Eso escribí en mi lista de pendientes esta mañana: hablar del sueño que tuve y me hizo sentir alguna sensación extraña. No me gusta escribir de los sueños porque me parece algo sencillo, burdo y trillado. Tengo como regla general no escribir de los sueños (especialmente en mi blagh) a menos que me los invente como si fueran las pinturas de un maniaco.
Si tuviera que contar lo que soñé anoche, primero tendría que decirles que las lluvias me despertaron de madrugada y me ha costado mucho trabajo recuperar el sueño. Al escuchar el golpeteo de las gotas contra los vidrios, automáticamente me levanto para cerrar las ventanas como si esto fuera vital para la protección del hogar, así como los hombres de las cavernas se levantaban para tomar la piedra al primer ruido de la oscuridad. No se vaya a inundar mi casa y se la vaya a tragar un kraken, pero kraken de motivos alebrijes, porque vivimos en México sí señor.
Algunos otros escriben de sus sueños con dedicación, o con sinceridad, o con un sentido impecable de la estética para darse a la orgía del territorio onírico (ay ay ay) como género, pero yo prefiero guardármelos porque pienso que deben ser privados, que si empiezo a contarlos en todos lados me van a descubrir, se van a dar cuenta de mis secretos, alguien podrá descifrar mi subconsciente para controlarme con galletitas y recompensas o, peor todavía, los reptilianos van a marcarme como un objetivo y podrían suplantar mi identidad, entonces no habrá nadie que pueda confirmar si todavía estoy en mi lugar porque tienen mis sueños para hablar de ellos como si fuera yo, y yo existiré en una especie de purgatorio, y me preguntaré si no soy una presencia, o el recuerdo de una presencia, si alguien me habrá robado los sueños para pretenderse yo.
Pero aquí estoy. Como lo anoté en mi lista de pendientes, contar el sueño se hizo un compromiso y estoy haciendo lo mismo que hago con otros compromisos que uno se hace: evitarlo. Porque uno puede ser un HOMBRE-HONORABLE (todavía se persiste en esas ridiculeces con todas las discusiones de género que ocurren y se repiten continuamente en las redes sociales) e inventarse palabras de caballero, contratos metafísicos y quijotescos, pero no encuentro la armadura que me voy a poner y prefiero rodear el camino.
Esta noche, antes de hablar del sueño que me volvió loco, escucho los truenos y las lluvias que nos han traído los huracanes, y recuerdo los miedos de siempre, los de mi abuela, y siento que deseo abrazar su fantasma y decirle que no veremos a los árboles arder, con miedo de admitir que no deseo consolar a nadie pero primeramente a mí mismo, y esos miedos heredados de la infancia.
Mejor voy a contarles un sueño sincero. En la tarde di mi clase de laberintos, espejos y el infinito, donde me dediqué a hablar del Minotauro, de Jorge Luis Borges y de Michael Ende. Antes, en la mañana, hablé de ficción interactiva y cuento cómo Zork ha evolucionado en los algoritmos de estas redes sociales que nos dominan. Y después salí a caminar, muy satisfecho, pensando que jamás se me hubiera ocurrido poder dar clases de estas cosas, y más tarde salí a correr para tratar de olvidarme del cansancio, y cuando regresé a casa me estaban esperando la esposa y el perro, y al perro lo abracé porque la esposa estaba contándome su día, y quizás más noche, antes de que nos venza el cansancio, seguiremos platicando pero en un espacio más reducido, uno que no cede a las malas interpretaciones y que a sus pies se enrosca un perro orejón y cansado, un perro cada vez más viejo que se la pasa soñando con el camino que labrará para nosotros, para el día que nos volvamos a ver si es que existe el mundo de los espejos, o el purgatorio, o el otro lado.
Y será un camino torpe y lleno de huesos y de arrugas, pero le daré un beso en la frente y le diré que eso está muy bien.