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  • Cuarentaitrés

    Cuarentaitrés

    I

    Pienso en una imagen: el árbol solitario en la cima del mundo, una noche de tormentas eléctricas, se encontró con el verdadero rostro de dios. También, supongo, habrá visto el verdadero rostro del horror —la finalidad del tiempo— pero como no sabe de dioses, o de horrores, para este árbol, los rostros son fragmentos diminutos, ideas sueltas, sueños de mediodía cuando hace mucho calor y tiene qué ahorrar el agua. El mundo está limitado a esa colina donde se sostiene, y en ella, no sabe si son sueños o pesadillas, puede ver la frontera de todas las cosas.

    II

    Leo artículos que hablan de la red de comunicaciones de los árboles, las plantas y los hongos como una obsesión reciente. Insisto en imaginármelos como estas criaturas que entretejieron una complicada historia de chismes, negociaciones, vidas complicadas y vibrantes. Probablemente me equivoco. Trato de explicarme a las plantas como si fueran gente. Pienso que las plantas son hombrecitos, y que los hongos son mujercitas, y que los dientes de león son gatos y perritos que están orinando por todas partes.

    Debe ser engorroso cuando una planta nueva llega a un jardín. El éxito de mantenerse con vida depende de hablarse en el mismo idioma con las otras plantas y negociar una parte de los nutrientes en las profundidades de la tierra. Las mala hierbas son unos gandules que toman el espacio, se adueñan del mismo usando intimidaciones y navajas. Los tréboles son estas familias diminutas que aparecen un día y toman la tierra que la gente, ah, la gente, creía malamente que no podía producir vida.

    Un nuevo tipo de locura (o más común en estos días) podría ser que uno entiende a las plantas, uno puede escucharlas. Podemos pensar que las plantas hablan en una red de comunicación subterránea, muy similar al internet, que envía impulsos eléctricos a través de las raíces para comunicar deseos y necesidades. Habrá quien pueda traducir esos bips diminutos, así como algunos creen traducir los impulsos eléctricos.

    Desde que convertí a estas entidades en un país antropomórfico de raíces, me conmueve pensar en los árboles que se alzan solos y orgullosos en la cima de una colina.

    ¿Con quién hablan ellos? ¿Cómo saben del mundo? ¿Necesitan saber del mundo o están contentos con hacerse viejos en medio de la nada, en la lejanía? Quizás sus raíces se comunican con el pasto, y el pasto se comunica con el musgo de un lago cercano, el musgo del lago cercano habla con un bosque, un bosque con la jungla, la jungla con los hombres hongo que viven en la tierra hueca y así, el mundo extraño está conectado con el mundo verdadero. Es el tao: estamos verdaderamente conectados con todas las cosas.

    Esto, según gente muy sabia, es la verdad.

    III

    Hoy cumplo 40 y tantos años. A mi edad, he visto algunos horrores pero procuro abandonarlos a favor de las bendiciones que me han dado el tiempo y la vida. Luego respiro profundo, mira a no sé dónde, y me pregunto cuántos horrores me faltan. Cuento la enfermedad, la pandemia, los amigos que se han muerto, sus rostros en redes sociales abandonadas donde me pregunto qué pasó.

    Hago cuentas con los dedos: estoy cansado de hacer cosas y con esto me refiero a buscar caminos para un fin.

    Obligadamente, después de mi falacia provocada por la neurosis, una tortura personalísima, también debo preguntarme cuánta belleza y eso ayuda a mantenerme a raya.

    Creo, cada vez más, en la finalidad. Cuando era joven, todo el tiempo me preguntaba cuál era la verdad. Y la verdad que se ha revelado es la existencia de una finalidad para todas las cosas. Se acabará esto y aquello, y es inevitable; si la finalidad está predeterminada, no hay propósito, no hay acciones, no hay camino secreto como en los videojuegos.

    Entonces solo queda disfrutar el camino.

    Para luchar contra la finalidad, ese monstruo de neutralidad y justicia, solamente queda darle sentido a la vida. Disfrutar el camino es envolverlo de significados. No se trata solamente de consumir, de tragar o de coger, pero de entender cómo ha llegado esto a nuestra vida. Así como he aprendido a notar que soy un monstruo irritable, obligadamente también admito que soy un tipo amoroso. Significado: doy gracias por mi esposa Sol, por mi perra Nico, por mi gata Morgana, por mis amigos —muchos de ellos son mis colegas, y también muchos de ellos son gente rara y fascinante—, por los que se dicen mis hijos y mis hijas, por los libros que he leído y me falta por leer, por los videojuegos hermosos que muestran otra verdad, una menos triste: aprendemos a través del juego y de las historias, queremos vivir gracias al juego y las historias; el propósito de la vida es juego.

    Hasta que no aparezca el game over, la finalidad absoluta, voy a seguir intentándolo. Y espero, quizás, que alguno de ustedes me acompañe. ¿A dónde me llevará ese camino bordeado de árboles?