Etiqueta: dungeons and dragons

  • d100

    d100

    Leí un titular, mientras navegaba, que decía cómo un escritor puede beneficiarse utilizando mecánicas del azar, como las de Dungeons and Dragons, para contar historias. Nada más leí el titular; me dio flojera entrar a leer porque a todas luces, el click bait estaba lampareando como luces neón sobre mis intereses.

    Lamento no haberlo leído, me salí a los primeros párrafos, pero no me estaba diciendo nada nuevo; desde chamaquito he jugado con los dados para contarme cosas. Aquel artículo no me enseñaría nada nuevo, no en este momento, solo buscaba una reafirmación de identidad y de placeres.

    Reconozco una de mis emociones preferidas en Street Fighter II: la duda. No sabes con certeza a dónde te llevará el avión después de escoger a tu personaje, o quién será tu primer reto. El camino del guerrero tiene sorpresas, una invitación a adaptarse continuamente.

    Si otra persona se paraba junto a ti, el asunto podía ponerse cardíaco porque venía la emoción de saber a qué personaje escogería.

    ¿Tu contrincante sería un estratega? ¿Alguien que pensaba contrarrestar a tu Guile con un Ryu? ¿O sería uno de esos genios que saben utilizar a Zangief para darte vueltas por el aire y luego romperte el hocico? Quizás escogería a Dhalsim: el vago de Schrödinger, con Dhalsim nunca sabes si te van a madrear o son una pifia.

    Generalmente es lo segundo.

    En versiones caseras, un poco más avanzadas, agregaron esta cajita de pregunta que te permitía escoger a tu peleador al azar. Recuerdo el ding, ding, ding, la música de éxito al escoger un personaje, y luego viene el narrador que grita con su voz modulada: U S S R, y te sientes un ganador del casino o de la vida.

    Cuando era morrito, una de las historias que escribí trataba de peleadores muy básicos: personajes con una motivación sencilla, ser los maestros de su oficio. Es decir, usaba como mis personajes a Ryu o Ken. Y para resolver la narrativa, en vez de planear, escribí el nombre de un montón de peleadores ya existentes (Guile, Baraka, Cinder, Wingnut) y tiraba un lápiz sobre esta hoja para definir el siguiente encuentro de Ryu o de Ken.

    De esa manera, escribía los capítulos de uno en uno. No pasé de los seis o siete capítulos antes de que mi propio experimento provocara sus propios problemas azarosos. Por ejemplo, ¿cómo podría ganarle Ryu a un personaje con stand o que tuviera la técnica del kaioken? Era especialmente difícil cuando los personajes se manejaban en ciertos entornos favorables, como un mutante de tiburón que solo pelea en el agua.

    Ya no escribo historias sin una planeación (aunque sea una imaginaria, un mapita mental que me improviso en una servilleta), gracias al cielo, aprendí algo 30 y tantos años después; aunque todavía me divierto con el azar de las historias y hago experimentos cuya narrativa es medio mutante, medio extraña. Algunas veces, involucrarte con el personaje y navegar junto a él en un paraje laberíntico puede ser emocionante. Otras veces, imaginas al lector como un personaje al que puedes sorprender todo el tiempo (mentira). Todo lector de historias posee una brújula que les permite anticipar el camino. No solo pasa con los libros, pero también los chismosos, los cinéfilos, los espectadores, los voyeristas lo hacen con sus respectivos medios. Una historia es como un pachinko, sueltas una bolita de metal que puede agarrar muchos caminos pero la mirada ya está en el límite inferior, apostando por el final. Muchas veces son conscientes de esta brújula, otras veces no tanto.

    Paradójicamente, algunos dependen de su brújula porque odian no saber lo que puede suceder después.

    Como escritor, creo que la única manera para burlar esa brújula enfadosa, aguafiestas sabelotodo, es introducir un poco de caos dentro del entorno. Pero tampoco se trata de exagerar con los dados porque la historia se convierte en un casino.

    Quizás hay historias que pueden escribirse con múltiples dados, y puedes lanzarlos todo el tiempo como un tributo al universo. Hay lugares para contar historias de laberintos, y hay casinos para quienes ya no quieren escuchar historias. Hay historias ancestrales, anidadas amorosamente por los espíritus, espíritus que nos ayudaron a construir las brújulas que nos ayudan a buscar el placer, y también el amor, cuando escuchamos a nuestros hermanos, nuestros amigos, nuestros amantes.

  • Jungla

    Jungla

    I

    Dirijo un grupo de Dungeons and Dragons con el sistema de Dungeon Crawlers Classic, el cual es un DnD pero que ofrece amplias libertades para la improvisación. No solamente con los personajes, pero también con el juego. Después de atravesar durante varios días una jungla, el valiente grupo se encontró con un dragón negro peleándose con un árbol guardián, un treant.

    Temoc dijo—: uy, no, esos pueden estar peleándose durante días, durante semanas, años, siglos.

    El grupo es acompañado por un hombre lagarto, medio estúpido, al que decidieron llamar Picasso y un caballero “cebolla” (un personaje misterioso recubierto en armadura) que se llama Temoc.

    —Yo me asomo para ver si podemos pasar de ladito —dijo Picasso.

    Después de tirar un cinco en el d20, Picasso regresó inmediato—: Nombre, está cabrón, no hay paso. Híjole. Da mucho miedo.

    Empecé un grupo de DnD para tratar de entender el juego y su sistema y creo que he conseguido un mejor entendimiento sobre cómo tejer la narrativa junto con el sistema de juego. Casi siempre, tengo qué dedicar algunas horas (de dos a cinco) para preparar la sesión, pero una vez que eso está hecho, es más sencillo improvisar y permitir que las piezas caigan en su lugar.

    Anoche, pienso, se convirtió en una cuestión de intuición.

    Miré felizmente como el grupo empezó a pegarle al dragón en una de sus patitas. Y luego el dragón les dio un coletazo, y escupió un cono de ácido que les cayó encima, deshizo a Picasso en una pulpa sanguinolenta y bajó la mitad de la vida al treant.

    Pero como los treants, para mí, son estos seres vegetales, viejos y sagrados, el árbol colosal cantó una canción de sanación, deus ex machina, y el grupo se levantó como si nada le hubiera pasado. Pensé, como juez (dungeon master), que lo más fácil sería matarlos y proponer alguno de los resets que tengo preparado para la historia. Era preferible darles la experiencia y consideré que era una buena oportunidad para mostrarles cómo se comparaba su fuerza contra la de un dragón negro adulto (traducido del DnD para el sistema de DCC). También, como las clásicas aventuras de escoge tu propia aventura, los muchachos pudieron apreciar una de sus múltiples muertes.

    Muy poético el asunto.

    II

    Mackenzie, una de las jugadoras, me recordó gentilmente que los treants tienen esposas cuando preguntó dónde estaba la esposa del señor treant que les salvó la vida. Y yo me quedé de a seis. A poco tienen esposas.

    —Claro que tienen esposas. Eso sale en el señor de los anillos. Qué-no-lo-has-leído.

    Mi familia estaba genéticamente condenada a ciertos procedimientos como leer fantasía y ciencia ficción inglesa y americana del siglo pasado. A su vez, ellos me condenaron a mí. Soy como una araña que entretejía el ocio de su vida con ese tipo de ficción. Leí a Tolkien, Asimov, Pratchett, Herbert, Clarke, Adams, etcétera. Fui un muchacho de esos enfadosos que luego miraban intensamente a los ojos al otro, al “ignorante”, y se ponía muy Star Wars, o muy Star Trek, dependiendo de la situación. Y mi familia, condenada genéticamente, hacía lo mismo conmigo. Me daban, cariñosamente, palmadas en la cabeza para decirme que era un “ignorante” y corregirme en esas cuestiones fantásticas como los cuervos de algún libro que escribí.

    En fin, tuve pequeños flashazos y revisé mi archivo cerebral; no recordaba que los treants eran así de amorosos, pero por alguna razón, me imaginé que su relación era como la de los pingüinitos: para toda la vida. Entonces sí, debía tener una esposa en algún lado, y luego me puse a pensar: ¿dónde está la señora? ¿Dónde la dejé? ¿Puedo incluirla misteriosamente en el juego? Vagamente recordé la sensación del pequeño hobbit que admira a este ser viejo, milenario, que habla de su esposa y de los otros árboles, y cómo están social y biológicamente conectados, como las redes de raíces que abundan en los suelos. De ese pequeño hobbit, no recuerdo si era Merry, o Pippin, sólo sé que uno de ellos conecta con Bárbol y se convierte en este enlace entre el mundo natural y el mundo civilizado. Como en un cuento de hadas, el hobbit “crece”, no solo madura pero hay una transformación física que lo hace más poderoso. Típico tonto arquetípico de los cuentos de hadas: consigue el dominio del entorno natural y se convierte en amo de los dos mundos. Duden mucho de lo que estoy diciendo. Todo esto es mi interpretación, casi treinta años más tarde, de mi primera y única lectura de Tolkien. Muy probablemente ya está modificada por mis experiencias, por la televisión, por los plagiarios antisemitas que escriben análisis del cuento de hadas, por las aventuras y los pequeños desprecios, por la educación de mis mayores y la literatura francesa de pervertidos que me gusta.

    No hay mejor lugar donde viva un libro, especialmente una fantasía, que en el interior de los que envejecen con ese libro. Muere. Revive. Transmuta. Anida. Reanida. Enraiza.

    Crece, crece, crece.

    III

    No recuerdo cómo, pero a alguien se le ocurrió hablar con el treant y asumir ese papel fue muy agradable. Personaje: árbol viejo de una jungla que recoge historias, recoge todas las que puede en su esquina del mundo, y las va cambiando para que lo entretengan mejor y sean más agradables. Viejo, milenario, drogadísimo. Preguntaron sobre los dioses vampiros que están encerrados, olvidados en sus templos y él contó una historia de tres hermanos, tan viejos, que ya tenían el poder de los dioses y fueron derrocados por los viejos, los aburridos. Preguntaron sobre un misterioso personaje llamado Rev, quien es un cazador de dragones que odia las mentiras, y quien ha hablado múltiples veces con los personajes del grupo, pero todavía no lo saben porque les falta conectar algunos puntos. Preguntaron sobre los bibliotecarios, los hermanos Fest, que siempre están cambiando de casa y de lugar porque el universo está fisurado, y están saltando de un lugar a otro, y aprendieron que leer uno de sus libros fija el destino. Preguntaron sobre Ilxotochitl, la gobernadora de su pueblito, eso que llaman hogar, y resulta que el viejo árbol la conoce, y dice que es un dragón blanco que colecciona gente (pero se equivoca, así como se equivoca en otras cosas, pero es que sus recuerdos ya son lo que son, y como ningún árbol sabe de dragones, cómo va a saber que los blancos no coleccionan gente, pero son otros, ¿y si es uno bueno que se hizo malo? Ay qué nervio). Y con las historias medio rotas del treant, los jugadores entretejieron la narrativa, y entendieron —más o menos— lo que está pasando. Y se me ocurrió, antes de dormir, que así debía sentirse Scheherazade cuando inventaba cosas para un rey.