Wish.com me convenció de comprar unas estampas hentai y ahora no sé qué tanto hacer con ellas. 30 pesos de papel y pegamento llanamente vulgares que deposité en un cajón para no verlos más. Mañana enloqueceré y quizás empiece a colocarlas en todas las superficies de mi oficina, luego de la casa y finalmente Cholula. Quizás lo más peligroso de la pandemia, es que uno se encierra y dos cuartos de la vida tratan de ignorar anuncios. Mi tarjeta de crédito ya está pidiendo paz por este cúmulo de malas decisiones, pero también están las otras, las lúdicas, las que me traen un poco de tranquilidad, a veces melancolía. Cuando veo mi colección de controles, no puedo menos que sentirme feliz por haber logrado una colección decente de plástico, circuitos, de esa conexión entre el hombre y el juego, ese cable que transporta las decisiones táctiles a estos mundos rendereados y de imaginación, trampas, mapas y monstruos. Quisiera sentirme culpable, a veces, pero también me dan paz.
Pensé, en un futuro, comprar algún control sencillo para mis streamings y escribir una microficción usándolo como papel. Supongo que debería usar un sharpie. Escribiría uno o dos epitafios y después lo rifaría entre la audiencia. Ser escritor, supongo, hoy significa muchas cosas. Navega el tobogán de la creación de contenido y déjate caer.
Escribo esta tarde en el blog porque no quiero usar la computadora para otro proceso muy complicado (mi curso de Godot, por ejemplo). Puse a copiar los videos donde he documentado mis videojuegos desde el 2017. Son alrededor de 2 teras de video, del 2017 al 2020. He jugado mucho estos últimos años, pero más en el 2020 y 2021 porque me convencí de que hacían falta juegos en mi vida. He leído suficientes libros para quemarme el coco y apreciar algunos tipos de locura. Creo en los videojuegos como un futuro, una especie de futuro, y por ello he depositado un poco de fe en ellos. Curiosamente (y quizás errónea, falsa o ilusoriamente), siento que he ganado el derecho de medirle la brevedad a la vida y así justifico mi búsqueda del homo ludens, realizarme como un digno espécimen del tipo, e insistir que esto es lo único que vale la pena. Uno se la vive arrojando estas botellas al mar y esperando algún mensaje de regreso, supongo.
Empecé a documentar mis juegos poco antes de enterarme que tenía cáncer. Los videojuegos me mantuvieron lúcido y si tomé mejores decisiones, fue porque estos me ayudaron a mantener la cabeza enfocada. Mi deuda pixélica es enorme.
Hoy hablé con mi cacto. Me dijo que no está bien verle los calzones a los muchachos y después cerró los ojitos hundidos que tiene entre las espinas y se durmió. Lo miré de regreso, no sé bien de qué habla o si me estaba criticando a mí, o al Agustín de algún otro sueño, pero su sabiduría vegetal, siempre breve, es bienvenida. Más tarde jugaré Zelda para matar a Gannon y acabarlo finalmente. Hay muchas cosas que me gustaron de este Zelda, pero no está en mi top de juegos de mundo abierto. Me acuerdo fácil de todo lo malo: escalar con las lluvias, la falta de calabozos, la historia floja y estúpida. Faltó el taco de suadero en este juego. Todo lo demás está muy bien: la exploración, el mundo, los hechizos, la cantidad de armas (contrario a lo que se piensa, terminé disfrutando mucho la mecánica de que pudieran romperse) y cocinar comida extraña y sabrosa.
Legend of Zelda: Breath of the Wild: 7/10. Lo peor: no hay muchachos a quienes verle los calzones en este juego (y el personaje principal no cuenta porque es un chamaquito, bad for you), aunque sobran las waifus.
Viva la diversidad.