Etiqueta: escritura

  • Borde

    Borde

    Este mes, por mi cumpleaños, me regalé una suscripción a MidJourney. Es el generador de imágenes con IA que más me gusta por su versatilidad y su variedad de estilos.

    La capacidad de MidJourney para provocar el caos arroja resultados que se alejan de la norma y pueden ser interesantes. Usualmente uso el de bing y me contento con cualquier ilustración que pueda vomitar y que esté medianamente decente. Bing, sin embargo, suele sentirse barato.

    Me he puesto a generar imágenes de lugares y abstracciones para guardar algunas y tenerlas disponibles para el blog. No creo, jamás, ocuparlas todas pero de todos modos las acumulo por si se me ocurre algo con ellas.

    Quizás este es el problema de la inteligencia artificial (solamente uno, de los muchos e interminables): buscas con quién hablar, a quién pedirle algo, ella te suelta cosas, las acumulas, las olvidas. El narcisismo del ser humano, una vez más, resolviéndose con más problemas.

    II

    Durante mi primer año de remisión, uno de los momentos más dulces fue cuando viajé a Guadalajara, me quedé un par de semanas y me puse a correr.

    Corrí varios de sus parques bonitos. Parques que todavía envidio muchísimo porque en Puebla no los encuentro iguales. Escogía lugares donde se abrían los árboles y mostraban uno que otro camino. Me hacían sentir, como en los videojuegos hermosos, un explorador.

    Corriendo, uno de mis mantras derivó en una pregunta que me repito a menudo: “¿a dónde me llevará ese camino bordeado de árboles?”. Un mantra que me ayudaba a seguir corriendo y me empujaba, digamos, a una aventura interior y exterior. Empecé a creer en estos caminos como una transición a un lugar mejor. Los recuerdo intensamente soleados, mi sombra extendida quedándose atrás mientras yo planeaba perderme, disolverme con el entorno.

    Regularmente pido a MidJourney esos caminos bordeados de árboles. No porque me hagan falta, después de todo, puedo hacer la visualización en cualquier momento y esto también es muy placentero. Es como si hubiera aprendido un truco para complacer uno de mis diablos internos. Pero siento que hay algo de belleza en pedirle un paisaje común a una inteligencia artificial.

    III

    Una de mis fantasías, además de ser líder de un culto gringo pop de mediados de los noventa, abrir mi primer Glory Hole Town Cholula y levantar mi calabozo medieval para renta (guiño, guiño), es tener una hermosa biblioteca con un árbol milenario protegiéndola en algún lado.

    La biblioteca contendría libros prohibidos, folios censurados, bestiarios, bitácoras cifradas, manifiestos de broma, contratos de dominación y sumisión, chistes fallidos del mil chistes, hechizos caóticos, sigilos inservibles, álbumes fotográficos con las caras más bobas de mis amigos, paisajes de otros planetas, los diarios de mis abuelos (los que conocí y los que no), una carta de mi padre, mangas hechizos de universitarios geniales, las partidas de ajedrez de mi madre, las conversaciones que he tenido con mi esposa, la historia de otras versiones mías.

    Ya lo sé, son sueños complicados —por no decir imposibles— y quizás por eso escribo un montón, y por eso escribo todo el tiempo. Escribo, además, para regalarme cosas. Al menos MidJourney me da versiones de estas fronteras fantásticas, versiones que después puedo explorar para quitarles las rebabas, la artificialidad.

    Primero me gustaba la idea de que un árbol protegiera la biblioteca y luego se me ocurrió que podía ser un hongo. Pensé en la red de pensamientos y comunicación que tienen los hongos, los árboles y las plantas. Ellos también son, a su modo, una biblioteca de conocimientos que nos están prohibidos. Creo que ya me distraje, ¿a qué parte de la biblioteca me llevará ese camino bordeado de hongos?

  • Arcane

    Arcane

    Advertencia: hay spoilers.

    Me gustó la primera temporada de Arcane; era una propuesta visual muy novedosa y tenía todo lo que me gusta en una historia. Pero chafeó. En la segunda temporada se notó el control en el presupuesto porque hubo menos elementos de acción, más videoclips musicales y cámaras lentas para compensar, además de una narrativa torpe, sin ritmo.

    Arcane se siente barato.

    En la primera temporada, la historia era convencional, una combinación nada imposible para los productos comerciales de estos días: lucha de clases, elementos mágicos misteriosos, gente ambiciosa y noble, niñas pobres dispuestas a desafiar el status quo, géneros especulativos como la fantasía y el steampunk.

    Tal vez me pareció dulce por los personajes, que tuvieran una buena cantidad de ellos y un diseño cool, daba a entender que podía haber interacciones muy interesantes, posiblemente interacciones semejantes a las del juego (después de todo, Arcane es un comercial, una historia para cimentar el branding y fortalecer la fidelidad de sus consumidores; igual que todas las películas de Marvel), donde estás esperando que fulano o zutano se agarren a madrazos y veas chispitas de felicidad.

    Pero conforme veía la segunda temporada, recordé otro bodrio potencial que empezó muy bien y luego terminó en “guácala, qué acabo de ver” llamado Lost. Como Arcane, era una serie repleta de personajes hermosos, interesantes, algunos misteriosos y entrañables pero eso no es suficiente para mantener viva una historia. Arcane todavía no está al nivel de porquería, aunque va para allá. A la distancia, no creo que la historia de Lost fuera muy compleja y que su propuesta de grandes misterios valiera de algo; lo sabroso y, eventualmente problemático, eran los personajes y sus interacciones, quienes eventualmente se tornaron en constructos sumamente artificiales controlados continuamente por el entorno y las circunstancias.

    Comparando a Lost y Arcane podemos aprender dos lecciones fundamentales para escribir mejores personajes.

    La primera: es ridículo que los personajes cambien alianzas tan rápido, también es agotador para la audiencia. Cambios de alianzas, sin un buen desarrollo, solamente lo escriben guionistas con la educación sentimental de una papa o que desean aprovecharse de las personas que creen el mundo es un espacio de traición y decepciones. Creo que los guionistas tienen un buen background en publicidad; la historia parece tener intenciones de manipular al target, darle de piquetes con un bastón de choques para que se emocione o se emperre.

    El ejemplo más obvio (aunque hay varios) son Silco y Vander, en el multiverso alterno a donde viaja Ekko, deciden no matarse porque “todo está perdonado, así la vida es más fácil, uwu”.

    La segunda: es imposible que los personajes no aprendan. Una audiencia sí aprende, entiende rápidamente los patrones que se repiten en los personajes y entre más fallos tengan los personajes para aprender de sus errores o asimilar las experiencias que tienen dentro de la historia, más propensos están en perder a la audiencia porque ellos descubren el engaño, la artificialidad.

    Esto último es algo muy cerebral: el cerebro asimila conocimiento a través de experiencias, una historia es una manera de adquirir experiencias rápidamente y evaluar “qué haría uno sí…”.

    También es una cosa de videojuegos: aprendes a jugar a través de los patrones y la experiencia; practicas, asimilas, mejoras hasta que puedes contarte tu propia historia.

    Es una de esas cosas que luego no nos permite disfrutar una película (especialmente una película, por su duración), una serie, un libro de porquería. Arcane tuvo suficiente tiempo para evitar este problema con sus 50 minutos o más por capítulo, pero cada capítulo empezaba con un videoclip de música nefasto, entre otros dislates y digresiones mal planeados, tiempo que bien pudo aprovecharse para mejorar el desarrollo de los personajes.

    El ejemplo más obvio (también hay muchos): al final, el último encuentro entre Vi, Jinx y Vander.

    Finalmente, hay un elemento que rompía con el ritmo de la historia porque obligadamente buscaban como metérselo. A partir de cierto punto, intuyes que habrá OTRO sacrificio MÁS de tantos en la historia para darle profundidad a otro personaje. Quizás soy un poco anticuado, pero el sacrificio debe ser único, heroico incluso. Se vale un sacrificio por historia, mae, a no ser que seas Odiseo y sacrifiques a toda la banda.

    (por cierto, no es lo mismo sacrificarse que la muerte del personaje reclamado por un entorno).

    El sacrificio más notable es el del chavito sin-nombre (solo los fanáticos saben quién es ese güey) que “salva a Jinx” de Vander. Igual que en los Súper Campeones, corre diez kilómetros de un lado de la cancha al otro, en medio de un conflicto bélico, para cumplir su propósito (debidamente anunciado cuando se roba una bolita que brilla). Probablemente lo peor de este momento es el desarrollo torpe para empujar a un niño creado específicamente para sacrificarse; por decir una cosa: la experiencia de vida nos indica, por ejemplo, que lo más lógico sería huir. El sacrificio no debe ser cool, se supone que duele.

    Fue una mafufada.

    En ningún momento pensé imposible que el chavito salvara a Jinx y salieran ambos con vida. Pero bueno, no es el único. A partir de ahí, se convierte en el bingo de ver quién se mata.

    Dentro de las cosas malas, tiene sus bondades y caminos interesantes. Arcane es disfrutable si uno está dispuesto a, nuevamente, apagar los focos rojos (bip-bip-bip) en la cabeza que dicen: “mira, otra pendejada”.

    Creo que algunas relaciones son interesantes y conmovedoras, con una complejidad justa y que difícilmente pudieron arruinar: Jinx y Vi, Vander y sus hijas, Sevika y Jinx, Mel y Ambessa y Dr. Freeze (de Batman, Animated Series, el doctor ese malo, malote). Lamentablemente, de estos elementos vemos solamente algunos dulces, a favor de otras tonterías que tuvieron un desarrollo pobretón pero estelar, como Jayce y Victor, o Ekko y Heimerdinger.

    Al final, creo que Arcane siendo una gozada y un entretenimiento sabroso, pero estos productos culturales de consumo deben ser criticados o creen que te pueden vender lo que sea. Netflix sabe muy bien que prefiero ver Arcane que cualquier otra cosa que hagan ellos o los otros por unos pesos. Sin embargo, si ves que está chafeando, está bien exigir mejores productos, productos de calidad y de buen consumo, antes de que los chafeen irremediablemente. SITATYR.

    Postdata: Caitlyn fue un personaje sumamente desperdiciado y con gran potencial. Un ejemplo de cajón que nos muestra cuando alguien no sabe qué hacer con un personaje. La escritora de Caitlyn la odia, la odia muchísimo. O el escritor, seguramente la escribió un machito retrograda. Creo que Caitlyn la escribe un perro, un maldito pug. No, el perro no tiene la culpa. Creo que la escribía ChatGPT.

    Sí, eso fue lo que pasó.

  • La gente

    La gente

    I

    Las calles de Puebla están llenas de tráfico. Parece que no importa a dónde vayas, se vuelca un camión, alguien está bacheando o bien, algún peregrino conduce su auto a la mitad de todos los carriles, desafiando las leyes de la física, la vialidad y la civilización, y los demás vamos tras de él, como una comitiva armada de paciencia y lentitud.

    Yo no me preocupo (porque no manejo), pero mi esposa, quien pacientemente maneja la camioneta, tiene que sufrir a LA GENTE, específicamente LA GENTE NAVIDEÑA.

    Recuerdo cuando mi hermano y yo caminábamos juntos, en las calles del centro o las calles navideñas, y él señalaba: AH, LA GENTE. Y yo me reía por dentro porque como estudié algo de filosofía (y letras), conozco rebién esa máxima que dice: “el infierno son los otros”.

    Miro a Sol de reojo y pienso: “la mujer me ama porque siempre me lleva a todos lados”.

    Anoto en alguna parte de mi cabeza: “ya voy a aprender a manejar”. Pero es que no quiero aprender a manejar y quizás, desde siempre, una parte fundamental de nuestra relación (pienso), es que ocupamos los trayectos en el auto para platicar.

    Ella me platica cosas, yo escucho, la dejo hablar para que distraiga los enojos, la frustración. No veo natural que ella ocupe el lugar del copiloto. Nos quedaríamos sin esos momentos y probablemente ella estaría mejor. O no. No podemos anticipar el corazón ajeno, no importa cuánto tiempo pasemos con esa persona.

    Quizás debería ahorrar para esa bicicleta eléctrica o para la moto que siempre he soñado. Algo barato, una cosa de dos ruedas que sea fácil de manejar y pueda llevarme por el mundo.

    II

    Soñé con V, una muchachilla a la que veía para platicar de libros (perdón, a mis 42 años a todos los veo jóvenes), de subculturas y de otras cosas que surgieron a partir de Crononautas, un evento de literatura especulativa en el que participé hace unos años.

    Lo que más recuerdo de aquel evento: Haghenbeck (RIP), quien me pareció un hombre muy educado y muy interesante. Escucharlo valía la pena. A la distancia, recuerdo ese ciclo de conferencias y me da un poco de risa. En esa mesa, me parece, cada loco estaba con su tema.

    Me siento secretamente orgulloso de haber sido el único que habló de Adventure Time y no estuvo toda una hora pidiéndole a la gente que compre libros.

    No he participado en una mesa literaria desde entonces, la verdad es que no sabría qué decir. La cultura del libro me parece cada vez más extraña. Los que viven del libro conseguirán redención a través de sus lectores.

    Desde que abrí Threads, esta red social me muestra (algoritmo) únicamente jóvenes escritores que asumen su papel de manera muy romántica y que en apariencia todo lo publican en Amazon.

    Threads no solo me cree un escritor, pero también el pícaro soñador.

    Algunos de esos escritores parece que ganan mucho dinero escribiendo novelas sobre alfas, betas, skibidis, hombres lobo, boy loves, furros, therianes, etcétera.

    La escritura se ha liberado de maneras extrañas. La única manera de seguir adelante (el artista del pasado, y no tan pasado), me preocupa, es convertirse en un señor que le grita a las nubes o que abraza el camino ajeno sin finalidad alguna.

    O bien, hacer lo mismo que otros escritores de pacotilla: aventar preguntas en una red social para ganar relevancia, lectores, manipular el algoritmo, parcer más importante de lo que en realidad se es…

    V me regaló una revista vieja de ciencia ficción mexicana.

    Adoro el regalo, de vez en cuando la hojeo. Es un regalo que habla, precisamente, de las cosas que me detienen cuando estoy de fisgón. En fin, soñé con ella y que platicábamos como entonces mientras tomábamos un café, cuando tenía tiempo entre clases.

    Mi café tenía whisky.

    Quizás el subconsciente me está comunicando sobre mis nuevas expectativas de vida: la gente no es un infierno, también son una medicina para arrostrar la vida. Una medicina que puede combinarse con alcohol. Compartes con los otros porque deseas vivir, y deseas vivir bien. Tolerar la realidad, estando solo, parece tan horrible como no tener qué comer o dónde dormir (exagero, posiblemente exagero pero…), pero también la compañía es un alimento que no parece difícil de conseguir: si no tienes la presencia física de otro, abres un libro o miras una película, escuchas una canción misteriosa que te acompaña.

    Así recuerdo a mi abuela, a los amigos que se fueron, a la familia que se encuentra lejos o sus variantes del pasado, a las personas que solamente he visto en sueños.

  • El viejo loquito de los videojuegos y los libros

    El viejo loquito de los videojuegos y los libros

    I

    Estos últimos años, cansado de la facilidad con la que puedo posar el ojo en las cosas horribles y regodearme, estoy haciendo el ejercicio de buscar cosas maravillosas dentro las obras que consumo. Es una habilidad que estoy refinando a consciencia porque es muy fácil odiar las cosas y quiero vivir la ilusión de felicidad y contento. Ya odié muchas cosas durante el cáncer. También las amé, pero es porque mi cerebro estaba loco.

    Por ejemplo, a principios de año, aunque algunas veces me desesperaba, o alienaba, aprendí a gozar los cuentos raros y puercos de Felisberto. Creo que consigue lo que se propone: sonar como una canción vieja, muy antigua, que despierta algunos espíritus, o demonios, o angustias.

    Creo que he tenido pesadillas con el muchacho que se convierte en un caballo y luego es forzado a tener relaciones con una mujer.

    Felisberto me recuerda un poco a Tario, con la peculiaridad de que Tario es ridículo, quizás humorístico y absurdo, como una película clase B, un Vincent Price dirigido por Ed Wood.

    Tario es muy imaginativo, también es burdo, sencillo.

    II

    Clarice es otra cosa, creo que no tengo un punto de comparación sencillo. A veces me hace pensar en Proust, o en Joyce, y no por los artificios, pero los entornos, la elegancia y sus canallas disfrazados. Hay momentos donde ella es psicológicamente tenaz: toma a un personaje que distorsiona su narrativa hacia lo que ocurre adentro y el lector es arrastrado a esta furia, a una sonrisa descarnada, este juego de vivencias.

    Más de una vez, leyendo sus cuentos sobre momentos cotidianos, me pregunté si no había gato encerrado, una pérdida que no estaba comprendiendo. Sí, quizá a eso me refiero cuando digo que Clarice me recuerda a Joyce (Dublineses).

    III

    Tuve la oportunidad de dar un diplomado / taller en Pachucha de literatura interactiva. Reuní algunas de las clases que doy en el semestre para construir una especie de monstruo tallerístico, con el propósito de crear libro-juegos. O juego-libros. O videojuegos como libros. O cuentos como videojuegos.

    Daba una hora, quizás hora y media de teoría, y luego dejaba chambear a los alumnos (porque así me enseñó la universidad jesuíta, lejos están esos tiempos donde leíamos una hora y media y luego nos íbamos a pensar, a escribir, a reflexionar).

    El perfil de los alumnos me pareció muy diverso. Al final, creo que la experiencia fue interesante, y muy valiosa. Mis alumnos consiguieron crear libros, juegos, entornos que se prestan tanto para la creación literaria como la creación de juegos y sus conceptualizaciones estaban detalladas.

    Sorprendido, descubrí que algunos hicieron, inadvertidamente, casi sin quererlo, prototipos iniciales que parecían juegos de mesa.

    He descubierto que mi trabajo como docente, y lo que he aprendido en el mismo, también me ha transformado.

    Creo que me ha cambiado para bien.

    IV

    Para despedirme de Pachuca, fui a comer pizza con Julio Romano y Rafael Tiburcio. Platicamos un rato de trova —porque es un tema apasionante—, de la docencia, de películas buenérrimas y los tres mosqueteros. El lugar a donde fuimos a comer una pizza de arrachera y pimientos, también era una librería de segunda mano. Me paré para buscar cosas. Empecé a agarrarle cariño al lugar porque era una librería que contenía las cosas que luego hojeaba de chavito.

    Julio Romano encontró un libro de Nostradamus, editado por Roca, y me lo pasó. Empecé a hojearlo y sentí una extraña familiaridad con el libro. Recordé las cajas y cajas de libros esotéricos pertenecientes a Nayaranath, que todavía guardábamos, y arrastramos con nosotros en incontables mudanzas. Locuras que hablaban de la astrología, los masones, los celtas. También recordé aquella película de Nostradamus que vi de chavito, una especie de documental que resumía sus profecías. Alguna decía que habría un gobernador africano, etíope, que podría salvar o destruir al mundo dependiendo de su decisión y mi yo niño conoció una angustia como pocas.

    La chica que nos atendió, nos mencionó que había promoción de dos libros por uno. Resignado, me levanté de nuevo a buscar algún libro que pudiera llevarme y por casualidad, me encontré La vida interior de Alberto Moravia. Lo estudié un poco y era una edición reencuadernada, y me hizo pensar que la había rescatado alguien que quería mucho este libro, que lo había conservado a pesar de cualquier problema y cualquier mudanza. Me conmovió, pues me hizo pensar en mí, y en las cosas que he perdido a lo largo del tiempo.

    Leí ese libro de Moravia a los doce años. Solo recuerdo la sensación de que me gustó mucho, pasé muchas desveladas leyéndolo. También recuerdo algún diálogo donde se burlaban de un muchacho que hablaba de política y era un masturbador compulsivo. Desde entonces, pienso que los politólogos o los apasionados de la política o los que separan izquierdas, derechas, y expresan en demasía su identidad política, son onanistas irredentos y suelen darme risa.

    Es de esos libros que leí con lámparas y que me regresaba a leer mis momentos preferidos cada tanto, aunque solo lo leí una vez, de principio a fin. Y me hizo pensar que había otros libros, además de Stephen King y Clive Barker, y sus marranadas divertidas y terroríficas, y que quería leer mucho y más. Moravia, desde muy joven, abrió mi curiosidad lectora y me invitó a intentarlo con espacios más complejos. Aunque, hoy en día, no estoy seguro de poder recomendarlo a los jóvenes.

    Lo dejé en su lugar después de mirar el precio, pensando que estaba muy caro para ser una edición vieja y abandonada. Y eso considerando el dos por uno.

    Luego suspiré resignado.

    Me pregunté cuándo lo volvería a ver y me lo llevé.

    Ni siquiera me dieron ganas de regatear.

    V

    Arcanos menores del número cinco: número del caos, la disrupción del espíritu. La memoria es un juego por el cual transitan algunos deseos del presente. La memoria, quizás, abre caminos a la adicción, así como los juegos. Viene una persecución tenaz de la infancia, la inocencia, los primeros momentos.

    Anoto eso por ahí, como si no me conociera. Por cierto, en algunas culturas, la palabra juego remite al loquito del centro: ese que siempre está jugando con uno, ese que ha terminado afuera del espacio social y sin quererlo, acaba teniendo una libertad horrible, y se burla de todos, y hace caras, y saca la lengua, y se le cae la baba mientras se ríe, y nunca se ha sonado los mocos.

  • d100

    d100

    Leí un titular, mientras navegaba, que decía cómo un escritor puede beneficiarse utilizando mecánicas del azar, como las de Dungeons and Dragons, para contar historias. Nada más leí el titular; me dio flojera entrar a leer porque a todas luces, el click bait estaba lampareando como luces neón sobre mis intereses.

    Lamento no haberlo leído, me salí a los primeros párrafos, pero no me estaba diciendo nada nuevo; desde chamaquito he jugado con los dados para contarme cosas. Aquel artículo no me enseñaría nada nuevo, no en este momento, solo buscaba una reafirmación de identidad y de placeres.

    Reconozco una de mis emociones preferidas en Street Fighter II: la duda. No sabes con certeza a dónde te llevará el avión después de escoger a tu personaje, o quién será tu primer reto. El camino del guerrero tiene sorpresas, una invitación a adaptarse continuamente.

    Si otra persona se paraba junto a ti, el asunto podía ponerse cardíaco porque venía la emoción de saber a qué personaje escogería.

    ¿Tu contrincante sería un estratega? ¿Alguien que pensaba contrarrestar a tu Guile con un Ryu? ¿O sería uno de esos genios que saben utilizar a Zangief para darte vueltas por el aire y luego romperte el hocico? Quizás escogería a Dhalsim: el vago de Schrödinger, con Dhalsim nunca sabes si te van a madrear o son una pifia.

    Generalmente es lo segundo.

    En versiones caseras, un poco más avanzadas, agregaron esta cajita de pregunta que te permitía escoger a tu peleador al azar. Recuerdo el ding, ding, ding, la música de éxito al escoger un personaje, y luego viene el narrador que grita con su voz modulada: U S S R, y te sientes un ganador del casino o de la vida.

    Cuando era morrito, una de las historias que escribí trataba de peleadores muy básicos: personajes con una motivación sencilla, ser los maestros de su oficio. Es decir, usaba como mis personajes a Ryu o Ken. Y para resolver la narrativa, en vez de planear, escribí el nombre de un montón de peleadores ya existentes (Guile, Baraka, Cinder, Wingnut) y tiraba un lápiz sobre esta hoja para definir el siguiente encuentro de Ryu o de Ken.

    De esa manera, escribía los capítulos de uno en uno. No pasé de los seis o siete capítulos antes de que mi propio experimento provocara sus propios problemas azarosos. Por ejemplo, ¿cómo podría ganarle Ryu a un personaje con stand o que tuviera la técnica del kaioken? Era especialmente difícil cuando los personajes se manejaban en ciertos entornos favorables, como un mutante de tiburón que solo pelea en el agua.

    Ya no escribo historias sin una planeación (aunque sea una imaginaria, un mapita mental que me improviso en una servilleta), gracias al cielo, aprendí algo 30 y tantos años después; aunque todavía me divierto con el azar de las historias y hago experimentos cuya narrativa es medio mutante, medio extraña. Algunas veces, involucrarte con el personaje y navegar junto a él en un paraje laberíntico puede ser emocionante. Otras veces, imaginas al lector como un personaje al que puedes sorprender todo el tiempo (mentira). Todo lector de historias posee una brújula que les permite anticipar el camino. No solo pasa con los libros, pero también los chismosos, los cinéfilos, los espectadores, los voyeristas lo hacen con sus respectivos medios. Una historia es como un pachinko, sueltas una bolita de metal que puede agarrar muchos caminos pero la mirada ya está en el límite inferior, apostando por el final. Muchas veces son conscientes de esta brújula, otras veces no tanto.

    Paradójicamente, algunos dependen de su brújula porque odian no saber lo que puede suceder después.

    Como escritor, creo que la única manera para burlar esa brújula enfadosa, aguafiestas sabelotodo, es introducir un poco de caos dentro del entorno. Pero tampoco se trata de exagerar con los dados porque la historia se convierte en un casino.

    Quizás hay historias que pueden escribirse con múltiples dados, y puedes lanzarlos todo el tiempo como un tributo al universo. Hay lugares para contar historias de laberintos, y hay casinos para quienes ya no quieren escuchar historias. Hay historias ancestrales, anidadas amorosamente por los espíritus, espíritus que nos ayudaron a construir las brújulas que nos ayudan a buscar el placer, y también el amor, cuando escuchamos a nuestros hermanos, nuestros amigos, nuestros amantes.

  • La rareza

    La rareza

    La semana pasada, algunos literatos sangrones que sigo, y algunos chidos también, compartieron el meme de allá arriba.

    Lo vi de reojo, me sacó una sonrisita porque parece de esos memes que están ahí para hacerlo a uno sentirse muy listo y yo tenía ganas de dar mi jijiji, lo entiendo perfectamente, ya saben, y unos días después, cuando me fui a pasear y acabé en un Gandhi que no me dio ningún tipo de felicidad, al contrario, salí corriendo de ahí, pensando que todos los libros nuevos son feos, hechos con papel barato pero sumamente caros, me puse a pensar nuevamente en el meme y me dije: “por qué no escribes un artefacto lingüístico”.

    Luego me puse a pensar en los pequeños cuentos que he escrito sobre el laberinto, proyecto que inicié el año pasado usando la inteligencia artificial para ayudarme a ilustrar, o como un ejercicio para proponerme historias.

    Intenté usarlo para escribir algunas cosas, pero la inteligencia artificial es como un idiota que te ofrece ideas y te interrumpe continuamente, y todo es buenaondita, y te da sugerencias para no lastimar a alguien con tus juiciosos comentarios, y te sugiere que quites las groserías porque no es un lenguaje correcto, y todo el estilo se va a la verga. Lo único bueno de la escritura con inteligencia artificial es que le da formato a tus piensos. Copias y pegas, y ya, tienes qué quitar toda la pendejada que puso para poner lo tuyo sobre una notita que tiene un formato muy legible para el internet.

    De paseo en un Fondo de Cultura (que sí me dio mucha felicidad, y sanó mi corazón después de pasear en Gandhi), pensé en mi primera novela publicada por una editorial de verdad, recordé a Martín Murano y el inicio de su viaje narrativo desde la certeza de que va a morir, y me pregunté: por qué escribir una novela parece más sencillo cuando aseguras la muerte de tu narrador. Quizás porque eso es un narrador: un personaje que acabará cuando el libro cierre, un personaje que no tiene nada qué perder, y como no tiene nada qué perder, debería contarlo todo.

    Inspirador, de algún modo.

    El ratoncito siguió dando vueltas en mi cabeza, cuando se me ocurrió: “okay, voy a escribir otra novela de un tipo que se está muriendo, pero que parezca un artefacto lingüístico, pero que tenga una trama muy escondida por detrás, ¿saben? Como un juego”. Muy mamón el asunto. Estaba en ese estado del que se droga con sus piensos.

    Siempre que un asunto empieza muy mamón, a veces es sano respirar profundamente y preguntarse: “¿de verdad quieres hacer eso, papi?”.

    Entonces pensé en Johan Huizinga y el juego como una abstracción paradójica. Puedes negar el amor, por ejemplo, o puedes negar a la comunidad, la patria, o la familia. Puedes rechazar la concepción, la construcción común de estas abstracciones. Pero no puedes negar el juego (to play: jugar, interpretar, asumir un papel). Cuando consigues el espacio de juego, siempre serás un jugador. Y de ahí, quizás, la cosa se hace más compleja cuando conviertes el amor en juego, y la lectura en juego, y la escritura en juego (¿Cortázar, estás ahí?). Es decir, lo haces con toda la seriedad posible (el amor), pero tampoco debes ser totalmente serio porque qué hueva.

    En fin, que esta mañana empecé escribiendo el primer capítulo de un artefacto lingüístico que no sé a dónde va a parar. A diferencia del narrador, todavía sigo con vida y mientras siga con vida, seguiré escribiendo cositas. Porque la creación es juego y si te gusta hacer cosas, y eso te da felicidad, por qué no serías esta criatura entregada a la felicidad.