Dormí mal anoche. Quizás fueron los cohetes, quizás fue Nico y sus vueltas ansiosas alrededor de la cama, quizás fue una discusión con Sol por un problema que tiene en el trabajo. Al día siguiente, la app que fiscaliza el sueño marcó que estuve en la cama más de 8 horas, pero dormí realmente 6 horas con un 66% (sí, diabólico) de calidad de sueño. Estos números me son chistosos. Solo los genios detrás de esa madre saben cómo funcionan, cómo lo miden. Métricas, telemetría, convertir a la humanidad en datos, qué necedad pero qué fascinante.
Soñe con L. Me la pasé bien.
Imagino cosas como que un diminuto señor, de lentes y semblante nervioso, tipo Woody Allen, vive adentro del teléfono y sale para vigilarte, para anotar los ronquidos, los movimientos inquietos, las carcajadas y los murmullos de ojos cerrados. Se guarda sus comentarios aunque muere por decirlos. Hay noches que he despertado más fresco que una lechuga, pero la app marca menos del 40% de la calidad de sueño. Menos es más, o no tienen en cuenta el pasaje de los sueños; sí, por ejemplo, conseguiste atravesar un umbral para despedirte de un muerto (muy querido, otra vez), o conseguiste recoger el polvo del inframundo para una misión, o si has jugado como niño con tu espíritu guardián durante esa larga caída en el túnel de los sueños.
(¿Y si haces como si no tuvieras enemigos, cuervo?)
Extraño salir a correr pero me he limitado por la pandemia. Los tapabocas no son muy cómodos y aunque hay algunos deportivos, no parecen muy seguros. Recordatorio a la comunidad: los tapabocas con válvulas no sirven, pero los corredores y ciclistas, cuando de plano no llevan, insisten en usar esos. Correr era una de las actividades que, diría una tía, realineaba mis chakras y me recuperaba los botecitos energéticos para tolerar sandeces. Últimamente las sandeces se están acumulando, pero como sobreviviente de cáncer, no me siento con ánimos para pelearlas. No me vaya a salir otro tumor, pero ahora en el estómago o en el ano, por estar haciendo corajes todo el día. Se los juro: uno sobrevive y lo que menos quiere es enojarse o resolver las vidas ajenas. Bueno que no tengo hijos, ahora entiendo por qué mi madre nos abandonó parcialmente a nuestras anchas durante mucho tiempo. Si todo sale bien, correré de nuevo y seguiré un ritmo de un día sí y un día no para hacer, al menos, unos 2.6 kilómetros (qué preciso, es la magia de las métricas). Trataba de caminar al menos unos diez mil pasos al día, pero a veces es imposible. No solo es temporada de lluvias, pero la ansiedad humana está severamente afectada por todos los que viven encerrados en sus casas y el trabajo se ha complicado por eso.
Hace unos días, durante la clase del viaje del héroe, uno de mis alumnos llegó inadvertidamente a la conclusión de que no podemos salir a hacer cosas, no podemos vivir aventuras como solíamos hacerlo. Aunque creamos que el viaje del héroe puede aplicarse a la gente común y corriente, la situación pandémica lo hace parecer imposible. Me reí, luego le pregunté si le parecía que éramos héroes suspendidos y él dijo, ajá, exacto, como si lo hubiera iluminado. Pensé que era muy bonito (y trillado) ese pensamiento: todos somos héroes y somos capaces de ser un Linkcito o una Mulancita.
(No puedo mentirles: si tu casa lo permite, puedes tener aventuras todos los días. Puedes visitar algún museo en YouTube, puedes releer alguna de tus novelas preferidas, puedes entregar las noches a algún videojuego de mundo abierto o de una isla lejana, y amable, como el de Animal Crossing. Puedes escuchar los podcasts de algún grupo de amigos o puedes anotarte para una clase de Zoom. ¿Tienes flojera de pensar? En Twitch puedes encontrar algún chavito que juegue todos esos mundos por ti. Podemos viajar tanto como nos lo permita la vida interior. El hambre de aventuras puede ser satisfecha de muchos modos.)
Una de mis luchas del día a día es tratar de educar al algoritmo de YouTube Music sobre la música que sí me gusta. Es una pequeña molestia, pero es como una pulga que te estuviera chupando sangre todos los benditos días. No es muy heroico de mi parte. Quizás algunos estamos cómodos en esta vida de horrores triviales y cotidianos. Educar un algoritmo para conseguir un triunfo muy pequeño, una felicidad rutinaria. Después esto se convertirá en un viaje perpetuo a la oscuridad del hombre, no somos héroes suspendidos pero rutinas contenidas dentro de cuatro paredes como los gritos de un loquito, la locura como un turista accidental, ¿dónde escribí eso antes? ¿O lo leí? Um. Quizás mañana lo recuerde.