Etiqueta: euforia

  • Brillante

    Brillante

    Una muchacha me compartió su crema para manos, y las manos brillan ahora, y hago cara porque vagamente recuerdo que así brillan las teiboleras. Lapsus brutus, lo sé. Las teiboleras brillan porque son bonitas. El día de hoy, supongo, soy el maestro del tubo. Creo que apesto agradablemente a muchacha de brillos. Y si alguna otra persona mira las estrellas de mis manos, y hace una sonrisita, prometo no culpar o pensar mal, pero dejarlo ir. 

    La última vez que fui a uno de esos lugares, fue porque me invitó mi carnalito médico para festejar mi remisión. Fue una de las borracheras más terribles que he vivido. Mi última radioterapia tenía apenas un mes o dos. Me subí al auto de O y de ahí, una cosa llevó a la otra, y terminé bebiendo no sé cuántos güiscoles y cervezas. Bebí tanto, que el amigo de O me preguntó si mis médicos ya me habían dado permiso de beber. “Creo que sí”, dije, “pero tú eres médico, ¿qué me dices?”. Él nomás se echó una carcajada, me sirvió otra más y seguimos en la orgía (términos de Baco), pero ya estaba bebiendo despacito, porque me estaba dando una taquicardia y el exceso finalmente me estaba pesando. 

    Una teibolera blanca, tapatía, de ojos muy claros, MILF en mi lejana escala de la juventud, se sentó en mis piernas. Yo le dije: “mira, la verdad es que soy un invitado porque estos andan celebrando que estoy sanito, no estoy buscando nada locochón”. Ella se fue triste, decepcionada, después de reafirmarle que era un miserable, un muñeco de viento que baila cuando hay huracán. Estaba mareado y un poco preocupado. Pensaba continuamente: “y si ahora me da un ataque por darme este exceso”. 

    “Qué bonito”, pensé, “estoy curado, y ahora un maldito table me va a matar. Qué puede haber más ordinario que a uno le dé un ataque. Y ni siquiera estaba haciendo algo”.

    A veces sueño con esa tarde. Soy un replicante que mira a la MILF en este holograma neón. Me pregunta si me siento solo. “No”, quiero decirle, “solo me siento demasiado vivo. Y la vida es cansancio”. 

    Salimos del table, y me invitaron a comer un lechón, en algún lugar de Coyoacán. Y me dije: “esto es la vida, es un poco extraña, pero es la vida, es otro tipo de vida”. Redundante porque no estaba muy bien de la cabeza, no solamente era la bebida sino también la euforia. Luego, después de cenar muy bien y de beber un poco más, por qué no, finalmente fuimos a casa de mi amigo para dormir. Hablando como borrachos, adultos muy cansados con matrimonios y tres hijos (los míos, bien imaginarios), antes de caer dormidos, platicamos de nuestro pasado común, los vínculos que nos unieron cuando entonces. 

    [Guardo este espacio porque aquí escribí una idea que nunca terminé. Hablaba de una bendición. Quién sabe cuál de todas.]

    After Hodgkin, pienso que todos los días son un cofre, un lootbox. Ya no estoy muy seguro de que las cosas deban ser de uno u otro modo (EL DEBER me parece una necedad, un invento para los obsecados), no como antes, qué creía en la seriedad de la vida, en los pasos que abren puertas y lo dejan a uno en paz. Tampoco creo que pueda saberse un plan divino o que somos programas con la intención de cumplir un gran propósito. Creo, sin embargo, que existen planes escondidos en algún lugar, como estas misiones sorpresa de un videojuego, esas que se salen de los arquetipos y las obligaciones, y que tal vez ese cofre, si tenemos suerte, nos revelará una verdad que nos dará algo en qué pensar. 

    Aún creo que la búsqueda de la verdad es una de las caras de la felicidad, mal citando a Borges. Queda escrito este paseo neón, nocturno y mayormente onírico para algo tan sencillo como decir que me brillan las manos y recordé noches luminosas, un poco rastreras, quizás muy inventadas.