Mi cabeza suspendió algunos pensamientos y planes, y está funcionando en modo básico estos días. No he salido a correr, estoy tragando de más, duermo más horas de las que debería y me desvelo. El poco humor que tengo lo uso para dar clases, o para jugar algún videojuego, o ver la televisión, cocinar. Lo básico para funcionar en apariencias en lo que tomo una decisión definitiva sobre cómo estoy y luego a dónde iré. Obviamente estoy cansado de pensar, de estudiar una pérdida que realmente no es mía (pero no puedo evitarlo, ojalá). Como se lo dije a la esposa, estoy aprendiendo a despedirme de un pensamiento, de una posibilidad. No es dolor o tristeza, tampoco es alivio, pero verse libre de una complicada cárcel que uno mismo construyó durante décadas, durante la infancia misma, los barrotes y los prisioneros estaban hechos de algunos referentes propios y familiares, pero otros se hicieron a través de la imaginación y la sociedad, lo que dijeron los otros, las ficciones agradables que uno adapta para sí mismo. Una construcción chistosa, inevitable y sí, probablemente laberíntica. Desandar el laberinto, salir de la estructura que yo mismo construí y alimenté. Durante más de veinte años pensé que lo vería y la diversión era pensar estrategias, conversaciones, la situación. Dos cafecitos americanos en el Sanborns con frases breves e incómodas. Me han arrebatado eso, y ni siquiera era mío. Así, de repente, tengo un montón de espacio libre en la cabeza porque esto fue como eliminar un proceso que siempre estuvo trabajando. Un spyware que me drenaba de recursos. Cómo decirlo de otro modo: me quitaron uno de los últimos misterios que realmente me interesaban de este mundo y si no quiero perder un poco de asombro, las pocas fuerzas que me quedan para aventurarme, necesito encontrar algún otro. Posiblemente debería tener deseos más convencionales, como viajar a Irlanda o a Japón. Esos, al menos, se cumplen con dinero.
Esa es una manera de verlo.
No creo que sea coincidencia que Cepillín también haya muerto.
Tengo una historia con él. Creo que de niño me gustaba y era mi payaso preferido hasta que un día, una profesora de primaria (estaba en uno de los primeros tres grados, creo que segundo), nos pidió un vinilo (en ese entonces los llamábamos discos porque no había de otros) de él para un festival escolar. Creo que me lo pidieron a mí porque era de esos niños enfadosos: inteligente y cumplido, entonces creían que, forzosamente, mi familia debía ser igual. No contaban con que la mayoría son huraños y que ninguno es lamebotas de oficio, no lo tienen en los genes aunque, sabe, probablemente yo salí un poco más amable. Así que mi abuela, cuando escuchó pacientemente la petición de la maestra, se le petrificó el rostro y hogaño, unos treinta años después, puedo adivinar qué pensó además de la grosería: “Chingue a su madre, no solo cuidar al niño pero ahora esto”. La canción de Cepillín que estábamos buscando era El diablito loco, es una que dice en el estribillo: ? pero el diablito seguía bailando ?. Espero sepan apreciar que puse los emojis de unas notitas musicales que definitivamente no corresponden y también si escucharon la canción en su cabeza, ya puede insertar el emoji de “felicidades, es usted población de riesgo”, lo cual también es muy parecido a ver el espejo manchado con “felicidades al club del sida”, que a su vez también es indicador de cuántos años tiene, y a dónde va, maldito ok-boomer. Pero haciendo una investigación muy somera de la canción, acabo de descubrir que Cepillín tiene un cover de The Devil Went Down to Georgia, donde Cepillín juega, en su traducción, como el payaso retado por el Diablo para tocar el violín en vez de un prodigio musical del sur de los Estados Unidos, entre otras canciones diabólicas. Esto último me parece muy curioso, parece que Cepillín tenía una obsesión con las fuerzas malignas, o las fuerzas caóticas y que los suyos no solo eran unos cantos chuscos, pero también poblados de urgencias por recibir los favores del Maloso en persona. La portada, si no la está inventando ya mi memoria, era un Cepillín con cuernos de diablo, tridente y cola. Mi abuela y yo hicimos un viaje de Chihiro para buscar el disco, recuerdo que preguntamos en todas partes y estaba agotado, fuimos bajo la lluvia y a puestos que nunca habíamos buscado. Alguien le dijo a mi abuela que fuéramos al Chopo (yo qué, así le dijeron a ella, yo dudo que en el Chopo hubieran discos de Cepillín, o valiosísimos bootlegs) y ella dijo que no, absolutamente no, pues ya estábamos agotados de buscar y buscar. Fue tal el problema de buscarlo, que en el mercado terminó peleada con el muchacho que vendía discos y durante años se regresaron insultos hasta que se acabó la afrenta cuando uno de los dos se mudó y esto alimentó mi sentido paranoico, porque luego mi abuela me tocaba el hombro y me decía: “Mira como cuchichea ese güey, míralo muy a gusto, hablando de nosotros”, y eso creó esta idea del “nosotros” contra “ellos”, los que miran raro y feo, y se construye esta torre de Babel horizontal que lentamente nos separa y nos hace odiar a un extraño de poquito a poco, pero también es un odio familiar, que provoca nostalgia y risa, porque nunca pasó a mayores. Ahora que lo pienso, cómo podría el pobre hombre darnos a Cepillín, si le gustaba vestirse de muchacho e imitar el estilo de algún Ceratti a finales de los ochenta en su modo de vestir, de peinarse y de hablar. Qué iba él a vender a Cepillín, abuela, por favor.
Cuando lo conseguimos, supimos que la maestra ya lo tenía por otra parte. Regalamos el disco.
Supongo que la canción quedó tan arraigada en algún lado del subconsciente, que en mi libro de Panteón de plumas negras, tengo un capítulo donde Baal, el demonio, arranca todas las extremidades del último cuervo, Truhan, para hacerlo sufrir. Las arranca y las vuelve a colocar en su lugar, como en una especie de tortura perpetua. Es uno de los párrafos que más he disfrutado escribir porque, además de explícito y sangriento, sentía que cumplía con una deuda metafísica, de esos que uno tiene con la memoria, con los pasadizos ocultos, en fin, con muchas cosas.
Anoche vi, por casualidad (sí, bueno, ayer se murió), una pequeña caricatura de Cepillín donde dice que le duele todo, que sintió sueño y se durmió. Me acordé cuando iba de la mano de mi abuela, y buscamos su disco. A partir de entonces pensé que era un payaso enfadoso con una canción muy pegajosa. Es verdad, cuando me doy cuenta que ando de obsesivo, me acuerdo específicamente de esa frase: “el diablito seguía bailando”. Después de reírme un rato, también le dediqué una o dos Lagrimitas. Oh, creo que he mencionado al nombre de la competencia. See what I did there?