Cínicus Máximus y la búsqueda del placer

No sé cuántos días he pensado en las palabras que no dijo, pero sí dijo, algún político cualquiera. Y luego una discusión exagerada: que si el diario macheteó el discurso para sacarse unos pesos, o que si el político cuestiona en voz mustia cómo habrán de disculparse ahora los intelectuales si les robaron la dignidad por la premura de sus críticas. Todo político merece ser criticado y cuestionado por el simple hecho de ser un servidor público y si alguno de nosotros merece dormir menos que los demás, son los burócratas de medias y altas esferas. Está bien que los políticos se expliquen, se defiendan, y salgan a dar la cara aunque sea para hacer el ridículo. Baila payasito, baila, ponga aquí un ademán del chofer que avienta los diez pesos al miserable que se le adelantó. Mínimo les debería dar una apendicitis del coraje cuando se les señala que son incompetentes, o sea. No voy a negar que siento un poco de paz cuando imagino a algún político, cigarrillo a medio consumir, ojeras tan profundas como la pesadumbre de servir al pueblo, sosteniendo el teléfono que ilumina la oscuridad de su habitación, y sin poder dormir sigue manoseando los tuits que se dicen de él, o los tik toks, y así le dan las cuatro, cinco o seis de la mañana.

Trece páginas de discurso chafón después, lo único que se me ocurre es porque habríamos de cuestionar el goce de la lectura que debe ser dedicada para la enseñanza. Tampoco digo que educar sea la pura felicidad, o que nos vayamos a convertir en una película inspiradora de Hallmark después de quemarnos las pestañas con unos libritos y dar una master class de la vida, insert logo de ted talk, pero como diría mi abuela, o una tía, la tía de todas las tías, ya la vida se encarga de brindarnos tantísimos sufrimientos (mijito) como para que educar a otro también sea una maldita tarea, un deber, una manera de adoctrinar a los buenos hombres que debe producir el Estado.

Creo en el placer de aprender, de tomar las cosas y deshacerlas en hebritas para tratar de recomponerlas, y también creo que enseñar es una manera de aprender o reaprender y estoy dispuesto a defender este acto como uno de los últimos cinco misterios divinos (y yo que no defiendo muchas cosas porque normalmente aprecio mi apatía, mi tranquilidad y mi indiferencia), de esos que no se explican pero dan sentido a la vida y son un componente esencial de la simulación alienígena en la que vivimos. Los otros cuatro, si mal no recuerdo, los guardó un monje pagano en alguna cueva del Pico de Orizaba y falta que algún valiente los descubra, o quizás ese explorador, héroe estoico de abundante cabellera (quizás no debería suponer su género), debería quemar los papeles de una vez por todas para que nosotros imaginemos lo que sea.

Yo pondría la lectura y los videojuegos o, quizás, en vez de limitarlo a unos medios de expresión porque también existe la pintura, la música, el cine y los tuits, la experiencia del goce artística como la número dos, la cual probablemente es más hedonista que reformadora y conformadora, más viciosa que habitable y amable, pero ahí está: nos hace felices y nos hace creer que podemos ser mejores, podemos ser otros y que somos dueños de nuestro destino cuando escogemos leer antes que trabajar, y escogemos escuchar la música que nos hará felices en vez de nomás trapear y barrer porque la desgracia de los trabajos desperdiciados y triviales es mejor cuando mentalmente también se baila un ritmo bien sabroso. En esa gozadera por la expresión ajena, también incluiría la escucha de discursos aburridos, y el obligado y necesario pitorreo que viene por las sandeces que se dicen en los podios para tener contentos a los jefes supremos, un hato de cínicus máximus muy ocurrentes que todos los días nos dan algo de qué hablar.

Pero qué feo cerrar esta nota con políticos. Me regreso a la búsqueda del placer porque incluso encerrados, y enfermos, y temerosos y hambrientos, buscamos las pequeñas oportunidades que nos dan un respiro, que nos ayudan aflojar la correa de los trabajos y las deudas. Sí, pues, tía de tías, antes de que empiece con el discurso de los privilegios pues me gusta imaginar que también podemos tender una mano para ayudar a los más desesperados y, por qué no, también en esa búsqueda del placer podremos contar alguna historia, enseñar un viejo truco. Ayudarnos mutuamente es lo único que nos permitirá sobrevivir al cinismo, al absurdo y las doctrinas chistosas que se le ocurren a los tontos. Como decía mi abuelo: es más divertido perseguir moscas que llevárselas a la boca.