. Puedes bajar este mundo y navegar los pasillos de esta biblioteca, y leer algunos libros censurados. Qué fabuloso eso: crear un mundo para perpetuar y mantener vivo el conocimiento, una cultura que no esté tocada por la política, por señores de gabardina y mirada adusta.

Paradójicamente, los realms de Minecraft (y los libros contenidos en ello) tienen, al menos, dos niveles de censura. Si un diccionario online no detecta tus guarradas, algún diccionario interno lo hará. Supongo que es de esperarse porque el juego está hecho principalmente para niños (no para señores que simulan escribir, pero…). Si escribes groserías en uno o más idiomas, el libro lo convierte en gatos o asteriscos. Un “chingada madre” se desaparece como letras en la arena. Para evitar algún nivel de censura, tienes qué abandonar los aspectos online del juego, crear mundos que sean genuinamente solitarios. Yo estoy tratando de adaptarme a ella. Algunas veces escribo deliberadamente para que mis libros se vean borrados, tachado en negros, y sentir los efectos de una voz que se quiebra, una voz que pierde conceptos por culpa de la metafísica del mundo simulado.

La escritura de libros en Minecraft me ha revelado un extraño estado mental: pienso en la construcción del mundo y también pienso en la construcción del libro. Escribo (trato de escribir con la simpleza que hago agujeros), y sigo adelante con ello porque si me detengo a pensar en la estructura, en las categorías o en explicar lo que está sucediendo, entonces quizás nunca ocurra o será más difícil de llevarlo a cabo. Hay otros creadores que ya tienen una generosa práctica de crear estas fantasías escapistas: construyen el mundo fantástico con los bloques, y también construyen el mito, el contexto, el microcosmos del juego (o, como lo llaman hoy, esa enfadosísima palabra: el lore) a través de la palabra. Yo estoy luchando para crear una especie de autoficción en este mundo virtual, un mundo de sonidos y de criaturas, de pequeñas eventualidades.

De las primeras cosas que hice en mi isla, ya que me sentí más o menos seguro en ella, fue trasladar algunos de los espacios de mi infancia y mi realidad. Traté de hacer mi casa, a ojo de buen cubero, y me di cuenta del producto aburrido y limitado: mi casa en la real Cholula es hermosa, pero en el espacio virtual se siente retorcida, extraña. Bien pude aprovechar para crear un espacio más grande, generoso y, por qué no, de una arquitectura fantástica pero no lo hice en su momento, y me prometí hacerlo en un futuro: reconstruir mi casa en una segunda versión, con nuevos pasillos y techos distintos.

Mi siguiente proyecto fue trasladar un departamento en el que vivía cuando fui niño y quebré el espacio de mi memoria para reconstruirlo en una virtualidad abierta, más libre. Aunque el resultado me complace, también me hace pensar en la facilidad con que quebramos la memoria, reescribimos los recuerdos. Igual que los niños tratan de dar una explicación a los monstruos de este mundo (a través de los creepy pastas y de fantasías urbanas), he terminado por darme explicaciones de por qué no puedo ser veraz o metódico al momento de trasladar estas estructuras, y por qué debo darme cierta licencia poética / binaria al hacerlo. Y eso, también, se refleja en los libros cuando empiezo a combinar múltiples ficciones, las ficciones que nos construyen y nos mantienen vivos.

La siguiente semana subiré una copia de este mundo al blog y reabriré un Patreon (el cual, por el momento, pretendía ser un taller pero tuve qué dejar en pausa porque empecé a dar clases), para quienes estén interesados en descargar la construcción continua y más reciente de esta ficción. También empezaré a compartir habitualmente mi servidor de Discord donde subiré algunos screenshots y, eventualmente, versiones del mundo. Quizás será un lugar alterno donde se pueden discutir, quizás, ideas de lo que está ocurriendo en la Cholula simulada. Tengo planeados algunos laberinto y misterios. Mi idea es liberarlo semanalmente, en Patreon lo liberaré mucho más rápido además de proponer algunas ideas, aunque la meta es que pueda ser atestiguado por casi todos. Me gusta porque es como escribir literatura de folletín, pero también construir el espacio donde solamente puede existir esta literatura de folletín, es un trabajo de escritura pero también de juego y de ocio; trabajo de construcción y de talacha.

Descubrí los códigos para convertir las palabras de tu libro en un mensaje salvaje, aleatorio. Eso crea una sensación de inseguridad, como si estuvieras hablando con un dios que estuvo dormido durante mucho tiempo, como si empezaras a encontrarle sentido al ruido blanco. Da miedo, así como otro puñado de detalles sutiles dentro del mismo Minecraft provocan inquietud: los ojos de un Enderman, la noche que siempre libera a los monstruos, los ruidos en las minas y las cavernas, la configuración abrumadora de los otros mundos. Todas estas apariciones que en conjunto encienden los fuegos de la imaginación, y de los pequeños miedos, como si alguno de nuestros viejos contara mal las historias pero de todos modos nos dieran mucho miedo. En ese tipo de mundo me gustaría vivir: uno donde, a pesar tengas el control, jamás dejan de suceder historias.