VII
Alex y Omar siempre han querido vivir aventuras en un Isekai. Pero, al final, solo tienen este mundo. Salen a rayar en las noches, grafittean unas waifus esplendorosas y luego, resguardados bajo un puente, con otros compas, se beben una chela y platican de lo chingona que se pone Naruto cuando uno se salta los fillers.
Gozan la noche porque creen, de alguna manera, que es atravesar el umbral: del mundo urbano pasan al mundo nocturno y viceversa. Isekai del mundo real, se convierten en navegantes del espacio liminal. En ese estado del espíritu, hablan el lenguaje de las sombras, del color mutilado y de las criaturas nocturnas.
El dios del vacío, de visita en su mundo, escucha a uno de ellos. Se siente seguro, acecha en la noche y las sombras de múltiples mundos, infinitos universos. Resguardado en las esquinas y en los callejones, persigue a Alex. El dios del vacío escucha fascinado cuando se pone a hablar del isekai, o la resurrección de algún mundo fantástico.
Los dioses entienden todo, pero lo entienden mal, porque no tienen tiempo o paciencia para examinar los deseos de un corazón humano. Por eso jamás pidas un milagro.
Alex, sin saberlo, recibe una bendición del dios del vacío. Queda marcado. Cuando es atropellado por un camión de basura, el dios del vacío recoge su alma y lo deposita en un universo de su creación. Alex, al abrir los ojos, se descubre en un mundo desprovisto de materia, de cuerpos y de lo tangible. Lo único que existe es el pensamiento, que él solamente podía interpretar como una oscuridad profunda, inabarcable.
Alex se pone a chillar, pero no salen lágrimas y no tiene brazos o cuerpo para darse consuelo. Al atravesar el isekai, se convirtió en una consciencia que flota en una especie de universo sin estrellas. No hay otras presencias, no puede asir el tiempo. Un segundo, de inmediato, se siente como la totalidad de su vida multiplicada por mil. Es forzado a alcanzar la sabiduría de los eternos y a su vez, se desprende de todo lo que sabe. Reconoce la última contradicción: es libre y es prisionero. En segundos, es un niño, un viejo, una mujer, un elfo, un ogro, polvo. Descubre el último milagro; no hay nada después de la muerte: cielo, paraíso, limbo, mundo isekai fantástico desbordante de waifus.
Reza.
Necesita una finalidad.
Aunque Alex se olvida de Omar, Omar no se olvida de él. Raya un último graffiti de su amigo debajo de un puente de Mayorazgo. Lo ilustra abrazando a Hinata Hyuga. “Pinche Alex, te la volaste”, escribe con plumón.
El dios del vacío está muy satisfecho de su brevísima hazaña. Mucho tiempo no sabe de Alex porque sigue recorriendo callejones, charcos de agua, rabillos del ojo, folículos pilosos, espacios entre el suelo y la cama, en fin, todos aquellos lugares que están vacíos hasta que uno los mira y encuentra al monstruo, al bicho, al amante, una revelación importante o mínima.
VIII
Gabriela despierta en el mundo de Karmesh; en su único continente, dos facciones han luchado una guerra desde tiempos inmemoriales adentro de dos círculos designados por los dioses. Pueblos, asentamientos y pequeñas ciudades se han erigido alrededor de los círculos, y continuamente son destruidas, y también abandonadas.
En los círculos, han construido coliseos antiquísimos donde los magos, los guerreros, los sacerdotes, los bárbaros y otros aventureros del norte y del sur continuamente pulen sus habilidades mientras destruyen a sus enemigos.
Es una batalla perpetua con un objetivo simple: reclamar la ventaja sobre el otro para declarar a uno de los bandos como un ganador absoluto.
En este Isekai no existen los monstruos o los calabozos, solo existen razas diversas que luchan por la supremacía.
Algunos filósofos de Karmesh, en todas sus épocas, ya comprendieron que ser el mejor es imposible. El laberinto de Karmesh es una lucha individual por aceptar su dependencia a cualquiera de los círculos. Uno de los coliseos, por ejemplo, está bendecido por dioses que potencian las habilidades. Los guerreros serán más fuertes y tendrán mejor destreza; los magos sentirán que su magia es inagotable; los sacerdotes tendrán en sus hombros a los mensajeros divinos. El otro coliseo otorga bendiciones de sabiduría; los guerreros en ese círculo, se hacen más inteligentes y se adaptan mejor; los magos aprenden magias creativas e imposibles; los druidas pueden hablar con las raíces de los árboles más viejos para conocer la historia del mundo.
Un círculo otorga vitalidad y juventud, mientras que el otro brinda experiencia y vejez. Los grupos de aventureros se mueven libremente entre ellos para desafiar a sus rivales. El problema es que nunca consiguen estar en el mismo círculo, parece que la maldición es un eterno balance. Un mago aprende la magia para doblar espadas justo cuando el guerrero está dando el mejor golpe de su vida, y un arquero aprende a dar el tiro que persigue brevemente a su presa mientras que un mimo consigue, por primera vez, materializar una pared de aire.
Las batallas son frustrantes, largas y solo los tontos ignoran una verdad sencilla: ambos bandos estarán empatados para siempre.
Gabriela le ha sacado el mejor provecho. Vende panes porque en su vida original fue una panadera. Durante veintitrés años, ha viajado continuamente alrededor de los círculos para abrir y cerrar panaderías. Ya sabe que recorrer el borde de los coliseos toma, al menos, dos años. Usa ambos círculos a su favor: el de la juventud para revitalizar sus brazos y sus piernas; el de la experiencia para crear nuevas recetas de masa madre y panes maravilloso.
En su camino ha conocido muchos aventureros, y sin importar el bando al que pertenezcan, le da mucho placer cuando sonríen después de morder su pan. Sin embargo, ella no puede confesar su crimen: ha usado ambos círculos sin intenciones de guerra, pero una paz estúpida, y los sigue recorriendo como el infinito, para obtener nuevas habilidades y hacerse cada vez más poderosa.
Si sus clientes lo supieran, la ley obligaría a matarla fuera de los círculos. Pero nadie se ha dado cuenta y Gabriela piensa que ya habría sido castigada por un dios si estuviera haciendo el mal. Tiene fe de que está haciendo lo correcto, y que eventualmente se convertirá la diosa panadera de su mundo.
Gabriela cree que es la protagonista, y cree que es la única que ha reconocido el poder de ambos círculos: un recorrido vital, sencillo y perpetuo sobre los círculos que juntos, arman el símbolo del infinito. En este otro mundo, quizás, Gabriela ha conseguido una paz verdadera.